BAC

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Capítulo 56

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Eva y Diego llevaban más de media hora escuchando como Cele les explicaba cómo funcionaban los BAC, tanto a nivel organizativo como a nivel de comunicación. En resumen, parecía que Abel, Fermín, Reme y Jaime eran los que planificaban los asesinatos y hablaban con los voluntarios para hacerse cargo del crimen. Normalmente el plan era ejecutado por parejas, dos personas, que llamaban periódicamente a Abel dentro de un horario acordado previamente para recibir las órdenes antes del asesinato y durante varios días después, para verificar que seguían en libertad. Según Cele, todos los miembros de los BAC habían prometido lealtad al grupo, no delatar a sus compañeros, morir antes de acabar en prisión de por vida.

– Pero tú no estás cumpliendo el trato, ¿no te parece…? ¿O nos estás mintiendo? – preguntó Diego.

– Me siento engañado. Yo no quería ser parte de esto, a ver, nadie me ha obligado, fue decisión mía, lo hice por Ramón. – respondió Cele.

Era parte del plan y todo iba según lo estipulado. Cele se había tragado por completo la argucia que habían preparado. Le habían contado que Ramón se había tomado la pastilla que se supone acabaría con su vida y que solamente lo había dormido unas horas. Tuvieron que mostrarle una videollamada donde un policía hablaba con Ramón para terminar de convencerlo.

– Pensábamos que Leonor y Pedro habían sido encarcelados o que se habían suicidado, ya que no se ponían en contacto con ellos. Abel se lo comentó a Ramón por teléfono. Yo quería irme lejos, dejar todo esto atrás, le insistí tanto a Ramón que nos costó una pelea, casi lo dejamos… Me siento traicionado. Me duele saber que nos engañaron, pero en cierto modo, lo intuía, se llevaba mejor con Leonor y Pedro. Ramón y yo… bueno, yo estaba un poco al margen, no quise implicarme demasiado, pero Ramón no estaba tan integrado en el grupo. No contaban con él para tomar las decisiones. – explicaba Cele, con cierta rabia contenida.

– Entonces Abel os ordenó que os trasladaseis aquí y que asesinaseis a Gonzalo Valero Estella. ¿Correcto? –  dijo Eva.

– Sí, en resumen, sí. Lo que pasa es que nosotros ya estábamos aquí, en L’Estartit. Fue un poco por casualidad. Un día, no recuerdo si Reme o Conchi, ojeando una revista del corazón, vio las fotos de las vacaciones del expresidente y comentó que ese cerdo debía morir, que era un vendido, un corrupto. Abel habló con Ramón a solas y le pidió que investigásemos, y eso hicimos, averiguar los planes de Valero. – contestó Cele, apesadumbrado.

– Lo siguieron, averiguaron los planes y lo esperaron en aquella cala, ¿no? – continuó Eva.

– Si… todo fue más sencillo de lo que pensábamos. Aquel hombre, el que cuida su barco, es bastante charlatán. Valero no llevaba seguridad y nos explicó las fechas en las que el barco salía a navegar. Los detalles de que paraba en aquella cala nos los pasaron, por lo visto lo hacía cada año. Ramón se encargó de todo, compró aquellos arpones y los equipos de buceo. Lo demás ya lo saben… – dijo Cele con los ojos vidriosos y haciendo verdaderos esfuerzos por no romper a llorar.

Aquel hombre estaba claramente dolido, arrepentido de lo que había hecho por amor, por lealtad a su pareja. Diego no podía dejar la oportunidad para intentar entender algo más…No necesitaban los detalles de cómo habían acabado con Valero, eso pasaba a un segundo plano.

– Tranquilo Cele. Cambiemos un poco de tema. ¿Por qué tomaron la decisión de implantar una píldora con veneno en la dentadura? Dar la vida antes que ser atrapados, es muy poco frecuente. ¿Por qué lo hicieron? – preguntó Diego.

– Fue idea de Jaime. Bueno, de Jaime y Abel. A los dos les apasiona la historia, podían pasar horas hablando de anécdotas que pasaron durante la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Fue durante un viaje a Salamanca. – dijo Cele. – Ya llevaban dos semanas hablando de como eliminar la corrupción del país, como cambiar la historia. Habíamos confeccionado una lista de…

– ¿Cómo que habíamos? ¿No has dicho antes que vosotros no decidíais…? - interrumpió Eva.

