BAC

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Capítulo 21

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Diego miró a Sabino. Aquel fortachón estaba sentado a su derecha en la mesa redonda del restaurante, con la mirada ausente. Los cuatro investigadores comían en silencio. El ambiente era tenso. La televisión del restaurante y el murmullo del resto de comensales parecía la banda sonora de una película de cine mudo. Pensó que tal vez no había sido buena idea ir a comer juntos tras la airada e inesperada discusión al final de la reunión. Llevaba rato observando a sus tres compañeros.

Sabino intentaba comer una lasaña humeante que resistía casi entera en el plato debido a la temperatura que aún conservaba. Con el móvil a su izquierda, conversaba con su esposa mediante mensajes de WhatsApp. La fiebre que tenía su hija estaba remitiendo finalmente. Sabino no había hecho aún ningún comentario sobre lo ocurrido en la reunión. Aquello preocupaba a Diego todavía más, ya que Sabino no tenía escrúpulos a la hora de expresar lo que pasaba por su cabeza. O no le importaba lo que había pasado entre Álvaro y Eva, o le molestaba hasta el punto de no poder opinar abiertamente. Ninguna de las dos opciones le pareció buena.

Eva comía su ensalada con el mismo entusiasmo de quien hace la disección a una rana en primaria. La veía concentrada, seria, pero con un punto de tristeza en su expresión.

Álvaro seguía cabizbajo. Su mirada no decía lo mismo. ¿Era una pose? Su plato de espaguetis al pesto y su copa de vino estaban casi vacíos. Parecía que no le había afectado mucho la discusión, al menos no en su apetito.

Diego repasó mentalmente el desenlace de la discusión, donde Eva perdonó a Álvaro que le ocultase información y vertiese dudas sobre su profesionalidad. El perdón de Eva le había parecido sincero, las disculpas de Álvaro no tanto. Había algo en aquel informático que le hacía dudar de él. Aquella seguridad en su vertiente profesional no se traducía en un comportamiento similar en su faceta personal. Al cabo del día, acumulaba momentos donde parecía que era otra persona. Tal vez era un poco bipolar.

Cansado del silencio reinante y de la incómoda situación, Diego decidió hacer algo, ya no aguantaba más. Mientras se metía una cucharada del increíble risotto milanese en la boca, comenzó a pensar lo que iba a decir.

– ¡Estoy hasta los cojones, así no podemos seguir! ¿Pero qué mierda es esta? – dijo Diego, aparentando estar enojado y procurando no levantar demasiado su voz.

Su comentario atrajo la atención de sus compañeros que lo miraron con sorpresa. Una vez había atraído su atención, tenía que buscar un tema común, para crear un vínculo. De algo tenían que servir tantas horas estudiando el comportamiento humano.

– ¿Sabéis? Así no llegaremos a ninguna parte. Hay unos asesinos ahí afuera, que se estarían partiendo el culo de risa si nos vieran en este momento. – dijo Diego, mirándolos uno a uno. – Vaya pandilla de investigadores. Sí. ¡Estarán acojonados! Los BAC quizás estén planeando un nuevo crimen, y nosotros, los responsables de atraparlos, aquí comiendo con desgana y sin poder ni mirarnos a la cara.

Álvaro se limpió la comisura de los labios con su servilleta y se recostó en la silla. Eva dio un trago a su vaso de agua y Sabino bloqueó su móvil. Estaban allí, habían vuelto del recóndito lugar sitio donde habían aparcado sus mentes. Eva hizo el amago de comenzar a hablar, pero Diego no la dejó, continuó con su discurso.

– Compañeros, tenemos que replantearnos la situación. Álvaro, es evidente que te gustaría liderar este grupo. Lo harías bien, tienes aptitudes suficientes y lo has demostrado en más de una ocasión, pero de momento la responsable es Eva y así lo tenemos que aceptar. Todos y cada uno de nosotros. Sabino, o aquí o en casa, debes decidir donde pones tus cinco sentidos. Sé que a veces yo mismo estoy ausente, así que me hago el mismo reproche. Y tú, Eva, intenta olvidar lo ocurrido y toma las riendas. Todos cometemos fallos. – Diego realizó una pausa para mirar a Álvaro. – Así que, si os parece, vamos a concentrar todos nuestros esfuerzos en intentar resolver estos putos asesinatos.

