BAC

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Capítulo 24

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– Sí, tal vez tengas razón. – asintió Diego.

Volcó el café en el vaso con hielo, no le echó azúcar. En su mente, el inspector seguía intentando buscar una explicación.

– ¿Qué tendrá de especial ese cuadro? Ya sabes, el que busca Pinyol. – preguntó Diego.

– No lo sé, pero es curioso. Tenemos que hablar con ese periodista. Estoy pensando que aquí ya no hacemos prácticamente nada y lo de Pinyol promete. ¿Nos vamos a Barcelona? – preguntó Eva.

Su mirada azul buscaba la aprobación de su colega. A Diego se le iluminó el rostro, Eva lo notó enseguida.

– Sin duda. Si finalmente lo retienen en comisaría, sería muy útil poder hablar en persona con él. – dijo Diego, tras meditar su respuesta unos segundos.

Por otro lado, vería a Olga, lo cual también resultaba interesante. La llegada del camarero interrumpió algún que otro pensamiento lascivo.

– ¿Desean algo más los señores? – preguntó el camarero.

– No, gracias. – contestó Eva, dándole un billete de cinco euros. –  Quédese el cambio.

– Muchas gracias, que pasen buen día. – respondió el camarero, mientras retiraba la bandeja del azúcar y las tazas de café.

– ¡Joder! – dijo Eva. – Me he dejado el móvil en la sala.

– No pasa nada. – contestó Diego. – Llevo el mío, ¿o temes que te lo roben? Es una comisaría…

Diego miró su móvil, tenía una llamada perdida. También varios mensajes de WhatsApp. Había olvidado activar las notificaciones. Otra vez.

– Tengo una llamada de Álvaro y un mensaje de WhatsApp, dice que le llamemos, que es urgente.  – dijo Diego, preocupado.

– Dile que le llamamos en cinco minutos, no deberíamos hablar aquí. – dijo Eva.

La investigadora miró a su alrededor. Casi todas las mesas estaban de la terraza estaban ocupadas. Estaba casi lleno. Acabaron los cafés y Eva encendió un cigarrillo camino a la comisaría.

– ¿No estás fumando más últimamente? – le preguntó Diego.

– No te creas, cinco o seis al día. Lo que pasa es que me ves fumarlos todos. – respondió Eva, sonriéndole.

No era cierto, Diego tenía razón. Eva comenzó a fumar cuando estudiaba para ingresar en la Guardia Civil. Su novio en aquella época la introdujo en el vicio. Fue durante una noche de copas, por curiosidad, por hacer la broma. Se enganchó. Ella, la deportista, no se veía capaz de dejarlo, al menos todavía.

Entraron a la comisaría y se dirigieron a la sala. Una vez allí, Eva comprobó que tenía tres llamadas perdidas en su móvil, dos de Álvaro y una de Gracia.

– Hola Álvaro. – dijo Eva cuando Álvaro descolgó su móvil. – Estoy con Diego. Vale, pongo el manos libres. ¿Me escuchas bien?

– ¡Hola! Alto y claro, compañeros. ¿Qué tal todo por ahí? – preguntó Álvaro.

– Bien, habíamos ido a hacer un café después de despedirnos de Bernardo Zafra. Perdona que no hayamos contestado, yo lo tenía en silencio y sin vibración, y Eva lo había dejado cargando en la comisaría. – se excusó Diego. – ¿Y tú qué tal? ¿Cuál es el motivo de la urgencia?

– Tengo novedades sobre Roberto Zafra y Josep Pinyol. ¿Tenéis cinco minutos? – contestó Álvaro.

– ¡Joder, vaya pregunta! Venga ya, cuéntanos. – dijo Eva.

– Allá voy. – avisó Álvaro, consciente que la información que iba a proporcionar les iba a interesar. – Hemos accedido a las cuentas de correo electrónico de Roberto Zafra tras recibir la autorización de su esposa. Parecía que no íbamos a encontrar nada hasta que hemos hallado un correo enviado a sí mismo que contenía una dirección de correo y una contraseña. Se trataba de una cuenta de email secundaria, desde la que estuvo cruzando mensajes con Pinyol en la época donde discutieron sobre el contenido del famoso artículo. Después usó esa cuenta para comunicarse con Jimmy y Ricky, entre otros. Ya sabéis quienes son, los dos compinches de Zafra que Sabino va a interrogar. Aparece también otro nombre, un tal Pablo. Estamos investigando quien puede ser, pero lo más curioso de todo es que Roberto Zafra recibió una especie de amenaza en la cuenta secundaria de email hace casi dos años. ¿Y quién fue el que le amenazó? No os voy a dejar tiempo para pensarlo. El señor Josep Pinyol. Sí, el periodista.

