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Capítulo 39

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La monótona narración de Ander Azpeitia sobre los interrogatorios realizados a Jimmy y Ricky había sumido a Diego en una somnolencia absoluta. Su cerebro intentaba procesar la información en segundo plano mientras con un gran esfuerzo intentaba mantener sus ojos abiertos. Había cambiado de postura unas diez veces en los últimos minutos, tratando de mantenerse alerta. De vez en cuando anotaba algo en su libreta para no dormirse, apuntes que eran meros garabatos. Tardó en reaccionar unos segundos, tuvo que comprobar las expresiones de sus compañeros para cerciorarse que lo que había oído correspondía con lo que había entendido.

– Sí, habéis oído bien. – dijo Sabino al notar las miradas de los investigadores.

– ¿Y cuál es el motivo? Porque digo yo que habrá un motivo, y de peso, ¿no? – preguntó Eva mirando a Sabino muy seria.

– Motivos personales. – respondió Sabino secamente. – No quiero entrar en detalles ni haceros perder el tiempo. Por favor, prosigamos con la reunión. Estaré dos días más, el jueves es el último día que estaré por aquí para echar una mano.

– Venga va, no lo agobiemos. – intervino Ander en plan paternal. – Sabino es un gran profesional y lo vamos a echar en falta. De momento, mientras no asignen a nadie para sustituirlo, hemos acordado con Gracia que continuaré en la investigación.

Diego miró inmediatamente hacia Eva. La forma en que arqueó las cejas y la forma en que comenzó a juguetear con el bolígrafo con su mano derecha le confirmaron que otra vez la habían dejado al margen de una decisión importante. Diego pensó que era hora de intervenir antes que una nueva discusión sobre el liderazgo de la investigación acabase otra vez en discusiones estériles y consumiese las energías del equipo.

– Tío, respeto tu decisión. – dijo Diego a Sabino. –  No quiero entrar en valoraciones. Tendrás tus razones, la familia es lo primero.

Sabino miró sorprendido a Diego, con el ceño fruncido. En ningún momento había aducido motivos familiares como excusa para abandonar las investigaciones. Tragó saliva e hizo como si mirase algo en su móvil para distraer la atención de sus compañeros. Definitivamente no se sentía a gusto.

– Bueno, si la decisión está tomada… Te vamos a echar de menos. – dijo Eva con un tono solemne y político que no estaba acorde al brillo de sus ojos. – Sigamos, va. Entonces ese es vuestro resumen del informe, ¿no?

– Así es. Según nuestras indagaciones, ese grupo, Plus Ultra no tiene nada que ver con los asesinatos de Castro o Zafra, pero extiende sus tentáculos hacia otras actividades delictivas. – respondió Azpeitia cruzando los brazos. – Lo que llama la atención es la respuesta que hemos tenido desde arriba cuando hemos intentado recabar información sobre esa organización. Tanto informe detallado sobre Zafra, sobre Castro y lo poco que había sobre los Plus Ultra era falso o al menos, erróneo. Cuando hemos querido obtener más información todo han sido pegas.

– Que nos centrásemos en los casos BAC, nos decían. – añadió Sabino.

Ahí estaba, eso era lo que había distanciado a los dos ertzaintzas del resto del grupo, pensó Diego. Su cerebro había recuperado la actividad normal. Se sentó en la silla con la espalda recta y la mirada atenta. Observó unos segundos a Ander.

– ¿Y a qué viene esa confianza repentina? – preguntó Diego, escamado.

– ¿Qué quieres decir? – preguntó Ander.

– Personalmente, no entiendo que os ha hecho cambiar de actitud. Os comportabais de forma extraña, no mandabais mensajes ni nos contabais nada y ahora nos soltáis todo esto, que las altas esferas evitan investigar a los Plus Ultra. Es un poco conspiranoico todo, ¿no os parece? – dijo Diego mirando al resto del equipo. – Creo que nos merecemos una explicación antes de continuar.

Azpeitia y Sabino se miraron unos segundos, donde solo hubo silencio. Álvaro, que estaba sentado entre los dos los miraba alternativamente como un juez de silla en un partido de tenis. Sabino susurró algo en euskera y Ander asintió con la cabeza.

