BAC

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Capítulo 54

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– ¿Así que reconoce haber ayudado a Ramón a asesinar a Valero? – preguntó Eva.

– Sí. – dijo un derrumbado Cele.

Diego, de pie, tomaba notas mientras observaba al hombre que tenía enfrente. En menos de diez minutos habían conseguido que hablase. Los psicólogos tenían razón, Cele era menos duro que Ramón, y no sería capaz de quitarse la vida a solas. No era tan fornido como su pareja y su carácter parecía más maleable. Eva había sido incisiva, mucho. Tras explicarle que habían sustituido el veneno por un anestésico inofensivo, por si decidía quitarse la vida, no dudó en enseñarle las fotografías de Valero muerto sobre aquella roca. A continuación, le mostraron las fotos de los cadáveres de Castro, Zafra, Muñoz-Molina, Regueiro y Caminero. En ese orden. Fue como un combate de boxeo donde un púgil tiene acorralado a su debilitado adversario, pero sigue lanzando golpes sin piedad. Aquellas imágenes y el bombardeo de Eva desarmaron por completo a Cele.

– Cuéntanos como fue todo, desde el principio. Como pasaste a ser parte de los BAC, que sabes de sus líderes y su organización. Ayúdanos a detener esta puta locura. – dijo Eva, mirándolo a los ojos.

– Fue Ramón… yo le dije que no les hiciera caso. Los conocimos en un viaje a Toledo. Había un grupo que estaba todo el rato hablando de la situación del país, que había que hacer algo para arreglarlo. Aquel hombre, Abel, no hablaba mucho, había otro, un tal Fermín, y su esposa… ahora no recuerdo su nombre… – dijo Cele.

– A ver, tranquilo, no entiendo nada. Vamos poco a poco. Como se unieron a ese grupo. ¿Ya se hacían llamar BAC? – dijo Eva.

– No, no se hacían llamar de ninguna forma. Durante las caminatas del viaje teníamos largas conversaciones sobre corrupción, política, historia, justicia. Eran charlas normales, donde cada uno exponía su punto de vista. Los más bestias eran Fermín y Conchi, siempre decían que había que poner una bomba en el congreso y cargárselos a todos. Un día Abel… – explicaba Cele.

– Un momento, ¿Conchi es la esposa de Fermín? – interrumpió Eva.

– No, Conchi es viuda. La esposa de Fermín se llama Reme, ahora me ha venido el nombre. – respondió Cele.

– Joder, me estoy haciendo un lío. – dijo Eva. – ¿Alguien puede traer una pizarra o algo parecido?

Aquella última pregunta la hizo mirando a la cámara que tenían sobre la puerta. Instantes después la puerta de la sala se abrió y un agente de uniforme colocó un trípode con unas hojas enormes.

Eva cogió un rotulador y apuntó los nombres que había mencionado Cele.

– ¿Quién es Abel? – preguntó Eva.

Diego seguía callado. El detenido estaba nervioso, mucho, pero estaba colaborando. No quería interrumpir a Eva. Una pregunta rondaba por su cabeza, pero aún no iba a hacerla, esperaría, buscaría el momento preciso.

– Abel. No parecía mandar, pero todos le respetaban cuando hablaba. Era callado, se mantenía al margen, pensativo, dejando hablar a los demás. – explicó Cele. – Pero después siempre hacía valer sus pensamientos. Los convencía de cómo debían hacerse las cosas.

– Cosas. ¿Se refiere a los asesinatos? – preguntó Eva.

– Sí. Abel los… bueno, nos convenció de que la mejor forma era pasar desapercibidos, no llamar la atención. Nada de ruido, dijo que hacerlo así nos ayudaría a tener éxito. – contestó Cele.

Eva miró a Diego. Aquel hombre estaba contándoles el nacimiento de la banda de asesinos que aterrorizaba la clase política de uno de los países más avanzados de Europa. Unos jubilados… una pandilla de jubilados.

Diego no pudo evitar intervenir para intentar poner orden. Primero a sus ideas y después dar algo de forma al interrogatorio, no podían saltar de un tema a otro.

– Cele. Cálmese, lo está haciendo muy bien, pero vamos a intentar ir poco a poco. – dijo Diego, sentándose finalmente junto a Eva. – Vamos a comenzar por el principio. ¿Cómo conocieron a los BAC?