– Joder, ¿y qué le dice? – preguntó Eva.

– No esperéis palabras malsonantes ni amenazas barriobajeras. Simplemente le avisa, en un correo bastante escueto, que se acerca el día en que verá con sus propios ojos como Zafra sufrirá y pagará por todos sus malos actos. No hemos podido encontrar respuesta de Zafra, así que no sabemos si la hubo o no. Estamos rastreando cualquier residuo en los servidores de correo del proveedor, que es Google, pero mi experiencia me dice que será difícil encontrar algo si se ha borrado del servidor, y más, habiendo pasado tanto tiempo. ¿Qué, que os parece? – dijo Álvaro.

– Pues no sé qué decirte, la verdad, me dejas sin palabras. Sospechábamos que Pinyol ocultaba algo. Todos hemos visto y oído las grabaciones, pero de ahí, a ser culpable del asesinato de Roberto Zafra, hay un trecho. – dijo Diego. – Otra cosa, ¿habéis podido averiguar algo del cuadro y de su dueño?

– Vamos por partes, como dijo Jack el Destripador. – comentó Álvaro, tratando de dar algo de suspense a la conversación. – Personalmente dudo que Pinyol haya tomado parte en los asesinatos, pero podría haber sido el cerebro. O el que los financia… Hemos encontrado otra posible conexión entre los BAC y el periodista. Bueno, indirectamente. ¿Os acordáis de la famosa página web, donde la gente vota las futuras víctimas? Os ganáis un azucarillo si adivináis que empresa está detrás de la financiación del alojamiento de dicha página web…

Álvaro hizo una pausa, esperando una respuesta por parte de Eva o Diego. Por un momento creyó que la llamada se había cortado mientras hablaba. Cuando estaba a punto de mirar si la llamada seguía activa, Eva contestó.

– ¿Alguna empresa de Pinyol? ¿No? – preguntó Eva.

– ¡Bingo! Premio para la señorita. – respondió Álvaro. – ¡Una empresa de Pinyol! Más concretamente su filial catalana.

– ¡No jodas! ¿Estás seguro de eso? – dijo Diego.

– Al cien por cien. Tanto el domicilio fiscal como el CIF coinciden. Y Pinyol posee el sesenta por ciento de la empresa. Blanco y en botella. – respondió Álvaro. – Otra cosa, muy importante. Me ha llamado Gracia para que os comunique que el señor Bernardo Zafra ha estado contactando con altos mandos del Ejército y cuerpos de seguridad del estado nada más salir de la comisaría. Ha hecho parar el coche y realizado al menos seis llamadas. No han querido decirme el nombre de las personas a las que ha llamado, pero sabemos que al menos uno de ellos lo ha comunicado al ministerio del Interior.

– ¡Joder! Ese hombre es más terco que una mula. Al final la va a liar. – dijo Eva.

– Bueno, esperemos que todo quede en eso y nadie le haga mucho caso. El problema es que tiene contactos, apunta alto. – dijo Álvaro.

– Tienes razón. – intervino Diego. – Según mi opinión, es cuestión de tiempo que recuerde que alguien le deba un favor y encuentre quien pueda pasarle información de los casos.

– Voy a llamar a Gracia. Tenemos que ir a Barcelona a interrogar a Pinyol. Hablar con él puede ser vital para el caso. – dijo Eva. – Álvaro, gracias por la información. Espero que nos veamos pronto. ¿Algo más?

– Bueno, Diego preguntaba por el tema del cuadro. Seguimos investigando, no tenemos nada nuevo aparte del dueño y el precio. En cuanto sepamos algo más os lo mando.  – respondió Álvaro. – Totalmente de acuerdo en lo de ir a hablar con Pinyol. ¡Que tengáis buen viaje!

