BAC

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Capítulo 51

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Fue a propósito, Diego había mencionado el apellido de la anterior pareja de Ramón aparentando una equivocación. El detenido se incorporó poco a poco, mirando a Diego, con semblante serio.

– Váyanse. Están perdiendo el tiempo conmigo. No pienso decirles nada.

– dijo Ramón.

– Usted mismo. De momento, tenemos dos miembros de los BAC detenidos, son Leonor y Pedro, dicen que le conocen. Como están colaborando con la investigación, sus condenas serán menores. – dijo Eva. – Vamos Diego. Comprobemos si Celestino está más por la labor.

Acto seguido, Eva se levantó y Diego la siguió hasta la puerta en silencio. Salieron de la sala y Eva, con un sutil gesto de su mano derecha, le indicó que le acompañara. Iba a fumar.

– Bueno, tenías razón. Cerrado en banda. – dijo Eva, dirigiéndose al final del pasillo.

La investigadora empujó la puerta de la salida de emergencia con el trasero, mientras encendía el cigarrillo. Dejó que Diego saliese y dio dos saltitos en los escalones para bajar a la acera. Se apartaron ligeramente de los otros agentes que se encontraban fumando en el mismo sitio. Diego consultó su teléfono, al que tenía conectado la batería externa, ya que la del móvil estaba prácticamente descargada. Otra vez. Leyó los mensajes del grupo de investigación. Sonrió. Comenzó a contestar a Eva mientras escribía algo en el móvil.

– Cuestión de carácter. Ramón es fuerte y cree que vamos de farol, o al menos que lo tiene todo controlado. Ahora mismo estará valorando qué clase de información tenemos y que pueden haber contado Pedro y Leonor. Por el perfil psicológico, pensamos que Cele será más débil que Ramón, hablará antes, pero dudo que sepa mucho. Nuestro hombre es Ramón. Él tiene la información que necesitamos. Será difícil, pero tenemos que conseguir que nos cuente todo. – respondió Diego.

– Pues al ataque, lo que habíamos acordado. Yo comienzo con los equipos de buceo y tú continúas con las fotos. Tenemos que recuperar el tiempo que hemos perdido mientras lo tenían en el hospital. Ha estado sedado más tiempo del que pensábamos. – dijo Eva, dando una calada a su cigarrillo. – Pero ha valido la pena. Ya sabemos que las prótesis dentales de Ramón y Cele son similares a las de Pedro y Leonor. El detenido de Pamplona, Aizpurúa y su ayudante, Mendieta están siendo interrogados.

– Desde luego. Si Álvaro está en lo cierto con el sistema que usaba el dentista para codificar los nombres, es posible que tengamos una lista de sospechosos en breve. – dijo Diego.

– ¿Crees que cuando volvamos habrá usado la pastilla? – preguntó Eva, mientras expulsaba el humo.

– No creo, Ramón debería estar al límite, encontrarse en un callejón sin salida para hacerlo. Espero que hable antes de que opte por quitarse la vida. – respondió Diego, sonriendo a Eva.

Pensó en llamarle la atención sobre el tabaco, pero se abstuvo. No quería discutir. Además, no sabía por qué, pero le resultaba sexy ver a Eva fumando. La observó mientras ella, con la cabeza bajada se masajeaba la nuca.

– No puedo quitármelo de la cabeza. ¡Joder, me cuesta creer que haya gente dispuesta a morir por unos ideales a estas alturas! Podría llegar a entender el caso de Pedro, ya que estaba muy enfermo, pero Leonor y estos dos… Siglos atrás lo entendería, la gente era más ignorante y moldeable, pero con los tiempos que corren, de veras, estoy flipando… ¿Qué grado de locura hay que tener para preferir morir en lugar de pasar unos años en la cárcel?  – dijo Eva, pensativa, mirando a Diego a los ojos.

