BAC

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Capítulo 58

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De repente, recordó una frase del periodista. Plus Ultra no descansa. Ten cuidado. Eso fue lo que le dijo durante la conversación.

– Me dijo que Plus Ultra no descansa y que tuviese cuidado. En ese momento no le presté demasiada atención, pero pensándolo bien, parece un aviso, ¿no creéis? – dijo Olga mirando a Diego.

– No sé, ese hombre tiene razón en muchas cosas, pero también parece un poco obsesionado con ese tema en concreto. – respondió Diego, quien notó la preocupación en la mirada de Olga.

Álvaro no dijo nada, tampoco Eva. Los dos permanecieron en silencio. Parecían pensativos, cansados. Agotados mentalmente por aquella cadena de acontecimientos.

– Da mal rollo. – dijo finalmente Eva con la mirada perdida. – Todo esto me da muy mal rollo.

Sacó un cigarrillo del paquete de tabaco. Era el último, así que se acercó a una papelera a tirarlo. De reojo, vio como alguien se movía en un banco cercano al sitio donde se encontraban. Era una madre que se levantaba a ayudar a levantarse a su hija, que se hallaba a unos metros, jugando con una pelota. Suspiró. Pensó que no era el momento de comenzar a tener miedo. Era una mujer valiente, aguerrida, segura de sí misma. Ser precavida no era sinónimo de tener miedo. Se repitió mentalmente aquella última frase y volvió con sus compañeros.

– … yo os recomiendo que no habléis de esto con nadie. Dejemos que pase un tiempo y veamos cómo transcurre todo. Lo más importante es que hemos detenido a los BAC, no seremos nosotros, serán otros agentes, pero habrá un seguimiento de los casos. – dijo Álvaro, atrayendo la atención de sus compañeros con su discurso. – Confiemos en nuestros superiores y en el gobierno, se supone que son más inteligentes que nosotros. Disfrutemos de esos días de vacaciones y de la paga extra.

– Evidentemente, podemos tener problemas si hablamos de los casos. Lo que has dicho suena bien, es un punto de vista optimista, pero no me tildéis de pesimista, nos va a costar olvidar todo esto. Llevamos demasiados días alerta, con la adrenalina a tope… Sigamos el consejo de Pinyol, seamos cautos. Los Plus Ultra parecen tener mucho poder, pero si pensamos en conspiraciones no podremos ni dormir por las noches. – dijo Diego.

– Pues vámonos a comer. Olga, ¿te quedas? – dijo Eva, intentando cambiar de tema.

– No, le dije a Pérez que necesitaba más tiempo, pero me vuelvo con él. Quedé en que le llamaría para avisarle cuando estuviese lista. – dijo Olga.

– Una cosa. – dijo Álvaro mirando su móvil. – Acabo de crear un grupo en Telegram. Olga y Diego, veo que lo tenéis instalado. Eva, instálatelo. Aún no lo han crackeado y tiene un nivel de encriptación mucho más potente que WhatsApp, cualquier cosa, comentémoslo por el grupo, pero no seáis muy explícitos.

– Vale. – dijo Eva.

– Por cierto, antes de que se me pase, lo último que me llegó al móvil sobre el caso es que los de balística habían identificado el arma que usaron para asesinar a Zafra. Estaba en casa de uno de los detenidos, un tal Agustín, de Santander. No me dio tiempo de enviároslo, supongo que os gustaría saberlo. – dijo Álvaro.

– Más me hubiese gustado que esto no acabase así. –  dijo Olga, seria.

Diego asintió, pero no dijo nada. Les estaba costando asimilar que los apartasen de aquella forma de la investigación. Se preguntaba si el error con Leonor y Pedro tendría algo que ver.

– Tienes razón Olga, pero pasemos página, se acabó. Ya no está en nuestras manos, no podemos hacer nada. – dijo Eva.

La capitán se acercó a Olga y le dio un fuerte abrazo acompañado de dos besos.

– Cuídate… – le dijo al susurrándole al oído Eva.

– Lo hare, tú también. – respondió Olga con mirada amistosa.

Álvaro se despidió de nuevo de ella y Diego también. Olga se alejó en dirección al hotel, con el teléfono pegado a su oreja, hablando con Pérez. Los tres investigadores se quedaron en silencio, observando como desaparecía.

– Señores, ¿dónde vamos? – preguntó Álvaro, intentando sonreír.

