BAC

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Capítulo 57

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Diego miró de nuevo a Ramón. Ahora su mirada era más dura. Llevaban cerca de una hora intentando obtener alguna información del detenido, sin resultados. Ramón se había cerrado en banda. Ni les contestaba, se le veía mustio, abatido. Buscó los ojos de Eva y ella le dio su consentimiento con un movimiento de cabeza casi imperceptible.

– Ramón, Cele está vivo. La escena de ayer fue un montaje… – dijo Diego.

– ¿Qué? Están mintiendo, no me lo creo. ¡Hijos de puta! – gritó Ramón con la voz casi rota.

– No le mentimos, ahora no. Hemos hablado con él hace un rato. Nos ha contado algunas cosas de su relación con Abel, con Fermín y Conchi. Por lo visto, alguien decidió que sus dosis de veneno no iban a ser instaladas en su dentadura. – dijo Eva.

– No les creo, ¡cerdos mentirosos! – replicó Ramón intentando retener las lágrimas.

Diego sacó su teléfono y realizó una videollamada.

– ¿Vargas? Sí. Necesito que vayas ahora mismo a la celda del detenido. Claro, ahora. No cuelgues, por favor. – dijo Diego.

Ramón los miró sin saber que decir. Sus ojos llorosos albergaban alguna esperanza. Su mirada y su gesto se dulcificaron en cierta medida, pero la incredulidad seguía dominando. Mientras tanto, Diego se levantó y se acercó al lado del bombero.

Fueron cerca de treina tensos segundos, donde la pantalla del móvil de Diego mostraba el suelo y la pared de un edificio. De fondo, se escuchó como Vargas hablaba con alguien y se abría una puerta.

– Ya estoy aquí. – dijo Vargas mirando a la cámara.

– Por favor, enfoque un momento al detenido, hable con él. – pidió Diego.

Vargas cambió la imagen a la cámara trasera de su móvil y encuadró en la pantalla al hombre que, sentado en una silla, miraba a Vargas extrañado. El agente le preguntó si necesitaba ir al baño. Cele contestó con una negativa.

– Ya está bien, gracias Vargas. – dijo Diego, cortando la llamada.

– Responda a nuestras preguntas, todo será más fácil. – dijo Eva, tendiendo un pañuelo de papel al detenido.

Ramón cogió el pañuelo y se secó los ojos. A continuación, se sonó la nariz ruidosamente, arrugó el pañuelo y lo soltó sobre la mesa. Seguía esposado, pero, a diferencia del día anterior, no estaba sujeto a la mesa. Permaneció pensativo, silencioso y cabizbajo. En su interior, decidió que no, que no iba a colaborar con sus captores, que, aunque Cele, su Cele, siguiera vivo, no delataría a sus compañeros. Era fiel. Le dolía saber que Cele había hablado de los BAC, de cómo habían planeado aquellos asesinatos. Pero no se lo reprochaba, Cele nunca estuvo comprometido con los BAC como él. De hecho, le había presionado hasta dejarlo días atrás. Escuchaba a Eva y Diego como un murmullo, sin querer oír ni entender lo que le estaban diciendo. Sabía que era muy difícil que volviese a ser libre, que volviese a abrazar a Cele. Decidió no hablar.

– … y nos sería de gran ayuda que nos confirmase los nombres de los activistas de los BAC y la lista de futuras víctimas… ¿Me escucha? – preguntó Eva hablando con el detenido.

Eva miró a Diego. La mirada perdida de Ramón no era una buena señal. El detenido no contestó, estaba completamente desconectado de la conversación.

Ramón rompió a llorar, desconsolado. Balbuceó algo entre sollozos. Algo que Diego no acertó a entender.

– ¿Puedes repetirlo por favor? – dijo Diego. – No he entendido lo que has dicho.

– Decía que sois unos hijos de puta sin corazón. – repitió Ramón susurrando, sin mirarlos. – Si quieres lo repito otra vez.

Diego y Eva no esperaban aquel insulto. Eva estuvo a punto de replicar, pero se contuvo. No debían caer en las provocaciones, ni perder la oportunidad de conseguir algo más de información, de contrastar la que habían obtenido en la charla con Cele.

