BAC

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Capítulo 14

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El inspector Álvaro Pons se encontraba sentado en un banco, en la plaza de Grañena, un pueblo cerca de Jaén, esperando a sus compañeros Diego y Eva.

Llevaba toda la tarde enfrascado en la investigación de lo que parecía un nuevo crimen perpetrado por las BAC. Las siglas podían corresponder con las Brigadas Anti Corrupción, nombre que estaba empezando a ser bastante popular por las redes sociales.

No estaba acostumbrado a trabajar sobre el terreno, solía estar en la oficina o en casa, delante de sus ordenadores durante horas. Aquellos casos estaban devolviéndolo al mundo real. Repasaba mentalmente la información que habían reunido en las últimas horas.

A raíz de la filtración realizada por el secretario de la primera víctima, el señor Vinyes, su grupo, básicamente formado por informáticos, había comenzado a pinchar teléfonos móviles y controlar los movimientos de una serie de personas de su entorno.

Así descubrieron que el periodista que recibió la filtración sobre el asesinato de Castro, Fernando Asúa, a su vez, publicó la información mediante una cuenta secundaria de Twitter y había notificado la noticia a un grupo amplio de personas mediante mensajes de email y alguna llamada de teléfono.

Fernando Asúa era un conocido periodista, famoso por su ideología de derechas, que no escondía. Desde hacía unos años, dirigía un periódico de tirada nacional. Por lo visto, tenía vínculos con la extrema derecha, pero eso no era de dominio público aún. Lo habían descubierto a raíz del seguimiento activado tras la recepción del email del secretario de Castro.

Desde una cuenta secundaria de correo electrónico de Asúa se habían propagado los detalles del asesinato de Castro a miembros de la extrema derecha española. Nobles, religiosos, políticos, militares e incluso algún diplomático. Algunos respondieron sobresaltados, otros asustados, pero, sobre todo, indignados. Al parecer las BAC habían eliminado uno de los suyos.

Transcurridas unas horas desde el asesinato de Castro, un militar había propuesto formar un grupo para encontrar a los asesinos y eliminarlos. La idea fue bien acogida por algunos de los componentes del selecto grupo de amigos de Asúa, así que ante la posibilidad que se materializasen las amenazas, los mandos de la investigación habían asignado a un operativo policial para que vigilasen con lupa cualquier movimiento de los componentes de aquel grupo. Era evidente que aquellos simpatizantes de la extrema derecha habían identificado a los BAC como a sus enemigos. Aquello podía ser el germen de una lucha entre grupos organizados. Si lo que había leído se transformaba en hechos, iban a tener mucho trabajo. Por suerte, sabía que la mayoría de esas amenazas no se traducía a hechos violentos.

La recepción de un mensaje instantáneo lo distrajo momentáneamente de sus pensamientos. Era Eva, le avisaba que iban de camino, que pasaban a recogerlo. Le respondió para hacerle ver que había leído el mensaje y siguió meditando sobre si contarles a sus colegas toda aquella información.

Una de las primeras cosas que hizo Álvaro al recibir la comunicación del segundo asesinato fue cruzar los datos de las dos víctimas. Eran de edad similar, clase alta y los dos eran simpatizantes de políticas de derechas. Eso sí, Castro era algo más liberal, mientras Zafra estaba alineado con una línea de pensamiento más extremista. Castro estaba pendiente de ser juzgados por casos relacionados con corrupción, mientras que el nombre de Zafra se había relacionado con casos parecidos, pero aún no estaba imputado en ninguna causa.

– A saber, si lo han hecho desaparecer por eso, quien sabe… – pensó Álvaro, mientras avistaba un coche que se acercaba por la calle que iba a parar hasta la plaza donde se encontraba.

Instantes después subía al coche que conducía Diego, rumbo al hotel que les habían recomendado.

– ¿Qué tal ha ido el día? – preguntó Álvaro mientras se colocaba el cinturón de seguridad.

– Bien, supongo. – respondió Eva, que escribía un mensaje en el móvil. – ¿Y tú? ¿Tenemos alguna novedad?

– Pues el mío ha sido un día raro, si te soy sincero. – continuó Álvaro, aunque tenía la sensación que Eva no estaba muy pendiente de lo que decía. – Que te llamen a la hora de la siesta ya jode, pero que un zumbado te traiga a Jaén a doscientos y pico por hora, acojona. La de veces que he visto la imagen de los científicos arrancando mi pellejo de la carretera. Diego, no corras ¿vale? Después hablamos del caso.