– Está bien. – comentó Azpeitia mirando uno a uno a los investigadores de la sala. – Ha sido Sabino. Él me ha convencido para que confíe en vosotros.

El silencio se extendió unos segundos más. Diego miró de reojo a Eva. Llevaba demasiado rato callada, pero no parecía demasiado afectada por lo que estaba pasando, simplemente observaba a los investigadores con media sonrisa en la cara. Después observó a Olga, que tampoco había abierto la boca desde el comienzo de la reunión. Buscó la mirada de Álvaro. El delgado inspector de la Policía Nacional no tardó en cruzar sus ojos con los de Diego, pero no dijo nada.

– Está bien. Hemos buscado información vuestra. Nuestro equipo de inteligencia, me refiero a los de la Ertzaintza, ha estado buscando información sobre vosotros. No han encontrado nada extraño. – dijo Azpeitia mirando a Eva. – Quizás ha…

– ¿Y quién te asegura que la información que habéis encontrado sobre nosotros es cierta? – interrumpió Eva. – Joder. No entiendo nada. ¿A qué viene esto? Unos agentes investigando a sus compañeros. ¡Hostia puta!

– Eva, no pretendo que lo entiendas, pero al menos déjame que os lo explique. – pidió Ander buscando el apoyo de Sabino con la mirada.

La capitán escuchó impaciente, tratando de no expresar el enfado que se acrecentaba por momentos en su interior.

– Después de hablar con Jimmy y Ricky, ya no sabíamos en quien confiar. Todo parecía turbio, los mandos que contactábamos parecían defender a los Plus Ultra en lugar de intentar averiguar lo que pasa con esa organización. – continuó Ander. – Pese a que Sabino intentó quitármelo de la cabeza, pedí información sobre vosotros. Llamadme paranoico, pero tantos años luchando contra el terrorismo pasan factura. No te puedes fiar de nadie…

– Hace unos cinco años detuvimos a dos compañeros nuestros que pasaban información a ETA, uno de ellos era de mi promoción, lo consideraba un amigo. – comentó Sabino.

– A mí no me importa. No tengo nada que ocultar. – dijo Olga, intentando tranquilizar el clima dentro de la sala.

– Yo tampoco Olga, pero me molesta que se hagan algunas cosas a mis espaldas. – dijo Eva.

– Yo también lo hice hace unos días. – confesó Álvaro levantando las manos. – Busqué información sobre Eva, Sabino y Diego. Quería saber con quién estaba trabajando. Por cierto, Ander, vuestros informáticos son un poco chapuceros.

– ¿Cómo? ¿Qué quieres decir? – contestó Ander.

– Que sabiamos que estabais buscando información sobre nosotros. – dijo Álvaro.

– ¿Y ahora lo dices? – preguntó Olga.

– No sabía con qué fin lo estaban haciendo, por eso no lo he dicho antes. – contestó Álvaro.

– ¡Es como un deja vu, esto lo hemos vivido antes! – dijo Diego colocando sus manos en la nuca. – En lugar de estar discutiendo teorías sobre los BAC, perdemos el tiempo sospechando de nuestros compañeros. En fin, somos humanos… Os propongo una cosa, y que conste que no quiero tomar el mando. Si alguien no se siente cómodo con el tema, que lo deje, como va a hacer Sabino. Somos mayorcitos, nadie nos ha obligado a estar en el equipo que investiga estos asesinatos. Por primera vez en mucho tiempo tenemos testigos que han visto a los presuntos asesinos e incluso hablado con ellos, posibles cómplices y no podemos permitirnos el lujo que esta mierda nos despiste.

– Ya pedí perdón por lo que hice, no hace falta que volvamos a sacar el tema. – dijo Álvaro algo mosqueado.

– Álvaro, ¡no me malinterpretes ni lo tomes como un ataque! – dijo Diego. – No nos conocemos demasiado y eso hace que nos cueste confiar unos en los otros, y más, viendo la mierda que estamos encontrando... Sabino, Ander, yo mismo le dije a Eva que os pidiese el informe de Ricky y Jimmy para alejaros de la investigación actual. Percibía algo raro, todos estamos alerta, todos hemos visto o notado cosas raras. Ahora que sabemos porque os comportabais así, pasemos página y procuremos avanzar con la investigación, ¿no creéis?

