BAC

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Capítulo 1

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Diego imaginó que tendría tiempo suficiente para leer el dossier. Se colocó unos cascos, necesitaba escuchar música. La avioneta era lujosa, no le faltaba detalle alguno. Quiso poner a prueba la colección de música que disponía el equipo de audio del aparato, así que buscó el Death Magnetic de Metallica. El menú era bastante intuitivo, Multimedia, Música, Géneros, Rock, Heavy Metal, Búsqueda por grupos y allí estaban, todos los discos de Metallica, incluso algunos directos. Impresionado, pulsó la tecla random tras seleccionar el que buscaba. Reconoció sin problemas el sonido de la batería de la introducción de Cyanide, subió el volumen, se acomodó en el asiento y entonces sí, abrió el dossier. Consistía en cuarenta y nueve páginas, desglosadas en cinco apartados. La primera hoja era un índice del contenido. Las cuatro siguientes eran la introducción, un resumen de la vida y milagros de Julio Castro Arizmendi. Seguían cuatro páginas con datos más concretos, lugar de nacimiento, familiares, amigos y amigas de la infancia, colegios, instituto y universidad. Diego leía tranquilamente, prestando atención a los datos que le parecían importantes, mientras sonaban los primeros acordes de Broken, Beat & Scarred.

El asistente de vuelo se acercó a Diego y tocándole en el hombro, le hizo saber que iban a servir la comida. Diego estaba tan concentrado que ni había caído en la cuenta que aún no había comido nada. Le pasó una bandeja con una ensalada de pasta y unas pechugas rebozadas, para beber, una botella de agua. Tras darle las gracias, Diego comenzó a comer mientras proseguía con la lectura.

A continuación, ocho páginas dedicadas a repasar la formación académica de la víctima. Una formación envidiable, cursada en las instituciones de más renombre. Desde los Salesianos de Barcelona hasta la Universidad de Cambridge, donde cursó Económicas; finalizando con un master en Administración de Empresas en la prestigiosa universidad de Harvard. Hablaba tres idiomas a la perfección: castellano, inglés y francés.

The unforgiven III, My Apocalypse, The Judas Kiss y The end of the line acompañaron a Diego en la lectura del siguiente apartado, un compendio de veintiocho páginas con un recorrido cronológico de la carrera profesional y política del señor Castro, que había sido asesinado con cincuenta y nueve años y que había comenzado su carrera profesional a los veintiséis, trabajando como consejero asesor en un banco. Castro había sido tentado por la política ocho años más tarde, cuando contaba con treinta y cuatro, siendo presentado como tercer cabeza de lista de los Populares en las elecciones para la presidencia de la Comunidad Valenciana. Así comenzó y, legislatura a legislatura fue subiendo escalones hasta ser ministro de Economía y Hacienda durante seis años. Al final de aquel apartado, una página completa de posibles contactos para obtener más información. El último apartado, que constaba de cinco páginas, fue el que más llamó la atención de Diego ya que contenía una lista de amantes y escarceos sexuales. Aquello era serio, normalmente los familiares o amigos no eran muy dados a facilitar ese tipo de información; pero ahí estaba, un listado de dieciséis nombres, con fechas, datos de contacto e incluso fotos. Continuó leyendo con atención, mientras sonaba The day that never comes. Algunos de los nombres lo dejaron boquiabierto.

– Aquí hay algo que no cuadra… – pensó Diego, a la par que cerraba el dossier, desconectaba los cascos y hacia ejercicios de relajación para el cuello mientras bebía un trago de agua.

Diego sabía que un dossier tan completo no se redactaba en un periodo de tiempo tan breve. Tan solo habían pasado unas horas desde el descubrimiento del cadáver. También le chocaba que el asesinato de un delincuente confeso, con unos quince juicios pendientes por otros tantos delitos, hubiese levantado tanto revuelo y se considerara tan vital, tratándolo como un asunto de estado, involucrando tanto al Ministerio del Interior, como a varios cuerpos de seguridad de varias autonomías. Alguien disponía de mucha información sobre Castro y tal vez temía algún desenlace tras su muerte…

– Llegamos al aeropuerto de Ibiza en unos diez minutos. Por favor, permanezcan sentados y con los cinturones abrochados. Les avisaré de nuevo cuando iniciemos las maniobras de aproximación. – anunció el comandante por la megafonía de la avioneta.

Diego aprovechó para observar a sus compañeros de investigación. Eva seguía con su ordenador, prácticamente en la misma postura, pero se había sacado la parte de arriba de su traje, dejando al descubierto unos bonitos hombros. Se fijó en sus brazos y en el resto de su esbelta figura. Estaba en forma. No iba al gimnasio a pasar el rato. Parecía distante, fría. Le llamó la atención la forma que tenia de juguetear con su pelo mientras leía, con los dedos pulgar, índice y corazón de su mano izquierda rizando su pelo liso en un movimiento que Diego entendió como una forma de distracción para mantener sus manos ocupadas.

– Debe fumar. – dedujo Diego.