– Espera, lo del programa para buscar patrones, ¿cómo lo lleváis? – añadió Eva. – Seguimos trabajando, pero como teníamos otra prioridad lo hemos dejado en segundo plano. Pentium va haciendo avances, pero no lo podemos dar por finalizado. – dijo Álvaro.

Al informático no le gustaba reconocer que tenían problemas, que no funcionaba. Quizás había sido demasiado optimista, o arrogante…

Se despidieron sin muchos rodeos. Álvaro daba por hecho que sus colegas viajarían de inmediato a Barcelona, así que les envió por correo electrónico toda la documentación que había encontrado su equipo. Tendrían tiempo de leerlo, eran al menos tres horas de viaje. Después de enviar los archivos, les avisó de ello mediante un WhatsApp.

– ¿Señor? Soy yo. Acabamos de hablar con Álvaro. Supongo que estás al día de todo, ¿no? – dijo Eva con el móvil entre la barbilla y su hombro derecho, mientras recogía sus cosas.

– Sí, ya se lo de Pinyol y su empresa, lo del cuadro y el correo a Roberto Zafra. ¿Qué tenéis pensado hacer? – respondió su jefe.

– Ir a Barcelona. Sí, a hablar con el periodista. Claro, lo antes posible. ¿Cómo vamos? – preguntó Eva, cogiendo el móvil con su mano derecha y observando a Diego, que seguía repasando sus apuntes.

– Me parece bien. Ahora mismo miro que podemos hacer. Sí. Okey. Te llamara Vinuesa con los detalles, ¿vale? Mantenedme informado de todo. – respondió Gracia.

Eva dejó el teléfono encima de la mesa. Esperaba que la llamada de José Luis Vinuesa no se demorara mucho. Vinuesa era la mano derecha de su jefe, en quien delegaba los asuntos que no podía cubrir.

Los investigadores recogieron sus cosas y se despidieron de los agentes que les habían ayudado en Jaén. Volvieron andando hacia el hotel, buscando la sombra, ya que el sol comenzaba a apretar. Cuando llegaron, acordaron hacer las maletas y llamarse en cuanto tuviesen noticias de los planes de viaje.

Eva abrió la puerta de la habitación, dejó el maletín en el sillón que había junto a la entrada, cerró la puerta y fue al cuarto de baño a cambiarse el tampón. Diez minutos más tarde, después de rehacer su maleta y dejarla a los pies de la cama, se dejó caer. Tumbada, miró su reloj y después hacia el techo. La llamada de Vinuesa estaba tardando más de lo esperado. Suspiró. Fue un suspiro profundo, sonoro. Volvió a mirar su reloj. Las diez y treinta y seis minutos. Tan solo habían transcurrido dos minutos desde la última vez que había mirado la hora… Minutos más tarde, contestó al móvil al primer tono de llamada.

– Dime. – contestó Eva, pensando que la llamada era de Vinuesa. – Ah, ¡perdona Sabino, esperaba otra llamada! Sí, nos vamos a Barcelona. Claro, los dos, a interrogar a Pinyol. ¿Qué te cuentas? ¿Cómo? No me lo puedo creer, me lo estás diciendo en serio, ah, vale, pues ahora me lo miro, venga, buen viaje. Seguimos en contacto.

Era Sabino, haciéndole un breve resumen del interrogatorio a Ricky en Zamora. El inspector estaba finalizando la redacción de un correo con un resumen de la conversación. Sabino y Azpeitia saldrían hacia Valladolid en cuanto acabasen el informe y hablaran con el responsable de la comisaría de Zamora.

Lo que acababa de contarle Sabino le hizo pensar. Intentó atar cabos, buscar conexiones entre los dos casos, pero no parecía existir ninguna. Se concentró en el segundo caso, el más reciente. Todo apuntaba a la misma persona, Pinyol, el periodista parecía ser la persona clave. Estuvo repasando mentalmente todos los datos que tenían. Minutos después leyó asombrada el email de Sabino. El sonido del teléfono la interrumpió. Eran las once y diez, casi una hora y tres cigarrillos después de hablar con su jefe. Vinuesa le llamaba.

– Sí. Hola. Dime. ¿A qué hora? ¿Y cuándo llegaremos a Barcelona? Okey. Perfecto, sí, lo entiendo. Aviso al inspector González y nos ponemos en marcha. Gracias por todo. Adiós. Sí, lo hare. – dijo Eva.