– La lista la confeccionamos entre todos. – dijo Cele, interrumpiendo a su vez a Eva. – Nos reunimos durante horas, discutimos sobre qué clase de personas deberían ser las escogidas. Hubo diversidad de opiniones, desde banqueros a políticos, de cardenales a periodistas. Cada uno eligió a un indeseable, tampoco era tan difícil, se me ocurren decenas de nombres más a mí solo... Algunos por temas personales, otros simplemente por antipatía, creamos una lista con veinte nombres. Acordamos dar apariencia de aleatoriedad, así lo llamaba Jaime. Debíamos escoger personas repartidas por toda la geografía española…

– Sigue con eso, pero no olvides contestar la pregunta, Te hemos preguntado por el implante, por el veneno. Y de paso nos cuentas quienes están en la lista. – añadió Eva.

– Vale, ahora os lo cuento, por donde iba… Sí, por lo de la geografía. Después de decidir los nombres, Jaime y Abel decidieron el orden y asignar a sus ejecutores. Así nos llamábamos. Aún no nos habíamos acostumbrado a ser los BAC, las Brigadas Anti Corrupción, los que íbamos a cambiar la historia de nuestro país, el azote de los corruptos. Todo cambió… pasó de risas, de planes grandiosos tras la sobremesa, a dudas, nervios, temores. No era miedo al fracaso, ni a ser apresados, al menos los mayores, era miedo a ser utilizados si éramos capturados. Fue cuando Jaime nos habló de los espías infiltrados de los países del este durante la guerra fría, cómo se quitaban la vida antes de ser torturados o usados como moneda de cambio. Pedro fue el primero en decir que él prefería morir a darles el gustazo de que lo atrapasen. Se sumaron tres o cuatro más… - explicaba Cele.

Diego reconocía aquel tipo de reacción. No era la primera vez que veía a un detenido contar hasta el más mínimo detalle después de ser detenido y comprobar, o pensar, que sus compinches lo habían traicionado. Cele estaba “cantando”. El hecho de tener trastornado el horario y la falta de sueño ayudaban. Estaba admirado por la gestualidad de Cele, era una persona muy expresiva, sus ojos parecía que revivían lo que les estaba contando. Dio un trago al vaso de agua que tenía frente a él y continuó.

– Abel nos dijo que Jaime y él asumirían las culpas de todo en el caso hipotético de que nos atrapasen. Que ilusos fuimos… pensábamos que nunca nos pillarían. Por eso acepté yo. Menuda tontería. Nos auto convencimos que los planes eran tan buenos que era imposible que nos cogieran. – dijo Cele, haciendo una pausa con la mirada perdida. – Nos fuimos de viaje un fin de semana a Pamplona y los alrededores, Jaime lo tenía todo preparado. Nos hizo unas radiografías y se puso manos a la obra. En dos semanas nos fue llamando para prepararnos la prótesis. No paraba de repetir que era el mejor trabajo que había hecho. Se sentía orgulloso. Supongo que está detenido. ¿Puedo preguntarles algo?

Diego y Eva se miraron, los dos imaginaban de qué se trataba. Eva asintió con la cabeza.

– ¿Qué ha sido de Leonor y Pedro? ¿Siguen con vida? – preguntó Cele curioso.

– Sí, están detenidos en Madrid. – respondió rápidamente Diego. – Pudimos impedir que se tomaran la pastilla. A Pedro se la tuvimos que sacar de la boca.

– ¿Y por qué no ha salido nada en las noticias? – preguntó Cele extrañado.

– No podemos responderle a eso, se trata de información confidencial. Están todos arrestados bajo la ley antiterrorista. – dijo Diego.

– Tranquilos, no se lo voy a contar a nadie. – dijo Cele con ironía.

– La lista… – insistió Eva.

Diego hizo como si no hubiese escuchado la contestación del detenido y lo miró a los ojos, fue una mirada dura, exigente. Cele comenzó a recitar nombres, nombres que les eran familiares, todos. Los conocían, tomaron nota uno a uno, aunque estaban grabando el interrogatorio. Algunos nombres los sorprendieron, otros no tanto. Diego pensó que los BAC apuntaban realmente alto. El rey y el presidente del gobierno fueron nombrados, así como varios ministros.

– Bien… ¿no recuerdas más nombres? – preguntó Eva.

– No, creo que les he dicho todos. – contestó Cele.

Diego contó los nombres. Un total de veinte si sumaban los seis asesinatos investigados. Intentarían contrastar aquellos nombres con Ramón. Sin perder tiempo, Diego hizo una foto de su libreta y la envió al grupo de investigación. De momento les valía.

