BAC

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Capítulo 7

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Sabino se había encargado de reservar la sala de reuniones Tahití, con capacidad para ocho personas. Diego se excusó con sus compañeros y subió a su habitación por una libreta y su portátil. Eran las ocho y veinticinco de la mañana.

Unos minutos más tarde entró en la sala. Un recinto que intentaba emular el ambiente de un paisaje tahitiano con bastante mal gusto. Dos reproducciones de cuadros de Gauguin y unos vinilos pegados a la pared con una foto de una playa de arena blanca eran todo lo necesario para que los reunidos en aquella sala se pudiesen evadir y pensaran que se encontraban en aquel exótico país.

Un camarero entró en la sala sin hacer apenas ruido para dejar un carrito con bebidas y aperitivos. Dio media vuelta y se retiró en silencio.

Eva estaba concentrada, sentada en uno de los extremos de la sala, dando casi la espalda a sus compañeros. Diego interpretó aquella postura. Eva indicaba inconscientemente que no quería ser interrumpida. Leía algo en su portátil, atenta, casi sin pestañear. Diego se acercó a Sabino y, en voz baja, tratando de no molestar a Eva, le preguntó que si podían hablar fuera.

– Dime, ¿qué pasa? Te veo muy serio. – preguntó Sabino.

Los investigadores anduvieron en dirección a la calle, a lo largo del corredor del ala oeste del hotel, donde se encontraban las salas de reuniones.

– No me pasa nada, simplemente no quería molestar a Eva. Sabes, no he parado de darle vueltas a un caso que nos pusieron como ejemplo en el curso de Criminología. – explicó Diego.

– ¿Cuál, el que hicimos en Madrid? ¿En el que nos conocimos? – preguntó Sabino. – Fue hace tres años, ¿no?

– Bueno, más bien hace cuatro, y sí… hablo de ese curso. ¿Recuerdas el caso Durruti, aquel en el que detuvieron unos muchachos anarquistas que planeaban crear un grupo terrorista cuyo fin era acabar con los poderosos opresores? – preguntó Diego, frunciendo el ceño.

– No lo recuerdo, pero seguro que tu sí, refréscame la memoria. – respondió Sabino, pensativo.

Sabino reconocía que recordar datos no era una de sus virtudes y sabía que Diego era una especie de Wikipedia en algunos temas, memorizaba detalles o hechos que la mayoría de la gente pasaba por alto.

– Pues tampoco lo recuerdo bien, debería buscar más información. Se lo voy a pedir a Álvaro, seguro que la consigue en un momento… – explicó Diego.

Diego si lo recordaba. Perfectamente. Nombres y datos, incluso fechas, pero sabía que aquello resultaba molesto para sus compañeros. No quería ser el listillo del grupo, no le gustaba sobresalir. Prefirió involucrar a sus colegas.

– ¿Qué yo consiga qué? – dijo Álvaro, uniéndose a la conversación con una amplia sonrisa en sus labios.

Diego y Sabino se giraron al oírle hablar. No lo habían visto llegar.

– Le estaba contando a Sabino que he recordado un caso sobre el que nos hablaron hace tiempo, en un curso. Se trataba de un grupo de anarquistas catalanes que intentaron formar una banda terrorista para… – comentaba Diego cuando vio que Eva se acercaba.

– El famoso caso Durruti, ¿no? – dijo Eva, interrumpiendo de nuevo a Diego. Llevaba el paquete de tabaco en su mano derecha y el encendedor en la izquierda. – ¿He acertado?

– Sí, a ese caso me refería… – dijo Diego, esperando que lo volviesen a interrumpir.

Transcurridos unos segundos en los que comprobó que sus compañeros parecían prestar atención, prosiguió con el relato.

– Deberíamos buscar información sobre ese caso, por eso decía que Álvaro nos puede ayudar. – dijo Diego mirando a sus compañeros. – Creo que puede haber alguna analogía entre lo de Castro y los Durruti.

– A mí me parece cojonudo, estamos un tanto perdidos, ¿no? – respondió Sabino, mirando a sus colegas.

– Sí, pero no entiendo a qué analogías te refieres. Yo iba a tomar otro café. De los buenos, no esa aguachirri que nos han traído. ¿Se apunta alguien? – dijo Eva, comenzando a andar hacia el restaurante, sin esperar respuesta.