Dicho esto, y como si no hubiese pasado nada, cogió su tenedor y prosiguió comiendo su risotto. Sabino, sorprendentemente, fue el primero en hablar.

– Totalmente de acuerdo, pido disculpas por mi falta de concentración. Quizá debería haberme quedado con mi familia y no haber aceptado el primer caso. Pienso que es un poco frustrante que no tengamos ni la más remota idea de por dónde comenzar. Tenemos alguna pista, pero nada por donde podamos tirar del hilo hasta encontrar los culpables. Eso provoca frustración y lo estamos pagando entre nosotros. – dijo Sabino, con un brillo en los ojos que Diego no había visto en él hasta ese momento.

– Tal vez lo que han hecho no es lo correcto. Me refiero a nuestros superiores, ya sabéis, escogernos a nosotros cuatro… – replicó Eva. – Poner al frente de una investigación así a cuatro personas que no habían trabajado nunca juntas me parece un poco arriesgado. Aunque piensen que somos su mejor opción, quizás no sea la decisión más acertada. Tal vez tenemos perfiles demasiado parecidos, ¿no, Álvaro? No digo que sea malo, pero no parece lo más eficiente.

– No creo que sea por eso. Llevamos poco más de tres días. Son dos crímenes en lugares diferentes, no nos conocíamos de antes, bueno, tal vez de algún curso, pero no habíamos trabajado juntos… – intervino de nuevo Sabino, mirando a Diego. – Tampoco creo que sea culpa nuestra que no tengamos ninguna pista, ni lo estamos haciendo tan mal. Nos falta confiar un poco más en los demás, que cada uno vaya investigando un poco a su aire, pero sin olvidar que debemos funcionar como equipo. Personalmente, creo que trabajo mejor sin tener un compañero pegado a mi culo las veinticuatro horas del día, pero eso no significa que no sepa trabajar en equipo.

– Sí, a mí me pasa igual. Prefiero trabajar solo, elegir que hacer en cada momento, dejarme llevar por el instinto, decidir con quien hablar, como enfocar la investigación, me monto mis películas, ya me entendéis… – dijo Diego, contento por la reacción de Eva y Sabino.

– Han colocado a cuatro individualistas a trabajar en equipo, por lo que veo. – dijo Álvaro, dando su opinión, finalmente. – Me identifico al cien por cien con lo que habéis dicho, también soy así. Me gusta trabajar solo, pero tener un equipo detrás al que consultar o pedir información mientras voy descartando opciones. Estoy acostumbrado a hacerlo de esa forma. Claro que los delitos que normalmente investigo no son como estos de los BAC. Eva, lo siento, de veras, perdóname. Como dijo aquel, lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir.

El último comentario de Álvaro, que incluso había cambiado su voz para hacer una más que aceptable imitación de Juan Carlos I, provocó una sonrisa en Eva.

– Jajaja, ¡que cabrón! – dijo Sabino, dando un golpe con el puño en el hombro de Álvaro.

– Es lo que hemos estado haciendo hasta ahora, ¿no? Me refiero a como hemos enfocado las investigaciones. Álvaro, tú estabas al cargo de los temas de comunicaciones, llamadas, imágenes, etc. Sabino más pendiente de las pistas que se pudieran encontrar sobre el terreno y buscando algo que nos pudiese servir en los informes, esos elaborados informes. Diego hablando con los posibles testigos o sospechosos. Yo he intentado coordinar todo, manteniendo el contacto con nuestros superiores y echar una mano en los interrogatorios. Cada uno de nosotros estaba siendo responsable de un área, ¿no creéis? Lo que ha faltado, según mi opinión ha sido comunicación, compartir información, incluso confianza. – dijo Eva, que volvió a su semblante serio. – Ahora ya sabemos dónde la hemos cagado y deberíamos ser capaces de encontrar la fórmula para arreglarlo, ya somos mayorcitos.