– Sigamos con el tema de las pastillas. Sabemos que las pastillas las preparó Leonor, ¿por qué crees que no colocó el veneno en la tuya y la de Ramón? – preguntó Diego.

Como un hook directo al hígado. Así recibió Cele aquella pregunta. Diego sabía que aquello le iba a hacer daño. Se trataba de rebajar cualquier lazo de afectividad hacia sus compañeros, hacerle sentir solo, abandonado. De momento, todo parecía indicar que funcionaba.

– No lo hubiese imaginado nunca, no creo que fuese idea de Leonor, era buena con nosotros. Seguro que fue cosa de Fermín, siempre tuve la impresión que no acababa de aceptarnos, me refiero a Ramón y a mí. Por otro lado… no lo entiendo, dejar a dos de los ejecutores sin la única salida que los imposibilitaba de poder hablar de sus compañeros… Es como entregarnos directamente a ellos… – dijo Cele, pensativo.

– Bueno, según usted, no tenían acceso a toda la información, tal vez eran perdidas asumibles, un riesgo que se podían permitir. – continuó Diego, en la misma línea.

Sin dar tiempo a pensar a Cele, Eva quiso entrar en aquel tema. La información, necesitaban saber que canales de comunicación usaban los BAC para ponerse en contacto. Era un tema que los investigadores no tenía controlado.

– Cele, ¿cómo se comunicaban los ejecutores con Abel? ¿Usaban móviles con tarjetas prepago? ¿Correos electrónicos con cuentas encriptadas? – preguntó Eva.

– No, solo a través de llamadas de teléfono fijo. Esas tecnologías están todas controladas por agencias como la CIA, buscamos algo más simple. Algunos tenían teléfono móvil, pero no los usaban para comunicarse. Cabinas de teléfono o locutorios. Nada de internet. Esa era la premisa y así lo hicimos. Según decían, era casi imposible dejar rastro, pasaríamos desapercibidos. – contestó Cele.

Diego intentó disimular una sonrisa. Habían iniciado la investigación del caso Castro pidiendo ayuda a todas las agencias mundiales en busca de una huella informática. Aquellos señores sabían que si no usaban las nuevas tecnologías de la información pasarían bajo el radar. Habían sido muy listos. Mucho. Cele continuó su relato explicándoles con ejemplos como funcionaban aquellas comunicaciones. Tenían que averiguar si Ander les había proporcionado algún tipo de ayuda a los BAC.

– Cele, ¿le consta que Abel o algún otro miembro de los BAC tuviesen un contacto en la policía? – preguntó sin rodeos Diego.

– No, que yo sepa… – respondió extrañado el detenido. – ¿Por qué lo preguntan? No me suena.

Cele notó que aquella pregunta tenía un porqué. Pensativo, se mantuvo unos segundos sin hablar, escudriñando en su memoria.

– No, al menos no lo hablaron delante de mí. – afirmó Cele.

– Bien, volvamos al tema de las pastillas. Estamos fascinados, que un colectivo siga a un líder supremo hasta llegar a quitarse la vida por él. ¿En serio os convencieron de quitaros la vida si os atrapaban? ¿Lo habrías hecho? – preguntó Eva.

– No estaba seguro entonces, aunque acepté, a regañadientes… Lo hice por Ramón, pero no me vi capaz de hacerlo cuando vinieron a buscarme. En lo de seguir a un líder supremo o que nos convencieron, ahí os equivocáis. Los BAC no son borregos que siguen a un líder, somos… o éramos, bueno, queríamos ser una forma de lucha para cambiar el futuro de una sociedad enferma. – contestó Cele mirando a la investigadora a los ojos.

– ¿Un grupo de justicieros salvadores? ¿Unos asesinos que eligen a sus víctimas en función del daño que han causado? ¿Así lo ves? – dijo Eva.

– Más o menos. ¿Veis las noticias? Este país es un caos, un caos controlado por los de siempre, que han hecho las leyes a su antojo y conveniencia, que se protegen los unos a los otros, a los de su calaña y exprimen al resto. Había que hacer algo para dar un giro a la situación. ¿No creen? – preguntó Cele en una actitud algo más desafiante.

Diego y Eva conversaron con Cele cuarenta minutos más, donde los investigadores intentaron que el detenido les explicara más detalles de sus compañeros de fechorías. Eran casi las ocho de la mañana cuando salían de aquella sala, con material suficiente para presionar a su querido Ramón.

