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Capítulo 34

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Pese a que se empeñaba en aparentar tranquilidad, una vena hinchada en el lado derecho de su frente y el rictus de sus finos labios no indicaban lo mismo.

Diego, Eva, Álvaro y Sabino habían llevado al monseñor Schörner a una sala apartada para comentarle algunos hallazgos relacionados con el caso. Se hallaban sentados alrededor de una antigua mesa redonda con tallados muy elaborados. Diego acariciaba admirado los relieves de la mesa. Pensó que aquella mesa debía tener unos trescientos años, como poco.

– ¡Esto es un ultraje! ¿Cómo han osado mirar en los equipos de su Excelentísima? – dijo el monseñor.

– Deje de llamarlo así…, dejémoslo en presunto pederasta, si no le importa. – corrigió Sabino. – Es asqueroso. Hemos encontrado material pornográfico infantil de todos los tipos imaginables en los equipos de su Excelentísima… El equivalente a unas centenas de años de pena de cárcel.

– Ahora entiendo la urgencia por acceder antes que nadie a los equipos. – dijo Álvaro, con los brazos cruzados y una sonrisa de satisfacción que no le cabía en la cara. – Información sensible de la Conferencia Episcopal…

– ¿Qué insinúa? – preguntó el representante de la iglesia católica.

– Insinúo que su presencia aquí y las peticiones de sus jefes tan solo tenían un objetivo, eliminar cualquier rastro de los archivos que hemos encontrado. – contestó Álvaro. – Tenemos imágenes del arzobispo realizando tocamientos a niños y grabando como otros adultos mantienen relaciones sexuales con menores. Nos consta que fue denunciado al menos en tres ocasiones por asuntos similares, pero, curiosamente, ninguna de las denuncias cuajó. Siempre fueron retiradas antes de ser encausado. Al menos dos veces fue trasladado de parroquia por el mismo motivo. ¿Cómo es posible que alguien así pueda acceder a un puesto tan alto?

– Yo iría aún más lejos… ¿Cómo es posible alguien así no acabase pudriéndose en la cárcel por esos delitos? – dijo Sabino.

El tenso silencio que prosiguió a la pregunta de Sabino inundó la sala, durante unos largos segundos. Diego creyó escuchar como los dientes de Schörner rechinaban. El monseñor se levantó, como impulsado por un resorte.

– No tienen derecho a hacer esas acusaciones. – dijo monseñor Schörner con su voz grave y gesto militar.

El religioso miró a Álvaro de reojo, mientras colocaba sus manos en la espalda y echaba a andar por la sala con aire marcial.

– ¿Cómo sabemos que ustedes no han colocado esos archivos incriminatorios en los equipos del arzobispo? – preguntó Schörner casi susurrando.

– ¡Sí, claro! Menuda gilipollez. ¿Es consciente de la tontería que acaba de decir? – dijo Álvaro, sin poder aguantar la risa. – Ahora solo falta que nos acuse de manipular los centenares de fotos y videos donde aparece su admirado arzobispo haciendo todas esas guarrerías. ¿No se da cuenta de que negar la evidencia lo coloca a usted al mismo nivel? Está defendiendo lo indefendible. ¡Ese hombre era un pederasta!

Schörner anduvo por la sala con las manos atrás, la muñeca de su mano izquierda era rodeada por su mano derecha. Movía la mano izquierda arriba y abajo al compás de sus pasos.

– Está bien. Les tengo que pedir un favor. – dijo finalmente el monseñor.

– Usted dirá. – dijo Eva, adelantándose a sus compañeros y haciéndole un gesto para que se volviese a sentar.

– No hagan pública esa información. – dijo Schörner. – La imagen de nuestra institución, la iglesia católica recibiría un duro golpe. No podemos…

– Es parte del secreto de sumario y de la investigación, no estamos autorizados a divulgar nada.  – contestó Eva interrumpiéndole, seria. – ¿Quién más conocía toda esta mierda? Si lo enviaron a usted a intentar hacer desaparecer algunas pruebas, eso significa que hay más gente que estaba al corriente de las actividades sexuales ilícitas de Muñoz-Molina.

– No estoy autorizado a contestar a esa pregunta. – contestó Schörner.

– ¿Se da cuenta de que está obstruyendo una investigación por homicidio? – dijo Diego, con la voz calmada. – Además de intentar ocultar pruebas de pederastia…

– Lo siento, no puedo contestar. – reiteró Schörner.

– Podría estar encubriendo a los asesinos, lo que es peor aún. – dijo Sabino.

– Si ese fuese el caso, los asesinos del arzobispo ya se habrían encargado de eliminar las pruebas, ¿no cree usted? – concluyó Schörner.

La discusión fue interrumpida por una llamada telefónica. Era Olga, llamaba a Eva para comunicarle que los forenses habían finalizado la toma de huellas y restos. El juez había llegado para hacer el levantamiento del cadáver. También le comentó que habían encontrado al taxista, seguía vivo.

– Bueno, lo dejamos aquí. Monseñor, le rogaría que no abandonase la finca. Hable con sus superiores, nosotros lo haremos también con los nuestros. – dijo Eva, mirando duramente a Schörner. – Sabino, que no le quiten el ojo de encima al monseñor. Te esperamos en el dormitorio del obispo, se llevan el cuerpo.

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