– Aún hay clases, nosotros en helicóptero y tú en un cochazo en plan ministro, ¿qué más quieres? – dijo Diego mientras se reía y aminoraba la velocidad del vehículo.

Eva, sin levantar la cabeza ni hacer ningún tipo de comentario al respecto, le indicó a Diego que se desviara en el siguiente cruce. Estaban entrando en Jaén, el hotel se encontraba a las afueras. Esta vez el alojamiento iba a ser algo más modesto. Se trataba de un hotel de tres estrellas, según la web donde lo había encontrado Eva.

Diego aparcó el coche unos minutos más tarde. Estaba algo molesto por la actitud de la capitán.

Entraron al hotel, donde ya les esperaban. Eva cogió la llave de su habitación y les pidió quedar en la sala contigua a la recepción en quince minutos. Álvaro recogió la suya tras entregar el DNI y subió corriendo las escaleras.

Álvaro entró en la habitación a toda prisa mientras su móvil emitía un sonido. Era un correo electrónico. Dejó la maleta y la mochila del portátil sobre la cama y se dirigió corriendo al baño. Tras bajarse los pantalones y los calzoncillos, se sentó en la taza del wáter y expulsó un sonoro pedo. Una sonrisa de satisfacción apareció en su cara, sonrisa que duró hasta que desbloqueó su móvil. Lo que acababa de leer le sorprendió bastante.

Diez minutos más tarde, tras haber metido la maleta en el armario y su ordenador en la mesa, abandonaba la habitación apresuradamente. Necesitaba compartir aquella información con sus compañeros.

Se sentó en uno de los sillones de la sala de espera, releyendo el mensaje de nuevo, mientras se mesaba el pelo.

Diego y Eva bajaron juntos, serios, conversando sobre el tamaño y la decoración de sus habitaciones. Esta vez los tres tenían habitaciones contiguas. Eva señaló hacia el sillón donde les esperaba Álvaro, que se levantó en cuanto los vio acercarse.

– Estoy hambrienta, necesito comer algo para que se me pase la mala leche. – confesó Eva.

– Vamos. – dijo Álvaro, mientras salían hacia el coche.

– ¿Está muy lejos el restaurante? Tengo que contaros algo…

Diego lo miró intrigado mientras abría el coche y le entregaba la llave a Eva.

– Conduce tú, hoy eliges restaurante. – le dijo Diego amablemente.

– Muy bien, busca en Google que tenemos cerca, me comería un bisonte. – respondió Eva, abriendo la puerta del conductor. Ajustó el asiento y los retrovisores. – ¿Qué tienes que contarnos Álvaro?

– Busca un restaurante con salas apartadas, prefiero esperar y hablarlo durante la cena. – dijo Álvaro, en un tono que no parecía admitir discusión.

– Bueno, seguiremos con la duda unos diez minutos más. Eva, gira a la derecha, y continúa durante dos kilómetros por la carretera. Después verás un desvío a la izquierda, el restaurante esta justo al lado del desvío. – indicó Diego a Eva.

Aprovechó para informar a Olga por WhatsApp que se iban a cenar. Ya le había enviado una foto de la habitación junto con la ubicación del hotel, por si los necesitaban localizar.

– Hala, se acabó. Todos abajo. – dijo Eva al aparcar el coche.

Entraron al restaurante La brasería pasadas las nueve de la noche. No estaba muy lleno, algunos lugareños se giraron mirando al trio que acababa de entrar.

– Falta que alguno nos eche una foto para mandarla a sus familiares. – susurró Álvaro al oído de Eva, lo que provocó su risa.

Diego también sonrió, no había escuchado a Álvaro, pero si la reacción de Eva. Tenía una risa contagiosa.

El camarero, extrañado por la petición de Álvaro, los acompañó hasta una mesa situada en una esquina, en un lateral del local. Era la única mesa ocupada de aquella zona del restaurante. Los tres investigadores se sentaron y pidieron algo de beber mientras esperaban la carta. Claras sin alcohol para todos.

Unos minutos más tarde, con las bebidas servidas y la cena pedida, Álvaro reinició la conversación que mantenía en vilo a sus colegas.

– Hemos revisado los móviles de los cazadores, ¿sabéis que hemos encontrado? No os lo vais a creer… - anunció Álvaro, tratando de crear un halo de misterio.

– Pues ahora me esperáis. – interrumpió Diego. – Tengo que hacer una llamada de teléfono. Es urgente, perdonad, ¡lo había olvidado!