– ¡Vamos va, invito yo! – dijo Álvaro mientras sacaba su móvil y se quedaba unos pasos por detrás. – Hola, soy yo. Pentium, necesito que me busques una cosa. Sí, es urgente. Busca información sobre un caso. Sí, caso Durruti. ¡No, coño, el anarquista no! Es más reciente. ¡Siempre tan ocurrente! Claro, supongo que pusieron el nombre al caso en su honor…

Diego se giró al oír aquello y asintió con la cabeza, mientras continuaba su conversación con Sabino.

– Pues eso, búscalo y nos lo envías. Sí, por email está bien. Vale, gracias. Adiós. – se despidió Álvaro guardando el móvil en su bolsillo derecho y echando a correr para alcanzar a sus compañeros. – En unos minutos tendremos la información, nos da tiempo de echar un café y que os fuméis el cigarrito de rigor.

Ya en la terraza de la cafetería, Diego comenzó a explicar lo que recordaba del caso Durruti.

– Pues según nos explicaron en un curso, y corrígeme si me equivoco en algo… – dijo Diego mirando a Sabino – Hará unos doce años, un grupo de okupas que vivía en un local de Barcelona comenzó a planificar los asesinatos de algunos personajes de renombre. En aquella época no existía el boom de las redes sociales que vivimos ahora, pero existían los foros de internet y los SMS. Hubo un enfrentamiento entre la policía y el grupo de okupas al tratar de desalojar el local donde vivían y un agente encontró un móvil en el suelo. Descubrieron mensajes de texto donde se hablaba de un comando llamado Durruti, y de fechas de reuniones para planear los asesinatos. Tras unos meses de investigación, detuvieron unas veinte personas por varios delitos, ninguno de sangre.

– ¿Y qué tiene que ver aquello con las BAC? – preguntó Eva.

– No sé, igual los BAC han nacido de una idea parecida. En el curso de criminología nos explicaron, y supongo que eso lo hemos estudiado todos… – prosiguió Diego, mirando uno a uno a sus compañeros – …que durante y tras la adolescencia, algunos jóvenes creen que pueden cambiar el sistema. Estos grupos tienen en común un líder, que normalmente no es el más fuerte ni el más violento, pero que es capaz de convencer y movilizar a sus compañeros para realizar ese tipo de cosas. Ya sabéis, conseguir armas, pequeños atentados contra propiedades e incluso intentar asesinar a alguien.

– ¿Entonces estas sugiriendo que investiguemos a los grupos okupas de Ibiza? No creo que sean muchos, la verdad. – dijo Álvaro.

– No solo de Ibiza, no tienen por qué ser locales. Pueden haber venido de fuera, ¿no? – dijo Eva.

– ¿Y qué buscamos exactamente? – preguntó Sabino. – Debe haber miles de grupos okupas repartidos por el país.

– Si ponemos a las BAC en ese contexto, debemos buscar grupos que lleven mucho tiempo afincados en algún sitio, que lo consideren su territorio. También deben ser autosuficientes, que tengan algún tipo de ingreso, ya sabéis, vendiendo fanzines, o realizando labores que puedan servir para recaudar dinero. No creo que anden con trapicheos de drogas, pero también se podría investigar por ahí. ¡Ah, otro punto a tener en cuenta! El líder. Lo normal es que sea un hombre, joven y con estudios superiores. Seguramente es el único del grupo que nunca ha sido detenido por enfrentamientos con la autoridad, suelen quedarse al margen. – comentó Diego.

– Joder, hemos pasado de sospechar de una mafia internacional a que los asesinos puedan ser unos okupas. Vale que no podamos descartar nada, pero Diego, antes de poner en marcha un operativo para investigar algo así tendremos que tener un motivo, ¿no crees? Una corazonada o que hayas recordado una clase magistral no lo justifica. – dijo Sabino, un tanto crítico con su compañero.

– Creo que Diego lo dice por la componente social que puede haber detrás. Tal vez el asesinato de Castro sea un ajusticiamiento. Ya hemos hablado de esa posibilidad. La indignación puede ser el motivo, los okupas intentan vivir de otra forma, dentro de nuestra sociedad, pero intentando cambiar las normas establecidas. Expongamos la teoría en la reunión y a ver que dicen los jefes. ¿Volvemos a Tahití? – propuso Eva, apagando su cigarrillo.