El camarero se acercó en ese momento a retirar los platos y tomar nota de los postres. No quisieron postre, pidieron que les sirvieran los cafés en la terraza. Una vez allí, continuaron la conversación.

– Ya que estamos intentando mejorar la comunicación, me gustaría compartir con vosotros algo que me vino a la cabeza cuando interrogamos a Margallo, el cazador que encontró el cadáver de Zafra. Margallo pronunció la palabra venganza. – dijo Diego, moviendo el café. – Se trata de los asesinos. Eva y yo ya hemos charlado de este tema, diría que también le he comentado algo a Álvaro. ¿Y si estamos frente a un grupo de vengadores? Imaginad que los BAC sea un grupo de personas que se está encargando de ajusticiar a quienes consideran culpables de crímenes que no han sido juzgados. Es un perfil típico de los que se estudian en la facultad, pero no es muy corriente, y menos aún en nuestro país. Es más común en la cultura anglosajona. ¿Qué pensáis?

– Que tiene sentido. Me refiero a que el perfil de ese tipo de asesino es conocido, pero no es corriente aquí. Aquí somos más pasionales, de reacciones en caliente. El perfil del vengador o justiciero requiere ser más frio, calculador, preparar los crímenes con detalle. – respondió Sabino. – Entonces, si asumiésemos que los BAC son un grupo organizado y que eligen a sus víctimas debido a su impunidad frente a la ley, perdonadme que os diga… lo llevamos fatal, la lista puede ser interminable. Desde jueces a fiscales, pasando de un extremo a otro del panorama político y por los empresarios. En este país se destapan casos de corrupción e injusticia social a diario. Suponiendo que las dos primeras víctimas tuviesen eso en común, ya que, de momento, no tenemos constancia de que Zafra estuviese implicado en casos de corrupción, ¿no?

– Pero Castro sí… Estaba pendiente de varios juicios por cargos diferentes, recuérdalo. – corrigió Álvaro. – Aun así, a Zafra lo marcaron como ladrón, y a Castro como corrupto, aunque estaba pendiente de juicio, no había sido encontrado culpable.

– Sí, unos juicios que no parecían llegar nunca, sus abogados siempre encontraban un resquicio legal para atrasarlos o alguna triquiñuela legal para que le retirasen los cargos de alguno de los delitos. – dijo Eva.

– En cambio Zafra, pese a todas las sospechas, nunca había sido juzgado por ningún delito. De hecho, fue su padre el sospechoso de algunas malas prácticas, no Roberto hijo. – recordó Diego. – ¿Por qué lo elegirían?

– Era el sucesor de su padre, quizás lo eligieron por eso. Además, tenemos esas conexiones con la extrema derecha… ¿Y si los BAC son un grupo terrorista de extrema izquierda? – añadió Sabino con un tono misterioso. – Hey, ¡no me miréis así! Unos vengadores, rollo anarquista, que van matando a capitalistas aprovechados del sistema. ¡Tampoco es ninguna barbaridad!

– No, no lo es, pero recuerda que los grupos organizados y más de tinte político normalmente reivindican sus acciones. Cada crimen perpetrado es considerado una victoria sobre el enemigo. – dijo Eva.

– Sabéis, es otra cosa que mosquea de estos BAC... No hay rastro de ellos. Yo esperaba lo que tú comentabas ahora mismo, que enviaran un comunicado a través de algún medio afín a su causa, como hacían ETA o los GRAPO, reivindicando sus supuestas hazañas tras perpetrar sus atentados. Pero no, se mantienen ocultos tras un silencio absoluto. – contestó Diego, acabando su café y cruzándose de brazos.