Cogió el vaso de tubo y salió a una terraza habilitada para los fumadores.

– Hola churri. – dijo cariñoso al oír la voz de Olga al otro lado. – ¿El día? Bien. Ajetreado, como siempre. ¿Tú qué? ¿Qué te cuentas?

– Te echo un poco de menos, ojalá acabes pronto. – dijo Olga. – Ah, antes que me olvide, me ha dicho Pérez que lo llames mañana a primera hora. Han convocado una reunión como la que tuvimos el otro día para analizar el primer caso. Debería llegarte una notificación.  ¿Aún no te ha llegado? Bueno, sí, vale. Se supone que mañana tendremos el informe de la autopsia y el dossier sobre Zafra, Pérez está intentando evitar a Santamaría. Siguiendo con el tema, hemos estado vigilando a los tres detenidos de Barcelona y hemos estado monitorizando todas sus comunicaciones. No, nada. Estuvieron cenando juntos ayer noche, pero sin novedades. Si no encontramos nada mañana, creo que voy a proponer que retiremos la vigilancia, estamos malgastando recursos.

– Esa es la impresión que he tenido desde el primer momento. Los Marín no tienen nada que ver con esto. Su único vínculo era casual, meramente circunstancial. Lo de la reunión lo comento ahora mismo con Álvaro y Eva, a ver que saben ellos. Por cierto, Álvaro tiene que contarnos algo relacionado con el caso Zafra. Sí, yo también te echo de menos. – dijo Diego.

Inconscientemente, giró su cabeza hacia la ventana y buscó a Eva con la mirada. Estaba charlando animadamente con Álvaro.

– Bueno, un beso. Voy a ver si ceno algo. Gracias. Sí, hoy ha sido un día movido, pero por lo que dices, mañana será peor. Adeu! – se despidió Diego.

El inspector colgó y guardó el teléfono en el pantalón, dio un largo trago y miró el cielo estrellado. Volvió al interior del restaurante, tenía ganas de escuchar lo que Álvaro iba a contarles.

– ¡Ya estoy aquí! Perdón, pero tenía que hablar con Olga. Después os cuento. – explicó Diego a sus colegas, sentándose a la mesa.

– Pues ya no me acuerdo de lo que os tenía que contar. Mejor explica tú lo que tengas que decir… – dijo Álvaro con los ojos muy abiertos.

– ¡Venga ya! ¡No toques más los cojones y cuéntalo! – le pidió Eva.

– Bueno…vale…Estamos sobre la pista de Asúa, el periodista. Como sabéis, el secretario de Castro le pasó información sobre su asesinato. Recordad que la publicación de la noticia casó un revuelo importante. Evidentemente Asúa lo hizo ocultando la fuente, se encargó de transmitir la información a varios personajes ligados con la extrema derecha española. Parece ser que Castro tenía contactos con gente de ese grupo. No nos consta que la primera víctima de los BAC fuese uno de los cabecillas, ni que fuese miembro de ese grupo, pero el asesinato ha sido considerado como un ataque. Como podréis imaginar, ya se ha puesto en marcha un operativo para el seguimiento a los miembros de tan selecto grupo, también tenemos pinchados sus teléfonos y comunicaciones, pero parece que, tras las primeras reacciones en caliente, están bastante calmados. – dijo Álvaro.

– ¿De qué reacciones hablas? – preguntó Diego.

– Algunos de esos fachas querían formar una especie de banda armada para cargarse a los BAC. Nada, no te preocupes, fue un calentón. Cambiando de tercio. Cómo sabréis, requisamos los móviles de todos los relacionados con la cacería, tanto a los asistentes como al personal del coto. Buscábamos llamadas, mensajes o alguna mención a las BAC, amenazas a Zafra o algo parecido. Un grupo de informáticos ha estado revisando los dispositivos y no han visto ningún mensaje sospechoso. – comentó Álvaro.

Diego, que estaba sentado frente Eva y Álvaro, observaba como éste iba relatando los hechos. Sus gestos, la cadencia al hablar, la forma en la que buscaba con los ojos la atención de sus interlocutores. Era un gran comunicador, un líder, pero por naturaleza, eso no se aprendía. Por un momento lo envidió, Eva llevaba rato escuchándole embobada. Diego no era un buen orador, no le costaba ordenar las ideas, pero si comunicarlas y conseguir la atención de sus interlocutores, al menos eso pensaba él de sí mismo. En cambio, Álvaro, con cuatro frases, gestos y miradas los había hipnotizado.