– Venga vamos. Aquí comienza a hacer calor, y eso que solo son las nueve y cuarto de la mañana. – dijo Álvaro, consultando su móvil.

Los cuatro investigadores se dirigieron a la sala, donde prepararon la información que iban a compartir con sus superiores. Tras un buen rato poniendo en común las conclusiones de los interrogatorios y los análisis de las imágenes de las cámaras de seguridad, se pusieron a trabajar por su cuenta.

Sabino andaba de un lado a otro de la sala, a la par que revisaba algunos de los documentos que les habían entregado, de tanto en tanto paraba y se rascaba la barbilla con su mano derecha.

Eva había conectado su portátil al proyector e introdujo el código para conectarse, quería tener todo preparado antes de comenzar. Abrió el documento donde tomaba las notas sobre el caso y añadió un nuevo punto a tratar en la reunión, al final. No supo cómo especificarlo, así que simplemente escribió “¿Okupas?”.

Álvaro estaba fuera hablando por teléfono, finalizó la llamada y entró en la sala.

– Bueno, ya tenemos la documentación del caso Durruti. Mis colegas le han echado un vistazo rápido y de momento nada que ver con lo que nos hemos encontrado aquí. Los Durruti tenían pensado cargarse a la gente mediante bombas. – explicó Álvaro a sus compañeros. – Os he reenviado la información a vuestro correo.

Diego levantó su mano derecha con el pulgar hacia arriba, sin decir nada. Mientras tanto, conectó su portátil a la reunión virtual. Aún era pronto, faltaba casi media hora para el comienzo de la reunión, pero ya aparecían varias personas conectadas.

El inspector pasó ese tiempo leyendo algunos de los documentos que le acababa de enviar Álvaro. Alguno de los nombres de los dieciocho detenidos en el caso Durruti le resultaron familiares. Buscó en su ordenador y comprobó que dos de los detenidos fueron encarcelados años después por acumulación de delitos contra la propiedad privada. En la lista también figuraba una chica que se apellidaba Marín, pero no tenía vínculos familiares con los interrogados en Barcelona. Eran doce hombres y seis mujeres, repasó las fotos de los detenidos hasta que creyó identificar al líder del aquel grupo. Se trataba de un chico delgado, con el pelo largo y rizado, gesto tranquilo y mirada fría. Buscó su ficha policial. Un par de detenciones por desacato a la autoridad. Su expediente académico era bueno, había finalizado una ingeniería Química en una buena universidad. Había recibido varias becas.

No pudo evitar distraerse cuando Eva pasó frente a él. Sus ojos la siguieron de forma autónoma, fijándose de nuevo en aquella segunda piel que rodeaba sus piernas y su trasero. Tras la breve interrupción, Diego volvió a concentrarse en aquel joven. Volvió a mirar las fotos donde aparecía con la mirada fría, distante. Prosiguió con la lectura del informe policial donde no había referencias al jefe o líder de la banda.

Eva volvió a entrar en la sala y les dijo que era la hora, que debían unirse a la reunión.

Diego volvió a mirar su ordenador, había un total de diez personas conectadas. Álvaro conectó sus auriculares al portátil y realizó la llamada para unirse a la reunión.

Tras introducir el código de la conferencia y la contraseña, un par de pitidos anunciaron la conexión y comenzó a oír el murmullo de las personas que estaban al otro lado. Algunos de los asistentes se encontraban en una sala pequeña, dedujo Diego, por el ruido ambiente y la claridad del murmullo que salía por los altavoces.

– Buenos días, señoras y señores. – dijo una voz grave. – Soy el comandante Gracia.

– Buenos días, señor. – contestó Eva.

– Hemos convocado esta reunión para hablar de los resultados de la autopsia y de las pistas encontradas en la escena del crimen. Desde sus despachos nos acompañan el doctor Castellanos, forense y el doctor Arrieta, experto traumatólogo y forense, ambos estuvieron presentes en la autopsia de la víctima. También tenemos en la sede de la Ertzaintza al subcomisario Azpeitia y a una experta forense, la doctora Aguirre. Desde Barcelona nos acompañan el intendente Pérez y la inspectora Fernández. Como sabrán ustedes, tenemos desplazado a un equipo de investigadores en Ibiza. Está formado por Morales, de la Guardia Civil, Muguruza, de la Ertzaintza, González de los Mossos y Pons de la Policía Nacional. – continuó Gracia.