En el exterior de la sala les esperaban Olga y Álvaro, ambos parecían más descansados que ellos. Habían quedado por WhatsApp para desayunar juntos y cambiar impresiones, tanto del interrogatorio al sospechoso, como para hablar de Ander.

Gracia y Pérez venían de camino. Tenían una reunión con ellos a las doce del mediodía. Por lo visto había temas que querían tratar en vivo, sin cámaras, ni secretarios de Estado.

– ¿Cómo habéis visto a Ander? – se interesó Eva.

– Está realmente jodido, no sabía nada de las aventuras criminales de sus padres. Tiene cuatro sabuesos buscando algún tipo de conexión que pueda incriminarlo desde hace horas. De momento no hay nada, está limpio, pero lo han apartado de la investigación, es normal. – respondió Álvaro colgándose su mochila en la espalda. – ¿Qué tal ha ido el interrogatorio? Ha cantado como un ruiseñor, ¿no?

Eva y Diego habían ido enviando mensajes a sus compañeros mientras hablaban con Cele para que comprobasen algún dato que les había proporcionado. Álvaro era el único que habia podido ver el video en directo.

– Sorprendentemente bien. Ha confirmado un montón de datos que ya teníamos, como nombres y fechas. A ver qué más podemos sacar de su compañero Ramón. ¿Vamos a desayunar algo? – preguntó Diego.

– Sí, al venir hemos reservado una mesa en el bar de aquí al lado, para poder estar tranquilos. – respondió Olga, dirigiéndose a la calle.

Diego aguantó la puerta para que pasasen Álvaro, Olga y Eva. Álvaro, desde el reflejo en un coche vio como Diego acariciaba sutilmente el hombro de Eva antes de dejarla pasar. Se giró y sonrió. Era la confirmación que necesitaba.

Los cuatro investigadores, con aire cansado, se encaminaron al bar a paso lento, al paso que marcaba Eva, aprovechando el breve trayecto para fumarse un cigarro.

– Eva, ¿tienes alguna idea de por qué vienen los jefes? ¿Te han dicho algo? – preguntó Olga con las manos en los bolsillos traseros de su pantalón vaquero.

– Se lo mismo que vosotros. Me han enviado un mensaje para avisarme, que es el que os he reenviado. Tampoco se me ha ocurrido preguntar, la verdad. – contestó Eva, deteniéndose a apurar el cigarrillo frente a la puerta del bar.

Álvaro se adelantó para abrir la puerta del bar, pero lo hizo un cliente que salía. Un señor mayor, que los saludó en catalán y mantuvo la puerta abierta para que pasaran.

– Gràcies senyor, que tingui bon dia! – le dijo Olga.

– De res, guapa! – contestó el anciano.

Saludaron al camarero y se dirigieron a la mesa del fondo, situada junto a un viejo y grasiento futbolín.

– Que majo el abuelete. Vaya repaso te ha pegado, Olga… – dijo sonriendo Álvaro, sentándose a la mesa.

– Hay gente que no pierde el buen gusto con la edad. – respondió Olga guiñándole el ojo.

Álvaro abrió el periódico que se encontraba mal doblado en un rincón de la mesa. Era del día. De un vistazo rápido, lo ojeó y lo cerró de golpe. Cogió su teléfono, consultó varias páginas web, Facebook y Twitter.

– Es curioso, no hay ninguna noticia de las detenciones de los BAC. – dijo Álvaro. – ¿No os parece extraño?

– Sí que lo es… – dijo Eva, mirando su móvil.

Diego los observó en silencio. Miró a Olga. Estaba muy guapa esa mañana, exultante. Una amplia sonrisa iluminaba su cara. No miró su móvil, estaba sin batería desde poco antes de acabar el interrogatorio de Cele. Ya lo cargaría después.

El camarero, un rechoncho joven casi calvo se acercó a la mesa.

– ¿Català o español? – les preguntó.

– Mejor en castellano, si no te importa. Entiendo algo de catalán, pero no lo domino, igual acabo pidiendo algo raro. – dijo Álvaro.

– Muy bien, ¿qué les pongo? – preguntó el camarero.

– A mí un bocata de tortilla francesa con queso, si puede ser. Y una Coca-Cola, de lata, por favor. – dijo Álvaro, señalando con las manos el tamaño del bocadillo.

