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EUGENE ya no montaba guardia fuera de la mansión cuando Fátima y Amelia abordaron el carruaje.

Fátima estrujaba sus manos una a otra, tratando de confortarse ella misma, pero lo único que consiguió fue aumentar ese temor desabrido que se le había pegado en la piel. Ella se sentía incómoda enfundada en ese lujoso vestido, las joyas le pesaban tanto como si cargara en sus oídos en lugar de aretes, sendos yunques que obligaban su mirada a doblegarse y el collar que más bien parecía pectoral se hundía profundamente sobre su pecho dificultándole la respiración.

La horrible noticia de haber sido prometida a un hombre elegido por Amelia, había dejado a Fátima a la deriva en una marejada de desazón. No sabía qué hacer. Cómo enfrentarse a un hombre que no conocía, y que podría ser un bruto y obligarla de manera violenta a hacer cualquier cosa que él deseara. Se le revolvió el estómago de solo pensarlo. Fátima se sintió atrapada, desesperada, pero entonces recordó que no estaba sola, Eugene le había dicho que Sir Henry estaba enterado de todo y que estaría presente en la fiesta, seguramente él tendría algún plan para ayudarla.

Y si no la ayudaba, ella se enfrentaría al mundo y su infierno para lograr encontrarse de nuevo con Oliver. Fátima levantó el rostro, extendió sus manos sobre el regazo y respiró profundamente inundándose de valor.

La fiesta, justamente tenía lugar en casa de los Señores de Altamira. Don Diego y doña Margarita las recibieron con tal pompa testificando que ellas eran la razón de semejante festejo de diamantes y rubíes. Amelia se enfrentaba a todo el mundo con sus habituales sonrisas, caravanas y elogios. Ella movía su abanico cerrado como el mejor de los espadachines, indicándole a Fátima con sus estocadas de encaje, los nombres y posiciones de todo personaje que se atravesaba en su camino.

Fátima ni siquiera escuchó lo que su tía le explicaba, con la mirada desordenada buscó a Sir Henry entre la multitud, pero no pudo ubicarlo, esto la hizo bajar la guardia, jamás imaginó que precisamente en el momento en que ella buscaba a su aliado, aparecería en escena su enemigo. Un personaje desconocido se estacionó frente a ella y tomándole la mano depositó un nauseabundo beso en sus dedos. Fátima sintió que iba a vomitar.

Ese hombre aparentaba poco más de cuarenta años, no era mal parecido, de hecho tenía facciones muy finas, era alto y delgado, aunque no lucía músculos o un cuerpo llamativo, sin embargo, había algo extraño en él que lo hacía aborrecible.

—Me halaga que estés usando el vestido y las joyas que te envié. Veo con agrado que usted ha hecho un magnífico trabajo con ella, doña Amelia.

Él se dirigió a Amelia con un marcado tono de aprobación en su voz.

Ese ser desagradable con peluca de bucles oscuros, destilaba un torrente de arrogancia que Fátima creyó que la ahogaría. Ella deseaba huir, salir corriendo y no detenerse hasta que le reventaran los pulmones. Pero se obligó a controlar la desesperación que comenzaba a notársele en el rostro, haciendo uso de toda su valentía, se sobrepuso hasta que logró pensar con claridad que necesitaba una estrategia y no un arranque histérico, para librarse de esta catástrofe a la que había sido arrastrada.

—Su excelencia, he hecho un esfuerzo especial pensando en su bienestar solamente.

Fátima tuvo ganas de abofetear a su tía. Su voz melosa e hipócrita la hizo sentirse fastidiada, tanto que olvidó su inquietud.

—Yo creo que es hora de hacer nuestro anuncio, ya no deseo esperar más.

¿Anuncio?. ¿Cuál anuncio?. ¡Eso era demasiado!. Fátima se debatía entre un desmayo o un ataque de llanto histérico, estaba llegando a su punto crítico de nerviosismo. Nunca antes en su vida se había sentido tan asustada e indefensa.

—Su excelencia, aún no ha llegado el Gobernador, debemos esperar unos minutos más, no queremos que esto lo vaya a tomar como una descortesía. Además debemos considerar que las relaciones entre España e Inglaterra, no son muy cordiales de momento. Es mejor que tomemos precauciones para no provocar un incidente desagradable. —Replicó Amelia muy discreta cubriéndose la boca con el abanico.

