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Capítulo 38

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Olga entró en el coche y lo puso en marcha. Acababan de llegar a Covarrubias tras hacer la reconstrucción de los trayectos en taxi de las presuntas monjas asesinas.

– Sigo dándoles vueltas a la parada de las monjas en la plaza. ¿Por qué crees que lo habrán hecho? – preguntó Olga a Ander.

– No estoy seguro. – contestó Ander. – Tal vez sea un código. Algunos delincuentes avisan así del éxito o fracaso de sus fechorías.

– ¿Cómo? – preguntó Olga. – Explícate, por favor.

– Pueden haber acudido a una ubicación predeterminada para dar fé del éxito de la misión. – explicó Ander. – Es una práctica habitual en algunas bandas organizadas. De paso, también controlan si están siendo seguidos o han sido delatados por algún topo. ETA lo usaba a menudo, por ejemplo.

– Vale. Ahora lo entiendo. – dijo Olga, seria, al volante. – Pero hay una cosa que me sorprende. Las monjas debían estar muy seguras que nadie les seguía. Esa plaza no tiene una escapada fácil y menos aún, sin conducir ellas. Además, el taxista nos ha confirmado que miraron hacia arriba cuando estaban aparcados.

– Ahora soy yo quien no te sigue. – dijo Ander.

– Pues que quizás su contacto no estuviese en la calle. Lo que tenían enfrente es un edificio de al menos ocho plantas. Tal vez estaban observándoles desde uno de los pisos. ¡Joder! ¡Hijo de puta! – dijo Olga haciendo una brusca maniobra con el coche. – Pensaba que ese tarado había visto que iba a girar.

– ¡Será gilipollas! Estos motoristas… Si quieres le pillamos la matrícula y le damos un par de collejas. – propuso Ander. – ¿A qué clase de imbécil se le ocurre adelantar por la derecha en un cruce a un coche que lleva el intermitente puesto para girar en esa dirección?

– No pasa nada. Déjalo… – dijo Olga, reemprendiendo la marcha. – Sigamos con lo nuestro. Lo que te decía, no podemos descartar que su contacto viva en alguna de las viviendas de la plaza.

– Como quieras. Pues eran bloques de ocho o nueve plantas. – resopló Ander. – Fácilmente puede haber unas quinientas personas viviendo en pisos con vista a la plaza ¿Qué vamos a hacer, ir piso por piso? ¿Señor, estaba usted levantado esta mañana? ¿Ha visto un coche?

– Imposible. – dijo Olga, negando con la cabeza. Continuaron el trayecto en silencio durante unos minutos. Olga intentó distraerse pensando en lo que podía pasar esa noche. Les habían encontrado alojamiento en el Hotel Puerta de Burgos. Los seis investigadores compartirían hotel, pero no habitación. Esperaba quedar con Diego. La noche anterior había quitado telarañas y ejercitado músculos. Pensó que no le importaría repetir aquella postura de nuevo…

– ¿Olga? – dijo Ander, elevando el tono de su ya ronca voz.

– Dime. Estaba pensando. – respondió Olga.

– Creo que te has pasado el cruce, debías de girar a la derecha. – dijo Ander señalando hacia detrás.

Olga miró por el retrovisor. No había visto el cruce, ni a los soldados que estaban haciendo guardia en el acceso a la finca del arzobispo. Detuvo el coche en un lugar donde había anchura suficiente y realizó un cambio de sentido en aquella estrecha carretera comarcal.

– Perdona, seguía dándole vueltas a lo de la plaza... – se disculpó Olga.

Quinientos metros después, giró a la izquierda en el cruce y se identificaron en el control que los militares habían colocado.

– Pasen. – dijo un serio soldado con ambos brazos llenos de tatuajes.

No habían avanzado ni cien metros cuando el móvil de Olga comenzó a sonar. Alguien que no estaba en sus contactos la llamaba. Paró el coche, cogió el teléfono y contestó.

– ¿Diga? Sí, soy yo. Perdón, no esperaba su llamada. ¿Cómo? Claro, claro que nos interesa. ¿Le importa si le devuelvo la llamada en diez minutos? Vale. Es que voy conduciendo…Sí, ahora le llamo. Gracias. – dijo Olga, colgando extrañada.

– ¿Alguna novedad? – le preguntó Ander.

– No, de momento. – dijo Olga, reanudando la marcha hasta la casa del arzobispo.

Cinco minutos más tarde, buscaron al resto del equipo. Eva estaba fumando un cigarrillo en el patio interior mientras charlaba amistosamente con dos agentes femeninas de los cuerpos locales de policía.

– Hola Olga, ¿cuándo habéis llegado? – preguntó Eva sonriente.

– Ahora mismo. – contestó Olga. – Por cierto, ¿dónde hay un cuarto de baño?

Antes que Eva tuviese tiempo de contestar, una de las agentes que estaba hablando con ella se anticipó en la respuesta.

– El más cercano esta justo ahí detrás, al volver, pero te recomiendo que vayas al que hay arriba, en ese entran a mear todos los hombres. – dijo con cara de asco.

– Pues prefiero andar un poco… ¡gracias! – respondió Olga.

– Olga, espera, te acompaño y hablamos. Bueno, Raquel, gracias por el cigarrillo. Hasta luego Pili.  – dijo Eva, despidiéndose de las dos agentes.

Eva consultó la hora en su móvil. Eran casi las siete de la tarde. Tenían a Sor Claudia esperando hacía rato. Diego aún no había hablado con la monja a solas. Pensó que era mejor reunir al equipo para ponerse al día y después continuar la investigación. El tiempo no jugaba a su favor, pero las prisas tampoco.

– ¿Qué tal por Burgos? – preguntó Eva. – ¿Algo interesante? Hemos improvisado una sala de reuniones en un comedor. Creo que ya nos estarán esperando.

– Bien. Ahora os lo contamos. ¿Quién nos espera? – preguntó Olga.

– Álvaro, Diego, Sabino y Ander. Estaremos solo nosotros. Como comentaste cuando nos recogiste en el aeropuerto, a veces vale la pena parar y dar un paso atrás. Eso es lo que nos dijiste, ¿no? – preguntó Eva, guiñándole el ojo a su ex. – Esta vez tenemos pistas, no podemos dejar escapar esta oportunidad.

– A ver… – dijo Olga, llegando a la puerta del lavabo. – Entra tú, tengo que hacer una llamada.

Olga sacó el teléfono para hablar con Carlos Marín. El primer detenido por los casos BAC le había llamado hacía unos minutos. Por lo visto, tenía que contarle algo relacionado con los casos. Se alejó unos metros y anduvo mientras sonaba el tono de llamada. No sabía hablar por el móvil sin andar.

– Hola. ¿Carlos? Sí, soy la inspectora Olga Fernández. Perdona que te cortase antes, pero iba conduciendo. Sí. Dime... Espera. Repítelo, por favor… ¿Estás seguro? Joder, que bien. Sí, vale, envíamelo por WhatsApp o email. Muchísimas gracias. Sí, adiós. – dijo Olga, sonriente.

Sin guardar el teléfono, marcó otro número. Suspiró mirando con los ojos hacia arriba.

– Ángel. Soy Olga. Me ha llamado Carlos Marín. Sí, el mismo. Poneos en contacto con él lo antes posible. Es urgente. Vale. Hasta luego. – dijo Olga.

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