Azul

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¡UNA serpiente!.

Una boa enorme y poderosa se enredó alrededor de su cintura y una mano le cubrió la boca.

¿Una mano?.

¡Las serpientes no tiene manos!. ¿Tienen?.

Comenzó a pensar incoherencias. El terror se había apoderado de ella y no lograba hilar un pensamiento sensato.

Fátima fue separada del tronco que le servía de refugio. Ella se resistió. Pataleó. Con sus codos golpeó los costados de la enorme serpiente mutante que la sujetaba. Intentó morder los dedos que le cubrían la boca, pero cuando lo llevó a cabo, la mano se ahuecó evitando su ataque. Ella quiso gritar, pero en su primer intento, un forzado beso en su mejilla, la paralizó.

Existía solamente un ser que solía sorprenderla por la espalda, sujetándola por la cintura y obsequiándole besos como ese.

Ella no se movió más. Hasta por un instante dejó de respirar.

El primer temido encuentro había llegado.

Sorprendiéndola.

Petrificándola.

¿Qué debería hacer ahora?. ¡Dios!. ¡Dios!... Ni siquiera fue capaz de hilar una plegaria.

La mano que le cubría la boca se desprendió de su rostro y los brazos que aprisionaban su cintura la sujetaron de tal forma que de un giro la colocaron frente a los labios que se habían albergado en sus recuerdos. Esos labios estaban envueltos en una arquitectónica barba de candado recién afeitada y ella los reconoció de inmediato.

La pasión de aquellos labios carnosos se desbordó al ensamblarse en los de ella. Su lengua penetró sin resistencia en busca de la de ella. Esos brazos se instalaron alrededor de su cintura fusionándola en aquel cuerpo maravilloso y viril. Las manos de ella navegaron sobre esos brazos masculinos hasta alcanzar el pecho firme y agitado, subieron hasta los hombros permitiendo que sus brazos se enredaran en el cuello varonil. Una de sus delicadas manos alcanzó la cabellera del hombre y descubrió que su pelo estaba corto. Él se había acicalado, de ninguna manera hubiera sido posible que él estuviera en esas condiciones en prisión, pensó ella.

Después de estos hallazgos, esos magníficos labios pusieron en libertad a los de ella.

Lentamente ella abrió los ojos y se encontró con dos brillantes trozos de esmeralda casi negras que la observaban. Sus manos temblaban cuando tocaron ese rostro y su boca le obsequió una sonrisa que iluminó aquel trozo de selva.

—Oliver.

Ella pronunció su nombre, como si fuera una bendición.

Oliver había perdido peso y su rostro estaba un tanto demacrado, sin embargo su porte varonil se había preservado en su totalidad, la fuerza y el poder que emanaban de él estaban intactos. Ella tocó el pelo de él, acarició su rostro y contempló sus hermosos ojos verdes y al segundo siguiente sus labios se imantaron a los de él.

La tristeza añeja, la pasión frenada y la añoranza febril; las dudas y la incertidumbre estallaron con ese beso, eliminando cualquier duda sembrada en el cuerpo de Fátima. Después de más de un año de haberlo creído muerto, y de haberlo llorado hasta que se le agotaron las lágrimas, y de haberse enamorado de otro hombre. Todo se desmoronaba entre sus brazos y volvía a correrle por las venas esa necesidad de permanecer a su lado, de amarlo intensamente y de entregarle su vida entera.

Nada había cambiado.

Ella lo amaba, tanto o más que antes.

Él no deseaba separarse de ella, y apenas recordaba cómo respirar. Él no había esperado encontrarla ocultándose en la selva, y mucho menos que él fuera tan débil como para entregársele a ella en un beso. Pero ella le había respondido con una fuerza que lo arrolló. Esa mujer, su mujer, no podía haberlo abandonado por nadie. Él sentía su amor emanándole de la piel, colándosele por los poros. Él la llevaba en la sangre y le hervía cuando la tenía en sus brazos.

La besó tan apasionadamente que tuvo que hacer un esfuerzo heróico, para evitar hacerle el amor ahí mismo.

Resignado, él desprendió sus labios de los de ella, y la estrechó aprisionándola en sus brazos. Fátima recostó la cabeza sobre el pecho de él y sintió de nuevo el calor de su piel y escuchó, una vez más, latir su corazón. Le pareció la melodía más hermosa que jamás había escuchado antes.