– Donde nos pongan bien de comer. – dijo Diego.

– Por cierto, ahora que no está Olga… He notado que estáis… como decirlo… ¿liados? No tenéis que ocultaros más, al menos, delante de mí. – dijo Álvaro, con la ceja levantada.

Eva y Diego se miraron, con cara de circunstancia. La investigadora negó con la cabeza, mientras Diego seguía con gesto indiferente.

– Esta vez no me equivoco… Tal vez no lo estabais cuando me gané aquella bronca, pero ahora sí. Lo disimuláis bastante bien, sois muy profesionales, pero esos roces, esas miraditas que os echáis a veces… – insistió Álvaro.

Eva no sabía que contestar. Sospechó que tal vez alguien del equipo de Álvaro había leído alguna conversación de WhatsApp con Diego y se lo había mencionado, pero no recordaba haber usado WhatsApp para hablar de temas personales. Al fin y al cabo, no estaban haciendo nada malo, así que miró a Diego, como buscando su aprobación para contestar al informático.

Diego también estaba esperando cruzar sus ojos con los de Eva. No quería ponerla en ningún compromiso. Ninguno de los dos tenía pareja, así que estar liados, como había dicho Álvaro, no hacía daño a nadie. Finalmente, las miradas de Eva y Diego se encontraron y miraron hacia Álvaro. Aquella mirada fue la confirmación, no necesitaba palabras.

– ¡Veis! – dijo Álvaro levantando el puño. – Soy tan bueno que lo detecté incluso antes de que pasara…

– Que mamón… – respondió Eva. – Pues la cagaste, pero bien, entonces no había nada.

– Lo presentí, había magia en el ambiente… – sonrió Álvaro, satisfecho.

Diego no dijo nada, permaneció en silencio, viendo como Álvaro disfrutaba del momento y como Eva, un tanto rabiosa, se ruborizaba.

Los tres investigadores se dirigieron al centro del pueblo. Buscaron un restaurante que no fuese una trampa para turistas, alejado de las calles principales. Llevaban casi media hora deambulando por la zona sin fortuna. Media hora donde Eva y Diego tuvieron que soportar las bromas de Álvaro sobre su relación. Diego decidió que en prefería eso a seguir divagando sobre conspiraciones y asesinatos. Al menos en ese momento, estaba deseando que llegase la tarde y volver a su habitación. Necesitaba llamar a su madre, hablar con ella, con sus amigos, a quienes tenía algo abandonados. Necesitaba pasar finalmente un rato a solas, tranquilo, ordenar sus pensamientos. Mientras él planificaba sus ratos de anhelada soledad, Álvaro y Eva se enfrascaban en una discusión más propia de adolescentes que de adultos responsables.

– ¡Buenas noches cari! ¡Buenos días preciosa…! Si estás babeando cuando hablas de “tu” Carmen. Al menos Diego y yo nos comportamos como personas civilizadas. – dijo Eva, entre risas.

– A mí no me importa demostrar mis sentimientos. – dijo Álvaro, sorprendido de haber pronunciado aquella frase y sentirlo de veras.

– Eres un inmaduro. – dijo Eva.

– Y tú una estirada. – respondió Álvaro. – ¡Diego!

– ¿Qué…? – contestó Diego, con cierta desgana.

No quería entrar en ese juego, no ahora, no tenía la cabeza para esas tonterías.

– Que entramos aquí, este tiene buena pinta… – le dijo Álvaro.

Diego se giró y comprobó que Eva y Álvaro estaban detenidos unos metros detrás de él, frente a la puerta de un restaurante pequeño. Retrocedió casi arrastrando los pies y se asomó a la puerta del establecimiento. No le pareció muy grande,  era algo antiguo, pero con casi todas las mesas ocupadas por personas que no tenían pinta de turistas. Parecía una buena elección.

Entraron al restaurante y preguntaron si tenían una mesa libre. Una camarera cogió unos manteles de papel y unos cubiertos de la barra y les pidió que la siguieran.

Sentados en una pequeña mesa, rodeados de gente y un rumor casi insoportable, pidieron las bebidas y los platos. La camarera se alejó a toda prisa y volvió con vino de la casa y agua fría. Álvaro giró una copa y vertió vino, dos dedos. Se la ofreció a Eva. La capitán, que recogía su rubia melena en una coleta, esperó a terminar y la cogió. Probó el vino. Lo encontró muy bueno. Con un gesto, invitó a Álvaro a llenar las otras dos copas.