– No lo sé, la verdad. No es cuestión de locura… Esperaría un comportamiento así en gente solitaria, ya sabes, gente con problemas de adaptación en esta sociedad, pero no en personas con pareja estable, incluso hijos. Es difícil de entender, si… – contestó Diego. – Llegar hasta ese punto, a tomarse una pastilla sabiendo que es lo último que vas a hacer. Debe ser una decisión terrible, hay que tener una voluntad de hierro, una fe ciega…

– O estar harto de vivir, dar tu vida por una causa… En serio, no lo entiendo. Contra gente con ese tipo de convicciones estamos realmente jodidos. Joder, por poner un ejemplo. ETA. Esos eran los terroristas típicos, eliminaban a sus enemigos, pero querían sobrevivir para seguir luchando y además lo publicaban a los cuatro vientos, para que todo el mundo se enterara de quienes eran y lo que pretendían. Pero estos BAC y los yihadistas islámicos, salvando las distancias, por supuesto, tienen algo en común que los hace muchísimo más peligrosos, están dispuestos a morir por el objetivo. No les importa caer si la victima cae también. Reitero, estamos jodidos, y mucho, ante este tipo de amenazas terroristas. Terroristas…, ese término tampoco creo que sea el más apropiado, pero de alguna forma tendremos que llamarlo. Es difícil de catalogar, ¿no? Si cualquiera, desde un joven hasta un abuelo puede convertirse en un asesino, prácticamente nos dejan sin medios para contrarrestarlos. ¿Cómo se lucha contra una amenaza así? Nosotros podemos investigar, efectuar seguimientos de grupos que compran armas, que trafican con droga para financiarse, pero, ¿cómo podemos luchar contra alguien que decide acabar con la vida de otra persona golpeándolo con una bola de billar? Así, de la noche a la mañana, un individuo que decide desplazarse al lugar donde está veraneando su víctima y si ve la oportunidad, se lo cepilla, sin contemplaciones. – dijo Eva.

– Tampoco es tan simple. Suponíamos que los BAC debían tener una estructura, ya lo habíamos comentado. Ahora sabemos algo más de cómo se comunicaban, pero nos falta entender como planifican los asesinatos, como eligen a sus víctimas. Ese grupo de gente que aparece en las fotos, nuestros BAC, son gente común, no los comparemos con radicales religiosos musulmanes… – dijo Diego.

– ¿Qué no los comparemos con los radicales islamistas? Son asesinos, como ellos, y muy crueles, por lo que hemos podido ver hasta ahora, diría incluso que tienen un punto sádico. Hemos identificado a doce personas del grupo, de los cuales ocho están detenidos esperando ser interrogados y el número sigue creciendo. Los asesinos de Muñoz-Molina prefirieron suicidarse a ser encerrados. No me digas que no tienen similitudes con el yihadismo. Gente común… ¿acaso los radicales islamistas son seres con tres patas? – exclamó Eva.

– Sabes muy bien porque lo digo. Los yihadistas son fanáticos religiosos, activos, que no se ocultan en las redes sociales, que intentan captar a más adeptos… Lo de gente común lo decía por el tipo de gente que nos estamos encontrando. ¿Tu hubieses sospechado de Leonor, de su marido Pedro o de Tresánchez? Hay fanáticos religiosos que son como un libro abierto, se ven sus intenciones, se intuye el peligro cuando los ves, tan solo hay que mirarles a los ojos para ver que hay algo turbio, que sus pensamientos esconden un lado oscuro. – explicó Diego.

– No todos. Algunos, como las células durmientes, llevan una vida de las que consideramos normal hasta que deciden atacar, tampoco hay un patrón definido. Los BAC parecen librar su cruzada particular contra la corrupción o la injusticia, o contra otro motivo que desconocemos. Es cierto que hay diferencias con el yihadismo, lo ponía como ejemplo. Los BAC se han quitado la vida cuando están acorralados, sin salida, los yihadistas son capaces de inmolarse para matar a sus enemigos. Ya te he dicho que los ponía como un símil. – dijo Eva.

– Ya… ¿Vamos? – preguntó Diego.

Eva asintió con la cabeza y apagó el cigarrillo en el cenicero que había en el exterior de la comisaría. Diego estaba un tanto descolocado, no habían vuelto a charlar de otra cosa que no fuese relacionada con el trabajo desde que llegaron al aeropuerto. Era como si la Eva profesional hubiese apartado por completo a la Eva pasional, la que había hecho el amor con él la noche anterior. Estaba deseando quedarse a solas con ella de nuevo, pero no en la comisaría o en una sala de interrogatorios, sino en un dormitorio, para poder sentir su piel, su olor…

– Diego, vamos, que te quedas embobado… – dijo Eva con una ceja levantada.