Aún en medio de su arrebato de pasión, Oliver comprendió que esta situación no era normal. Y su rabia comenzó a burbujear. Si ella estaba ocultándose en la selva, sería tal vez porque Santiago había tratado de abusar de ella o algo peor.

—¿Por qué huyes?.

Su voz varonil inundó los oídos de ella, mientras él la arropaba con sus brazos.

Ella volvió de un tajo a la realidad. Estaba segura de que él había venido a enfrentar a Santiago, y le angustió su reacción cuando le revelara la presencia de su antiguo enemigo. De cualquier manera no debía ocultarle la verdad. No podía iniciar su primer encuentro con una media verdad o una casi mentira.

—Alfonso está aquí. Llegó hace varias horas.

El rostro de Oliver se transformó eliminando cualquier emoción y con un movimiento muy rápido, impactó sus labios sobre los de ella. Fue un beso profundo y envuelto en el fervor de la rabia, un segundo después desprendió sus labios y abrió sus brazos. Como si ella fuera una mariposa a la que se captura entre las manos y luego sin más se le deja ir.

Él le sujetó el brazo tan fuerte que le arrancó un lamento.

—Eugene, llévala a bordo del Cerulean. —Dijo Oliver áspero.

—Aye Sir.

Eugene se acercó a ella y la sujetó del brazo que tenía libre.

—¡Oliver!. —Fátima intentó liberarse.

—¡Llévatela ahora, Eugene!.

Oliver le gritó a Eugene haciendo evidente su fastidio por la demora en el cumplimiento de su orden.

—¡Aye Capitán!.

Eugene inclinó la cabeza y marcó el tono de obediencia en su voz.

Sin pronunciar ninguna otra frase, Oliver se marchó seguido por cientos de hombres que emergieron de entre los matorrales y la oscuridad.

Eugene levantó a Fátima en brazos y la colocó sobre su hombro como si fuera un saco de semillas y caminó con ella varios metros, sujetándole las piernas con ambos brazos para mantenerla bajo control. Ella se retorció y le golpeó la espalda con los puños, dificultándole su tarea.

—¡Oliver!. —Gritó.

—Fátima te dije que iba a ser imposible que detuviéramos a Oliver. En cuanto se vio fuera de la cárcel, montó el caballo y emprendió una endemoniada carrera. Robbie y yo apenas pudimos alcanzarlo. Lo derribamos del caballo y lo sometimos. Tuve que decirle que hasta que no estuviera a bordo del Cerulean y en camino a Charles Town, tú no podrías salir de la casa de Santiago. Dejó de resistirse cuando escuchó que estabas con el español. Nos preguntó si habías decidido abandonarlo. Le aseguramos que no. Pero dudo mucho que lo creyera. Sin embargo, accedió a ir al barco. Su comportamiento fue extraño. Apenas estuvimos a bordo, tomó un baño, y le pidió a Marlon que le cortara el cabello y que lo afeitara y después nos mandó llamar a los cinco. Y cuando estuvimos todos reunidos nos dio las órdenes que temíamos. No quiso razonar.

—Eugene, tú no puedes obligarme a abordar el barco. ¡Escúchame!. Santiago mandó a su chofer que me recogiera y me condujera a la cárcel. El cochero llevaba una carta dirigida al coronel en la que Santiago le solicitaba que me diera hospedaje hasta que Oliver fuera a recogerme. Yo no entendí el fondo de esa decisión de Santiago, pensé que de alguna manera me estaba quitando de en medio para permitirle a Oliver consumar su venganza. Rechacé la petición que Santiago expresaba en esa carta y regresé a su casa. Creí que ustedes ya se encontraban ahí, pero cuando llegué descubrí que era Alfonso quien estaba en la mansión. Santiago intentaba ponerme fuera del alcance de Alfonso. Por favor Eugene, no me lleves al barco.

Eugene se detuvo y la depositó suavemente en tierra.

—¿Tienes idea de lo que Oliver hará contigo, si permito que regreses a esa casa?. —La miró con una mueca descompuesta cincelada en el rostro, que lucía una herida adornada con sangre seca y un gran hematoma en el pómulo y la mejilla. Ella sintió un profundo hueco en el estómago al contemplarlo y con su mano tocó el rostro lastimado de Eugene. Ella supo de inmediato, que Oliver lo había golpeado— Dime una cosa Fátima, ¿lo que sientes por Santiago es tan profundo como para desafiar al Capitán de esta manera?. Sé honesta conmigo, porque de tu respuesta depende mi decisión.