– Pues sí, tenemos a una monja que nos tiene que explicar unas cuantas cosas. – dijo Eva mirando a Diego. – ¿Álvaro, como lleváis lo de la aplicación?

– Bueno… digamos que seguimos teniendo unos problemillas con Pamela que acabamos de resolver, hay algo en los algoritmos de búsqueda que no funciona como esperábamos. Pentium está con ello al cien por cien. – contestó Álvaro. – Tengo dos personas más como soporte, pero creo que lo más importante ahora mismo no es eso. Hemos podido confirmar que se borraron grabaciones del sistema de vigilancia de Muñoz-Molina. Quien lo ha hecho no ha tenido la precaución de borrar otros videos en los que también aparecían las personas a las que creemos se pretendía encubrir.

– Te refieres a los videos que había en el ordenador del arzobispo, los videos con menores, ¿no? – preguntó Olga.

– Sí. Pasamos las imágenes al juzgado de instrucción de Burgos, el juez ha ordenado la detención de veintitrés adultos que aparecen en los videos. – dijo Álvaro. – Entre los detenidos se encuentran varios altos cargos de la Iglesia Católica, políticos, nobles y algunos ricos de la zona. Han sido acusados de los delitos de pederastia, corrupción de menores y distribución de material pornográfico por internet. Parece una red bien organizada de prostitución infantil y divulgación de imágenes por internet, según hemos podido averiguar leyendo algunos emails. Casi todos los miembros son gente de la zona, alguno de ellos ya tenía antecedentes por delitos de carácter sexual.

– Pues me alegro, a ver si se hace justicia. Por cierto, ¿que habéis podido averiguar de los niños? – preguntó Sabino.

– Varios de los menores que salen en los videos más recientes son niños de un orfanato cercano. Uno de los responsables del centro está detenido, aparece en varios videos. – comentó Álvaro. – También han detenido dos matrimonios sospechosos de recibir dinero a cambio de dejar sus hijos con miembros de la red. Los prostituían. Un asunto sucio, muy feo.

– ¿Qué clase de padres permite eso? Hay gente que no debería tener hijos, malditos desgraciados. – comentó Olga, asqueada.

– Pues es posible que los padres fuesen víctimas de abusos sexuales en su infancia. Es algo incomprensible, pero más común de lo que pudiéramos pensar. – dijo Sabino.

– Sí, es un asco, pero avancemos, si no os importa. – sugirió Eva. – ¿Algo más, Álvaro?

– Mi equipo ha recopilado esta información sobre María Dolores Solís Martínez. – dijo Álvaro, acercando a Diego una copia impresa de un informe de varios folios. – Solo he impreso una copia, también lo he subido al servidor con el resto de documentación.

Diego cogió los papeles y comenzó a leer ávidamente, necesitaba encontrar la relación entre la monja y aquellos asesinatos. Fue una lectura en diagonal, rápida, pero allí estaba, en la segunda hoja. No dijo nada, simplemente sonrió. Ahora tan solo necesitaba confirmarlo.

– Bueno, eso es todo por mi parte. – dijo Álvaro. – El siguiente…

Eva miró hacia Ander. Le pidió que hiciese un resumen de la reconstrucción de los viajes en taxi que habían usado los sospechosos. El subcomisario miró hacia Olga y con un gesto le indicó que lo explicase ella.

– Bueno, como sabéis hemos ido con el taxista a Burgos, y hemos recreado el trayecto que realizaron. – comentó Olga, usando un tono más ameno que Ander y echando mano de su cuaderno de notas. – Está todo en orden, hemos contrastado la información con otros taxistas y testigos. Lo único extraño es la parada que realizaron en una plaza. Ander tiene la teoría que pararon para ser vistos por alguien, una especie señal para confirmar que los asesinatos habían sido perpetrados.