– Hola, buenos días a todos. – saludó alguien con marcado acento vasco.

– Egun on. – respondió Sabino en euskera.

Diego hizo el cálculo. No era complicado… El inspector comprobó de nuevo la pantalla de su ordenador y vio que seguía mostrando doce personas conectadas a la presentación de Eva. Gracia iba a comenzar a hablar de nuevo cuando Diego le interrumpió.

– Perdone señor. – dijo Diego con tono alto y claro, para que fuese oído sin problemas. – Creo que falta alguien por saludar. Según mi ordenador hay doce conexiones y he contado once personas en la presentación.

Alguien carraspeó al otro lado del teléfono y se produjo un tenso silencio de unos diez segundos. Tanto Eva como Álvaro miraron a Diego con cara de sorpresa y después dirigieron sus ojos hacia sus monitores. Sabino fue más directo.

– Buenos días, ¿podemos saber quién es la persona que aún no se ha presentado? Creo que deberíamos saber su identidad. – dijo Sabino sin reparos.

– Hola, buenos días, señoras, señores… – dijo finalmente una voz ronca, que resultó familiar a los cuatro investigadores. – Ejem, Carlos Santamaría, secretario de Estado de Interior. Estoy aquí como representante del gobierno. Algunos de ustedes ya me conocen.

– Representante del gobierno… – repitió Diego en su cabeza.

Se preguntaba si era normal que alguien del gobierno estuviese tan encima de la investigación del crimen de un civil.

– ¿Por qué hay un representante del gobierno en una reunión para la investigación de un crimen? – dijo Sabino, adelantándose a Diego, que iba a preguntar lo mismo. – Por desgracia, he participado en investigaciones de asesinatos relacionados con terrorismo etarra e incluso ayudé en la investigación del 11-M. En ninguna de ellas hemos tenido el honor de contar con un miembro del gobierno. Perdone que sea tan directo, pero no entiendo el motivo de su presencia en esta reunión.

Nadie esperaba una pregunta tan concisa, y nadie parecía querer contestar hasta que el superior de Sabino, se dirigió al resto de los reunidos.

– Sabino, soy Azpeitia. Ander Azpeitia. Hay un representante del gobierno en esta reunión; y, corríjanme señor si no estoy en lo cierto, debido a la relevancia de la persona asesinada. – comenzó a explicar el superior de Sabino, que realizó una breve pausa antes de continuar. – Castro fue hace años una pieza clave en el gobierno del país, aunque posteriormente haya sido relacionado con delitos de corrupción. Hay un alto nivel de preocupación entre otros miembros de la clase política por la crudeza del crimen. El gobierno ha pedido que no haya intermediarios en el transcurso de la investigación, quieren hilo directo y noticias de primera mano, así que, desde todos los cuerpos implicados en la investigación, tenemos el acuerdo de informar al señor Santamaría de cualquier novedad que tengamos.

Aquella explicación generó aún más dudas a Diego, que buscó a Sabino con la mirada. Quería ver su expresión. La cabeza gacha con los ojos mirando hacia el suelo y la ceja medio levantada de su compañero delataban obediencia forzada, acatamiento de una orden no expresada con las palabras, pero si en el tono.

El prolongado silencio fue interrumpido de nuevo por el superior de Sabino.

– ¿Alguna pregunta o comentario más? – concluyó Azpeitia, usando un tono que invitaba precisamente a no hacerlo.

Transcurrieron unos segundos quebrados tan solo por algún que otro carraspeo de Santamaría. Parecía que no, que no iba a haber ninguna intervención más. En voz alta, desde luego, no, ya que por la forma en la que se miraron los cuatro investigadores, todos parecían pensar lo contrario.

Diego levantó una ceja. A juzgar por lo que acababa de escuchar, alguien quería estar bien informado sobre aquella investigación. Tal vez todo aquello indicaba más preocupación por la integridad física o legal de algún grupo de personas, que por la resolución del crimen…

Santamaría agradeció las explicaciones de Azpeitia, e invitó a proseguir con la reunión. Añadió en un tono amable que no se había presentado para no molestar. Pidió disculpas. A renglón seguido, Gracia pidió a los doctores que le acompañaban que comenzaran la exposición de los resultados de la autopsia.