Vinuesa le acababa de comunicar que saldrían hacia Barcelona en un vuelo low-cost que despegaba a las dieciséis treinta y tomaba tierra sobre las dieciocho horas. Según le comento Vinuesa, no habían encontrado ninguna opción mejor. Ella se alojaría en el Hotel Arts, en plena Villa Olímpica de Barcelona. Así mismo, le comentó que una patrulla había detenido a Pinyol y que estaba siendo trasladado a una comisaría de los Mossos en la capital catalana.

No escatimaremos en medios... Aquellas fueron las palabras de Santamaría y Gracia, recordó Eva, enfurruñada mirando el móvil como si el aparato fuese el culpable.

Le envió un mensaje a Diego. Tenía que explicarle los planes del viaje.

– Llegaremos a la comisaría sobre las siete de la tarde, ¡menuda mierda! – dijo Eva.

Hablaba sola en voz alta, dando vueltas por la habitación, como una leona enjaulada.

Unos suaves golpes en la puerta le avisaron que Diego estaba allí.

– Hola. – dijo Eva al abrir la puerta. – Llevan a Pinyol de camino a tu comisaría. A nosotros nos llevará un taxi hasta el aeropuerto. Tenemos asientos en un vuelo comercial que sale a las cuatro y media de la tarde. Y nosotros haciendo las maletas a toda prisa esperando un jet privado… ¿Quieres pasar?

– Vale, ¡si no te importa! – digo Diego, aceptando la invitación. – ¡Pues que putada! O sea que igual hoy no podemos hablar con Pinyol, a no ser que lo retengan unas horas.

Eva se fue hacia la cama sin contestar y se tumbó de nuevo, boca arriba.

– Túmbate aquí. – propuso Eva, señalando el espacio libre en la cama. – Estaba pensando en lo que nos dijeron el otro día sobre que tendríamos todos los medios necesarios a nuestro alcance.

Diego se acercó, sigiloso, pensativo y se dejó caer a su lado, manteniendo una distancia prudencial.

– Sí, tiene su gracia, pero no seas negativa. – contestó Diego, mirando las grietas del techo, mal disimuladas con unos brochazos de pintura. – ¿Qué hacemos ahora? Bueno, quiero decir si nos vamos ya hacia el aeropuerto o si hacemos algo… emm, tiempo aquí.

Se ruborizó. Su primera pregunta había sido un tanto ambigua, al querer explicarse lo había empeorado aún más. No quiso ni mirarla. Se lo había vuelto a dejar en bandeja para una contestación subida de tono o un chiste…

– No sé, ¿qué se te ocurre a ti que podemos hacer? – dijo Eva, intrigada.

Notó que ella se había movido. Giró la cabeza y la vio de medio lado, a escaso medio metro, mirándole fijamente. Tenía el labio inferior mordido y media sonrisa. ¿Eran cosas suyas o Eva se estaba insinuando? Estaba hecho un verdadero lío…

– Pues yo preferiría esperar en el aeropuerto. Tendremos tiempo para comer e incluso repasar la información que nos ha enviado Álvaro. – propuso Diego, buscando la forma de salir de aquella habitación.

Eva continúo mirando a Diego, pensativa. De repente, como empujada por un resorte, se puso en pie.

– Sí, tienes razón. Vámonos, no tiene sentido seguir ni un segundo más aquí. – dijo Eva, colocándose bien el pantalón. – ¡Hostias! No te he contado lo que me ha dicho Sabino. ¿Has leído su email?

– No, aún no. Si quieres lo hablamos de camino al aeropuerto. – contestó Diego.

Hora y media más tarde, Eva y Diego estaban en el aeropuerto, sentados en un banco. Fue un viaje rápido, cómodo. Habían tenido tiempo de leer con calma la nueva información sobre Pinyol y de comentar el interrogatorio de Sabino y Azpeitia en Zamora. Ambos coincidieron en que el interrogatorio de Ricky podría abrir nuevas vías de investigación, pero tenían que la grabación con detalle.

– Oye, ¿comemos algo? Tengo hambre. – le propuso Diego a su compañera, que seguía concentrada en su portátil. – ¿Eva?

– ¿Eh? Dime. – respondió Eva, sin levantar la vista de la pantalla.

– Te preguntaba si tienes hambre. – insistió Diego.

