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Capítulo 37

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– Muy bien, en cuando pueda le echamos un vistazo, gracias por llamar. – dijo Eva.

– Lean el informe. Tengo que colgar, tengo una llamada en espera. – dijo la forense. – Saludos y suerte.

Eva se quedó mirando el móvil, eran casi las seis de la tarde. Estaba cansada. Se asomó a la puerta a comprobar si Diego volvía. Lo vio hablando con un agente de policía local.

Unos minutos más tarde, Diego apareció de nuevo en la vivienda de Sor Claudia. Se colocó unos guantes, mientras se disculpaba con Eva y le daba otros a ella.

– Lo siento, no encontraban guantes. También me han dicho que Ander y Olga ya están de vuelta. – dijo Diego.

– Sí, he hablado con Olga hace un momento. – dijo Eva mientras se enfundaba los guantes. – ¿Qué quieres mirar en el libro?

Eva no consideró oportuno comentar con Diego la discusión que acababa de tener con Gracia, al menos de momento. Prefería que el inspector tuviese su mente concentrada en la investigación.

– Por donde va. Si nuestra monja llorona realmente estuvo leyendo anoche, debería poder explicarnos algo de la trama, ¿no? – dijo Diego, alzando una ceja y abriendo el libro.

– ¿Qué? – preguntó Eva acercándose.

– Dos marcas. ¿Qué clase de persona tiene dos puntos de lectura en un libro? – respondió Diego extrañado.

– Hasta cinco he llegado a tener yo… A ver, déjame. – dijo Eva.

Diego le acercó el libro. Era una edición de tapa dura. Eva lo abrió por la primera marca, después por la segunda y a continuación miró la primera página.

– La buena es la segunda, diría que el primer punto de lectura lo tiene para marcar otra cosa. El libro es suyo, al menos tiene su nombre en la primera hoja. – dijo Eva.

– ¿Cómo sabes que la buena es la segunda? – preguntó Diego.

– No lo sé, lo intuyo. Está en un cambio de capítulo. Diría que el otro punto de lectura está más por adorno que para marcar algo. Es un punto de lectura hecho a mano, fíjate en los detalles del dibujo. – dijo Eva, mostrándoselo a Diego.

El inspector hizo un gesto de aprobación con los labios y depositó el punto de lectura en su posición original. Eva dejó el libro sobre la mesita de noche y caminó hasta la ventana de la otra estancia.

– Diego, ¿puedes venir? – preguntó Eva.

– ¡Voy! – dijo Diego.

– Hagamos una cosa. Bajemos a ver a Álvaro y después hablas con Sor Claudia. – propuso Eva.

– Por mi, bien. Creo que esa señorita nos ha estado ocultando algo tras sus lágrimas. – concluyó Diego.

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