Su teléfono sonó y lo sacó del bolsillo. Mensaje de Olga. Tenía que llamarla. Se disculpó con sus compañeros y se alejó unos metros, los que consideró suficientes para no ser escuchado. Desde su posición, observó a Eva, que se acababa de encender un cigarro y se había sentado en un muro dándole la espalda. No pudo evitar mirar el culo de su compañera. Pensó que era el culo más perfecto que había tenido la oportunidad de contemplar.

– Hola Diego, ¡dime! – dijo Olga al descolgar.

– Hola churri. Sí, bien. ¿Y tú? Mucho calor, pero al menos no es tan pegajoso como en Barcelona. Pues aquí, hablando sobre cómo vamos a enfocar la investigación. Parece que el mal rollo se ha disipado un poco, de momento… – dijo Diego a Olga.

– Sí, la cosa se puso bastante fea, pensaba que iban a comenzar a pelearse y gritar en cualquier momento. – contestó Olga, conocedora del mal genio que gastaba Eva. – Quería hablar contigo de otra cosa. ¿Os queda mucho por hacer en Jaén? Lo digo porque podrías volver esta misma noche, no sé, o mañana por la mañana a Barcelona y seguir la investigación el martes. Aquí hay cosas que hacer, ya sabes, lo del dossier de Zafra, podríamos hablarlo en persona y después irnos a mi casa...

– Mmm…suena realmente tentador, pero compréndelo, tengo que consultarlo con Eva. Después de lo ocurrido hoy, no quiero ser quien la lie otra vez dejando tirado al resto del equipo por ir a echar un polvo, aunque me muera de ganas de estar contigo, lo sabes. Sí. Tranquila. Claro, ¡no pasa nada! Lo hablo y te digo algo, espero que pronto. – contestó Diego, sincero.

Olga sabía que Diego tenía razón. Toda la razón, pero no podía evitar arranques típicos de novia celosa y caprichosa. Le daba rabia tener aquellos sentimientos, pero le costaba reprimirlos.

Cuando Diego volvió a la mesa, sus compañeros seguían enzarzados en la discusión sobre los BAC y sus asesinatos. Sabino estaba explicando su teoría acerca del grupo de extrema izquierda que asesinaba capitalistas.

– …imaginad una pandilla de activistas de izquierdas que, cansada de manifestarse pidiendo un cambio en la sociedad, deciden comenzar ellos mismos, acabando con quienes consideran los culpables de los fallos del sistema.  – dijo Sabino, exhalando el humo del cigarro.

– Eso podría tener sentido. Estamos detrás de varios perfiles de Facebook y Twitter que concuerdan perfectamente con la descripción que acabas de hacer. Es similar a lo de los okupas que sugirió Diego el otro día. – explicó Álvaro, mientras miraba algo en su móvil. – Lo que no concuerda es lo de pandilla o grupo. Los perfiles que investigamos no tienen contacto entre ellos ni nada en común aparte de la ideología, o no conseguimos encontrarlo. Algunos alaban los actos de los BAC, piden unirse a ellos, proponen víctimas o métodos para acabar con ellas. Pero no hay un nexo entre ellos.

– Pero si damos por hecho que BAC es un grupo organizado, cuyas siglas significan Brigadas Anti-Corrupción, deben mantener algún tipo de contacto entre sus miembros. O eso, o viven tan cerca que no necesitan enviar SMS, emails o WhatsApp. Tal vez utilicen un código para encriptar sus comunicaciones. – dijo Eva, que parecía pensar en voz alta.

Álvaro leía algo en su móvil. Levantó la mano izquierda para atraer la atención de sus compañeros.