– Sí, pero antes quiero comentarte una cosa. – dijo Eva.

Se acercó al oído de Diego, para poder usar un tono más bajo.

– He releído los mensajes que cruzaron Zafra y Pinyol años atrás y la supuesta amenaza posterior. No me acaba de cuadrar. – comentó Eva. – El estilo de escritura, la sintaxis que usó Pinyol en el email donde amenazaba a Zafra no se parece en nada a la de los otros emails.

– No lo había notado, ¿qué quieres decir? – preguntó Diego.

– Que tal vez no los escribió la misma persona. En el resto de mensajes, Pinyol construye las frases correctamente. No hay faltas de ortografía, casi se adorna en el texto. Ya sabes, es periodista… En cambio, en ese último mensaje, todo es diferente, más seco, incluso faltan comas y una tilde. Voy a llamar a Álvaro. – concluyó Eva.

– Espera. No descartemos que esté hecho a propósito. Ese Pinyol ha demostrado ser muy inteligente. Quizá todo es parte de algún enrevesado plan. – dijo Diego intentando poner cara de malo.

Eva cogió su teléfono y marcó el número de Álvaro. Mientras Eva explicaba a Álvaro sus dudas respecto a la autoría de los correos enviados a Zafra, Diego observaba, embobado, como andaba, gesticulaba y se tocaba el pelo.

– Vale, perfecto, pues nos avisas. Sí. Claro. Gracias. Adiós. – dijo Eva antes de colgar. – Álvaro dice que va a contactar con dos expertos que conoce. Al no ser manuscritos va a ser más difícil de analizar. ¿Vamos?

Diego cogió su mochila y tras colgársela de un hombro, pensó que había sido buena idea facturar las maletas. Eva le convenció del incordio que suponía ir arrastrando la maleta de un lado a otro. El aeropuerto García Lorca no tenía nada que ver con el de Barcelona o Madrid. No había muchos restaurantes entre los que elegir. De hecho, solo tenían dos opciones, una cafetería donde servían bocadillos y un restaurante donde ofrecían un menú completo. Se decidieron por el restaurante.

La camarera que los atendió, una espectacular morena, prototipo de la belleza andaluza, los confundió con una pareja de recién casados.

– Uy, perdón, no era mi intención… ¡Vaya metedura de pata! – se disculpó. – No sé, por la forma en que la miraba…  Me han dicho cerveza sin alcohol y agua. ¿No? Ahora mismito lo traigo. Vayan mirando la carta, por favor.

– No se preocupe, no pasa nada. – le respondió Diego, preguntándose si era tan evidente que lanzaba miradas a su compañera.

– Pobre chica. – dijo Eva cuando se alejó la camarera y le guiño el ojo a Diego. – Igual hacemos buena pareja. ¿Sabes? Me ha pasado en más de una ocasión, que me confundan con la querida de algún compañero o con una secretaria.

– ¡No me digas! – dijo Diego, aún pensativo por el tema de sus miradas.

– ¡Ya te digo! Pero la anécdota más divertida me pasó cuando me hicieron un reconocimiento médico, hará un par de años. ¿Te lo he contado ya? – preguntó Eva.

– No, diría que no. – dijo Diego, esperando a que comenzase la narración.

– Me enviaron a pasar el reconocimiento médico a una mutua. Ya sabes, lo típico, análisis de sangre y orina, la consabida ronda de preguntas sobre alergias, operaciones y enfermedades… Ya lo habrás hecho más de una vez, ¿no? – explicó Eva. – Pues cuando me hacen pasar al despacho del médico, muy amable, me pide que me siente, me pregunta mi edad, que si fumo, que si tengo hijos y me pregunta que cual era mi trabajo, ya que se debían de haber equivocado en la ficha… ya que ponía que era capitán. ¡Hijo de puta el viejo machista! No veas que cabreo pillé. Ahora me rio, pero en el momento me sentó como una patada en los huevos, bueno… ya me entiendes.

– Sí, hay mucho carca… capitán Morales – respondió Diego, alzando su ceja izquierda y haciendo lo posible por no reírse.

No pudo evitarlo y desató una carcajada que provocó la mirada de varias personas que tenían a su alrededor.

– ¡Hostias, lo que daría por haberte visto la cara en ese momento, jajaja! – dijo Diego, haciendo un esfuerzo para que se le entendiese. Eva lo miró durante unos segundos y se echó a reír también.