El camarero se acercó a servir los primeros platos, así que Álvaro interrumpió el relato hasta que se marchó. Comenzaron a comer sus raviolis trufados, plato en el que habían coincidido los tres.

– Como decía, nada remarcable en cuanto a mensajes o llamadas, pero entonces nos dio por mirar los archivos de registro de ubicación de los móviles. Como ya sabréis, la mayoría de los móviles modernos tienen GPS incorporado. Estamos hablando de un porcentaje alto, yo apuesto que casi el noventa por ciento de los dispositivos que se usan en la actualidad lo tienen. Además, y esto no es tan conocido, los que usan Android o IOS almacenan la ubicación del dispositivo durante unas horas. Es una funcionalidad casi oculta, se necesita saber dónde buscar para poder acceder a los datos. La precisión depende de algunas variables, como el modelo de móvil, la generación del chip GPS, la ubicación donde se encuentre el móvil, si hay redes WiFi cercanas y la triangulación de las redes 3G. – continuó explicando Álvaro, haciendo alguna que otra pausa para masticar los raviolis. – En fin, os he soltado todo este rollo para deciros que tenemos dos cazadores que pasaron por la zona donde encontraron a Zafra y que no lo han mencionado en sus declaraciones.

– ¡No jodas!, supongo que están detenidos, ¿no? – preguntó Eva.

La investigadora trató de disimular por enésima vez que no le importaba que, como supuesta responsable de la investigación no fuese informada de aquellos detalles antes que sus superiores.

– Pues no, no están detenidos. Cuando informamos a los mandos de los hechos, de quienes eran los propietarios de los móviles en cuestión, nos hicieron verificar la información un par de veces. Resulta que son dos peces gordos, bastante gordos. El dueño de una de las constructoras más importantes del país y un miembro de la nobleza. Me han dicho que esperemos unos días y que realicemos un seguimiento intensivo, ya que nos pueden conducir a algo importante. – contestó Álvaro.

Álvaro hizo una breve pausa, miró a Diego y Eva con el ceño fruncido.

– ¿Qué opináis al respecto? – preguntó Álvaro, y terminó de un trago su cerveza.

– Los tenemos que volver a interrogar. – afirmó Diego. – Si tienen algo que ver con el crimen, o vieron algo, cuanto más tiempo transcurra, más probabilidades tenemos de que encuentren alguna excusa o que olviden algún detalle que podría ser primordial.

– Yo estoy con Diego, no podemos perder el tiempo esperando si podemos conseguir alguna pista ahora mismo. ¿Con quién hablaste del tema? ¿Quién sugirió hacer el seguimiento? – intervino Eva.

Su tono era serio, mucho. La capitán disimulaba su malestar lo mejor que podía. Diego apreció que los ojos azules de Eva parecían estar helados. La mirada era dura, fría. Estaba dolida, pero hacía un esfuerzo por mantener la calma.

– Ha sido tu jefe, Gracia. – contestó Álvaro apresuradamente.

Eva miró a sus dos colegas en silencio. No entendía nada. Se suponía que ella estaba al mando de la investigación. En cambio, su superior no le había sido informada de aquello. Tampoco Álvaro. La conversación que había mantenido con Diego martilleó su cabeza. La idea sobre una conspiración volvió a cobrar sentido… Sin mediar palabra, cogió su móvil y salió a toda prisa del restaurante.

Diego y Álvaro se miraron. Álvaro se encogió de hombros e hizo un gesto al camarero. Pidió otra cerveza. El camarero le sirvió otro tubo de cerveza y preguntó si podía servir los segundos platos. Diego le pidió que esperase unos minutos.

– Hola. Soy yo. Sí, ya sé que es tarde. – dijo una arisca Eva, tratando de retenerse. – Álvaro nos acaba de contar lo del grupo de extrema derecha. Sí, eso y lo de los dos cazadores que pasaron por la zona donde encontraron a Zafra. Claro, lo de los registros de GPS en los móviles. A ver, ¿me puedes dar un motivo para que no se me haya informado de todo esto? Sí, uno solo, si lo encuentras... Ah, ¡que bien! ¿Eso te parece una buena excusa? Pues me gustaría interrogar a los cazadores mañana a primera hora. ¿Qué? Me da igual quienes sean o como se llamen, o eso, o me retiras del caso. Sí, has oído bien. Claro que lo haré, ¡parece que no me conozcas! Dime algo pronto, no voy a esperar hasta mañana. Adiós.