– ¡Que cabrones! – exclamó Álvaro. – ¿Os acordáis de la página web que he mencionado esta mañana? Ahora se puede acceder desde otro dominio: www.bac.es. Lo han registrado ésta misma mañana. También han añadido dos nuevas opciones de voto. La primera, se puede elegir de qué forma va a morir la próxima víctima. La segunda es el dinero que deberían devolver algunos de los personajes propuestos para poder ser absueltos de sus delitos. ¡Es sencillamente brutal! Acaban de llegar al millón de visitas, se ha convertido en la página con el crecimiento de visitas más rápido en la historia de internet, superando incluso a Facebook. El rey encabeza la lista de personajes, han elegido la ejecución por guillotina…

– O sea que la gente lo quiere sin corona… Jajaja, que malo el juego de palabras. – dijo Sabino, riéndose de su propio chiste.

Los cuatro investigadores soltaron una carcajada, liberando algo de tensión. Álvaro continuó.

– Sí, muy ocurrente… Para que se pudiese salvar de una posible muerte, el rey debería devolver tres mil millones de euros al país, pero la cantidad sigue subiendo. Mis colegas han comenzado a rastrear y guardar todas las direcciones IP de los dispositivos que visiten y voten dicha página, podría servirnos por si los BAC atacan de nuevo. – dijo Álvaro.

Sabino apagó su cigarro y miró el reloj.

– Compañeros, son casi las cuatro y media. Tengo que estar a las cinco en la comisaría para hacer unas llamadas. Me gustaría hablar con algunos de los amiguetes de Zafra. Tal vez se les ocurra quien puede estar detrás de su muerte. – comentó Sabino con sus colegas. – ¿Qué planes tenéis vosotros?

– Me gustaría ver la grabación de la charla de Olga con el periodista. También tenemos toda la información que recopiló Pinyol, incluidos los fragmentos no publicados, deberíamos echarle un vistazo. ¿Qué piensas, Eva? – preguntó Diego, pidiendo la aprobación de la responsable del grupo.

– Sí, es buena idea. Si te da tiempo échale también un vistazo al dossier de Zafra. Álvaro, busca si hay nombres comunes entre Castro y Zafra, por favor. Y no dejes de lado lo de la página web, puede ser una fuente de inspiración para los BAC, satisfacer las peticiones del pueblo, ese debe ser el sueño de un vengador, ¿no? Sabino, cuando tengas las visitas programadas hablamos. Yo tengo que hacer un par de llamadas para pedir órdenes de registro, después me pondré con el dossier también. – dijo Eva. – Por cierto, no me esperéis para cenar, he quedado.

Diego la miró con curiosidad. Justo después de finalizar la frase, Eva había agachado la cabeza y sonreído levemente. ¿Con quién habría quedado para cenar? ¿Los evitaba por lo ocurrido en la reunión? Estuvo a punto de preguntar, pero no le pareció oportuno.

– Yo estaré en la habitación del hotel. Aire acondicionado, unas latas de Coca-Cola bien frías y una mesa amplia. Me concentro mejor así. Tenéis mi número, llamadme para cualquier cosa. También si queréis que quedemos para cenar o tomar algo, ¿vale? – dijo Álvaro.

– Te acompaño al hotel, también voy para allí. – dijo Diego, levantándose tras Álvaro. – Espérame.

Sabino ofreció un cigarro a Eva y se lo encendió. Tras exhalar el humo de la primera calada, Sabino metió el paquete de tabaco en el bolsillo derecho de su pantalón.

– Sabes, creo que deberíamos hablar con Bernardo Zafra antes que se marche. A poco que le tiremos un poco de la lengua le sacaremos algo de información. – le comentó Sabino a Eva.

– Le diré a Diego que lo busque y se lo pida. Buena idea. Si no te importa, iré con él. Contigo ya ha hablado, mejor probamos nosotros. – dijo Eva.

La responsable de la investigación envió un WhatsApp a Diego pidiéndole que localizase a Zafra para hablar con él.