– Primero cambiáis la pastilla y ahora esto... Sois unos cabrones. No pienso contaros nada, ya podéis torturarme con un puño americano o una bolsa de plástico. Aguantaré. No vais a obtener ni una palabra de mí. – dijo Ramón, recuperando la compostura.

– ¿Qué dices? ¿De qué pastilla hablas? – dijo Eva.

– De la que han extraído de mi dentadura. ¿Quién se lo ha contado? ¿Pedro? ¿Leonor? Sí, ha tenido que ser ella. Pedro estaba convencido, ella albergaba dudas. Sí, ha sido ella, estoy casi seguro... – dijo Ramón, distante.

Eva se acercó a Ramón y se colocó frente a él, con una mirada que intentaba ser fría y desafiante a la vez.

– Se equivoca, bueno, no del todo. – explicó Eva, manteniendo el tono distante. – Tanto Pedro como Leonor colaboraron sin oponer mucha resistencia. Nos contaron algunos detalles sobre los BAC, como actuaban, como planificaron el asesinato de Muñoz-Molina. Pedro nos confesó que estaba enfermo, que necesitaba medicamentos, fue así como detectamos las pastillas, unas pastillas con veneno que tenían guardadas en su piso, almacenadas como medicamentos. El mismo medicamento que curiosamente encontramos en su apartamento y que nos pidieron tanto Cele como usted. Ahora explíquenos lo de la dentadura. ¿A qué se refiere?

Ramón estaba dubitativo. Arqueó sus pobladas cejas y por un momento, pensó en sus compañeros, los BAC. No, no era posible que lo hubiesen traicionado.

– ¿Por qué me hicieron creer que Cele había muerto? – preguntó Ramón.

– Lamentamos haberlo hecho, de veras. – dijo Diego.

– ¿Lo lamentan? Hijos de puta… – susurró Ramón mirándolos. – Pues me lo creí, vaya si me lo tragué. Enterito. Pensaba que Cele había muerto, pero ahora ya da igual, sé que no volveré a verlo. Gracias por dejarme verle por última vez…

Ramón agachó la cabeza con una clara intención, no quería que volviesen a ver como lloraba, en silencio, evitando hacer ni un ruido que reflejara más signos de debilidad. Intentaba pensar en Cele, pero había una idea que no podía quitarse de la cabeza. Si realmente sus captores no sabían nada de la pastilla oculta en su boca, acababa de darles una pista. Pero no era lo que más le preocupaba en aquel momento. Con el pulgar de su mano derecha, se secó las lágrimas que luchaban por salir de sus ojos. Se sintió traicionado, dolido con sus compañeros. O no, tal vez se trataba de un error. Estaba hecho un lío, no conseguía pensar con claridad. ¿Lo habían engañado? Levantó la mirada, lo justo para poder encontrarse con los ojos de aquellos investigadores.

– Ya se lo he dicho antes. No pienso decir nada más. – dijo el detenido, tajante, antes de volver a bajar la cabeza.

Eva y Diego se miraron. Eran conscientes que aquello podía pasar. Habían barajado dos opciones. La primera, seguir sembrando la duda, fomentar la idea de una traición entre camaradas. Sería más largo, costoso, con un gran desgaste emocional y corrían el peligro de no poder controlar la tensión que se podía desencadenar. Mucho menos lograr que Ramón les acabase contando lo que necesitaban oír. La segunda era más directa, proponerle un trato. Interrogar a Ramón y Cele juntos, con la condición que Ramón contestase a sus preguntas.

– Diego, vamos. – ordenó Eva.

El inspector la siguió fuera de la sala, serio, pensativo. Miró el reloj de su móvil. Pensó que debía ponerlo a cargar. Se acercó a un agente y le pidió si podía conseguirle un cargador. Después, fue al encuentro de Eva, que ya estaba fumando en la calle.

– Este no piensa hablar. – dijo Eva exhalando el humo lentamente.

– Eso parece. Nos equivocamos al pensar que colaboraría tras el teatro que montamos. Menos mal que Cele si lo ha hecho. – dijo Diego, apesadumbrado.

– Tenemos que conseguir que hable. Crees que si dejamos que los detenidos se vean, ¿Ramón colaborará? – preguntó Eva.

– Solo hay una forma de saberlo, probándolo. – respondió Diego. – Pero me extrañaría que Ramón cambie de opinión.

