BAC

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Capítulo 9

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Where the streets have no name. Cuando escuchó esa canción de U2, Eva dejó de buscar, cerró las ventanillas del coche y bajó un poco el volumen del aparato de radio. El aire acondicionado ya comenzaba a enfriar el habitáculo. Diego lo pudo apreciar enseguida, cuando vio de reojo como se marcaban los pezones en la camiseta sin tirantes de Eva.

Ella hizo como que no lo había notado. Tampoco dijo nada cuando notó que Diego le seguía con la mirada en el hotel, o cuando la miraba intentando pasar por el agujero de la valla. No le parecía mal, le gustaba que la mirasen. No era una presumida, pero tampoco una puritana. Sabía que aquel pantalón le quedaba perfecto, por eso se lo había puesto aquella mañana, y por el mismo motivo había elegido una camiseta sin tirantes, donde sus hombros destacaban. Bueno, sus hombros y sus pechos.

Unos pechos perfectos, pensaba Diego. No muy grandes, pero redondos y turgentes. No pudo evitar soltar un pequeño suspiro.

Eva no se había puesto sujetador, quería ver la reacción de Diego. Había notado que prestaba más atención a su culo. Sonrió, a la vez que cambiaba de nuevo de emisora. No soportaba el reggaetón ni los repetitivos ritmos de la música disco.

– A quinientos metros, continúe por la ce, e, setecientos treinta y tres. – le avisó la femenina voz robótica del GPS.

Eso hizo, mientras sonaba una canción de La oreja de Van Gogh cuyo título no recordó, pero que tarareaba en voz alta. Después permaneció en silencio, durante algunos minutos, con la mirada al frente, pensativa.

– Sabes, quizás tienes razón… – dijo de repente Eva, apartando aquellos pensamientos banales de su cabeza y volviendo al caso.

– ¿Sobre qué? – respondió Diego, que iba mirando el paisaje, distraído, como ausente.

– Sobre los asesinos, y sobre la implicación de alguien del gobierno. ¿Te has fijado en la media de edad de los investigadores principales del caso? Estará sobre los treinta y pocos, si no me equivoco. ¿No había nadie con más experiencia disponible para el caso? – continuó Eva. – No digo que no estemos preparados, al contrario, pero es curioso que no hayan pensado en gente más veterana para resolver el caso, o al menos una mezcla de experiencia y juventud, ¿no te parece? Cuando me lo ofrecieron, lo vi como el caso soñado, una oportunidad para progresar en mi carrera profesional, pero pensándolo fríamente, mi jefe tiene a gente con más años en el cuerpo delante de mí en su lista de ascensos, tenlo por seguro.

Diego no pudo hacer otra cosa que asentir, ya que Eva estaba lanzada.

– Es lo que decías antes. Lo he estado meditando y pueden ser las dos cosas, solo ellos sabrán el verdadero motivo por lo que hemos sido escogidos. Quizás confíen en la sangre nueva, al fin y al cabo, tenemos mejor formación que muchos de los veteranos. No sé cómo será en los Mossos, pero en mi cuerpo, los investigadores jóvenes suelen tener como mínimo una carrera universitaria y después tienen que presentarse a unas oposiciones para entrar en el cuerpo. Mientras tanto, las viejas glorias que llevan toda la vida en el cuerpo ascienden por la experiencia más que por conocimientos. No digo que no lo merezcan, pero es obvio que tienen menos preparación… – Eva paró un momento a respirar y preguntó a Diego. – ¿Vamos bien para el restaurante?

– Sí, vamos bien, según el GPS quedan dieciocho minutos, hay que seguir por esta carretera trece kilómetros más. – respondió Diego a la última pregunta. – Y sí, quizá tengamos algo de razón en nuestras dudas, pero no creo que podamos preguntar los motivos a nuestros superiores. Sea porque confían en que lo resolvamos o precisamente lo contrario, si preguntamos, nos ponemos en evidencia. Creo que lo más razonable es continuar y hacerlo lo mejor posible, ¿no te parece?