– Buenos días, soy el doctor Arrieta. – dijo un hombre de avanzada edad. – Según nuestras conclusiones, podemos decir que el señor Castro fue asesinado en su domicilio entre las veinte y las veinte treinta. La temperatura del cuerpo y el grado de coagulación de las heridas corroboran la hora de la muerte. Pensamos que no debe haber mucho error en nuestra apreciación, ya que, debido al corte de luz, el aire acondicionado llevaba como mínimo una hora sin funcionar y encontraron el cuerpo sin vida a la mañana siguiente cuando aún no apretaba el calor. La autopsia ha desvelado que su sangre contenía un nivel bastante elevado de alcohol, además de antidepresivos. A continuación, les mostraremos algunas fotos. Manuel, cuando quieras.

– Si no les importa, tomo el control de la presentación. Les advierto que las fotos son un poco impactantes. – avisó el doctor Castellanos.

Una imagen apareció en sus monitores, se trataba de la cabeza de Castro. Flechas de colores indicaban donde había recibido los impactos. Castellanos explicó que, por la cantidad de golpes, sus direcciones y la diferencia en la fuerza aplicada, dos personas diferentes, una usando su mano derecha y la otra la izquierda habían sido los responsables de la muerte.

– No hemos encontrado rastro alguno de huellas dactilares en ninguna de las bolas de billar usadas como arma homicida, ni en los tacos de billar ni en la escena del crimen. Tampoco epiteliales, lo que indica que es más que probable que los asesinos posiblemente usaban guantes. – continuó Castellanos.

El forense prosiguió con la explicación mostrando una nueva foto. Se trataba de un primer plano de las palabras escritas en la espalda de la víctima. Por el ancho de los trazos y la morfología de las letras, aseguraba que lo había escrito alguien con su mano izquierda, pero no tenían la certeza que fuese realmente zurdo, debido a la inclinación anormal de las letras B, P y T.

Castellanos continúo hablando de las heridas de la nuca y el ano. La autopsia había confirmado que se produjeron una vez muerto, con trozos del mismo taco de billar. La parte de abajo la habían introducido en el recto de Castro y la parte superior, la habían clavado en su nuca. No había huellas en el taco, pero si habían encontrado restos de algunas sustancias que habían sido analizadas.

El forense Castellanos dio paso a su colega Aguirre, para que continuara la explicación.

– Hola. Hemos conseguido aislar varias sustancias diferentes en el taco de billar. Desde talco a restos de bebidas. Pero hay una sustancia que no conseguíamos identificar, nos ha dado bastante más trabajo del que pensábamos. El análisis detallado de dicha sustancia ha revelado que se trata de ceniza. Cenizas humanas, más concretamente. Hemos contrastado los resultados en nuestra base de datos, cruzado los resultados con otras agencias, incluso el Scotland Yard y la CIA lo confirman. Podemos decir casi con toda seguridad que las cenizas provienen del crematorio de un cuerpo humano. La cantidad encontrada en el palo es mínima. También hemos encontrado transferencia del mismo tipo de ceniza en una de las bolas de billar y en la ropa que llevaba la víctima. Son restos minúsculos, pero idénticos. – dijo Aguirre sin hacer ni una pausa para tomar aire.

Hubo un pequeño rumor. Varias conversaciones en voz baja se oyeron al unísono por los auriculares. Diego no dijo nada, prefirió mantenerse al margen, esperando que todo volviese a la normalidad. Cenizas humanas. Pensó que era alucinante.

– Tengo una consulta… – intervino Eva. – ¿Se puede aislar el ADN de la ceniza encontrada?

– No. – respondió Aguirre tajante. – Es imposible encontrar restos de ADN en esa clase de cenizas. Tengan en cuenta que los hornos crematorios que se usan para incinerar personas alcanzan temperaturas superiores a los ochocientos grados centígrados. Ninguna célula animal o vegetal sobrevive a esas temperaturas.

– Entonces, ¿de dónde han podido salir las cenizas? – preguntó el intendente Pérez. – ¿Han comprobado si en casa de la víctima había restos de algún familiar o si se han esparcido cenizas alguna vez en la finca en algún entierro o ceremonia similar?

– Pues sí, lo comprobamos a raíz del hallazgo y, según los familiares de la víctima, no había ninguna urna con cenizas en la casa, ni se ha celebrado ninguna ceremonia de ese tipo en la finca. Son más tradicionales, ya me entienden. – replicó Gracia.