– Un brindis. ¡Por la desaparición de los BAC! – propuso Eva levantando su copa.

Los tres investigadores chocaron sus copas con delicadeza y bebieron un trago. Diego vio la reacción de unos jóvenes que estaban sentados en la mesa situada a su derecha. El más cercano a Eva había escuchado la dedicatoria del brindis y comentaba con sus amigos mirando hacia ellos con cara de desprecio. Diego se giró y les sonrió con indiferencia, la mirada que recibió a cambio no fue muy amistosa.

– Vaya gilipollas. – farfulló el joven entre dientes, mientras sus amigos le obligaban a girarse.

Eva, de espaldas a la situación que acababa de suceder, seguía charlando con Álvaro. Diego no quiso explicar lo ocurrido, no quería jaleos. Aunque en los últimos años la profesión de policía ya no era tan mal vista, aún había gente que relacionaba policía con represión. Un error, un error que se repetía demasiado a menudo, según la opinión de Diego.

El inspector se acercó a Eva y Álvaro y les comentó que no hiciesen comentarios sobre los BAC. Trató de desviar la atención hablando de la situación política del país, conversación, que, sin saber cómo, acabo derivando en los planes de vacaciones.

– Pues yo quiero hablar con Carmen para… – dijo Álvaro.

El informático hizo una pausa al ver la cara de Eva aguantándose la risa.

– Sí, “mi” Carmen… – dijo Álvaro con retintín. – Voy a hablar con ella y la intentaré convencer para que se tome una semana de vacaciones y largarnos a algún sitio apartado.

– ¿Le darán vacaciones? ¿Cuánto lleva trabajando? – preguntó Diego.

– Muy poco, no llega al mes. Es un buen punto, igual no tiene ni derecho a coger vacaciones hasta navidad. Bueno, se lo propondré, a ver qué puede hacer. Así ya tiene una excusa si no quiere venir conmigo. – respondió Álvaro encogiéndose de hombros.

Diego apuró el último trago de su copa de vino y cortó otro pedazo del entrecot que se estaba comiendo. Lo paladeó mientras masticaba lentamente aquel manjar. Le pareció delicioso. Miró a los lados y vio que el restaurante comenzaba a vaciarse. Levantó la mano para llamar a la camarera.

– ¿Nos puedes traer media botella más? – preguntó Diego mostrando la copa de vino.

Segundos más tarde la camarera depositaba una jarra de vino en la mesa.

– ¿Y vosotros? ¿Tenéis planes para ir juntos de vacaciones? – preguntó Álvaro.

Eva miró a Diego, que estaba rellenando las copas. Diego levantó la mirada debido al silencio.

– Emm, pues no lo hemos hablado aún. – dijo Diego. – ¿Tienes ganas de ir conmigo a algún sitio?

– Me apetece ir a algún sitio con playa. Tomar el sol tranquilamente, darme un buen baño, nadar… – respondió Eva. – Conozco un sitio en Lanzarote, es precioso y no suele estar masificado.

– Si no está masificado, entonces será caro… En esta época del año estará todo abarrotado.  – añadió Álvaro.

– No me parece un mal plan. ¿Me dejarás ponerte la crema solar? – dijo con picardía Diego, guiñándole el ojo a Eva.

– Por supuesto… – respondió Eva, sonriendo. – Después miraré si puedo hacer la reserva.

Álvaro sonreía por el buen ambiente. Estaba a gusto con aquellos dos policías. Las asperezas iniciales y la desconfianza habían desaparecido. Que Diego y Eva bromearan sobre según qué temas con él, confirmaba que ellos también estaban cómodos en su compañía.

– ¿Nos podemos apuntar? – preguntó Álvaro.  – Bueno, contando con que Carmen pueda pillarse los días.

– Claro, ¿por qué no? – dijo Diego mirando a Eva.

– Por supuesto, así conocemos a tu Carmen. – dijo Eva. – Quiero verte babear con esa niña, asaltacunas.

– Pues lo hablo con ella después y te digo algo. – dijo Álvaro riéndose.

Eva les mostró fotos de las calas de Playa Blanca. Continuaron hablando sobre aquel enclave turístico y las actividades que se podían hacer en la zona. Media hora más tarde, con los estómagos llenos, los tres investigadores caminaron hasta la comisaría, lugar donde se despidieron amistosamente.