– Bueno, no conocimos a los BAC, los BAC nacieron tras el tercero, no, creo que fue el cuarto, íbamos camino a Córdoba. Sí, fue el cuarto viaje en el que coincidimos. Estábamos almorzando en un bar de carretera cuando Abel se puso a hablar con unos muchachos que había en la mesa de al lado. Aquella misma noche, tras la cena, nos quedamos jugando a las cartas, como hacíamos normalmente. Abel nos contó la conversación que había tenido. Estaba más hablador que de costumbre, con un brillo en la mirada que hipnotizaba. Esa noche nacieron los BAC. Durante días, no tuvimos otro tema de conversación, Abel dijo que estaba planeando algo que iba a cambiar la historia de nuestro país. Nos reíamos imaginando a los políticos corruptos pidiendo clemencia, llorando impotentes. Todo era divertido, hasta que … – explicó Cele.

– Hasta que se dio cuenta que la cosa iba en serio, ¿no? – preguntó Diego mirando a los ojos al detenido.

Eva buscó en su Tablet la foto de Carlos Marín y se la mostró al detenido.

– ¿Es este uno de esos muchachos que habló con Abel? – preguntó la capitán.

– Sí, ese mismo. Iba con dos mujeres jóvenes, como él. – respondió Cele.

– Como decía, la cosa se puso seria, ¿no? – repitió Diego.

– Mucho. Las risas desaparecieron poco a poco. Abel invitó a varios de los viajeros a su casa, organizó una excursión por la zona de Alcañiz, pero era solo para sus más íntimos. Yo no fui, Ramón si lo hizo. A mi aquello comenzó a darme respeto, miedo, no iba con mi forma de actuar. Una cosa era imaginar cómo eliminar a los corruptos y otra hacerlo realmente. – dijo Cele, con mirada seria, casi ausente.

Eva sacó unas fotos de su carpeta. Eran copias de las que habían encontrado en el apartamento de Ramón. Las puso sobre la mesa.

– Estos son Leonor y Pedro, este es Abel, aquí estáis Ramón y tú. ¿Quiénes son los catorce restantes? – preguntó Eva.

Ya conocían los nombres de diecisiete de las diecinueve personas que posaban en las diferentes fotos. Que Cele confirmara los nombres les serviría para saber que colaboraba de verdad.

Cele se acercó a las fotos. Las miró durante unos segundos y tragó saliva.

– Jaime, Pedro, Leonor, Quim, Isa, Amparo, Merche, Pilar, Agustín, Ramón, Conchi, Reme, Fermín, César, Pere, Vicenta, Abel y yo. – dijo Cele.

Diego observó con detalle como Cele fue nombrando con seguridad a cada uno a los presentes en las fotos mientras los señalaba con el dedo índice de su mano derecha. Incluso cuando hacía una pequeña pausa para recordar el nombre. No notó nada extraño en sus gestos. Aquel hombre no mentía.

– ¿Aquí están todos los miembros de los BAC? – preguntó Eva.

– Que va. Abel nos comunicó que había contactado con más gente. Antes de que me lo pregunten, no sé sus nombres. Este es el grupo inicial. El entorno de Abel se hizo más cerrado, era como el jefe, Jaime, Fermín y Reme, sus capitanes. No todos asistíamos a las reuniones o charlas. Solo nos explicaban parte de lo hablado. En cuestión de unas semanas, Abel se había erigido en el líder de los BAC. A mí no me hacía gracia todo aquello. Ramón y yo teníamos nuestros planes, irnos a las islas Reunión, retirarnos allí. Intenté quitarle la idea de la cabeza, incluso me marché unos días de casa. Pero conocía a Ramón, tenía una espina clavada, no iba a convencerlo tan fácilmente. – explicó Cele, cruzando sus brazos. – Tuve que volver, no podía dejarlo solo. Estaba decidido a hacerlo.

Eva le hizo un gesto a Cele para que esperase.

– Diego, voy a pedir que amplíen estas fotos y coloquen los nombres que nos ha dicho Cele. Ahora vuelvo. Por cierto, ¿queréis algo de beber? ¿Un café? – dijo Eva.

– Un café solo y agua fresca para mí. – respondió Diego. Cele se quedó mirando, sin saber si la pregunta también iba dirigida hacia él.

