Azul

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UN puñado de minutos más tarde, subía por la escalera del muelle el Capitán Drake. Él vestía todo en color negro y solamente su faja azul y sus ojos verdes rompían la cadencia oscura que lo envolvía. A Fatima se le atoró el aire en alguna parte de la garganta. Él lucía tan pecaminosamente viril que ella estaba empezando a tener problemas para mantenerse en una pieza y no transformarse en un charco hirviendo antes de alcanzar los brazos de aquel hombre que bien podía considerarse como un ser adictivo.

Los trazos del rostro de Oliver bosquejaban una mezcla de ansiedad y desconcierto al encontrar a Fátima todavía en el muelle. Él no le reclamó su audacia y su falta de sentido común. Era pasada la media noche, y un par de mujeres solas se exponían a toda clase de peligros a la orilla de un muelle. Un escalofrío recorrió su espalda de solo pensar lo que pudo haberle sucedido a Fátima si hubiera llegado algunos minutos más tarde y ya no hubiera encontrado a Georgie en el embarcadero. Había tugurios, prostíbulos y tabernas a lo largo del embarcadero, hombres ebrios y sin escrúpulos recorrían ese sitio a toda hora. Sin mencionar a los hombres que conformaban las tripulaciones de los barcos que estaban anclados. Su Fátima se exponía a riesgos que ella ni siquiera había considerado y que con sólo imaginarlos, a él se le precipitó la sangre a los pies.

Y muy a pesar de todo lo que había sucedido esa mañana, ella estaba ahí. A Oliver le bailoteaba el corazón en el pecho, estaba ilusionado, lo supo desde el momento en que recibió el mensaje de ella, pero también le invadía la aprensión. Ella le había ofrecido una tregua, pero no había mencionado a cambio de qué.

—¿Has venido a verme partir, Fátima?.

Él no se movió ni medio centímetro y su rostro se tornó de cantera igual que su voz.

—No. Vine por ti Capitán Drake. —Él avanzó desconfiado un paso y se detuvo. Ella seguía sin llamarlo por su nombre de pila. Experimentó como su cuerpo se tensionaba, sus manos se empuñaron mostrando la blancura de sus nudillos.

—Te advierto que

yo no distingo un ser civilizado de una bestia.

Levantó su rostro como si con ese movimiento trajera de regreso la noche en el Jardín de los Altamira y colocó sus brazos en jarras, mientras en su boca se delineaba una sonrisa maliciosa.

Él la estaba provocando, pensó ella.

—Vengo en son de paz, Capitán. —Le respondió ella con fuerza y avanzó unos cuantos pasos hacia él. El dragón comenzaba a desperezarse, Oliver cuadró los hombros y dejó caer los brazos.

Los descontrolados latidos del corazón de Fátima, se habían apoderado de sus oídos, su respiración estaba acelerada igual que la de Oliver, ella notaba el movimiento veloz en su pecho, y sus ojos brillaban como estrellas verdes. El viento jugueteaba con el cuello abierto de su camisa, dándole breves atisbos de su vientre plano y sus bien formados pectorales. Entonces, ella experimentó una explosión candente, como nunca antes había rugido en su interior.

—No visto ropas elegantes, no pretendo disfrazar ardides.

Dijo él en tono divertido entornando los ojos mientras sujetaba el cuello de su camisa. Estaba seguro de que ella se había ruborizado. Su camisa ondeaba y ella había tenido oportunidad de dar breves atisbos de su pecho desnudo. Y con el simple hecho de pensarlo le inundaba una oleada de calor y lanzó infinidad de maldiciones mentales a todas las escenas lujuriosas que se atravezaron por su cerebro.

—No es necesario que lo hagas. —Respondió ella con voz firme.

—Soy un

salvaje inglés. —Su voz apenas pudo contener la descarga de alegría que lo electrizaba. Ella se defendía, y tenía la intención de vencerlo, pero ya no le hablaba con la misma irritación que esa mañana.

Él avanzó otro paso y cruzó los brazos sobre su pecho. Por un momento la imaginó blandiendo una espada y asestándole estocadas precisas. ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar en este duelo?, se preguntó él.