– ¿Y tú qué opinas? – dijo Eva, y abrió la pregunta al resto de investigadores. – ¿Por qué creéis que pararon en esa plaza?

– Estoy de acuerdo con Ander, creo que es muy posible que ese fuera el motivo, la verdad. – contestó Olga.

– Es más que probable, seguro que lo hicieron para avisar que todo les había ido bien. Es una práctica habitual. – aseguró Sabino.

Diego afirmó con la cabeza, pero permaneció en silencio. Miró a Eva y ella pareció estar leyendo sus pensamientos. Tenía sus ojos azules clavados en él. Diego apartó la mirada y apuntó algo en su libreta.

– También hemos comprobado los posibles horarios de trenes y trayectos, pero no cuadra nada. – dijo Ander. –  El último tren que llega a esa estación, la de Rosa de Lima, lo hace a las dos de la tarde y el primero sale casi a las diez y media de la mañana.

– Eso quiere decir que nuestras monjas no llegaron en tren… o que tienen una paciencia divina. – dijo Sabino, con bastante sarcasmo. – ¿A qué hora las recogió el taxista que las trajo aquí?

– Sobre las nueve de la noche. – indicó Olga. – Y realizaron la llamada desde las cabinas que hay fuera de la estación. Esto chirria un poco.

– El taxista asegura que las dejó al día siguiente en la puerta de la estación, en el mismo lugar donde las recogió. – dijo Diego. – No llegaron en tren, todo ha sido un montaje para despistarnos.

– Pareces estar muy seguro. – dijo Ander, mirándolo con los ojos entornados.

– Digamos que empiezo a ver algunas conexiones claras. – sonrió Diego, misterioso.

Olga lo miró de reojo. Reconoció esa forma de actuar. Diego sabía o intuía algo pero no quería hacerlo público hasta esta seguro y poder confirmarlo. No le gustaba dar un paso en falso.

– Pues ya nos dirás algo. – dijo Eva. – Ander, ¿habéis pensado en alguna alternativa si no llegaron en tren?

– Sí, hemos pedido a los policías municipales que pregunten a los taxistas si alguno de ellos llevó a alguien que encaje en la descripción de las monjas. – respondió Ander. – De momento no tenemos nada. Otra opción que barajamos es que se desplazasen en coche hasta los aledaños de la estación o sencillamente que alguien las dejase allí. También vamos a revisar las grabaciones de las cámaras de seguridad de comercios y negocios de los alrededores en busca de algo sospechoso.

Ander finalizó la frase y los investigadores lo miraron en silencio. Diego era el único que continuaba escribiendo cosas en su libreta, parecía ajeno a la conversación de sus compañeros.

– Bueno, ¿algo más? – preguntó Eva, mirando a sus compañeros.

Sabino y Ander negaron con la cabeza, Olga buscó con la mirada a Diego, que seguía tomando apuntes. Álvaro cerró su portátil y metió sus manos en los bolsillos de sus pantalones.

– Vale. Pues planifiquemos lo que resta de día. – dijo Eva. – Diego, tu habla con Sor Claudia. Sabino, voy a abusar del poco tiempo que te queda en el caso. Encárgate de hablar con Paqui, la telefonista de la compañía de taxis, y con las otras dos monjas, por favor. Olga, si puedes, acompaña a Álvaro y haced un seguimiento de las llamadas de los teléfonos móviles y fijos del arzobispo y el resto de personal que trabaja en la casa, aunque sea de forma ocasional. Yo tengo que hablar con Gracia y después con Schörner. Me han pedido que trabaje con el monseñor para establecer la línea de los comunicados e informes sobre este caso.

– ¡Siempre te reservas lo más divertido! – comentó irónicamente Sabino, a quien Eva le dedicó un mohín como respuesta.

– Muñoz-Molina no tenía teléfono móvil, ya lo hemos comprobado. – dijo Álvaro levantándose y estirando sus brazos. – Bueno, Olga, ¿vamos?

– ¡Hostia puta, casi lo olvido! Antes he recibido una llamada de Carlos Marín. – dijo Olga. – Por lo visto ha recordado algo referente a los WhatsApp por los que fue detenido. Os lo leo literalmente del mensaje que me ha enviado y que os reenvío ahora mismo. Pérez ha ido a tomarle declaración.

