BAC

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Capítulo 59

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Inmóviles frente a la puerta de la habitación de Eva, y fundidos en un abrazo, no sabían que decir. Diego necesitaba estar solo, pero no sabía cómo afrontar la situación sin que pareciese que no deseaba estar con ella. Por otro lado, pensó que ella tampoco tenía muchas ganas de que entrase a la habitación, de otra forma no se habrían quedado fuera. Al cabo de unos segundos, Eva se separó de Diego y abrió la puerta.

– ¿Vas a pasar? – preguntó Eva, poco convencida de su oferta.

– Pues me encantaría, pero necesito descansar, intentar entender lo que ha ocurrido, y, sobre todo, hablar con mi madre. – respondió Diego, sincero.

– Bueno, pues nos vemos después, ¿no? – dijo Eva. – Nos hablamos por Telegram.

– Vale, que descanses. – dijo Diego, dándole un beso.

Eva cerró la puerta. Hacía diez minutos, dos agentes habían estado registrando la habitación de Diego y a continuación, la suya. En parte, se sentía liberada. Aquellos casos la habían agotado, física y mentalmente, habían consumido su, aparentemente, inacabable energía. Ella, que normalmente era la primera en llegar a la oficina, la que animaba a los compañeros y volvía la última a casa, caía rendida en la cama al final de las largas jornadas de trabajo de las últimas dos semanas. Los BAC, las Brigadas Anti-Corrupción. Sonrió al recordar el significado. Se desnudó camino a la cama, quedándose tan solo con las bragas. Dejó la ropa en el suelo, junto al resto del equipaje que habían deshecho los agentes que efectuaron el registro. Pensó que tendría tiempo para recoger todo más tarde. Se acercó con cuidado a la ventana y bajo la persiana un poco, no necesitaba tanta luz. Se tumbó en la cama, boca abajo, intentando buscar una postura que le permitiese descansar. Cogió la almohada y la colocó entre su cabeza y su brazo izquierdo. Movió la cabeza para acomodarse y comenzó a canturrear.

Cantar le obligaba a recordar la letra de las canciones y abstraerse de sus pensamientos. Solía funcionar, así que comenzó a cantar en voz baja Diecinueve días y quinientas noches, de Joaquín Sabina. Era una canción densa, con una letra poco repetitiva. Llevaba un par de minutos cantando cuando, de repente, se detuvo. Casi de un brinco, se sentó en la cama y miró su móvil. Tenía que hablar con Gracia. Por un momento, todo y que intentaba conciliar el sueño, no pudo evitar pensar en los asesinatos, en los interrogatorios. Había un detalle que habían pasado por alto en la última charla con Ramón, justo antes de que los apartasen del caso. Incorporada, se quedó pensativa. No, no podía. Tenía que olvidarse.

Ya no formaba parte del equipo que investigaba los asesinatos. Haciendo un esfuerzo, dejó el móvil y volvió a tumbarse. Inquieta, no paró de moverse sobre el colchón. Pasaron minutos, muchos, hasta que consiguió cerrar los ojos y descansar. Finalmente, el cansancio acumulado y la digestión se encargaron de amansar poco a poco a la fiera.

Mientras tanto, Diego había hablado con su madre, a quien había encontrado bastante decaída. Notó como su ánimo cambió cuando le comunicó que volvería a casa en un par de días. Tras dejarla desahogarse un poco, le prometió llevarla a cenar a un italiano donde solían ir en días señalados. Volver a casa tras aquellos largos días fuera merecía una celebración.

Tras la breve, pero intensa conversación telefónica con su madre, Diego recogió un poco la habitación. No soportaba el estado en que los agentes habían dejado sus pertenencias. Marcó el número de teléfono de Rubén, uno de sus amigos de toda la vida.

– ¿Qué pasa nen? Sí, ya sé que llevo días sin decir nada, hay gente que trabaja… ¿Cómo va la vida? ¿Qué? Supongo que sí, por eso te llamaba. ¿Ya tenéis fechas?  Bueno, si te digo la verdad no he leído todo lo que escribíais, así que si me haces un resumen... Pues claro, no tenía tiempo, ¡en serio!… Oye, si te molesta, llamo a Josep. ¡Joder!, pues sí, claro que me mosquea. Si te digo que no podía atender a los mensajes del grupo será porque es verdad, parece que no me conozcas. El fin de semana del catorce de septiembre, ¿justo la semana de antes de la boda? Bueno, me parece bien, contad conmigo. Venga, un abrazo, capullín, no te enfades conmigo… Vale… Venga, sí, hasta luego. – dijo Diego, colgando la llamada.