—Y yo la

única mujer por la que tú te enfrentas en duelo constante contra ti mismo. —“

Touché”, pensó él. Había acertado al corazón, desafortunadamente él lo había perdido en alguna parte de su jardín. Ella caminó el último paso que los separaba. La joven percibió que lo que acababa de pronunciar lo había sorprendido. Él pestañeó un par de veces y luego entornó los ojos, al tiempo que echaba la cabeza un poco hacia atrás y eliminaba de su rostro el gesto divertido que había adoptado minutos antes— He venido aquí por ti Oli...

Era la primera vez que lo llamaba por su nombre y eso fue suficiente para él. Con la velocidad y precisión con que un escualo gris ataca, Oliver la tomó por la cintura y envolvió sus labios en el huracán de los suyos.

Ella no le presentó ninguna batalla, fue capitulación total desde el primer segundo en que los labios de él rozaron los suyos. El canto de la brisa y la danza del oleaje la enzarzaron en la turbulencia de esos labios y esos brazos de sal y mar y la transformaron en agua profunda y efervescente. Y por unos largos minutos paladeó la maravillosa pasión de sus experimentados labios. La punta de su lengua acaricio la suya enredándose en una danza febril. Los brazos de ella se enlazaron alrededor de su cuello, sin que ella misma lo hubiera ordenado. Sus manos se sumergieron en el oleaje de su cabello. Las curvas del cuerpo de ella se acoplaban al de él con tal precisión, que ella lo imaginó como pieza del rompecabezas que la completaba. Y se sintió entera.

—¡Fátima!.

Índigo la llamó, apenas si pudo escuchar la voz perdida en el ir y venir de las olas candentes que aprisionaban su cuerpo. El Capitán Drake, levantó el rostro dando una brevísima tregua a los labios de la joven y le sonrió a Índigo, con una aniquiladora sonrisa masculina. Él no liberó a Fátima de su abrazo, ni siquiera permitió que un milímetro se colara entre ellos.

—Índigo, vuelve a casa, tu señora y yo debemos hablar a solas. Te doy mi palabra de que ella estará de regreso al amanecer.

La pobre nana se apretaba las manos, tratando de mitigar los nervios que se le escurrían desde el rostro hasta los pies.

—¿Fátima?. —Ella le habló en tono suplicante.

—Ve a casa Índigo. —Le dijo con voz trémula.

—No Fátima, esperaré aquí por ti.

Oliver desembarcó su brazo izquierdo de la cintura de ella e hizo la seña para que subieran al muelle los hombres que aguardaban en el bote. Al instante tres personajes treparon a la tarima de madera.

—¿Capitán?. —Georgie se adelantó.

—Georgie toma el carruaje de las señoras y apresúrate a avisar al Gobernador que zarparemos hasta el amanecer.

—Aye Sir. Milady. —Georgie corrió y trepó al lado del conductor en el carruaje que esperaba en la plazoleta donde inicia el muelle.

—Eugene, te quedarás montando guardia, asegúrate de que la dama no corra peligro.

—Aye Capitán. —Eugene sujetó el mango del sable y se instaló algunos metros detrás de Índigo.

—Marlon, regresa al Cerulean, informa a la tripulación que levaremos anclas al amanecer.

—Aye Capitán.

Marlon se dirigió al bote y remó veloz deslizándose sobre el camino de luna liquida hacia el galeón expectante.

Oliver finalmente se separó de ella, pero solo un diminuto segundo, luego le ofreció su brazo que sin dudarlo ella sujetó de inmediato.

—Fátima, tenemos que hablar.

Con un movimiento de su cabeza ella confirmó su propuesta y sin demora caminaron por el muelle de regreso a la plazoleta, bajaron la escalera, y Fátima sintió como sus pies se hundían en la arena, le resultaba difícil caminar con esa infinidad de minúsculos granos dentro de sus zapatillas. Se detuvo un instante para quitarse los zapatos, y Oliver los sujetó con la mano izquierda.

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