—¡Ah, un pirata que va a saber de cortesía o descortesía!. —Aquel hombre insípido, bufó— Pero, no quiero poner a mis anfitriones en un dilema, así que esperaremos a que ese personaje tenga la bondad de aparecerse por aquí.

El Gobernador aún no había llegado a la fiesta, y el corazón de Fátima palpitaba tan estrepitosamente que ella creyó que todo mundo que la miraba, advertía los escandalosos gritos de su corazón pidiendo auxilio.

El Duque, se plantó al lado derecho de Fátima, con los brazos a la espalda y golpeando el piso con la punta del zapato de tacón en señal de impaciencia. Fátima apenas podía respirar, sentía ganas de evaporarse, era tal la desolación que la golpeó que empezaba a experimentar como sus labios se contrarían anunciándole que un inminente caudal de lágrimas se desbordaría en cualquier momento.

—Tía Amelia, estoy muy nerviosa, creo que necesito un poco de aire. —Fátima habló con la voz entrecortada.

—Yo te acompaño Fátima.

El Duque se apresuró a ofrecerle su brazo, pero Fátima discretamente lo rechazó abriendo el abanico. Actitud que él interpretó como un despliegue de timidez. Ella caminó apresurada buscando una puerta que la llevara fuera del salón y cuando al fin la encontró y se disponía a salir, los músicos dejaron de tocar y se anunció la llegada del Gobernador.

—Parece que finalmente ha llegado el Gobernadorcillo. —El duque hizo una mueca burlona acompañada de movimientos circulares del pañuelo de encaje que sostenía en la mano— Volvamos con Amelia, quiero que terminemos con esto rápido.

Él sujetó el brazo de Fátima con firmeza y la llevó hacia donde se encontraba Amelia. Fátima no se resistió, pensó que era más conveniente seguir con la charada y evitar darle motivos al duque para que desconfiara de ella.

Sir Henry conversaba amistosamente con Amelia. Dos hombres que Fátima no conocía guardaban los flancos del Gobernador, le pareció extraño no ver a Eugene y a Robbie acompañándolo.

—Reciba mis sinceras felicitaciones Señorita de Castella, he recibido con muy buen agrado la noticia de que se anunciará su compromiso esta tarde y que luego partirá de vuelta a España con su noble prometido.

Los ojos de Morgan brillaban como mechas encendidas de un cañón cargado a punto de disparar. Su aparente calma se rompía por completo con la resolución evidente en sus ojos. Con esas breves frases puso a Fátima al tanto de lo que estaba ocurriendo. Ella sintió una punzada en el estómago y la sangre se le encharcó en los pies. A punto estuvo su corazón de pararse en seco cuando ella imaginó que tal vez el Gobernador creía que ella había estado al tanto de ese acuerdo nupcial, mucho antes de comprometerse con Oliver.

—Eso parece Señor Gobernador.

Respondió Fátima con algo más parecido al susurro de un condenado a muerte. Carecía de toda emoción o angustia. No era posible que ella se hubiera entregado a ese destino pavoroso sin siquiera luchar. Obviamente esta situación la había sobrepasado y ella no sabía cómo reaccionar a diferencia de su habitual sometimiento. Sin embargo, estaba consciente de que no debía abandonar esa línea, porque eso le ayudaría a librarse de ese compromiso, una vez que Sir Henry interviniera a su favor. Si es que aún tenía la intención de socorrerla.

—Desde la última vez que tuve el placer de hablar con su tía, cuando muy cortésmente ella me ayudó a planear una cena para los miembros del Consejo, ¿lo recuerda?. —¿Cómo olvidarlo?, pensó Fátima, esa vez había abofeteado a Oliver— Desde aquella tarde que nos conocimos en su casa; no había vuelto a visitarlas por causa de mis múltiples ocupaciones, pero tiene mi promesa de que iré a verlas antes de que usted se marche. Supongo que se quedarán algunos días en Jamaica antes de partir rumbo a España, ¿cierto milord?. —Morgan se dirigió al duque con una cortesía empalagosa.

—Me temo que no, señor Gobernador. Zarpamos esta misma noche. —El duque respondió con desgana.

—Que pena. Señorita de Castella, acepte entonces mis sinceras felicitaciones.

