BAC

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Capítulo 52

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Capítulo 52

Eva apagó el cigarrillo y cerró la puerta de la pequeña terraza. Una enorme camiseta de manga corta era su única vestimenta. Había refrescado, notó un pequeño escalofrío, así que cerró también la ventana. Fue en busca de su Smartphone, que se hallaba enchufado en el cuarto de baño, cargando la batería. Sonrió al leer el mensaje de Álvaro. Leyó el resto de mensajes, nada interesante.

– ¿Cuántas horas tenían previsto que durmiese? – preguntó Eva.

– Dijeron que cinco o seis, que nos llamarían cuando se despertase. Ven a descansar un rato, anda. – respondió Diego, tumbado de lado en la cama, totalmente desnudo.

La capitán consultó el reloj de su móvil y programó una alarma a las seis y media de la mañana. Eran casi las once de la noche, con suerte dormiría cerca de siete horas.

– ¿Descansar? No me llamarás para volver a follar, ¿no? – dijo Eva mirando al pene algo abultado de su compañero.

– No, tranquila, ya hemos tenido suficiente… ¿O aún quieres más? – dijo Diego con una sonrisa socarrona.

– No, gracias, ya está bien, tenemos que descansar, nos pueden llamar antes de las cinco. ¿Has leído lo que acaba de enviar Álvaro? – preguntó Eva. – Voy a darme una ducha.

Eva se encaminó al cuarto de baño. Diego disfrutaba de una visualización perfecta de la escena. Sentado en el borde de la cama, observó cómo Eva se sacaba la camiseta y se miraba al espejo, coqueta, desnuda, antes de meterse en la ducha cantando. Diego descubrió admirado que Eva cantaba bastante bien. Otra Eva. ¿Cuándo dejaría de sorprenderle? Era el Hijo de la Luna, de Mecano. Frunció el ceño tratando de buscar una conexión entre aquella canción y los pensamientos de Eva. Siempre intentaba entender ese tipo de conexiones, le fascinaba. Mientras le daba vueltas a la elección de la canción, El inspector recordó que todavía no había hablado de un tema con Eva. Debía preguntarle el significado de su estado de WhatsApp mientras estaba en Jaén. “When the cat’s away the mice will play”. Diego sonrió y entornó los ojos, como si hubiese encontrado algo.

Eva entonaba el estribillo cuando Diego cogió su teléfono para leer el mensaje de Álvaro. Volvió a mirar hacia el cuarto de baño. Suspiró aliviado recordando el momento en el que les dijeron que no habían encontrado habitaciones para todos en el mismo hotel, cerca de la comisaría donde estaban realizando el interrogatorio de Ramón. Así sería todo más fácil, según las palabras de Gracia. Ninguno de los investigadores se quejó. Eva dejó de cantar. Diego aprovechó para llamar por teléfono.

A unos tres kilómetros de allí, en un hotel frente a la costa, Álvaro contestó la llamada de Diego.

– Hola campeón, ¿cómo va todo? – respondió Álvaro. – ¿Qué si es cierto lo del mensaje? ¡La duda ofende!

Álvaro y su equipo, junto a un equipo de psicólogos habían refinado un poco más el algoritmo de búsqueda. Las últimas simulaciones efectuadas arrojaban un listado donde aparecían en posiciones destacadas todos los muertos a manos de las BAC. Los nombres que los acompañaban sorprendieron a más de un miembro del equipo de investigación. Tras pasar la hablar con Gracia, Álvaro le envió la lista y la noticia al resto del equipo.

– Supongo que han ordenado poner seguridad a las personas de la lista, ¿no? – preguntó Diego.

– Sí, Santamaría y el ministro del Interior ya se han encargado de contactar con todos y  les han advertido del peligro que corren. Casi todos han aceptado la oferta del ministerio del Interior, asignándoles vigilancia hasta que se desactivemos la banda terrorista. - explicó Álvaro.

Diego vio desde la cama que Eva salía de la ducha dispuesta a seguir tarareando la canción y le hizo un gesto para que callase. No quería que su compañero de investigación supiese aún que Eva y él estaban juntos. Eva, en silencio, cerró la puerta de lavabo y Diego continuó hablando con Álvaro desde la terraza.

– ¿Sabes?, me ha sorprendido la diferencia de nombres entre nuestro algoritmo y las votaciones de la página www.bac.es. Es evidente que la percepción de la gravedad de los delitos cambia mucho con la edad. El grupo de edad sobre el que estamos trabajando ha demostrado tener más memoria histórica. No solo hay políticos, en la lista hay desde dirigentes sindicales a banqueros o miembros de la realeza. – dijo Álvaro.

– Sí, alguno de los nombres me ha llamado la atención, no recordaba ni que estaban vivos… – contestó Diego.

– Un apunte, antes que lo olvide. Estamos encontrando un posible hilo común entre los detenidos y los sospechosos. A todos, aparte del interés por la historia o los viajes, les une otro detalle, un posible deseo de venganza. Leonor y Pedro se deshicieron de la persona que arruinó la vida de su hijo. Por lo visto, Ramón se ha cargado al que era ministro del Interior cuando se hicieron recortes que obligaron a doblar turnos a los bomberos debido a la reducción de las plantillas fijas en los parques de bomberos. Coincide que su pareja en aquel momento murió, en parte, debido a la falta de medios, según los informes que he leído. El protésico, Aizpurúa perdió a su única hija en el accidente del tren en Santiago de Compostela. Otra de las sospechosas, una de las mujeres que supuestamente asesinó a Regueiro en Lisboa, perdió una nieta en el accidente del Madrid Arena. Otro de los detenidos en Galicia fue desahuciado de su piso por un impago de poco más de ochocientos euros y su mujer se suicidó días después. Creo que aparte de hacer justicia, es la venganza, el deseo de venganza es lo que mueve a los BAC. – concluyó Álvaro.

