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Capítulo 47

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Acababa de salir de una reunión solicitada por el Ministro de Interior en relación a los dispositivos de seguridad de los altos cargos del gobierno. Refuerzos en las tareas de escoltas y vigilancia de las residencias de ciento treinta y dos personas. El coste adicional de todo aquello dinamitaba el presupuesto anual destinado a seguridad.

– Sí, soy yo. ¿Cómo? – dijo Gracia y dejó hablar a su interlocutor. - ¿Han informado a alguien más? No lo hagan, ya me encargo yo. Manténganlo en secreto, la información no puede salir… ¿Qué? Sí, claro que es una orden. Nada, que no salga nada. Me encargaré personalmente de cortarle las pelotas al responsable si algo de eso sale a la luz pública antes de que lo haya comunicado a Interior.

Se sentó en el cómodo sillón de su despacho y suspiró. Con la mano derecha en su barbilla, pensativo, procesó la información que acababa de recibir intentando discernir que opciones tenía, los pros y contras de cada una de ellas. Se levantó y se dirigió al pequeño mueble rinconero que había junto a la ventana. Sacó un vaso y vertió un dedo de Bourbon en él. Humedeció sus gruesos labios con aquel caro líquido y lo saboreó amargamente.

No eran buenas noticias, pero temía que pudiesen ser utilizadas con fines políticos. Estaba convencido de que los hechos no podían permanecer ocultos durante mucho tiempo, debía actuar rápido, tenía como mucho una hora de margen.

Anduvo por su despacho, dando breves sorbos al Bourbon, sopesando cada uno de los escenarios que podía provocar lo que acababan de informarle. Finalmente encontró dos posibles opciones. Ninguna de las dos era óptima, pero dado lo grave de la situación, consideró que no tenía muchas más opciones.

Se acercó a la mesa y cogió su móvil. Dudó entre marcar dos números. Sabía que el primero desataría una tormenta política, así que optó por el segundo.

Un tono, dos tonos, su ritmo cardiaco se aceleró con la espera. Otro tono más.

– Sí, dime, Gracia. – contestó la voz al otro lado de la línea.

– Señor, tenemos malas noticias. – dijo Gracia, intentando controlar los nervios.

– ¡No será otro muerto! – respondió Santamaría.

– Uno no, son dos… – dijo Gracia.

Sus palabras provocaron una pausa, parecía que ninguno de los dos se atrevía a hablar. Finalmente, Santamaría carraspeó como tenía costumbre y preguntó.

– ¿Quiénes son? – dijo el secretario de Interior.

– Los detenidos en Burgos, los asesinos de Muñoz-Molina... – contestó Gracia.

Otra pausa. Supuso que debía digerir la información, así que Gracia permaneció en silencio a la espera de que Santamaría continuase con el más que previsible bombardeo de preguntas.

– ¿Qué ha pasado? – dijo Santamaría.

– Parece ser que se han suicidado. Algún tipo de veneno que tenían guardado. – respondió Gracia. – Están intentando averiguar de qué se trata y donde lo podían haber ocultado.

– Esto abre varias opciones, todo y que es una contrariedad, igual podemos sacar provecho de la situación. – advirtió el secretario de Interior.

Eso es precisamente lo que Gracia temía y al parecer fue lo primero que paso por la cabeza de Santamaría.

– ¿A qué se refiere? – preguntó Gracia.

– A que podemos anunciar la detención y posterior muerte de los presuntos terroristas. Aún tenemos tiempo para cambiar el contenido de la rueda de prensa. Todos ganamos, ¿no? – explicó Santamaría.

– Debería meditar las cosas antes de soltar esas barbaridades. – dijo Gracia, quien si había contemplado todas las posibilidades antes de hacer la llamada.

– ¿Cómo? – dijo Santamaría.

– Carlos. – dijo Gracia, para enfocarlo de manera más personal. – Te he llamado a ti porque me pareces una persona razonable. Ya le he dado vueltas a todas las opciones y la mejor sigue siendo no asociar a los sospechosos de Burgos con los BAC.

– Pero… – Santamaría intentó interrumpir a Gracia.

– Déjame terminar y lo entenderás. – dijo un autoritario Gracia.

– Está bien. Sigue. – respondió Santamaría.

– Si se anuncia que hemos detenido a dos sospechosos del asesinato de Muñoz-Molina y su posterior muerte bajo custodia policial, vamos a ser el hazmerreír de medio mundo. Piénsalo. Imagínate delante de cien periodistas intentando explicar la detención y posterior muerte de los asesinos. La mitad de ellos dudarían de la veracidad de los hechos y te coserían a preguntas. Pensarían que los hemos matado en la cárcel o durante los interrogatorios, en el mejor de los casos. La otra opción, si se tragan la verdad, que se han suicidado en sus celdas, abrirá otro tipo de polémica, poniendo en duda todo el aparato policial.  – concluyó Gracia.

Gracia finalizó su breve exposición y esperó la respuesta del secretario de Interior. Transcurrieron unos segundos hasta que Santamaría reaccionó.

– Bueno, visto así, tienes toda la razón. No veo forma de que salgamos bien parados. ¿En qué has pensando? – preguntó Santamaría.

– Tendremos que mentir. Hay varias opciones. La primera, decir que los encontramos muertos en su piso cuando fuimos a detenerlos. La segunda opción es parecida, pero algo más violenta, donde los abatimos tras un tiroteo donde algunos agentes resultaron heridos. En ambas hay demasiada gente involucrada, va a ser muy difícil que no haya ninguna filtración de la realidad. Hay una tercera opción, dejar pasar el tiempo. Hacer ver que los sospechosos siguen detenidos. Eso nos dejará cierto margen de maniobra para pensar que debemos hacer. El sospechoso estaba muy enfermo, puede tener una crisis mortal y su esposa puede morir días después apenada o por suicidio dentro de la cárcel… Estarás de acuerdo conmigo que no es lo mismo, ¿no? – dijo Gracia.

– Entonces en la rueda de prensa de hoy… – dijo Santamaría.

– No dejes que mencionen el tema, ni que tenemos un sospechoso en Girona, eso tampoco conviene. – interrumpió Gracia.

– Pues nos dejas sin opciones. – dijo Santamaría apesadumbrado.

Gracia se giró, alguien llamó a la puerta de su despacho. Se acercó con el móvil pegado a su oreja.

– Espera un momento. – dijo Gracia a Santamaría.

Abrió la puerta y un hombre le pasó un mensaje en una nota. Gracia miró el papel y suspiró.

– Dile que la llamo en cinco minutos. – le dijo al joven.

Cerró la puerta y después sus ojos durante un momento. Farfulló algo entre dientes y dio otro trago al vaso, esta vez más largo. Mantuvo el Bourbon en su boca, saboreándolo unos segundos antes de continuar su conversación con el secretario de Interior.

– Hola. Ya está. Eva está esperando que la llame, me dicen que es urgente. Si quieres seguimos después de que hable con ella. – dijo Gracia.

– Vale, de acuerdo. Así me das tiempo a hacer un par de llamadas. Va a ser un día complicado. – respondió Santamaría.

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