– Sí. – respondió Eva, respirando hondo. – Tienes razón, por cierto, cuando lleguemos tengo que llamar a mi superior para saber si hay alguna novedad e informar de las conclusiones de nuestra reconstrucción. Tenemos que insistir en lo de las cenizas y el sudor, es muy raro que no haya ningún tipo de transferencia.

– Yo también tengo que llamar a mi jefe. Desde luego, sí que es raro, lo de las cenizas puede ser clave, hay que llamar a los forenses y consultarlo. – dijo Diego, mientras miraba de nuevo el paisaje y leía una indicación hacia una playa nudista.

Eva también había visto la señal y sonrió de nuevo. Se moría de ganas de ver a Diego desnudo…

– Pues aprovecha ahora, pero en lugar de molestar directamente a los forenses, mejor llama a Álvaro y que lo hable cuando llegue, igual ya está de camino a Madrid, ¿no te parece? – propuso Eva, ajustándose las gafas de sol.

Diego llamó a Álvaro y le hizo un rápido resumen de las conclusiones a las que habían llegado tras reconstruir los hechos. Hizo especial hincapié en el tema de las cenizas y le pidió también que buscara información sobre tela que impidiese la sudoración o que limitase la transferencia. Su compañero de investigación le contestó que ya estaba enviando las preguntas a su equipo para que fuesen trabajando y que también lo consultarían con los forenses. Volverían a hablar en cuanto tuviese alguna información que compartir.

– ¡Hecho! – dijo Diego colgando el teléfono y mirando a Eva.

Continuaron charlando sobre la reconstrucción de los hechos y las dudas que mantenían, hasta que el GPS les indicó el desvío hacia el restaurante.

– ¡Joder!, que casualidad… – pensó Diego.

El restaurante al que iban a comer estaba junto al camino que llevaba a la playa nudista. Aparcaron el coche en una zona techada situada en un lateral del restaurante, buscando algo de sombra.

Eva permaneció dentro del coche hablando con su jefe. Diego salió y buscó cobijo bajo la sombra de un árbol, a unos metros de distancia.

La batería del móvil solo se había cargado hasta un dieciocho por ciento. Suficiente para llamar a Olga, pensó Diego, mientras marcaba su número y se echaba el pelo hacia atrás.

– Hola, ¿cómo estás? Bien, ¡me alegro! Aquí en la puerta del restaurante, a comer algo ligerito y seguir currando. – dijo Diego a Olga.

– Muy bien, una ensalada fresquita, ¿no? – Olga sabía que Diego tenía un estómago bastante fácil de contentar. – ¿Alguna novedad sobre el caso? He supuesto que no, ya que no has llamado.

En la última frase, Olga había usado una entonación ligeramente diferente, llevaba implícito otro mensaje…

– No me has llamado, ¡capullo! – tradujo Diego en su mente.

– Hemos estado en la finca tratando de reconstruir los hechos. Según hemos deducido, los asaltantes debían ir con guantes y el cuerpo cubierto de ropa, incluso la cara, ya que no hay rastro de sudor en toda la escena del crimen. Sí, estoy con Eva, está en el coche hablando con Gracia. – contestó Diego a las preguntas de Olga. – La verdad es que no parece mala tía, un poco seca y distante al principio, pero tras charlar un rato se ve maja.

– ¿Maja? – pensó Olga.

Hubo un tenso silencio, de tan solo unos segundos. Diego esperó que Olga continuase, ya que quería escuchar su tono de voz.

- ¿Cuándo tienes previsto volver? – preguntó Olga, intentando aparentar normalidad.

– No lo sé, pero cuando hable con Pérez te lo hago saber al instante, serás la primera en saberlo. – contestó Diego. – Tengo ganas de ir al japonés y darme un baño en tu piscina…

Diego comprobó que Eva salía del coche y le hacía una señal para indicarle que entraba al restaurante. Diego le respondió con el pulgar hacia arriba, haciéndole saber que la había entendido y continuó hablando unos minutos más con Olga.