Bueno, otra cosa tachada de su lista mental de tareas pendientes, y solo había necesitado media hora de su tiempo. Ahora tocaba repasar los detalles de los crímenes de los BAC. Y descansar, necesitaba echar una siesta. Antepuso el descanso a su deseo de encontrar algún detalle que hubiesen pasado por alto. Se recostó en la cama. No le costó mucho conciliar el sueño.

Un rato más tarde, Diego, sobresaltado, se levantó de la cama y salió disparado hacia la puerta de la habitación. Alguien había golpeado la puerta. Su cerebro, aunque estaba dormido, seguía alerta, vigilante. Comprobó que no había nadie por la mirilla. Extrañado, abrió la puerta con cautela. Tres niños corrían detrás de una pelota por el pasillo. Falsa alarma. Se despeinó con ambas manos y cerró la puerta. Tenía la boca seca, así que fue al lavabo y llenó dos veces el vaso para saciar su sed. Tras orinar y refrescarse la cara, se sentó en la cama, apoyando la espalda en el cabecero y comenzó a pensar en cada uno de los casos. Debía haber algo, algún detalle inconexo que podía ayudar a desenredar aquella madeja. Encontrar el extremo por el que comenzar a tirar hasta llegar al final. Castro, Zafra, Muñoz-Molina… Se frotó los ojos. Miró el reloj de su móvil, eran las cinco y media de la tarde. El sol no apretaba tanto ese día. Se asomó a la ventana, sin dejar de pensar en los asesinatos, en la forma en que los habían apartado del caso, en la falta de pruebas. Eso era… ¿y si alguien se había encargado de limpiar los escenarios de los crímenes? Pensó que esa idea ya había aparecido en alguna de las múltiples charlas que habían mantenido. Alguien interesado en que no se encontraran a los responsables. No, no podía ser, era imposible. Conectó su móvil al cargador y comprobó las notificaciones. Varios mensajes del grupo de la boda de su amigo, que no se molestó en leer, una notificación de que lo habían agregado a un grupo de Telegram y una llamada perdida, de Sabino.

Tenía que haber sido atrapado en un sueño muy profundo para no escuchar el teléfono. Se preguntó que podía querer Sabino, así que devolvió la llamada.

– ¿Hola? Sí, ¿se puede poner Sabino…? De parte de Diego. Sí, claro, espero. – dijo el inspector de los Mossos.

Una mujer había contestado a la llamada, Diego pensó que debía tratarse de la esposa de Sabino. Diego escuchó voces de fondo y como la mujer andaba hasta entregar el teléfono.

– ¡Diego! ¿Qué tal? – dijo Sabino al coger el teléfono.

– Pues bien, he visto que me habías llamado, ¿qué pasa? – dijo Diego, expectante.

– Bueno, pasar ya sabemos lo que pasa. Me han llamado y me lo ha explicado, por encima. ¿Cómo os habéis tomado la decisión? – preguntó Sabino.

– Pues como una patada en los mismísimos cojones… Imagínate, hacemos una pausa en el interrogatorio de uno de los detenidos y quince minutos más tarde nos comunican que otros se harán cargo de la investigación y nos dan las gracias por el servicio prestado. – explicó Diego. – Te puedes hacer a la idea, ¿no? Bueno, y tú, ¿qué te cuentas?

– Pues poca cosa… Me voy a coger unos días de vacaciones, tenemos que pintar la habitación de la peque. Del trabajo, pedí un cambio de departamento. De momento, estoy valorando la opción de pasar a algo más tranquilo, ya sabes, tengo familia. – dijo Sabino, serio.

Diego escuchó como Sabino se movía mientras hablaba, como cambiaba de estancia. Dedujo que ahora se encontraba en una estancia más pequeña, por la forma en que se había amortiguado el sonido ambiente.

– Oye… tengo que contarte algo. – dijo Sabino bajando la voz hasta un nivel inaudible.

– Dime… – dijo Diego, con curiosidad.

– ¿Recuerdas la lista de nombres que te pasé? – dijo susurrando Sabino.

– Sí, claro, de memoria. – dijo Diego. – ¿Por?