– ¡Que…cabrón! – consiguió decir Eva entre carcajadas.

Diego tuvo que hacer un esfuerzo por ponerse serio, ya que la camarera estaba esperando servir las bebidas, justo a su lado.

– ¿Se han decidido? – preguntó la camarera,  mirándolos.

Diego dedujo por su expresión que aquella mujer pensaba que se estaban riendo de su equivocación anterior.

– Sí. – dijo Eva, mirando a Diego de soslayo. – Para mí un plato combinado, el número tres, el de lomo con pimientos.

– Una ensalada de la casa y la merluza a la vizcaína. – pidió Diego, secándose las lágrimas de los ojos. – Y no estés tan seria, por favor, que has acertado, venimos de viaje de novios… Y las risas son por una anécdota del viaje, no nos reímos de ti.

– ¿Por qué le has dicho eso? – le preguntó con un susurro Eva cuando se marchó la camarera.

La investigadora se giró a mirar a la camarera, pensó que aquella mujer tenía unas piernas muy bonitas.

– ¿Qué más da? Así se sentirá mejor. Si no volverá a vernos en su vida… – le contestó en el mismo tono Diego. – Me juego la cena a que nos invita al café o a los postres. ¿Qué dices?

Eva respondió con un simple gesto afirmativo, ya que la camarera se acercaba con la ensalada de Diego.

– Ya ven, ¡tengo buena vista para estas cosas! – les dijo, guiñándoles el ojo derecho. – Les he traído dos platos pequeños por si quieren compartir la ensalada. Ahora salen la merluza y el combinado.

Pasaron la comida alternando anécdotas divertidas, como la de Diego en la aduana de Atlanta, en suelo estadounidense, cuando fue cacheado por una agente de color que lo hizo desnudarse por completo.

– …pues sí, yo creo que quería verme en pelotas. Tenía que ser alguna apuesta o algo parecido con alguna compañera, porque, motivos no tenía, ¡te lo aseguro! – contaba animadamente Diego.

Mientras Eva reía, Diego se entristeció al recordar a Olga. No pudo evitar comparar las conversaciones que mantenía con Eva y Olga. Eran como la noche y el día. Con Olga no alcanzaba a tener esa complicidad, todo era más superficial. Y no era por el paso del tiempo, simplemente no habían tenido nunca ese tipo de conexión…

– ¿Puedo preguntarles de dónde son? – preguntó la camarera tras servirles los dos cafés con hielo que habían pedido.

– De Madrid. – respondió Eva.

– De Barcelona. – respondió Diego.

– Pero viviremos en Barcelona… – dijo Eva, intentando arreglar el despropósito.

– Ah, ¡que bien! A los cafés les invita la casa. – dijo la camarera sonriente. – ¿Les apetece algún licor? ¿Un Baileys fresquito?

Se lo agradecieron varias veces, pero no aceptaron la invitación del chupito.

– De veras. No te lo tomes a mal, simplemente no nos apetece. – le dijo Diego. – Te lo agradecemos de corazón.

– ¡Vale, vale, no insisto más! Aquí tienen la cuenta, tienen que pagar en la barra, mi compañera les cobrará. Que tengan buen viaje de vuelta a casa y que sean muy felices. – les deseó la camarera.

– ¡Muchas gracias, guapa! – le dijo Eva.

Lo pensaba de veras. Cuanto más miraba a la camarera, más atractiva la veía.

Diego imaginó por un momento que eran pareja y que iban de viaje. No le disgustó la idea. Trató de borrar la ilusión de su cabeza y centrarse en los acontecimientos reales. Aún quedaba casi una hora para que despegara el avión. Diego, con todo lo que estaba ocurriendo había olvidado llamar a su madre. No hablaba con ella desde que había comenzado la investigación. También había olvidado avisar a Olga que viajaba hacia Barcelona. A esas horas seguro que ya lo sabía. No tenía ningún mensaje ni llamada perdida de Olga. ¿Se habría enfadado? Por un lado, casi que lo estaba deseando, tener una excusa para poder discutir, dejar la relación. Una relación que veía que no llevaba a ningún sitio, o si… No estaba seguro. Aprovechó que Eva había entrado en el lavabo para llamar a su madre y después llamó a Olga.

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