Olga, que normalmente era una persona segura, se sentía extraña. No era por la distancia, ni por el caso, era el hecho de tener a Eva de nuevo en su entorno. Su presencia le provocaba nerviosismo, le alteraba.

Diego se despidió con un cariñoso “hasta luego, nos vemos pronto”, que sonó como música celestial en los oídos de Olga. A continuación, le mandó un sonoro beso a través del micrófono.

No eran novios, más bien compañeros y amantes, pero su vínculo había ido creciendo a lo largo del corto periodo de tiempo que llevaban juntos. Diego estaba indeciso, los compromisos no eran lo suyo, pero tampoco Olga demostraba demasiadas ganas de elevar aquella relación a un noviazgo. Además, a veces tenía la sensación de que Olga basaba la relación en el sexo.

Suspiró profundamente, guardó el móvil en su bolsillo derecho y entró al restaurante. Le costó ver a Eva, que estaba sentada en una mesa para dos personas en un lateral del amplio salón de comidas.

– ¿Te importa echarle un ojo? – dijo Eva mientras le señalaba su bolso a Diego. –  Voy un momento al baño.

Diego asintió mientras ella se levantaba y se ajustaba el pantalón andando en dirección al cuarto de baño. No pudo contener un sonoro suspiro, mientras una joven rubia con el pelo recogido con un moño se acercó a limpiar la mesa. Colocó los manteles de papel, cubiertos nuevos, dos copas y dos cartas de menú en un instante. Unos bonitos ojos azul grisáceo buscaron los suyos.

– Hola, soy Ruth, seré vuestra camarera hoy. – dijo la joven con simpatía luciendo una sonrisa de oreja a oreja. – Aquí tienen la carta, ¿tomo nota ahora o prefieren que pase dentro de unos minutos?

– Hola. Si no te importa, creo que esperare a mi acompañante. – le dijo Diego. – ¿Me puedes traer una clara sin alcohol?

– Claro que sí, ¡ahora mismo! – contestó la camarera sin perder la sonrisa.

Al cabo de unos minutos, con Eva ya en la mesa, la camarera se acercó de nuevo y tomó nota de los pedidos. Una ensalada completa para compartir, merluza a la plancha para Diego y lenguado con gambas para Eva, todo ello acompañado de un vino blanco de la casa.

Durante la comida, conversaron sobre trabajo, pero también abordaron temas personales. Diego supo que Eva era la pequeña de su familia. Provenía de una familia bien situada. Su padre, ya retirado, había sido capitán del ejército del aire y su madre profesora universitaria, filosofía griega, nada menos. Tenía tres hermanos varones, todos trabajando en el ejército, dos en el ejército del aire como su padre, el mayor de todos, en la marina. Ella fue la única que cursó una carrera civil, económicas, para acabar seducida por la Guardia Civil, en su cuerpo de investigación criminal. Hacía poco que había finalizado la carrera de criminología, especializándose en la lucha antiterrorista.

Allí fue donde conoció a Olga, pero evidentemente, Eva evitó mencionar ese pequeño detalle a Diego. Su estado actual, soltera y sin compromiso fue insinuado, al menos en un par de ocasiones, por si no quedaba claro…

A Diego, el vino también le había soltado un poco la lengua. No solía dar detalles de su vida a sus compañeros, pero la charla distendida le invitó a hacerlo, se sentía cómodo. Le contó a Eva que era hijo único de padres separados. Se había criado con su madre, trabajadora en una imprenta, en un barrio obrero de Barcelona. Que su infancia transcurrió en las calles de aquel barrio, casi sin darse cuenta. También le explicó que había estudiado telecomunicaciones en Barcelona y después vivió casi un año en Suecia, donde trabajó para una empresa multinacional del sector electrónico. Allí mejoró su inglés y aprendió algo de sueco. Había llegado a los Mossos de rebote, por Ramón, un amigo suyo. Ramón se había presentado a dos convocatorias para entrar en el cuerpo, consiguiéndolo en el segundo intento, pasando a formar parte de la sección de tráfico. Diego le ayudó a estudiar la primera vez, y dada su facilidad para memorizar los temas y que se encontraba sin empleo, se apuntó a la segunda convocatoria. Fue el segundo de su promoción, al cabo de dos años entró a formar parte de la brigada criminalística bajo la tutela de Pérez, su mentor.