– Bueno Diego, cuídate. – dijo Álvaro dando un abrazo a su colega de investigación.

– Igualmente. – respondió Diego.

– Eva… – dijo Álvaro abrazándola y dándole dos besos. – Seguimos en contacto, esos planes para Lanzarote me gustan.

– ¡Claro que sí! – dijo Eva.

Álvaro echó a andar en dirección a su hotel. Sabía que esperaban dos agentes para efectuar el registro de rutina en su habitación. Aprovechó el trayecto para llamar a Carmen y explicarle que volvía esa misma noche a Madrid.

– … por cierto… ¿te apetece ir a Lanzarote? – dijo Álvaro, esperando una respuesta.

– Pues no he estado nunca en las islas Canarias… Claro que me gustaría. ¿Cuando? ¿Este fin de semana? – preguntó Carmen.

– Bueno, un fin de semana estaría bien… ¿no puedes pedirte unos días? – preguntó Álvaro.

– No lo sé, no creo que esté bien visto pedir vacaciones llevando menos de un mes en mi puesto. Se lo comentaré a mi superior, pero no creo que sea posible. – dijo un tanto triste Carmen. – Si es el fin de semana me apunto, los viernes acabo a las tres, así que se puede aprovechar el tiempo…

– Vale, te digo algo. He llegado al hotel, después te llamo. Un besote. – se despidió Álvaro.

No quiso presionarla. Tampoco le había comentado nada de que Diego y Eva también iban a estar en Lanzarote. Suspiró ilusionado. Carmen le había dicho que quería ir con él un fin de semana… Cuando subió las escaleras de la entrada del hotel vio como dos hombres trajeados se acercaban por detrás. El instinto le hizo ponerse en posición defensiva, acelerando el paso para alcanzar la entrada más rápido.

– ¡Inspector Pons! – dijo uno de los hombres.

Álvaro se giró. El hombre sacaba algo de su bolsillo. Se tranquilizó al ver que era una identificación.

– Comisario Barba. Policía Nacional. Este es mi compañero, el subinspector Sastre. Nos han dicho que tenemos que hacer un registro de su habitación. Supongo que está avisado. – dijo el más alto de los dos.

– Sí, ningún problema, pero cuando los he visto acercarse de esa manera… Vamos. – dijo Álvaro, sacando la llave de la habitación y entrando al hotel.

– Espero que comprenda que nosotros… – dijo el subinspector Sastre.

– No tienen que justificarse, hagan su trabajo. – le interrumpió Álvaro, serio.

Los tres hombres subieron por las escaleras hasta la segunda planta del hotel. Se cruzaron con dos parejas que reían escandalosamente frente a la puerta abierta de una habitación situada en el lado opuesto del pasillo. Al llegar frente a la puerta, Álvaro abrió su habitación y dejó pasar a los agentes.

– Adelante, todo suyo. – les invitó Álvaro.

El informático permaneció fuera de la habitación, observando como aquellos hombres registraban sus pertenencias. Eran metódicos. No dejaron ningún rincón de la habitación sin mirar ni pliegue de ropa sin palpar. Cogieron la Tablet que Álvaro tenia cargándose sobre la mesita de noche.

– Nos la tenemos que llevar. – avisó el comisario.

– Claro, ningún problema. ¿Cuándo me devolverán mis equipos? – preguntó Álvaro.

– En Madrid. Supongo que en un día o dos ya los podrá ir a recoger. Le avisarán. – respondió el comisario. – Listos, gracias.

Los dos hombres se dirigieron hacia la puerta. De detuvieron en el pasillo para despedirse de Álvaro.

– De nada, hasta otra. – dijo Álvaro viendo cómo se alejaban a toda prisa por el pasillo.

El inspector entró en la habitación y cerró la puerta por dentro. Miró a su alrededor. Todas sus pertenencias estaban revueltas sobre la cama, los cajones abiertos. No le importaba el desorden. No tardó más de cinco minutos en recoger de nuevo la ropa dentro de la amplia cómoda situada frente a la cama. Relajado, suspiró, se sentó en un lateral de la cama, se sacó el calzado y se dejó caer sobre el colchón. Decidió echarse una merecida siesta mientras programaba una alarma a las seis de la tarde. Pasarían a recogerle a las siete para llevarlo a la estación de Renfe. Volvería a Madrid en tren. Conectó el móvil al cargador y puso música. Enya. Le relajaba. Cerró los ojos y se dejó atrapar por el sueño.

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