Una vez en el hotel, Diego llamó a la comisaría para que le ayudasen a localizar a Bernardo Zafra. Por suerte, seguía en la ciudad haciendo los trámites legales para trasladar el cuerpo de su hermano. Esta vez la burocracia les había echado una mano, por lo visto la documentación estaba tardando más de lo esperado. Minutos más tarde le confirmaban que al día siguiente, a primera hora de la mañana, Bernardo Zafra se presentaría en la comisaría para hablar con ellos. Avisó de la noticia a sus colegas a través del grupo de WhatsApp que tenían abierto para ese tipo de comunicaciones. El lunes diecinueve de Julio a las nueve de la mañana tenían reservadas dos horas de una sala de la comisaría para hablar con el hermano de la última víctima de los BAC.

Acto seguido, Diego se calzó de nuevo, cogió unos auriculares, sus gafas de sol y salió a pasear un rato. Necesitaba escapar un rato de los casos, aclarar su cabeza, pero no solo por las investigaciones. Su relación con Olga estaba llegando a un punto en el que había que tomar una decisión y no sabía si estaba preparado, albergaba demasiadas dudas. Con las manos en los bolsillos, comenzó a caminar calle abajo mientras escuchaba el Use your illusion de los Guns N’Roses. Unos chiquillos jugaban en la calle correteando detrás de una pelota de futbol. Diego esquivó el pase de tacón de uno de ellos saltando por encima del balón, ya que estaba atravesando el campo de futbol imaginario que los críos habían delimitado con unas botellas de plástico.

Ya alejado del griterío de los futuros cracks del balón, y con Dust N’Bones sonando de fondo, Diego buscó el resguardo de la sombra. Caminó durante un rato hasta las calles del casco viejo de Jaén, donde las casas blancas encaladas le devolvieron a su niñez, cuando visitaba el pueblo natal de su madre durante las vacaciones estivales. Entró en un bar y pidió una botella de agua fría. La noticia que estaban dando en la televisión del local le llamó la atención. Apagó la música y se retiró los auriculares. Se trababa de un numeroso grupo de gente protestando frente a un edificio de Madrid. Una carga de los antidisturbios, a todas luces desproporcionada, según pudo apreciar Diego, intentaba disolver un grupo a base de golpes de porra y gases lacrimógenos. El resultado, según los titulares de la noticia, una persona muerta y tres heridos graves.

– ¡Hijos de puta! ¡Míralos! ¡A porrazo limpio! – dijo el camarero, un cincuentón con una prominente barriga, dirigiéndose a uno de los clientes que estaba sentado en la barra. – ¿Tú ves normal que los policías ataquen así a la gente simplemente porque están protestando por un desahucio?

– ¿Normal? Lo que vería normal es que más gente se apunte a las BAC esas y hagan una buena limpieza de una puta vez. Este país necesita una buena purga… – contestó el cliente, que pasaba de los setenta, dando un trago a un carajillo. – Los ricos robando a manos llenas y los pobres no pueden ni luchar por sus derechos, es su casa, no la del banco, serán cabrones…

Diego abrió la botella de agua y se sentó en el otro extremo de la barra. Sentía curiosidad por escuchar aquella conversación.

El camarero interpretó las curiosas miradas de Diego como un intento de entrar en la conversación, así que le brindó la oportunidad de hacerlo.

– Y usted, ¿qué opina? – le preguntó el camarero, mientras metía botellines de cerveza en una nevera. – No es de por aquí, ¿no?

– No, estoy de visita. – respondió Diego, sin querer dar demasiadas explicaciones. – No sé… ¿de qué están hablando?

– Catalán… ¿Es usted catalán? ¡Se le nota en el acento! – dijo el cliente desde el otro extremo de la barra.

El anciano se levantó y acercó hasta donde se encontraba Diego, con el carajillo en su mano temblorosa.

– Yo estuve viviendo más de cuarenta años en Hospitalet, ¿de dónde eres? – le preguntó aquel señor.

– De Barcelona, del Eixample, ¿lo conoce? - contestó Diego. – Tiene usted buen oído para los acentos.

Su afirmación era cierta, ya que consideraba que pese a llevar toda la vida viviendo en Barcelona, no tenía acento catalán. Todo y que hablaba el catalán perfectamente, al ser el castellano su lengua materna, su acento era bastante neutro.