“Esta mañana he recordado algo que puede servir de ayuda. Como ya sabéis, durante el viaje a Córdoba, al entierro de nuestra abuela, paramos a almorzar en un bar de carretera. Llevábamos rato hablando de la corrupción y que hacía falta hacer limpieza, que deberían crear un grupo para cargarse a los corruptos y ladrones. Unas brigadas anti corrupción. BAC, las bautizamos, casi en broma. Recuerdo que hubo un señor en la mesa de al lado que se giró y se metió en la conversación. Al principio no le dimos importancia, pero se hizo un poco pesado. Cuando nos fuimos, le estaba contando lo de las BAC a su grupo.”

– ¡Cojonudo! Espero que recuerde el restaurante y pueda dar una descripción detallada de aquel hombre. – dijo Sabino.

Diego también tomó nota de lo que Olga acababa de leer. Arqueó su ceja izquierda y miró hacia el techo como si buscase algo. Después bajó la cabeza, pensativo. Apuntó algo más en su libreta y sonrió de nuevo.

– Olga, encárgate del seguimiento de lo de Marín. Si hay alguna novedad nos lo comunicas de forma urgente. – dijo Eva. – ¿Alguna cosa más?

– De acuerdo. Por mi parte, no, creo que no olvido nada. – dijo Olga.

Sabino se levantó y se remetió la camisa dentro del pantalón. Preparó un cigarrillo. Ander se puso a su lado.

Olga se levantó y mandó un mensaje por WhatsApp. Inmediatamente, el móvil de Diego, que estaba sobre la mesa emitió un sonido acompañado por un largo zumbido. El inspector hizo como que no lo había escuchado.

Eva, Ander y Sabino abandonaron la improvisada sala de reuniones. Cuando se supo solo, Diego miró su móvil y leyó el mensaje que Olga le acababa de enviar. Le preguntaba acerca de sus planes para aquella noche. No supo que contestar. Un mar de dudas le asaltó. Inspiró profundamente y puso las piernas sobre la silla que tenía a su derecha. A medida que pasaban los días le resultaba más difícil afrontarlo. Se levantó y comenzó a deambular por la habitación. No quería a Olga… bueno, sí, la quería, pero como compañera, como amiga, como amante. De algo estaba cada vez más seguro, no estaba enamorado de ella, al menos no hasta el punto de plantearse la vida a su lado. Tampoco ella parecía realmente enamorada, Olga se comportaba como una loba en celo, no de la forma que Diego esperaba de una mujer enamorada. Estaba hecho un lío. Decidió hablar con ella esa misma noche. Sabía que le haría daño, por otro lado, dejar pasar el tiempo no era la mejor estrategia, solo lo empeoraría aún más. Tenía que hablar con ella, decírselo, aclararlo todo, pero el trabajo lo absorbía. No veía el momento.

– Mientras antes lo hagas mejor… – se dijo Diego a si mismo con las manos en la cabeza y mirando hacia el suelo.

Se sentó de nuevo y repasó sus apuntes por enésima vez, tratando de concentrarse en el caso. Después releyó el informe que Álvaro les había entregado. Miró de nuevo el mensaje de Olga y le contestó.

Mientras tanto, Olga y Álvaro caminaban juntos, en silencio.

– ¿Puedo hacerte una pregunta personal? – dijo Álvaro con sonrisa pícara.

– Dime. – dijo Olga parándose y mirando a los ojos del inspector.

– ¿Desde cuándo estáis liados? – preguntó Álvaro, bajando el volumen de su voz. – Diego y tú…

Olga comenzó a andar de nuevo.

– ¿Qué dices? Va, que tenemos trabajo. – contestó Olga, sin girarse.

Álvaro miró el contoneo de las caderas de Olga durante unos segundos y la siguió a una distancia prudencial, sin perderla de vista ni cambiar el objetivo de su mirada. Olga no se giró, segura que Álvaro iba tras ella, embobado. Sabía cómo llamar la atención de un hombre.

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