– Pues haz un esfuerzo y trata de olvidarlos, solo te puedo decir eso. Eso, y que andes con ojo. – le advirtió Sabino.

– ¿Por qué, qué pasa? – preguntó intrigado Diego.

– Tú hazme caso, te tengo que dejar. Agur. – dijo Sabino, despidiéndose.

Y colgó. Diego, sin saber cómo reaccionar mantuvo el móvil pegado a su oreja unos segundos. Sabino parecía preocupado. Ahora él también lo estaba. Dudo entre dejarlo pasar o hablar con Eva. Dejó el móvil de nuevo conectado al cargador y se fue al cuarto de baño. Pensó que una buena ducha le ayudaría a pensar. Buscó la bolsa de aseo entre sus pertenencias. Recordó que la había dejado junto a la mesita de noche cuando recogió. Comprobó que la crema de afeitar y la maquinilla desechable estaban dentro y se dirigió al espejo. Se quedó parado, mirándose durante unos segundos. Tenía cara de cansado, todo y haber dormido un buen rato. Abrió el grifo y ajustó la temperatura del agua hasta que la encontró suficientemente caliente. Con parsimonia, se repartió la espuma de afeitar por la cara. Mientras se afeitaba, buscaba en algún recoveco de su memoria un detalle pasado por alto, un gesto, una mirada. Desde que murieron Leonor y Pedro, aquel asunto de las pastillas envenenadas le había resultado interesante, extraño. Le hubiese gustado disponer de las grabaciones de aquellos interrogatorios, volver a verlos. Pensó en pedírselo a Álvaro, pero el mero hecho de comentárselo lo podía poner en un aprieto. Tras lavarse la cara y quitarse todos los restos de espuma, llevó la maquinilla de afeitar y la crema hasta la ducha. Eva le había hecho algún que otro comentario sobre su vello púbico, así que decidió darle una sorpresa. Después de hacerse unos arreglos, permaneció inmóvil bajo el agua caliente, tranquilo, dejando que el agua masajeara su espalda. Mientras entraba en un estado de relajación del que no disfrutaba desde hacía muchos días, intentó repasar mentalmente las conversaciones con los asesinos de Muñoz-Molina. En su cabeza, podía visualizar a Pedro, exaltado mientras les contaba cómo había cortado los genitales al arzobispo. Recordó sus palabras cuando confesó su crimen.

– “No consentiré que me atrape esa gentuza.” – recordó Diego.

Eso era… Tal vez no estaba hablando de ellos, la policía, quienes los tenían detenidos, sino de otra gente. Rápidamente, Diego asoció un nombre a la gentuza a la que podía estar refiriéndose Pedro. Plus Ultra. ¿Estaría en lo cierto? ¿Era aquel el verdadero motivo por el que los BAC llevaban una pastilla con veneno? Evitar caer en manos del enemigo, ese podía ser el significado de las palabras de Pedro. Esa apreciación cambiaba ligeramente el enfoque de la investigación, esa investigación de la que ya no formaba parte. Demasiado tarde, quizás. Ya no podían hacer nada. Realmente ellos no, pero pensó que lo comentaría con Eva. Quizá podían pasar la información al equipo que se encargaba ahora de los casos.

Sin prisa, se secó y salió desnudo a buscar algo de ropa. Se detuvo a mirar sus genitales frente al espejo. Pensó si era aquello a lo que se refería la Eva picarona, una de las diferentes Evas que habitaba en aquel bello cuerpo.

Se colocó unos tejanos sin ropa interior, unos calcetines cortos, las bambas y la primera camisa de manga corta limpia que encontró. Tras ponerse el desodorante en spray, cepillarse los dientes y peinarse con las manos, cogió la cartera y la llave de la habitación y se dirigió hasta la de Eva, tranquilo, con las manos en los bolsillos.

La habitación de Eva estaba en la misma planta, justo al volver la esquina del pasillo que conducía a las escaleras. Cuando llegó a la puerta, golpeó ligeramente con los nudillos.

– Soy yo. – dijo Diego.

No escuchó movimiento dentro de la habitación, así que pegó la oreja a la puerta. Escuchó el ruido de la ducha. Golpeó un poco más fuerte.

– ¿Eva? – dijo Diego subiendo el volumen de su voz.

Diego pudo oír como la ducha se apagaba y alguien se acercaba a la puerta y la abría.

– Pasa… – dijo Eva, escondida detrás de la puerta.