– Me tienes que contar como lo hiciste para pillar al asesino del trece. – dijo Eva, algo achispada.

Diego no solía hablar de ello, pero tuvo un papel primordial en la detención del asesino en serie más sanguinario de la historia reciente en España. Ese había sido unos de los motivos por los que era parte del equipo de investigación. No le gustaba hablar del que bautizaron como el asesino del trece, no fue fácil ni agradable ser parte del equipo de investigadores que trabajó en aquel macabro caso.

– Venga, no te hagas de rogar… – insistió Eva.

– ¿Qué quieres que te cuente? – preguntó Diego, huidizo. – Todo el mundo sabe lo ocurrido. Seguro que has oído o leído la historia de ese tarado alguna vez. Joder, se tiraron meses hablando de aquel cabrón en la prensa…

– ¡Pero debe ser más emocionante escucharlo en boca del investigador que lo pilló! – susurró Eva, guiñándole su ojo derecho.

– Otro día, no tengo ganas. – se excusó Diego, acabando su copa de vino.

Eva no insistió más. Era evidente que a Diego no le gustaba recordar aquel tema ni presumir de sus logros, cosa que apreció. Acabó su copa y se puso a juguetear con su encendedor. Aprovechó la llegada del camarero para cambiar de tema. Charlaron distendidamente sobre terrorismo internacional mientras tomaban el café.

Después del café, Diego se acercó a pagar la cuenta y se dirigió al cuarto de baño. Unos turistas medio borrachos que salían del lavabo riéndose a carcajadas, le pararon y le dijeron algo antes de entrar, pero Diego no entendió nada. Sencillamente, no hablaba alemán. Abrió la puerta del lavabo y descubrió a un muchacho de unos veinte años tumbado boca abajo en el suelo, casi inconsciente.

Le ayudó a levantarse y le puso la cabeza bajo el grifo, tratando de espabilarlo. Estaba completamente ebrio. Salió del cuarto de baño y pidió ayuda a uno de los camareros. Con el turista bajo los cuidados del camarero y unos amigos que acudieron a echar una mano, Diego orinó tranquilamente. Estaba medio mareado por el calor y el vino. Necesitaba que le diera el aire.

Eva le esperaba en la calle, apurando un cigarrillo. Diego se disculpó por la tardanza y le explicó lo ocurrido en el cuarto de baño.

– ¿Sabes? Estoy un poco mareada, casi no he descansado estos días y el vino era un poco peleón. ¿Te apetece ir un rato a la playa? – preguntó Eva a un sorprendido Diego.

– No traemos toalla ni bañador… – replicó Diego.

– Ya me he encargado de eso. – dijo Eva mostrando una bolsa que había dejado a su lado y señalando hacia la esquina, donde había una tienda de souvenirs. – He comprado dos toallas grandes y una botella de agua fresca mientras te esperaba. Me han dicho que no hace falta bañador…

Eva terminó la frase guiñando el ojo a Diego, que no supo que contestar ni cómo reaccionar. No estaba seguro de haber entendido lo último que le había dicho la mujer que tenía al lado…

– ¿Vamos? – le preguntó Eva, mientras le daba la bolsa a Diego.

No pudo negarse, Eva ya había comenzado a andar. En el camino hacia la playa se cruzaron con varios grupos y parejas, casi todos con pinta de jubilados alemanes.

Bajaron por un pequeño risco hacia una cala de arena fina, donde Diego atisbó varios bañistas y gente tumbada tomando el sol, desnudos. Eva le estaba llevando a una playa nudista.