Ella ni siquiera dudó y mucho menos pensó en engañarlo para conseguir que el hiciera lo que le pedía. Él la conocía a detalle y solamente la verdad era su aliada en ese momento. Fátima lo miró directo a los ojos y le respondió.

—Si lo que quieres escuchar es una confesión, entonces reconozco que amo a Santiago, pero este sentimiento no posee la misma intensidad del que subsiste por tu Capitán. Le faltó tiempo para fortalecerse. Pero tampoco puedo negarte que exista y que no se esfumó del todo, cuando supe que Oliver estaba vivo. —Ella retiró la mano de su mejilla como si se hubiera espinado.

—¿Compartiste tu lecho con él?.

La sujetó por los hombros. Tenía el ceño fruncido y los dientes apretados.

—¡No!. —Respondió ella ofendida.

—Eso es algo que está carcomiendo a Oliver. Está seguro que te entregaste a Santiago.

—¡Que hombre más obtuso!. —Bufó ella indignada.

—Fátima a cualquier hombre le destroza la vida pensar que su mujer se ha acostado con otro.

—¿Y tú también lo crees?.

—No. —El bajó la mirada y suavizó el tono de su voz. Estaba siendo sincero— Cuando creímos que Oliver estaba muerto, hubiera sido extraordinario que rehicieras tu vida con otro hombre; ahora en estas malditas circunstancias, me preocupa ese sentimiento que tienes por Santiago, estando Oliver más vivo y rabioso que antes. Y a pesar de todo, no puedo culparte.

—¡Escúchame bien!. —Ella sujetó el cuello de la camisa de Eugene y lo zarandeo un par de veces. Él le permitió hacerlo— La ficticia muerte de Oliver me calcinó la vida y el alma. Las llamas del incendio fueron más fuertes y mortíferas que yo y no pude evitar el desastre. Esta vez, yo soy más fuerte que el fuego de la rabia que consume a Oliver, y tengo la posibilidad de evitar que alguien muera en sus manos.

—¿Eso es todo?. —Replicó receloso.

—No voy a permitir más muertes por causa mía. No, cuando exista amor de por medio.

—¿Amor?. ¿Oliver o Santiago?.

—Oliver y Santiago. —Concluyó. Ella sintió que se ahogaba al pronunciar la última frase.

—Fátima, yo le prometí a Santiago que lo recompensaríamos su ayuda, cuando él se hizo cargo de ti; y fuiste tú quien me dijo que su vida sería el pago adecuado.

—Es una retribución justa. Santiago cuidó de mí, me protegió, me ofreció su mundo, su vida y su amor, sin esperar que yo le correspondiera. No me obligó, ni me forzó a nada aún cuando yo le brindé una insignificante oportunidad. Pudo haberme llevado a su cama y no lo hizo porque tenía plena conciencia de lo que eso implicaría para mí. Sabía que si nos involucrábamos de esa manera tan íntima, y por alguna razón yo descubría la verdad, eso me destruiría, porque Oliver seguramente me rechazaría y yo... —Ella guardó silencio, la simple posibilidad la horrizó— Santiago es capaz de llorar presa del remordimiento o la desolación y al mismo tiempo puede blandir una espada y defender ferozmente su mundo. Él me obsequió el tiempo que yo necesitaba para sobrevivir, y en algún momento de ese proceso, descubrí que lo amaba. Él lo sabe y no se aprovechó de mis sentimientos para llevarme a su cama. —Ella hizo una pausa y respiró profundamente. Necesitaba rearmarse después de esa confesión y cambió de tema— Eugene, me oculté aquí porque Santiago se enredó en un duelo contra Alfonso, para protegerme. Santiago tiene las manos severamente heridas, dudo mucho que el enfrentamiento haya sido fácil para él.

Eugene bufó y se pasó las manos por el pelo.

—Fátima, Oliver intuye que hay algo entre Santiago y tú. —Respondió con voz grave— Sabes perfectamente que si regresas a esa casa, él confirmará sus sospechas.

—Enfrentaré ese riesgo. Él es mi esposo y no voy a permitir que ningún sentimiento frágil me lo arrebate de nuevo. Además Eugene, en esa mansión también habita gente inocente, no puedes permitir que sean sacrificados en aras de una venganza. ¿Vienes conmigo o no?. —Él desenfundó su espada y movió su cabeza asintiendo— Sígueme.

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