Diego ya lo intuía desde hacía días, incluso lo había vuelto a resaltar en su libreta aquella misma mañana en la reunión. El perfil de los sospechosos apuntaba en esa dirección. Gente madura, que había sufrido alguna desgracia familiar y que tenían identificado a un culpable directo, fuese político, cura o empresario. Personas con un fuerte carácter, capaces de perpetrar una venganza que además sirviese de mensaje al resto de la sociedad. Sociedad que seguía aletargada en la siesta de unas vacaciones perennes. Pero no lo podía decir, no podía compartir con Álvaro sus sospechas, aún no. Necesitaba más datos, estar completamente seguro.

– Muy bien, es interesante, mucho. Ahora leeré el documento que has mandado. Me preocupa una cosa… Si es por venganza, con los tiempos que corren, creo que será difícil no encontrar algún habitante de este país que no haya sufrido en sus carnes alguna perdida relacionada con una injusticia. Como dijo Gracia en la reunión, tenemos cerca de cuarenta millones asesinos en potencia. – dijo Diego.

Álvaro contestaba a Diego, cuando Eva abrió la puerta, totalmente desnuda y se sentó en la cama a consultar su móvil. El inspector no pudo evitar mirarla desde la cristalera y dejar de prestar atención unos instantes.

– ¿…cómo? Ah, sí. Estamos esperando que nos llamen del hospital, Ramón sigue estable, era tan solo un somnífero. – respondió Diego.

Aquel “estamos esperando” sonó extraño en los oídos del informático. La forma verbal empleada, junto a los ruidos de fondo que había escuchado mientras hablaba con Diego le resultaron, cuanto menos, anormales. Probablemente, Diego no estaba solo. O tal vez simplemente había usado el plural porque tanto Diego como Eva estaban pendientes de una llamada. No quería caer de nuevo en la desconfianza, evitó ser malpensado, pero llevaba varios días observándolo. Tenía la sospecha que Diego mantenía una relación personal con un miembro del grupo de investigadores, pero no tenía claro si se trataba de Olga o de Eva. Era una de ellas, estaba prácticamente seguro, por las miradas y los gestos, pero aún dudaba. Dio un pequeño suspiro.

– Bueno, chavalote, si hay cualquier cosa, me llamáis, ya sabes que soy de poco dormir. ¡Siempre alerta! Que descanséis.  – dijo Álvaro, dejando caer los plurales con toda la intención del mundo.

– Venga, gracias, tú también. Buenas noches. – dijo Diego, que se había percatado de los tiritos de Álvaro.

Álvaro colgó el teléfono y marcó de nuevo el de Carmen, con quien estaba hablando antes que Diego le llamase.

– ¡Hola otra vez! Sí, ya estoy, perdona. ¿Por dónde íbamos? – dijo Álvaro con una sonrisa en sus labios.

Continuó charlando con Carmen, de quien se estaba enamorando como un adolescente. Pasaba largos ratos hablando con ella. Albergaba la esperanza que ella comenzara a sentir lo mismo por él. Según Pentium, parecía que así era…

Mientras tanto, en una habitación del mismo hotel donde se alojaba Álvaro, pero dos plantas más arriba, Olga estaba tumbada en la cama, leyendo medio adormilada unos informes en compañía de la televisión. Su móvil zumbó. Alargó el brazo para cogerlo. No le hizo falta abrir WhatsApp. Pudo leer el escueto mensaje en el gadget de notificaciones que tenía instalado en la pantalla principal de su móvil. “¿Podemos hablar?”. Era un mensaje de Pinyol, el periodista. Extrañada pero curiosa estuvo a punto de responder, pero lo repensó antes de hacerlo. El periodista no podría saber si ella había leído el mensaje. Decidió dejarlo para el día siguiente. Apagó la televisión, recogió los papeles y cerró la carpeta, dejándola en el suelo junto a la mesita de noche. Bostezó mientras se levantaba para orinar. Estaba cansada. Un par de minutos más tarde, apagaba la luz de la mesita de noche tras poner a cargar el móvil. Cerró los ojos pensando en Pinyol, en los motivos por los que querría verla.

Ander seguía trabajando. Respondía mensajes de correo a sus superiores. Sonrió al recordar orgulloso su actuación esa tarde. Aquella entrada en escena, sus nervios, la respuesta de sus compañeros, el alboroto fuera de la sala. Un plan magistral para hacer creer al detenido que su compañero había muerto. Todo había salido según lo previsto. Miró la hora, cerró el portátil y se desperezó lentamente. Se levantó y se desvistió para quedarse en calzoncillos. Parado frente al espejo que había junto al pequeño armario observó que su barriga seguía creciendo. La metió hacia adentro y se acomodó los genitales dentro del bóxer. Volvió a meter la mano dentro de los calzoncillos para amasar su miembro. Alguien golpeó la puerta de la habitación con los nudillos. Se dirigió a la entrada y la abrió, mirando detenidamente con aprobación a la persona que se hallaba frente a él. Era justo lo que había pedido. Dejó pasar a la bella prostituta y miró al pasillo. Nadie. Cerró la puerta y admiró las voluptuosas curvas de su acompañante por horas. Sonrió mientras la mujer se desvestía de espaldas a él. Presintió que iba a ser una noche movida.

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