El camarero asintió y tomó nota del pedido. Apuntó dos bocadillos más de tortilla para Diego y Olga, y un vegetal de pollo para Eva. Al cabo de dos minutos, volvió a la mesa para servir las bebidas.

– ¿Se sabe algo más del crimen de Caminero? – preguntó Olga. – Con lo de Ander me cortaron el rollo…

– Bueno, parece que se trata de dos de los sospechosos, Quim y Merche. Los han detenido en su domicilio de Valencia. Supongo que los interrogarán esta mañana. – respondió Eva.

Álvaro continuaba con el semblante serio, consultando su móvil y enviando mensajes.

– ¿Qué pasa? – le preguntó Diego, preocupado por el gesto serio de su compañero.

– Aquí está pasando algo extraño. No se ha publicado nada sobre las detenciones. Un poco raro, ¿no? – dijo Álvaro mirando a sus compañeros.

– Bueno, quizás prefieren hacerlo cuando todo esté bajo control. Igual no quieren meter la pata. – dijo Olga.

–No sé, cuando pillamos a Leonor y Pedro querían dar una rueda de prensa y ahora que tienen motivos no sale publicada ni la noticia. – insistió Álvaro.

– Bueno, ellos sabrán lo que hacen, nosotros vamos a hacer nuestro trabajo y que ellos decidan lo que quieren hacer con la información. – dijo Eva, intentando dar por cerrado el tema.

También a ella le parecía extraño. Aquella falta de información, junto a la visita sorpresa de Gracia y Pérez, la tenían bastante inquieta. Intentó disimularlo. El camarero se acercó a la mesa con los bocadillos, lo que contribuyó a desviar la conversación.

– ¿Entonces, dais por concluido el interrogatorio a Cele? – preguntó Álvaro.

– Creo que sí, ahora hablaremos con Ramón. Estará a la defensiva, dolido por la muerte de Cele. ¡Joder, menuda actuación hizo Ander, digna de un Oscar! Intuyo que no estará muy colaborativo. – dijo Diego dando un bocado.

– Sí, fue una buena actuación en general. Tengo ganas de hablar con Ander, estará bastante jodido. Por cierto, ¿creéis que deberíamos decirle a Ramón que Cele está vivo? En parte hicimos el paripé para comprobar que haría con la pastilla. No sé si debemos torturarlo de esa forma, tal vez colabore más si le decimos la verdad. – dijo Eva.

– Puede, improvisemos. A ver como se presenta y decidimos que estrategia seguir. – dijo Diego.

Álvaro estaba dando los buenos días a Carmen usando el WhatsApp.

– ¿Aún sigues con lo de las noticias? – le preguntó Olga, que estaba sentada a su lado.

Álvaro apartó el móvil cuando Olga, casi por instinto miró la pantalla del dispositivo de su compañero.

– Tranquilo, no quería molestar… Por cierto, ¿quién es Carmen? – preguntó Olga con sonrisa picarona y buscando la complicidad de Eva y Diego.

Diego observó el gesto de Álvaro. No se lo esperaba. No se esperaba una pregunta tan directa. Parpadeó varias veces antes de poder contestar. Era algo personal. La mirada esquiva del inspector lo confirmaba.

– Bueno… una amiga, una compañera de trabajo de mi comisaría. – respondió finalmente Álvaro, escueto.

– ¿Una compañera a la que saludas con un “Buenos días, guapísima”? – añadió Olga, riéndose. – Alvarito, Alvarito, que callado lo tenías…

Álvaro dejó el móvil sobre la mesa, bloqueado, miró a Olga y se echó a reír.

– ¡Que cabrona! ¡Anda que se te escapa algo! – dijo entre risas Álvaro. – Bueno, Carmen es una chica con la que, bueno… estamos en proceso de acercamiento.

– Acercamiento… ¿Así se llama ahora a tirar la caña? – preguntó Eva sonriente.

– Tirar la caña, acercamiento, pelar la pava… – añadió Diego.

Los cuatro investigadores reían intentando buscar más sinónimos para la fase de enamoramiento en la que estaba Álvaro.

– …bueno, ya está bien, cabronazos. ¿Vosotros nunca os habéis enamorado o qué? – dijo Álvaro.

Aquella exclamación provocó un cruce de miradas entre Olga y Eva, Olga y Diego, Diego y Eva. Álvaro estaba descolocado. No entendía nada. De repente, sus tres colegas callaron y sus semblantes se tornaron serios. Diego intentó salir del paso para acabar con la tensión existente.