– ¡Cómo no voy a saber dónde está el Eixample! Hijo mío, he sido albañil toda mi vida, paleta, como decís por allí. Ese fue el motivo por el que fui a vivir a Cataluña. ¿Sabes?, aquí había una crisis del copón y tenía amigos del pueblo que se habían marchado a Barcelona, a probar suerte. En aquella época allí había mucho trabajo y pagaban bastante bien, no como ahora. ¡Pues no he trabajado años en aquella zona! ¡Igual las paredes del piso donde vives las he levantado yo, con estas manos! – explicó el señor con una sonrisa en su rostro, mostrándole sus encallecidas y temblorosas manos.

Diego observó a aquel anciano con gesto amable y le dedicó una amplia y sincera sonrisa. El olor que emanaba su aliento y la mirada nublada confirmaron que bebía un carajillo de coñac y que seguramente, no era el primero que tomaba.

– No le calientes la cabeza al señor, Antonio, que seguro que tiene cosas más importantes que hacer… – dijo el camarero, mientras limpiaba el mismo trozo de barra con una bayeta de un color y textura algo sospechosos. – ¿Qué le trae a usted por aquí, si no es mucho preguntar?

Diego decidió en unas décimas de segundo que no podía desvelar su verdadera ocupación, así que improvisó.

– Negocios. Soy comercial de una empresa aceitera. – respondió mientras finalizaba la botella de agua. – ¿Me pone un café con hielo? Que sea bien largo, por favor.

– Eso está bien… ¿y qué opinas de eso de las BAC? – preguntó el tal Antonio, el señor de los carajillos. – Yo le decía a Luis que eso son los del gobierno, que se están cargando a los que les molestan o roban más que ellos. Esos son una panda de chorizos, todos los días sale algún caso nuevo de corrupción, vaya vergüenza.

– Pues no sé qué decirle, pero espero que los pillen pronto, sean quienes sean. Están asesinando a inocentes… bueno, personas, ya me entienden. – respondió Diego.

– Inocentes… inocentes tampoco lo eran mucho. Se han cargado dos buenos elementos. Pero hay que tener cojones para hacerlo. Yo soy más de la opinión que a un par de militares o policías de esos de los cuerpos de élite se le han hinchado los huevos y que están matando a gente que es mala de verdad. – dijo el camarero, con una sonrisa esperanzada en su cara redonda. – A más cabrones de esos deberían cargarse, no deberíamos aguantar que nos roben más. Nosotros hinchados a pagar impuestos y ellos de fiesta en fiesta o de vacaciones pagadas por todos.

– O sea que según usted los BAC son algo así como Batman y Robin, unos justicieros. – dijo Diego, vertiendo el café en el vaso con hielo.

– Pues sí. Es más, si a mí me diesen la oportunidad, me iba con ellos a echarles una mano. Y no soy el único, ¿tú que dices Antonio? – respondió el camarero, envalentonado.

– Yo ya estoy mayor para esas cosas, tengo la espalda fatal, pero si tuviese veinte años menos, ya te digo, no lo dudaba. Tu mira que cara de bobo tiene el presidente. ¿Crees que ese idiota puede hacer algo bueno por este país? – dijo el señor Antonio.

El anciano estaba señalando con su dedo anquilosado al televisor, donde el presidente del gobierno, visiblemente nervioso, realizaba unas titubeantes declaraciones rodeado de los micrófonos de un enjambre de periodistas. Era evidente que el alcohol había soltado la lengua y sonrosado las mejillas de aquel anciano.

Diego pensó que ya había oído bastante. Era suficiente. No podía negar que estaba de acuerdo con algunos de los razonamientos de aquellos señores, pero no podía expresarlo abiertamente. Al fin y al cabo, era un funcionario público y estaba investigando los asesinatos perpetrados por los BAC, esos a los que aquellos señores estaban justificando. Apuró de un trago el café y dejó el vaso sobre la barra, acercándolo al camarero.

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