Colgó el teléfono bastante cabreada. Su jefe, Gracia, le había intentado explicar el motivo porque no se le había informado acerca de los hallazgos de los informáticos. A su superior no le parecía una pista fiable, así que había decidido que era mejor esperar unos días y no distraerla con nimiedades. Eva recogió el pelo en una coleta y volvió a entrar en el restaurante, intentando aparentar una calma que no existía.

Diego y Álvaro la esperaban para comenzar el segundo plato, que acababan se servir.  Hablaban del programa tenían puesto en la televisión del restaurante.

Eva se sentó frente a un plato de brochetas de pescado. Tenían muy buena pinta, pero se le habían quitado las ganas de comer. Su móvil emitió un sonido. Era el aviso de recepción de un mensaje, lo leyó y guardó el móvil de nuevo en su bolso. Su expresión cambió.

Desde aquella mesa no podían oír bien la televisión, pero podían leer los mensajes de los telespectadores y las frases más impactantes de los contertulios del programa, que discutían acaloradamente sobre “Los asesinatos de BAC”. Aquel era el nombre del programa. Eva leyó, incrédula, algunos de los comentarios de los invitados. Daban miedo, reclamando el estado de sitio y declaración de emergencia nacional.

– Así que Sabino llega mañana, ¿no? – preguntó Álvaro con una sonrisa en la cara, intentando cambiar de tema, después dirigió su mirada a Eva. – ¿Con quién has hablado? ¿Qué te pasa? Joder tía, hoy llevas un día un poco raro, ¿no te parece?

Álvaro miró a Diego, en un intento de buscar apoyo. Diego pinchó un trozo de carne, se lo metió en la boca y lo masticó observándolos.

Eva respiró hondo, trataba de ordenar las ideas en su cabeza. Contó hasta diez y en el tono más pausado posible, comenzó a explicarse.

– Perdonadme, la verdad es que estoy un poco estresada. Sin pedirlo, me nombran responsable de la investigación sobre el terreno y, a las primeras de cambio, no me notifican temas que pueden ser relevantes. ¡Joder, que me tenga que enterar por un compañero que mi jefe ha tomado una decisión sobre el caso! Evidentemente, lo he llamado para aclarar la situación. No es por ti, Álvaro, pero me ha tocado los cojones. Si no es mucho pedir, la próxima vez me gustaría ser informada de cualquier hallazgo en relación a los casos, aunque te hayan dicho lo contrario, asumiré la responsabilidad. Diego, mañana a primera hora tendremos a los cazadores que mintieron en sus declaraciones en la comisaría de la guardia civil. Iremos juntos a interrogarlos. Álvaro, tú espera a que llegue Sabino y ponlo al día, encargaros de tener todo listo para la reunión de las doce, total, dispones de más información que nosotros. A esa hora supongo que ya habremos terminado los interrogatorios. – finalizó Eva, mirando a Diego y dando un trago a su cerveza.

– De acuerdo, me parece bien. Pero que conste que yo simplemente he hecho lo que me han dicho mis superiores, cumplo órdenes. – puntualizó Álvaro. – A Sabino y a mí nos llamó tu jefe para comunicarnos que, si encontrábamos algo, se lo comunicásemos al instante. Eva, supuse que ya lo sabias, por eso no te comenté nada. Supongo que a ti también te llamarían, no, ¿Diego?

– No, a mí no me ha llamado nadie. – respondió Diego, tajante.

Álvaro miró a su compañero de investigación con la boca abierta. Movió la cabeza a ambos lados y la bajó ligeramente. No entendía nada.

– Joder… – dijo Álvaro, con la voz muy baja.

– Mañana volveré a hablar con Gracia, tal vez se trate de un malentendido. – dijo Eva, tratando de transmitir seguridad. – ¿Queréis algo de postre?

Eva tampoco comprendía lo que estaba ocurriendo. Su jefe había contactado con Álvaro y Sabino, pero no con Diego. ¿Les había pedido que le comunicasen los avances directamente a él, y la dejaran al margen? ¿Era realmente eso? La sangre le hervía por dentro, pero intentó mantener la compostura. ¿Qué coño estaba pasando?

– Voy a pedir sandía, el camarero llevaba antes un trozo a otra mesa. Tenía muy buena pinta, te la recomiendo. – comentó Diego, tratando de sonreír a Eva.

Diego había notado que Eva estaba nerviosa, así que trató de echarle una mano. Confiaba en su buen hacer y en su criterio. Era evidente que a Eva le había afectado que su jefe la mantuviese al margen. Cogió su móvil y le envió un WhatsApp, aunque la tenía a su lado.