Lo miró, aquellas desconexiones de Diego la tenían mosqueada. Estaba centrada en el trabajo, pero por otra parte esperaba que él se mostrase más cariñoso, más cercano. No quiso darle vueltas al asunto. Quizás esa misma noche tendría ocasión de hablar con Diego, ahora no era el momento.

Eva miró el reloj de su móvil. Eran las ocho y diez de la tarde. Estaba algo cansada, por eso quería que aquel interrogatorio fuese productivo, rápido. Los dos investigadores entraron de nuevo al edificio y se dirigieron a la sala donde esperaba su sospechoso. Habían avisado a los agentes de la sala de video que al menor indicio que el detenido manipulase el escondite de la pastilla, los avisaran. No hizo falta. Allí los esperaba, con la cabeza gacha mirando hacia el suelo. Daba la impresión de no haberse movido en todo el rato.

– Bueno, aquí estamos de nuevo. – dijo Eva. – No vamos a andarnos con rodeos. Con lo que tenemos le puede caer una condena de al menos cincuenta años, y si le acusan de terrorismo, no saldrá de la cárcel hasta que muera. La factura de compra de material de buceo, material que corresponde con el encontrado cerca de donde dejaron a su víctima. Tenemos un testigo que asegura haberlos visto merodeando por el barco de Valero y haciendo preguntas. Los arañazos que tiene en su brazo izquierdo seguramente se los hizo en las rocas de la cueva, subiendo el cuerpo sin vida de Valero.

Ramón se miró la parte trasera de su brazo, donde tenía unas heridas superficiales. No dijo nada.

– Señor Tresánchez, ya hemos detenido ocho personas. Dos de ellas, Leonor y Pedro han confesado su crimen y facilitado información sobre algunos miembros, entre ellos, usted. Ya se lo hemos dicho antes, si colabora, el trato será diferente. Están siendo todos interrogados. Esto funciona así, el que no ayuda suele cargar con el muerto. – continuó Diego.

– ¿A quién llamaba desde el locutorio? ¿Ese Abel es el cabecilla de todo esto? – preguntó Eva.

Estaban mostrando sus cartas a Ramón para que viese claramente que no iban de farol. El detenido alzó sus ojos y los miró, primero a Diego, después a Eva. Continuó en silencio.

– A ver, tenemos la certeza que Cele y usted han asesinado a Valero. Que contactaban con Abel para recibir órdenes y, posiblemente para comunicar que seguían en activo. El motivo del interrogatorio no es otro que intentar comprender porque ustedes dos, ciudadanos sin antecedentes criminales, decidieron de un día para otro convertirse en asesinos. Como investigadores, nos llama la atención, no es un caso usual. Tenemos curiosidad. ¿En qué momento, un grupo de amigos decide comenzar matar a gente? ¿Por qué arriesgan…? – preguntó Eva, cuando fue interrumpida por Ramón.

– Porque estábamos hartos. – contestó Ramón con la voz un tanto apagada, sin levantar la cabeza.

Diego miró a su compañera de reojo y volvió su mirada al frente, en dirección al detenido. Ramón había contestado a una de las preguntas, finalmente, pero no había modificado su lenguaje gestual.

– ¿Hartos de qué? – preguntó Diego esperando que Ramón continuase hablando.

– De esta mierda de sociedad, ¿de qué va a ser si no? – contestó Ramón y volvió a recostarse en la silla.

Diego y Eva se acercaron al detenido, casi a la vez. Eva miró a Diego, pensaba que iba a hablar, pero cuando vio que no lo hacía, cogió su carpeta, sacó un folio y comenzó a leer en voz alta.

– …de este modo, hemos decidido entregar al señor Ramón Tresánchez Vilarubias la medalla de Bronce por el valor y méritos demostrados durante todos sus años de servicio. – dijo Eva, deteniéndose y mirando al detenido. – Sociedad que en cambio está muy agradecida con usted.

Ramón levantó la cabeza y dedicó una mirada de desprecio desafiante a Eva. Apretó los dientes mientras negaba con la cabeza y volvió a bajar la vista al suelo. No entendía a que venía todo aquello. Alzando sus ojos, vio que la investigadora se disponía a seguir leyendo.

– Ramón Tresánchez, bombero retirado voluntariamente después de más de treinta años de servicio. Todo un héroe, voluntario en treinta y siete misiones humanitarias de rescate y… – dijo Eva.