—Gracias Señor Gobernador. —Respondió Fátima sin entusiasmo.

—La música es magnífica, quisiera pedirle que me conceda el gran honor de bailar con usted esta pieza señorita de Castella, desde luego, si usted lo permite doña Amelia y el duque lo toma a bien.

Sir Henry había hablado disfrazando su voz con una pompa tan falsa que embonaba a la perfección con la de Amelia y el Duque.

Fátima inclinó la cabeza para ocultar el gesto de sorpresa que se le incrustó en el rostro. Ese baile sería decisivo, él le informaría si la protegería o la dejaría sola. Fátima sabía que si su tía o el duque se negaban a permitirle bailar con Morgan, posiblemente el plan que hubiera fraguado sir Henry se vería truncado. ¡Dios santo!. Y era precisamente Dios el único que podía ayudarla en ese momento.

—Por supuesto que no tengo objeción alguna señor Gobernador, pero creo que la palabra final la tiene el prometido. ¿No es así, su excelencia?. —Respondió Amelia en tono casi mordaz, haciendo patente la posición superior del duque.

—Desde luego que no tengo ninguna. Fátima, haz el favor de bailar con el señor Gobernador.

Dijo el duque en tono desinteresado mientras sacudía la mano al frente como dando indicaciones a un animal amaestrado.

A punto estuvo Fátima de abofetearlo, estaba siendo tratada peor que un mueble, ni siquiera se le permitía hablar o pensar y mucho menos decidir. Pero, ella asintió levemente con la cabeza, sin mencionar palabra y sujetó el brazo que Sir Henry le ofrecía. Caminaron al centro del salón. Los músicos tocaban una melodía suave y el Gobernador rodeó la cintura de la joven discretamente y sujetó su mano en posición para bailar. Él la guío con destreza por el salón, mientras le hablaba disfrazando sus palabras con una sonrisa. El rostro de Fátima estaba envuelto en una inexpresividad casi tangible y procuraba evitar mirar el rostro del gobernador. Cualquier gente habría asegurado que ella estaba incomoda con su pareja de baile, y eso fue un gran acierto en su actitud. Amelia y el duque estaban completamente seguros de que su rechazo era tan obvio, que bien le hubieran aplaudido escandalosamente, pero se contuvieron.

—Después de que se anuncie el compromiso, debes alejarte de la multitud, sal por la puerta que conduce al jardín. En el sitio donde te encontré con Oliver, te estarán esperando Eugene y Robbie. He dispuesto uno de mis barcos para que seas llevada a un lugar seguro mientras Oliver regresa. Cuando él esté de vuelta, yo lo pondré al tanto de todo lo que ha sucedido y le informaré dónde estás para que vaya a buscarte. Debes recordarlo todo con mucho detalle, porque ya no volveré a acercarme a ti para evitar sospechas.

Ella inclinó muy discretamente la cabeza. Cuando la pieza terminó, Amelia se acercó al centro del salón y llamó la atención de toda la gente ahí congregada. El abominable duque se sembró al lado de Fátima, y sir Henry le entregó al noble, la mano de la joven. Haciendo una breve caravana, se retiró. El duque se frotaba la nariz con el pañuelo como si el mismísimo oxígeno le molestara. Y el corazón de Fátima estaba a punto de traspasarle el pecho. Ella estaba dolorosamente consciente de que cualquier error que cometiera al cumplir las instrucciones que le había dado Morgan, significaría su ruina.

—Damas y Caballeros, solicito su atención por favor. —Los cuchicheos se extinguieron en pocos segundos y los invitados posaron sus miradas sobre los tres personajes— Esta reunión como bien saben tiene un motivo muy particular. Tengo el placer de anunciar el compromiso de mi sobrina Fátima de Castella con su excelencia, don Alfonso de Santillana, Duque de León.

Alfonso de Santillana. Fátima estuvo segura de que nunca en su vida olvidaría ese nombre. Alfonso irradiaba una corriente extraña, casi tétrica que la perturbaba, alterándole los nervios de manera alarmante.

Ella no tuvo más opción que sonreír débilmente, mientras el duque recibía las felicitaciones que abiertamente le fastidiaban y era tan evidente su desgano que evitó a toda costa estrechar la mano de quien se la ofreciera, inclinando levemente la cabeza en respuesta.