El inspector miró al cielo. Sus pupilas se contrajeron. Hacía un día espléndido, sin nubes. Eva vio su mirada perdida, no quiso interrumpirlo. Estaba convencida que Diego estaba pensando en algo con lo que poder convencer a Ramón para que les contase todo lo que necesitaban. Lo observó mientras fumaba.

– Creo que podemos intentarlo, pero me da la sensación que Ramón da por perdido a Cele, ya se había hecho a la idea que no volvería a verle. Aunque se vean de nuevo, en su cerebro ya se ha iniciado el proceso del duelo. – explicó Diego.

– ¿Qué quieres decir? – preguntó Eva.

– Que sabe que van a estar presos un montón de años, separados, que ya ha comenzado a asimilar que no verá a Cele nunca más. Es probable que su cerebro intente bloquear sentimientos afectivos si vuelve a verle. – dijo Diego.

– ¿Estás seguro? – dijo Eva. – Se les ve muy unidos.

– No, claro que no estoy seguro, para nada, pero es posible que pase. Debemos estar preparados por si ocurre. – contestó Diego.

– Pues entonces volvamos e intentemos presionarle con el asesinato. Reconstruyamos el crimen y observemos cómo reacciona. Dejemos lo de Cele como alternativa si no habla. – dijo Eva. – O no, mejor probamos lo de Cele directamente, no podemos perder mas tiempo.

La capitán apagó el cigarrillo con su zapato derecho y abrió la puerta para dejar pasar a Diego. Caminaron hasta la sala otra vez. Era el tercer intento. Eva miró su móvil, eran prácticamente las once y debían reunirse con sus jefes a las doce. No les quedaba mucho tiempo antes de la reunión.

Cuando entraron en la sala, Ramón seguía cabizbajo. Ni se inmutó cuando entraron. Un agente abrió la puerta y le hizo un gesto a Diego. Le traían un cargador para el móvil. Diego lo agarró y lo dejó en una pequeña mesa que había junto a la puerta.

– Ramón, podemos llegar a un acuerdo. Si responde a nuestras preguntas, iremos a buscar a Cele y podrán hablar. Los dejaremos a solas un rato. – dijo Eva. – Piénselo, tiene dos minutos.

Eva puso en marcha una cuenta atrás en su móvil. Debían ser estrictos. Habían hecho una oferta que solo podrían cumplir con la aprobación de sus superiores, y no la habían pedido. En ningún caso obtendrían permiso de sus jefes para algo así. Ramón hizo un amago, comenzó a levantar su cabeza, pero cambió de opinión. Aquellos segundos se hicieron eternos, ciento veinte segundos que pasaron lentamente, demasiado. Eva notó como su ritmo cardiaco parecía incrementarse a medida que el límite que ella misma había marcado se acercaba a su final.

– Treinta segundos, Ramón… – dijo Diego. – ¿De verdad no quiere volver a ver a Cele? ¿Hablar con él un rato?

Diego creyó ver como Ramón tomaba aire, como hinchaba sus pulmones. Estaba tomando una decisión. Sus puños, apretados durante los primeros noventa segundos se relajaron poco a poco. No, Ramón no iba a aceptar aquel trato. Habían malgastado una de las balas que guardaban en la recámara.

El móvil de Eva emitió una serie de pitidos que marcaron el final de aquellos dos interminables minutos. Eva guardó su móvil y se puso en pie. Se puso a andar dentro de la sala, sin un rumbo fijo, hasta que se detuvo a la derecha del detenido. Se agachó para poder hablar con Ramón.

– No lo pongas más difícil. Pero bueno, tú mismo. Ya elegiste tu camino cuando decidiste unirte a esa banda de asesinos. – dijo Eva y se levantó, para continúar deambulando por la sala.

Diego la seguía con la mirada. Los movimientos de Eva le parecieron felinos, le recordaron a un tigre acechando a su presa.

– Ramón, sabemos que fuiste tú quien propuso asesinar a Valero. Debiste sentirte liberado cuando lo arponeabas, ¿no? Matar a la persona que considerabas responsable de la muerte de tu anterior pareja. Tuvo que ser duro, estar delante de las cámaras explicando que el incendio estaba controlado mientras sus compañeros quedaban atrapados entre las llamas. – dijo Eva.