Alguien abrió la puerta de la sala sin previo aviso, de repente, dando golpes. Se trataba de Ander. El subcomisario irrumpió en la sala, nervioso, muy alterado. Se acercó a Eva y le susurró al oído.

– Eva, el otro detenido está muerto. No sabemos qué ha podido suceder, estaba bien, normal, pero cuando han ido a buscarlo al calabozo estaba sin vida. Dicen que puede haber sufrido un paro cardíaco.  – dijo Ander, visiblemente alterado.

– ¿Te refieres a…? – preguntó susurrando Eva sin terminar la frase, mirando a Ramón de reojo.

– Sí. – contestó Ander, bajo la atenta mirada de Diego.

Eva y Diego se miraron, sus semblantes eran serios, apesadumbrados. Eva cogió su móvil de la mesa y se dirigió a la salida. Diego y Ander la siguieron a toda prisa. Cerraron la sala dando un portazo.

Ramón se quedó solo, en silencio, oyendo como retumbaba el portazo en su cabeza y sintiendo la corriente de aire que había provocado. Había escuchado perfectamente lo que acababa de decir aquel hombre que había entrado en la sala. Unas gruesas lágrimas hicieron aparición en sus ojos, que cerró con todas sus fuerzas, casi a la vez que sus puños. No quería llorar, pero no pudo evitarlo. Tampoco hizo nada por no hacerlo. Sollozó sonoramente, dos veces y rompió a llorar, en silencio, entre gemidos que trataba de ocultar. Cele, su pareja, su amigo, su amante, estaba muerto. Habían hablado de aquella posibilidad, pero él, optimista por naturaleza, siempre había pensado que era prácticamente imposible que los encontrasen, que los pudiesen relacionar con aquel asesinato, los detuvieran y que finalmente necesitaran echar mano de aquella pastilla. Con su lengua, tocó el postizo. Un par de sollozos más y miró hacia la puerta. Recorrió con su vista la sala donde se hallaba encerrado. No se lo podía creer. Cerró los ojos y comenzó a llorar de nuevo, desconsolado, pero tratando de no hacer ruido. No encontraba el valor ni las fuerzas. Bajó la cabeza y se secó los ojos con las mangas cortas de su camiseta. Cele. Con quien había planeado todo aquello, con quien iba a abandonar el país al día siguiente de ser detenidos, con quien iba a escaparse a las islas Reunión para no volver nunca más. Cele, su compañero, la persona a la que amaba y con quien tenía planeado pasar el resto de su vida en el paraíso.

Un día, un puto día que había cambiado sus destinos de forma radical. Y se sentía culpable, por haberlo convencido de asesinar a Valero, por no haberle hecho caso cuando pudieron dejar aquella horrible idea, por no querer escucharlo y postergar la huida. Lloró de nuevo, con una mezcla indescriptible de pena y rabia. Cele quiso abandonar el país el mismo día que eliminaron a Valero, por la tarde. Renovar el pasaporte caducado de Ramón en las dependencias de la Policía Nacional del aeropuerto de Barcelona. Él lo convenció que no había tanta prisa, que no debían levantar sospechas. Y ahora estaba encerrado entre aquellas cuatro paredes llorando su perdida. Sorbió los mocos que comenzaban a bajar por las cavidades nasales y secó de nuevo las lágrimas. Paró atención al ruido que provenía del exterior de la sala. Oía gritos, personas corriendo. Durante unos momentos, quiso pensar que Cele, su Cele, tal vez no había muerto, que lo trasladarían a un hospital y conseguirían neutralizar el veneno, reanimarlo. Volvió a irrumpir el llanto, desconsolado. Aquello no era posible, debía tratar de asumirlo. Tocó de nuevo la funda con su lengua. Agachó la cabeza y extrajo la prótesis con sumo cuidado. Con disimulo, mirando de reojo las cámaras, guardó el comprimido en la mano izquierda y colocó la funda en su sitio. Irguió su cabeza, cerró los ojos y pensó en Cele.

– Te quiero, te quiero, te quiero… – dijo Ramón, susurrando.

Un reguero de lágrimas comenzó a bajar de nuevo por sus curtidas mejillas mientras agachaba de nuevo la cabeza e introducía la píldora en su boca.

– Te quiero, te quiero, te quiero… Cele… Lo siento… – continuó susurrando entre sollozos apagados, mientras se apoyaba en la mesa y cerraba los ojos humedecidos.

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