Ella anduvo unos metros hasta una zona donde también había sombra y extendió su toalla, a la que sacó la etiqueta, que metió en la bolsa de plástico. Acto seguido, se sentó sobre la toalla y comenzó a bajarse los tejanos. El minúsculo tanga negro pasaba casi desapercibido. Se quitó la goma de la coleta, con naturalidad, se sacó la camiseta y dejó al aire unos pechos perfectos. Guardó la ropa doblada y su bolso en la bolsa de plástico de la tienda de souvenirs, se puso en pie y se quitó el tanga, que introdujo también en la bolsa.

Diego, que se había sacado la camisa y los pantalones, sin saber dónde mirar, seguía sentado en su toalla cuando Eva se plantó de pie, frente a él, desnuda, con su pubis completamente rasurado a la altura de sus ojos.  Le dijo que iba a darse un baño. Fueron un par de segundos, suficientes para que Diego viera que Eva no tenía las típicas marcas de bikini en su piel bronceada. Tampoco pasó desapercibido para sus ojos el pequeño cordón blanco que colgaba entre las piernas de Eva.

– Vale, ahora voy. – respondió Diego.

Se había quedado sin palabras, impresionado. Eva era bellísima. La siguió con la vista mientras se introducía en el agua. Eva se zambulló y comenzó a nadar en dirección al horizonte, con brazadas largas

Diego se desnudó del todo y fue a darse un chapuzón rápido, para despejarse. Eva continuaba nadando, bastante apartada de la orilla.

Volvió a la toalla y se tumbó boca abajo, secándose al sol. Minutos después observó cómo Eva salía del agua y escurría su cabellera rubia. Un par de veinteañeros desnudos que jugaban a las palas en la orilla hicieron una pausa cuando la vieron pasar a su lado, dedicándole unos cuantos piropos con inglés de chiringuito. Evidentemente, la habían tomado por una turista.

Eva, indiferente, se dirigió hacia su toalla. Diego no pudo evitar notar como su miembro se hinchaba, experimentando una erección casi inmediata. Era como haber visto a una Bo Derek contemporánea saliendo del agua y sentándose a su lado.

– Le da un aire a Scarlett Johanson, pero Eva es más guapa. – pensó Diego.

Se sintió como un adolescente, ruborizado, sin poder mirarla, le comentó a Eva que tenía mucho estilo nadando. Estaba un poco nervioso.

– ¿No te lo he dicho antes? – dijo Eva mientras se sacudía el pelo y se tumbaba en la toalla, boca arriba. – Estuve a punto de clasificarme para el equipo olímpico de natación hace unos años, poco antes de entrar en la universidad. Cuatrocientos metros estilos... Era buena, pero una lesión en el brazo lo impidió.

De repente, Eva se giró hacia Diego, tumbada de medio lado en la toalla, mostrándole sin tapujos todo su cuerpo desnudo. Apoyó su cabeza en su mano, recostada sobre el codo.

Eva intuyó el motivo por el que Diego no se daba la vuelta. Pudo comprobarlo al ponerse de medio lado. Observó cómo Diego apretaba su culo al verla desnuda tan cerca. El gesto tenso del rostro de Diego le resultó divertido.

Ella se acercó al filo de la toalla y le tocó el hombro, la cicatriz. Era lo que le faltaba a Diego, que intentó por todos los medios eliminar de su mente lo que su subconsciente animal estaba transmitiéndole. Por un momento pensó en acercarse a ella, besarla, acariciar aquella piel dorada… Eva le estaba lanzando señales... ¿o no? Quizás estaba malinterpretando a su compañera de investigación. No podía hacerlo, estaban en un sitio público. Además, ¿qué pasaba con Olga? Sabía que no estaba bien, así que intentó evitar aquella situación hablando de la causa de aquella cicatriz, ahora tenía una excusa. Estaba hecho un lío.

– Es una herida de bala. – contestó Diego, evitando mirarla. – Hace cuatro meses me disparó un traficante de droga mientras lo seguíamos en un centro comercial de Girona. Era un puro trámite, un seguimiento rutinario, pero al cabrón se le cruzaron los cables y comenzó a disparar. Vació el cargador entre la multitud. Me hirió a mí y mató una pobre mujer que pasaba por allí.