Diego miró a Eva. Habían hablado con los familiares de la víctima sobre las cenizas encontradas, pero ellos no sabían nada. Por la cara de sorpresa de la capitán, dedujo que ella también se acababa de enterar.

– ¿Alguna pregunta más sobre la autopsia? Lo comento porque deberíamos avanzar en la reunión. – intervino Eva.

– Tan solo añadir que el informe completo ha sido enviado a las cuentas de correo electrónico que nos facilitaron, y que también les hacemos llegar los números de teléfono de nuestros expertos forenses por si tienen alguna duda. – finalizó Gracia.

– Bien, gracias. – respondió Eva. – Tras haber revisado las grabaciones de los interrogatorios hechos a los detenidos en Barcelona creemos que pueden ser puestos en libertad esta misma tarde. No hemos podido encontrar ni demostrar vínculo alguno con los hechos que investigamos. Creo que Álvaro puede explicarnos lo que hemos conseguido en los rastreos informáticos realizados con la colaboración de algunas agencias de investigación de otros países. Cuando quieras.

– Vale, tomo el control de la presentación. – dijo Álvaro mientras manejaba dos portátiles a la vez. –  Hemos contado con la ayuda de algunas agencias extranjeras. Básicamente, la CIA, el Mossad, Scotland Yard, y el grupo #FreeHacking. Estos últimos, por si no lo saben, son un grupo de hackers independientes que suelen trabajar para el gobierno americano, no siempre con fines que todos aprobaríamos. Les pedimos que prestaran atención a una serie de movimientos en la red, indicadores que pueden dejar entrever actividades anormales. Entre estos indicadores están las transacciones económicas, incluidas monedas virtuales como los BitCoins o transferencias a paraísos fiscales. No han encontrado nada fuera de lo normal.

Diego observaba a Álvaro y sonrió ligeramente. Repitió para sí mismo aquella última frase. Nada fuera de lo normal. O sea, que alguien tenía los medios necesarios y se encargaba de monitorizar el flujo de dinero, por ejemplo, a paraísos fiscales. Estaba convencido de que incluso conocían la procedencia, pero aquello se consideraba normal. Suspiró y continuó mirando al experto informático.

Álvaro acompañó su explicación con una presentación animada donde mostraba los rastreos realizados; también incluyó una lista de bancos generalmente implicados en blanqueo de dinero o pagos de mafias, y ninguno presentaba ninguna actividad fuera de lo normal, tal como lo había calificado antes. Las cantidades de dinero eran extraordinariamente altas.

Diego pensó que tal vez la transacción realizada por el pago de aquel crimen podía ser insignificante comparada con el volumen de aquellos movimientos… Quizá pasaba desapercibida entre aquellas cifras mareantes.

– También hemos rastreado llamadas, SMS, emails, redes sociales… Incluso han conseguido rastrear navegación por páginas ocultas tras Tor, un firewall invulnerable. – explicó Álvaro haciendo una pausa para dar un trago a una lata de Coca-Cola. – Tor es un sistema reconocido por su seguridad, aseguran que es imposible rastrear el tráfico web tras sus servidores. El incremento de la actividad ha sido posterior a la filtración del anuncio de la causa de la muerte. Cuando se ha hecho público que Castro había sido asesinado, miles de cuentas de Twitter, Facebook y WhatsApp han escrito comentarios que podríamos clasificar como poco apropiados. Hashtags como #CastroCorruptoMuerto y #CastroYaNoRobaMas fueron trending topic ayer, ¡a nivel mundial! Hubo centenares de miles de mensajes. Pero lo que más nos sorprende es que ningún grupo, nadie ha reclamado la autoría del crimen. Tampoco hemos encontrado vínculo alguno entre perfiles amenazadores y lo ocurrido aquí. Hemos hecho seguimiento de usuarios que habían publicado mensajes bastante fuertes, borrados a posteriori, incluso cuentas cerradas a continuación de la publicación de algún Tweet. Algunos padres han descubierto la actividad en las redes sociales de sus hijos tras este suceso y, dada la repercusión, han obligado a sus hijos a borrar sus cuentas.

En la pantalla aparecieron varios mensajes de Twitter y Facebook, así como extractos de conversaciones de WhatsApp, donde se podían leer los textos que había mencionado Álvaro, que continuó su narración.

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