Álvaro conversaba de nuevo con Sabino, comentaban la última sección del dossier, concretamente hablaban de la relación extra matrimonial que había mantenido Castro con una de las actrices más famosas y bellas del panorama artístico de los últimos tiempos, Sonia Blanco. Diego también se había sorprendido al leerlo, Castro le doblaba la edad y no era un hombre especialmente atractivo. Diego apreció que Álvaro tenía un carácter abierto, gesticulaba bastante al hablar y escuchaba con atención a Sabino cuando éste tomaba la palabra. Sabino notó que Diego los observaba, pero no le importó, simplemente le sonrió.

Minutos más tarde, la avioneta tomó tierra suavemente y se dirigió despacio hasta una apartada zona con hangares pequeños. Había dos coches, dos lujosos Mercedes clase S de color negro esperándoles junto al hangar más lejano. Diego pudo ver que al lado de uno de los coches había dos hombres, que supuso eran los conductores. Dos hombres fuertes con gafas de sol y un intercomunicador en el oído derecho.

Diego esperó a que los otros tres investigadores bajasen de la avioneta para recoger su bolsa de viaje, la abrió un momento e introdujo el dossier en un bolsillo interior. La cerró, agarró la botella de agua, se puso las gafas de sol y bajó por la escalerilla. Sabino y Eva subieron al primer coche, así que le tocaba compartir coche con Álvaro.

– Tardaremos unos veinte minutos en llegar a la finca, en la nevera tienen refrescos y agua. – dijo el conductor.

Álvaro la abrió y tomó una tónica, Diego una Coca-Cola.

– ¿Qué hace un experto en delitos informáticos en esta investigación? – preguntó Diego, rompiendo el hielo.

– Bueno, no es exactamente así... Trabajo en el equipo informático, pero eso no significa que solo me dedique a ese tipo de los delitos. No he querido contradecir a Santamaría en la presentación. Usaremos la informática como ayuda para la investigación, es una herramienta muy potente, pero eso ya lo debes saber…. – contestó afablemente Álvaro Pons.

Álvaro era un treintañero ataviado con tejanos desgastados, una camiseta negra del grupo Muse y unas deportivas blancas de marca. Medía poco más de metro sesenta y cinco, era delgado, pero fibrado y con la piel muy morena. Lo que más llamaba la atención era el tatuaje tribal de su brazo derecho, que comenzaba en el codo y subía hacia su hombro.

– Sí, entiendo. Veo que han intentado formar un equipo con gente experta en áreas complementarias. Parece lógico. – contestó Diego sin esperar una respuesta.

Diego miró por la ventanilla del coche y advirtió la velocidad a la que se desplazaban. Dos motoristas de la Policía Nacional les abrían camino por la autovía y otros dos cerraban la pequeña comitiva que claramente sobrepasaba la velocidad máxima permitida. Minutos después dejaron la autovía y se incorporaron a una sinuosa carretera, aun así, el ritmo seguía siendo frenético.

– No sé a qué se debe tanta prisa. – comentó Diego a su compañero. – No creo que cinco minutos de diferencia hagan que solucionemos nada… Álvaro le sonrió y sacó su móvil del bolsillo.

– Hey, hola. Sí, estamos llegando. – dijo Álvaro a su interlocutor y prosiguió – ¿Ha llegado el equipo que te pedí? Okey, Pues prepara la conexión segura y llama a Miravet, que vaya filtrando la información. Okey. Gracias. Chao.

Devolvió el teléfono al bolsillo delantero del tejano y se sentó de medio lado, para hablar cara a cara con Diego, que hizo lo mismo.

– ¿Sabes? Castro había sido objeto de escraches, abucheos y amenazas de todo tipo. Twitter y Facebook están plagados de perfiles con comentarios intimidatorios hacia su persona. ¡Hace poco más de media hora que han publicado la noticia de su muerte y el hashtag #CastroNoRobaMas es trending topic! Hemos identificado al menos veinte perfiles de tuiteros asegurando su participación en el crimen, todo y que no ha trascendido la causa de la muerte. Se supone que nadie sabe que ha sido asesinado. Tenemos operativos preparados por toda la geografía de España, esperando a que identifiquemos a los propietarios de los perfiles para proceder a detener y tomar declaración a los sospechosos. También se están revisando todas las cámaras de seguridad de aeropuertos, puertos y peajes en busca que sospechosos, en fin, hay una movilización brutal a todos los niveles a la búsqueda de alguna prueba, algo que nos pueda dar una pista. – concluyó Álvaro, dando un trago a su tónica y lanzando un suspiro.

Diego miró a su compañero de investigación un tanto perplejo por la información que acababa de escuchar. Algo le decía, quizás la experiencia, tal vez el sentido común, que detrás de aquellos perfiles solo encontrarían jóvenes cabreados buscando popularidad en las redes sociales.

Asintió y se rascó la barbilla. Echó mano a su móvil y abrió su cuenta de Twitter. Hacía tiempo que no lo usaba. Buscó el hashtag que Álvaro había mencionado. La cantidad de mensajes que alababan a los asesinos de forma más o menos directa atrajo su atención. Tampoco faltaban los chistes, ni memes, los montajes gráficos con Castro en situaciones supuestamente divertidas. Bloqueó el móvil y lo guardó en su bolsillo. No le gustó lo que leía.

Volvió a mirar de nuevo por la ventanilla del coche.

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