El inspector entró por la estrecha abertura que había dejado Eva intentando no empujar.

– Estaba en la ducha. – dijo Eva, medio tapada con una toalla. – Casi estoy, tardo cinco minutos.

– Vale. – dijo Diego.

Ella volvió al cuarto de baño con su trasero completamente al descubierto, detalle que agradeció Diego. Se sentó en la silla mirando a su alrededor. Ropa, ropa tirada por el suelo. Se levantó a recogerla y la dobló sobre la cama. Se entretuvo en agruparla por tipo de prenda.

– ¡Que bien! Muchas gracias… ¿puedo pagártelo de alguna manera? – dijo Eva al salir del cuarto de baño y encontrar su habitación prácticamente recogida.

Diego se giró y vio a Eva completamente desnuda en una postura sugerente. Sin pestañear, cogió unas braguitas, un sujetador, unos pantalones cortos y una camiseta y se los acercó. Le dio un beso en los labios. Breve. Sin ápice de deseo. Como unos casados celebrando sus bodas de oro.

– Ya está, ya me he cobrado el trabajo. – dijo Diego. – Vístete, tenemos que hablar de una cosa…

Eva lo miró extrañada. Cualquier otro hombre se le hubiese tirado encima, no habría dejado escapar una oportunidad así... No era la reacción que esperaba, pero tampoco le molestó. Estaba empezando a conocer a Diego y cada día descubría detalles que le sorprendían, detalles agradables. Era diferente.

– Dime. – dijo Eva mientras se vestía. – Supongo que está relacionado con nuestros BAC… Yo también he estado dándole vueltas.

– Bueno, pues comienza tu si quieres. – dijo Diego, sentándose en la silla.

– Ramón. Registramos su apartamento, se supone que Cele y Ramón eran pareja, encontramos ropa suya allí, pero nos dijo que se habían peleado y que incluso se había ido del apartamento. O sea, que posiblemente, nos dejamos por registrar otra vivienda. – dijo Eva.

– Sí, había cosas de Cele, pero tienes razón, algo no cuadra. No había ropa suya para lavar, por ejemplo… – comentó Diego.

– ¿Sospechas que Cele nos engañó? – preguntó Eva, andando por la habitación.

– No, no creo. No sobre su relación. Eran pareja, seguro. Solo tienes que recordar las últimas palabras de Ramón arrepentido pidiéndole perdón a Cele, despidiéndose de él antes de tomar la pastilla. – dijo Diego. – Estaban juntos, de eso no tengo duda. Es posible que cada uno viviese a su aire. ¿Qué piensas hacer? ¿Llamar a Gracia? ¿Hablarle de tus sospechas? Recuerda que ya no trabajamos en el caso.

– ¡Pero eso no significa que no podamos seguir ayudando! Creo que sí, que debería llamar a mi jefe y explicarle esto. – dijo Eva, detenida frente a Diego.

– No sé, igual les molesta que sigamos dándole vueltas a todo esto. Inténtalo y me cuentas. – dijo Diego, mirando al techo.

– Vale. Pero antes cuéntame… – dijo Eva, sentándose en el borde de la cama.

– Era eso mismo. – dijo Diego. – Creo que habíamos llegado a la misma conclusión.

– Está bien, le voy a enviar un WhatsApp a Gracia para que consideren la opción. Tal vez puedan sacar la información a Cele. Menudo fallo… – dijo Eva, mientras escribía en su móvil.

– No lo considero un fallo. Es fruto del cansancio, del stress y de la ofuscación. No hemos tenido demasiadas pistas en ninguno de los casos. Todo eran teorías, ninguna base sólida. Si hubiésemos dispuesto de más tiempo… – dijo Diego.

– Sí, quizás aún seguiríamos en la investigación ¿Sabes? Una parte de mí se alegra, pero otra parte se siente mal. Me siento como si los BAC nos hubiesen derrotado. – confesó Eva, subiendo los pies sobre la cama y pasando los brazos alrededor de las piernas.

– No comparto tu opinión. Diría que hemos ayudado a desarticular una organización de asesinos. Esos jubilados han conseguido meter el miedo en el cuerpo a la cúpula del gobierno. Creo que no se apuntaba tan alto desde lo de Carrero Blanco. Joder, tenían como objetivos al rey, al presidente del gobierno y a la expresidenta de Andalucía. Nos guste o no, ahora está en manos de otros. Me habría gustado seguir hasta el final… Pero no depende de nosotros, así que no creo que valga la pena seguir dándole vueltas… – dijo Diego.