El camarero les entregó la carta de postres y retiró los platos. Álvaro pidió un helado de limón, Diego y Eva, sandía. Los tres pidieron un café solo con hielo. Diego esperó a que sirviesen el postre para seguir hablando del tema.

– Si te soy sincero, a mí también me habría molestado estar al frente de una investigación y no estar al corriente de todo lo que pasa. – dijo Diego mirando a Álvaro. – Entiendo perfectamente la postura de Eva y su enfado. Creo que Eva no te está culpando de lo ocurrido.

– Para nada. – dijo Eva.

– Y otra cosa, capullo, pensaba que todo el misterio que estabas montando era porque habíais encontrado algo de las BAC. No sé, alguna conexión entre gente de la cacería y algún viajero a Ibiza, o que Zafra y Castro habían compartido amante, o negocios... No digo que los hechos que nos has contado no sean relevantes, pero esperaba algo con más sustancia. – dijo Diego, cortando un trozo de su tajada de sandía, roja como la sangre.

Álvaro hundió la cucharilla en su helado, arrancando una pequeña porción para llevársela a la boca.

– Tranquilo Diego, no es la primera vez que me lo dicen, que a veces genero demasiadas expectativas. – dijo Álvaro. – Será por mi pasado como comercial. ¿Sabéis que trabajé vendiendo coches mientras estudiaba? Bueno, eso no viene al caso… Volviendo al tema que ha creado la discusión, ¿qué pensáis de todo esto? Dos crímenes en menos de una semana, personajes poderosos, famosos, mediáticos… pero todavía nadie los ha reivindicado. Es extraño.

Hicieron una pausa al ver que el camarero se aproximaba con una bandeja que portaba sus cafés.

– Pienso que todo es una puta mierda y si os digo la verdad, prefiero no seguir hablando del tema.  – se sinceró Eva, cogiendo su café con hielo y levantándose. – ¿Nos vamos a la terraza? Me apetece fumarme un cigarro.

Se incorporaron los tres. Diego se acercó a la barra para pagar la cena, mientras Álvaro y Eva salían a la terraza. Diego pasó por el baño antes de reunirse de nuevo con sus compañeros. Tenía varios mensajes de Olga, de su jefe y de la despedida de soltero de su amigo. Le habían reenviado un fotomontaje que estaba corriendo por las redes sociales. El contenido era bastante gráfico, unos cerdos a los que habían colocado la cara de varios acusados por corrupción corrían asustados por el campo. Les perseguían tres letras. B, A y C. No pudo evitar sonreír. Era ocurrente. Se preguntó qué clase de personas serían los que disponían de tiempo para hacer aquellos montajes que después inundaban las redes sociales. Contestó al organizador de la despedida de soltero. Le hizo saber que contaran con su asistencia, pero que no lo implicaran en la organización, ya que estaba bastante liado con el trabajo. Los mensajes de Pérez eran referentes a la reunión. También le daba algún consejo profesional sobre la investigación. Los mensajes de Olga eran de cariz personal. Le respondió con unos cuantos emoticonos cariñosos y un “luego hablamos”. Estaba caminando hacia la terraza cuando recibió la respuesta de Olga, un escueto “ok”.

Los tres investigadores estuvieron unos quince minutos charlando en la terraza sobre tecnología móvil. Álvaro les dio una charla sobre que apps tenían que probar y varios consejos sobre qué tipo de móvil comprar si necesitaban cambiarlo, haciendo varias referencias al móvil de Diego. Éste captó la indirecta. Tenía que empezar a considerar cambiar de móvil.

Se despidieron de los camareros y montaron en el coche. Diego se sentó detrás, mientras Álvaro seguía hablando de los avances tecnológicos que incorporaban los móviles de última generación. Eva, atenta, pero en silencio, los conducía de vuelta al hotel. Cuando aparcó, les instó a quedar para desayunar sobre las siete y media de la mañana, tanto Diego como Álvaro aceptaron. Bajaron del coche y se dirigieron a sus respectivas habitaciones, despidiéndose y deseándose buenas noches.

Álvaro cerró la puerta de su habitación y miró su reloj. Eran las once y diez. Se sacó el calzado, los pantalones y desbloqueó su portátil. Minutos más tarde, conectado a internet mediante una red segura del Ministerio del Interior, buscaba información sobre varias personas, entre las que estaban Eva, Diego y Sabino.

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