Diego observaba la escena. Intentaba ver si aquellas palabras provocaban algún tipo de reacción en el bombero jubilado. El detenido hizo el amago de apretar sus puños. Eso era buena señal, pero no era suficiente. Buscó los ojos de Eva y con un gesto, la animó a seguir con el discurso.

– ¿Disfrutaste matando a Valero? Venga, contesta… Explícanos como lo hicisteis… ¿Quién hizo el tiro de gracia? ¿Fuiste tú o Cele? Apuesto que fue cosa tuya. ¿Hablaste con Valero y le explicaste el motivo por el que iba a morir? – continuó Eva.

Ramón levantó ligeramente la vista hacia Eva. La siguió mientras ella se acercaba y le dirigió una mirada que Diego interpretó como desprecio.

– Ya os lo he dicho. No pienso hablar. No malgastéis el tiempo. – dijo Ramón, con una voz cavernosa que no parecía salir de él.

Diego miró hacia su móvil. Había visto cómo se encendía la luz verde de la notificación de un WhatsApp, pero no recordaba haber escuchado el sonido. Lo cogió, e intentó responder al mensaje de Álvaro, pero el móvil no reaccionaba, se había quedado como colgado. Pensó que sería por la batería, que marcaba un tres por ciento. Se levantó y conectó el móvil al cargador. Tenía que hacer caso a Álvaro y cambiar aquel jodido cacharro por algo mejor. Se acercó a Eva, que seguía de pie, caminando de un lado a otro, nerviosa.

– Vámonos, que lo lleven al calabozo y que lo dejen sin comer hasta la tarde. Después de la reunión seguimos. – susurró Diego en la oreja de su compañera. – Así tenemos tiempo de pensar que podemos hacer.

Eva no contestó, simplemente asintió con la cabeza y se dirigió fuera de la sala. En unos segundos, volvió acompañada por dos agentes de paisano, que invitaron a Ramón a levantarse. Sacaron al detenido de la sala y cerraron la puerta obedeciendo la orden de Eva. También hizo una señal para que dejasen de grabar lo que ocurría en la sala. Esperó a que el led de la cámara se apagase para comenzar a hablar con Diego.

– Bueno, ¿qué hacemos? ¿Puño americano o bolsa de plástico? – preguntó en voz baja a su compañero.

Diego la miró extrañado, la pregunta le pareció una broma, el tono que había usado Eva, no.

– Es coña. Ahora en serio. ¿Qué opciones nos quedan? – dijo Eva.

La investigadora cogió una de las sillas y se sentó con el respaldo hacia delante, apoyando sus brazos en él. Diego la imitó y se colocó frente a ella.

– Pensemos… Lo hemos intentado engañar con lo de las pastillas para hacerle creer que lo habían traicionado, pero no parece que se lo haya tragado. Le hemos hecho creer que su pareja sí que se había tomado el veneno. Eso si se lo tragó, quizá hemos pecado de buenos, deberíamos haber aprovechado que estaba de bajón con lo de Cele… – dijo Diego. – Nos tendremos que conformar con lo que nos ha dicho Cele, que no es poco.

– Ramón es una persona complicada, ¡teníamos que escoger un plan y la hemos cagado! – dijo Eva con un enfado visible en su cara. – Hemos sido unos optimistas, después de hablar con Cele nos hemos confiado, al menos yo…

– Sí, yo pensaba que Ramón se vendría abajo cuando supiese que Cele estaba vivo, pero ha resultado ser al revés, joder… – dijo Diego. – ¿Qué haces?

– Pedir consejo a Olga y Álvaro. – dijo Eva enviando un mensaje desde el móvil. – Vamos a la sala de video, repasemos el interrogatorio, igual vemos algo, algún gesto que nos ayude a encontrar un punto débil.

– Me parece bien. – dijo Diego.

El inspector tenía la certeza que no iban a conseguir nada visualizando la grabación, pero no quiso discutir. Estaba cansado, un poco harto de interrogatorios, ahora mismo preferiría trabajar sobre el terreno, seguir las pistas, buscar hipótesis. Se levantó detrás de Eva y la siguió hasta la sala de audiovisuales. Olga les esperaba fuera, mirando su móvil.

– Es un hueso este Ramón. No va a ser fácil… – comentó Olga.

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