– ¿Y tú? – preguntó Diego mirándole a los ojos.

– Un té con limón y un chorrito de leche si puede ser, por favor. – dijo Cele con timidez y educación.

Eva salió de la sala, fuera la esperaba el sargento Vargas, a quien habían ordenado que ayudase a los investigadores durante la investigación e interrogatorios.

– Sargento, ¿puede ampliar estas fotos y pedir las bebidas? Comprueben antes que Cele no sea alérgico al té, al limón o a la leche. No quiero sorpresas. – dijo Eva.

La capitán sacó su móvil del bolsillo y llamó a Álvaro.

– Hola. Sí. ¿Has podido escuchar los nombres? Ahora te la paso. ¿Qué cómo lo veo? Creo que Cele nos va a contar más de lo que esperábamos, la verdad. Eso sí, creo que le falta información. – dijo Eva.

– Sí, parece que ese Abel mantenía al menos dos niveles de información. Supongo que tendréis que apretar a Ramón, seguro que él sí que conocía más detalles. Bueno, espero que me pases los nombres para confirmar quien es quien. Hasta ahora. – dijo Álvaro.

Álvaro seguía en el hotel, sentado frente al portátil había estado siguiendo todo el interrogatorio por streaming. Casi todas las personas que había nombrado Cele ya estaban identificadas y detenidas. Solo faltaban Fermín y Reme. Eran, posiblemente, los mayores de aquel grupo. Aparentaban unos ochenta años, tal vez algunos más. Miró sus caras, había una mezcla de odio y tristeza en la mirada de aquellos ancianos. Le sonaban de algo, le resultaban familiares, pero no sabía de qué, aunque no estaba del todo seguro. Cogió su móvil y llamó a Carmen, necesitaba hablar con ella, desearle buenos días.

Al tercer tono de la llamada, Carmen respondió con voz adormilada. Estaban iniciando la conversación cuando Álvaro recibió en el portátil la notificación de un correo electrónico. Era de Pentium.

– Carmen, perdona, te tengo que dejar, es urgente. Después te llamo. Perdona. Un beso. – dijo Álvaro.

El correo de Pentium no dejaba lugar a dudas. Acababan de confirmar que aquellos ancianos, Fermín y Remedios, eran los padres de Ander Azpeitia, su compañero de investigación. Aquello era un golpe bajo. No entendía nada. Le dolió. Había entablado una buena relación con Ander, no podía dar crédito a aquella noticia. Pensó en llamarle, pero decidió no hacerlo. Gracia lo llamaba por teléfono.

– Sí. Dime. Claro que lo he visto. Joder, ¡no puede ser! ¿Tú crees que sabía algo? No, no creo que lo haya hecho, pero lo investigamos ahora mismo. Dame un contacto en la Ertzaintza y comenzamos ahora mismo. Vale. Claro. Hasta luego. – dijo Álvaro, cortando la llamada.

Gracia le había pedido que revisase todas las comunicaciones de Ander, tanto por email, como por teléfono. Tenían que averiguar si había mantenido algún tipo de comunicación con sus padres. Aquello era una carga de profundidad. Se frotó los ojos con ambas manos, se levantó a orinar y se lavó las manos, cabizbajo. Después se mojó la cara con agua fría para despejarse aún más, si cabía.

Cuando retornó a la mesa, una llamada perdida de Eva y doce mensajes de WhatsApp del grupo de investigación le esperaban.

– Eva, soy yo. Sí, ya me he enterado y Gracia me ha… Ah, que ya has hablado con él. Joder. Menudo palo, ¿no? ¿Crees que…? ¿Yo? No sé, es difícil mojarse por nadie, y menos con esta clase de temas… Te digo algo en cuanto lo sepa. Claro, no lo dudes. Hasta luego. ¿Quedamos para comer y lo hablamos? Vale, espero tu llamada. Chao. – dijo Álvaro, concluyendo la llamada.

Era un auténtico mazazo. Si se confirmaba que los padres de Ander eran parte de la cúpula de los BAC, la sombra de la duda podría sacudir toda la investigación.

Eva colgó el teléfono y dio un profundo suspiro. Tenía los ojos brillantes. Se negaba a pensar que Ander tuviese que ver algo con todo aquello. No era posible. Salió del cuarto de baño y se dirigió a la puerta de la sala donde interrogaban a Cele. Diego la esperaba fuera.