– Hijo de puta. – contestó Eva, tumbándose boca abajo y mirando hacia el mar. – ¿Lo conseguisteis detener?

– Sí, mi compañero lo hirió en el estómago y pudo reducirlo. Aún está pendiente de juicio. –  contestó Diego. – Yo estaba retorciéndome de dolor, ¡no pude hacer nada! No es como en las pelis, ¿sabes? Cuando hieren al protagonista, que incluso así se levanta y consigue matar al malo de turno. Es tan irreal que da risa. Se nota que los que escriben esas historias no han recibido nunca un disparo. ¿Te han disparado alguna vez?

– No, de momento me he librado. – respondió Eva, volviendo a mirar la cicatriz.

Pensar en temas dolorosos y desviar la mirada del cuerpo de Eva estaba surtiendo efecto. Diego se giró hacia Eva, no pudo evitar detener sus ojos en aquel trasero, parecía esculpido en bronce.

– Bueno, me voy a dar un baño. – dijo Diego levantándose con su pene aún un poco morcillón y haciendo un esfuerzo por no mirárselo. – ¿Te vienes?

– No. – contestó Eva, mirando con descaro el pene de Diego. – Prefiero tumbarme a tomar el sol un rato, ya he tenido suficiente, quizás más tarde.

Adelantó su toalla unos metros y se tumbó boca arriba, cerrando los ojos para tomar el sol relajada.

Diego se fue hacia el agua pensando si Eva habría notado que su pene aún no estaba fláccido del todo, entró corriendo y se tiró al agua, nadando junto a la orilla.

Eva se había dado la vuelta para ver como Diego volvía del agua. Quería verlo venir de frente, desnudo. Dio un repaso de arriba abajo por toda su anatomía, para acabar centrándose en una zona específica, que oscilaba de lado a lado a cada paso que daba. Había menguado un poco, pero su tamaño seguía pareciéndole bastante aceptable. Se mordió el labio inferior.

Le gustaba, aquel aire despistado, descuidado, con el pelo ni corto ni largo, sus ojos verdes profundos. Aquel torso fuerte, su piel bronceada y aquel culo prieto. Estaba dudando si ser directa o esperar a ver si Diego captaba las indirectas. Deseaba llevarlo a la habitación del hotel y follárselo, varias veces. Quería sentir aquel pene dentro de su cuerpo. Creía haber mandado las señales correctas y estaba convencida que Diego las había recibido, pero no veía reacción alguna por su parte. Cerró los ojos un instante y se imaginó en la ducha del hotel, besando a Diego, que la abrazaba fuertemente...

Algo le hizo abrir los ojos de nuevo. Era Diego, que había llegado a la toalla y sacudiendo la cabeza le había salpicado, a propósito. Le sonrió y se tumbó en la toalla boca arriba.

– El agua esta buenísima. – dijo Diego girando la cabeza y mirándola.

Ella seguía tumbada boca abajo con su labio inferior mordido. Diego estuvo tentado de añadir “como tú”.

Eva estiró su brazo. Buscó algo dentro de su bolso, sobresaltada. La melodía seguía subiendo el volumen. Cogió su móvil y contestó.

– Hola, dime. Sí, claro. ¿Qué? ¡No me jodas…!  ¿Cuándo ha ocurrido? ¿Dónde? ¡Hostia puta! ¡Joder…!  – Eva miró hacia Diego con gesto serio, mientras continuaba escuchando. – Sí, está aquí. Ahora mismo se lo digo. Te llamo lo antes posible.

Colgó y dejó el teléfono de nuevo en su bolso, algo alterada. Sacó los tejanos y se los puso a toda prisa, sin ropa interior.

– Diego, era Gracia. Parece que los BAC han vuelto a actuar, esta vez en Jaén. Vístete, nos tenemos que ir hacia allí. – dijo Eva mientras se ponía la camiseta.

Diego consultó su móvil, no tenía batería…

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