– ¿Cuándo la has conocido? Estabas sin pareja al principio de la investigación, ¿no? – preguntó Diego, continuando con el bocadillo.

– En la oficina, cuando volví a Madrid desde Jaén, tras el caso Zafra. – dijo Álvaro, como si hubiesen pasado meses.

– O sea, la semana pasada. – apuntó Eva.

Álvaro se quedó pensativo unos segundos. Era verdad, tan solo llevaba con aquella relación unos días. Le parecía más tiempo. La cercanía con Carmen y el ritmo de trabajo había difuminado la percepción del paso del tiempo.

– Sí. Parece que fue ayer… – dijo Álvaro, sonriente.

– ¿No tienes alguna foto de la afortunada? – preguntó Olga, curiosa.

– Venga, va… – insistió Eva con complicidad.

Diego hizo el gesto de coger el móvil de Álvaro, que con un acto reflejo lo agarró con su mano derecha.

– Está bien… pero aquí os estáis cachondeando de mí, y no sé nada de vosotros. Me tenéis que contar si tenéis pareja y enseñarme fotos también. ¡Juguemos en igualdad de condiciones! – dijo Álvaro, a sabiendas que estaba poniendo en un apuro a dos de sus compañeros.

Desbloqueó el móvil, buscó una foto de Carmen y se la mostró a Olga, quien sostuvo el móvil con ambas manos, para, incluso, ampliar la foto.

– Joder, ¡es muy guapa! – dijo Olga con sinceridad.

– Tu turno… – dijo Álvaro, antes que Eva y Diego pudiesen ver con detalle la foto.

Colocó el móvil con la pantalla hacia abajo y miró a Olga.

– Estoy libre. Tenía una relación, pero se acabó. Hemos quedado bien, pero la cagué, es que soy demasiado absorbente, demasiado posesiva… – respondió una sincera Olga, con una ternura inusual en sus ojos.

Álvaro tuvo la sensación de haber metido la pata. Por la forma de hablar de Olga, la ruptura era reciente. No quiso ahondar en la herida.

– ¿Diego? – preguntó Álvaro a su compañero.

El cerebro de Diego llevaba segundos procesando información a toda velocidad. Si decía que no tenía ninguna relación, Eva podía sentirse despreciada, pensar que a Diego no le importaba o, tal vez, que apreciase que tratase de ocultarlo. Demasiadas opciones, ninguna de ellas le pareció lo suficientemente buena. Si contaba que tenía una relación podía hacer pensar a Olga que lo suyo no había finalizado, ya que se suponía que nadie conocía su relación con Eva. Optó por la salida menos evidente pero más fácil. El cachondeo. La broma. Esperaba salir airoso del envite de Álvaro.

– A mí me has dejado sin palabras. Yo te iba a tirar los trastos a ti, pero ahora sé que estas ocupado. ¡Me acabas de romper el corazón, pirata! – dijo Diego mirando a los ojos a Álvaro.

Álvaro comprendió aquellas palabras. Diego no quería que lo suyo con Eva se hiciese público en aquella mesa. No insistió y le dejó el móvil a su compañero, para que viese la foto de Carmen.

– Olga tiene razón, es preciosa. ¡Vaya curvas, nene…! ¿No es muy joven para ti? – dijo Diego, sonriente.

– El amor no tiene edad… – respondió Álvaro guiñándole el ojo.

Miró a Eva, quien también permanecía en silencio. Dudó entre preguntarle o dejar el tema. Finalmente decidió probar suerte…

– ¿Y tú, jefa? ¿Cómo van esos amores? – preguntó Álvaro, con su ceja derecha ceja levantada.

– Bien, creo… Estoy enamorada, sí. Pero estamos empezando, no tengo fotos, de verdad. Es inteligente, alto y guapo. Hacemos buena pareja, pienso. – respondió Eva, tratando de ser ambigua en la descripción.

– Así que no hay fotos… bueno… venga, va, te presento a Carmen.  – dijo Álvaro, mostrándole su móvil.

Eva miró la foto de aquella chica morena, y, tal y como había hecho Olga, la observó, pero con bastante más detenimiento. En la foto Carmen iba vestida con un ajustado vestido negro. Hizo zoom para mirar sus ojos, su boca, bajó hacia los pechos y las caderas, tampoco dejó pasar sus piernas.

– Sí señor, un pibón. – dijo Eva, devolviendo el móvil a su colega con una sonrisa.

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