Diego pensó que, de momento, era mejor que sus sospechas sobre el temor de los BAC a acabar en manos de los Plus Ultra no llegasen a oídos de Santamaría. Recordaba perfectamente que el nombre del secretario de Interior aparecía en la lista que Sabino le había proporcionado. Como no tenía forma alguna de contrastar la información, se dejaba guiar por su intuición.

Eva escuchaba a Diego, pero miraba su móvil. Esperaba ver los dos tics que confirmasen que Gracia había leído su mensaje. Segundos más tarde, vio que Gracia aparecía como conectado y leía el mensaje. Gracia estaba escribiendo. Le respondía.

– No me refería a que nos hayan derrotado en ese sentido. Lo que quería decir es que nos han dejado retratados en varias ocasiones. Se supone que nos eligieron por nuestra experiencia, nuestro saber hacer. Igual eso ha jugado en nuestra contra. Quizás esperaban más de nosotros. – dijo Eva, mientras leía la respuesta de su jefe.

– ¿Qué te ha dicho? – preguntó Diego, curioso.

– Que gracias por la información, que lo pasaría al nuevo equipo. – respondió Eva.

Tiró el móvil sobre la cama, apartándolo de ella. Se tumbó boca arriba y le hizo un gesto a Diego.

– Vente a mi lado, anda. – dijo Eva.

Diego se levantó, se sacó el calzado y se acostó a su lado. Ella se giró y apoyó la cabeza sobre su hombro.

– Tú no pareces muy preocupado, o lo disimulas muy bien. – dijo Eva, sin mirarlo.

– Sí que estoy preocupado, pero te repito, creo que no vale la pena darle más vueltas. – dijo Diego para tranquilizarla. – Cambiemos de tema. Eva… ¿has pensado que hacer con tus días de vacaciones?

– Ya te lo he dicho antes. Lanzarote. Me encantaría volver. Es buena época, las playas son preciosas. – dijo Eva con la mirada perdida. – O Croacia, me han dicho que es una pasada. Malta tampoco debe estar mal. Ah, ¡sí!, las islas Mauricio o las Seychelles…

– Como buen catalán, mejor comenzamos por Lanzarote, será más asequible. No estoy para demasiados gastos… – dijo Diego, bromeando.

– La putada es que se han llevado los portátiles, podríamos mirar vuelos. – dijo Eva.

– Podemos mirarlo en tu móvil, tiene buena pantalla. – propuso Diego.

Eva alargó su brazo para coger de nuevo su teléfono. Instaló una aplicación para organizar viajes y comenzaron a apuntar opciones en una hoja de papel.

Diego la miraba. Era un nervio. Un brote de culpabilidad se le enquistó en el estómago, no había sido sincero con ella, no del todo. Se prometió a si mismo contarle su teoría, pero debía encontrar el momento adecuado.

– …seis días, cinco noches, seiscientos noventa euros por persona. Media pensión. Apunta. Hotel Meliá Salinas. No tiene mala pinta. – dijo Eva. – Aunque tiene pinta de ser el típico hotel lleno de familias con niños. No, mejor táchalo…

– ¿Y ese? – preguntó Diego.

– ¿Cuál? ¿Éste de las cinco estrellas? ¿No decías que querías ahorrar? Es temporada alta y dudo que tengan algo libre. – dijo Eva. – Pues sí, parece que está bien... Y está en Playa Blanca. A ver…

– ¿Cómo? ¿Novecientos euros? Se pasan un poco, ¿no? – exclamó Diego.

– Hey, ¡espera!, es una suite. Mira, con terraza y jacuzzi. – dijo Eva mirando de reojo a Diego.

– Es que hay que sumar el vuelo, que fácilmente serán doscientos por cabeza, y el coche, otros trescientos fácil… – dijo Diego, intentando buscar alguna excusa.

– Apunta. Hotel Arrecife. Mil cien euros una semana en esa habitación… Todo incluido, y cuando digo todo incluido, es todo, todo, todo… – dijo una sugerente Eva, besando a Diego.

Diego soltó el papel, el bolígrafo y hasta una antorcha en llamas, si la hubiese tenido. Eva bajó su mano izquierda hasta el pantalón de Diego, la metió dentro y lo miró a los ojos. Diego sabía que aquella mirada era de deseo y lo que presagiaba...

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