– Vamos fuera. Necesito un cigarro. – dijo Eva, cogiendo el café que le ofrecía su compañero. – Sargento, llévenle el té al detenido, que dos agentes lo custodien. No le quiten ojo ni un segundo.

El sargento Vargas asintió con la cabeza, serio, y le hizo un gesto a dos agentes de uniforme que hablaban en el pasillo.

Eva y Diego se alejaron en dirección contraria, hacia la calle. La capitán abrió nerviosa el paquete de cigarrillos y sacó uno con la mano temblorosa. Se detuvo un instante para cerrar el paquete y guardarlo en el bolsillo trasero del pantalón.  Buscó el encendedor en el bolsillo delantero derecho y comprobó que encendía la llama.

– Vale, vamos. – dijo a Diego que la esperaba en silencio.

– Está bien. Supongo que hablabas con Gracia sobre los padres de Ander… – dijo Diego con la voz apagada.

– Sí, y después con Álvaro. ¿Sabes? No creo que Ander haya sido un topo, ni supiese nada de las actividades de sus padres. Debe estar muy afectado, es un palo. Enorme.  – dijo Eva al llegar a la calle.

Se encendió el cigarrillo mirando a Diego. Esperaba su respuesta.

– No sé qué decirte. No lo sé... Todo es muy confuso. Llego al grupo después de que Sabino dejase la investigación, pero siempre estuvo informado de todo como superior suyo. Quizás Sabino se dio cuenta de algo… – dijo Diego, titubeando. – Por otro lado, si queremos pensar mal, seguro que encontramos algo que lo incrimine. Esa mirada…

– ¿Qué mirada? – respondió Eva dando una profunda calada a continuación.

– La tuya. ¿Qué pasa por esa cabecita? – preguntó Diego.

Eva exhaló el humo lentamente y dio un sorbo al café, casi frio.

– ¡Estoy un poco harta de todo! No tenemos ni un respiro, no hay tiempo para poder analizar la escena del crimen, a los sospechosos, ni poder estudiar cómo han llegado a formar una banda de asesinos… – dijo Eva, algo triste.

– Hay que ser resolutivo. Creo que ahora mismo tenemos que intentar desarticular a los BAC más que entender porque lo han hecho. Tenemos que detener esta espiral de crímenes, ya tendremos tiempo de estudiar el fenómeno, tratar de entender porque lo han hecho. – dijo Diego. – Pero te entiendo.

Entendía a Eva. Su presencia como responsable del grupo de investigadores en parte se debía a su preparación y experiencia como experta en grupos terroristas. Lo que al principio parecía obra de un grupo terrorista había acabado siendo un grupo de jubilados cabreados. El resultado, de momento, seis crueles asesinatos.

– Dejemos de lado lo ocurrido con Ander, de momento. Que se encarguen otros de hacer el seguimiento y centrémonos en Cele y Ramón. Hemos conseguido confirmar los nombres, si se realizan todas las detenciones y no se cometen más asesinatos, ya tendremos tiempo de intentar entender lo que ha pasado, ¿no crees? – dijo Diego, tratando de animar a su compañera. – Han cometido un crimen cada dos días, si pasan dos días sin aparecer otra víctima, es posible que lo hayamos conseguido. Tenemos que averiguar si la lista de objetivos está predefinida o si se improvisaba sobre la marcha. También será de utilidad saber cuántos comandos estaban operativos. Los nombres que nos ha dado Cele son, digamos, los miembros originales, pero no sabemos cuanta gente más han podido reclutar, si es cierto.

Eva escuchaba a Diego con atención. Confiaba en su modo de hacer. Evidentemente, pasaba por alto lo ocurrido en Burgos. Un error lo podía tener cualquiera. A veces le parecía demasiado lento, otras demasiado rápido, pero casi siempre acertado. Suya fue la idea de hacer entrar a Ander en la sala para que Ramón pensase que Cele había usado la pastilla. Retiró el vaso de café de sus labios, dio una calada y respondió.

– Pues vamos, a ver que nos cuenta Cele. – dijo Eva, con los ánimos ligeramente renovados.

Apagó el cigarrillo en el vaso de café y abrió la puerta, dejando pasar a su compañero.

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