—No sé como toleras este teatro. —Dijo sin retirar el pañuelo de su nariz. Se notaba bastante fastidiado y ella solamente inclinó un poco el rostro y le sonrió discretamente— Debo salir de aquí. Llévame a la terraza o al jardín o a algún sitio en donde pueda respirar. ¡Esta gente me está enloqueciendo!.

Amelia estaba tan entretenida recibiendo alabanzas y felicitaciones por la boda de su sobrina, que su férrea vigilancia se debilitó y ni siquiera se enteró de que Fátima y el duque se habían alejado.

—Acompáñeme, lo llevaré al patio, su excelencia.

Haciendo uso de todo su control, Fátima le habló marcando una tonalidad de total obediencia. Ella lo condujo hacia una de las puertas que llevaban al patio lateral. En varias ocasiones él con los dedos jalaba el cuello de su camisa abarrotada de volantes y encaje y secaba con el pañuelo el sudor que se escurría por debajo de la peluca y surcaba su rostro mal encarado.

—¿Se siente bien su excelencia? —Preguntó ella con excesiva cortesía.

—No entiendo como soportas este calor horrible y ese sol es irritante. Este olor a sal, es nauseabundo. Tráeme un vaso de vino o algo que mitigue este calor infernal. ¡Odio el mar!.

—De inmediato, su excelencia.

Era la oportunidad perfecta. Ella regresó al interior del salón y lo atravesó con paso elegante y sereno, dirigiéndose al otro lado de la sala. Ella deseaba correr y tuvo que contenerse para no llamar la atención. Cruzó con toda calma el recinto repleto de gente que la miraba con curiosa intensidad, y ella se limitaba a sonreír con la aparente serenidad de las olas que no saben que se aproxima un huracán.

Nadie se atravesó en su camino.

Nadie le hizo preguntas, ni tampoco comentarios.

Nadie se interesó en darle ninguna clase de felicitación.

Fátima salió al balcón y se cercioró de que nadie se percatara de su escabullida. Bajó la escalera con todo cuidado y luego levantó el vestido y echó a correr hasta la parte del jardín donde descansaban los árboles. Ahí estaban Eugene y Robbie esperándola, como lo había mencionado sir Henry.

—Milady debemos darnos prisa. Tenemos que abordar el Black Clover de inmediato.

Eugene le entregó una capa con capuz y ella se la puso rápidamente.

Los tres avanzaron sin problemas hasta llegar a un carruaje estacionado al final del camino que conducía a la casa. Eugene abrió la portezuela del carruaje, mientras Robbie trepaba al pescante.

—Aguarda un minuto Eugene.

Ella se quitó los aretes y el collar y los arrojó entre unos matorrales. El torzal, la medalla de Oliver y ella misma respiraron la dulce y profunda libertad, y subió al carruaje, Eugene cerró la portezuela, bajó la cortinilla y se sentó al lado de Robbie en el pescante. El carruaje avanzó tan aprisa que el temor de Fátima no alcanzó a incrustarse en el coche y se quedó tirado a medio camino haciendo rabietas.

Después de un viaje apresurado y sin contratiempos, el carruaje se detuvo, Eugene abrió la portezuela y le ofreció la mano para ayudarla a bajar. La condujo por el muelle hasta una barcaza, ahí esperaban Robbie y otro marino en posición y con los remos listos. En pocos minutos estuvieron a bordo del Black Clover.

Apenas pisó la cubierta, Eugene la condujo a la cabina del capitán y la dejó ahí. Fátima recorrió el lugar con la mirada ubicando cada uno de los muebles y adornos, todos de madera de caoba. Definitivamente ninguna mujer había tocado ese recinto, su decoración y amoblado eran decididamente masculinos y muy prácticos, aunque para nada carentes de buen gusto. El escritorio, la mesa, las sillas, incluso la cama tenían exquisitos motivos náuticos tallados y por lo que pudo apreciar, los muebles pesados estaban afianzados al piso del camarote.

Ella pensó que zarparían en cuanto hubieran abordado el barco, sin embargo no fue así. Ella escuchó con atención los movimientos de la tripulación en cubierta, ellos parecían estar esperando la orden para zarpar, pero ésta no llegaba.

Había transcurrido cerca de una hora y el barco permanecía anclado. Eugene y Robbie hablaban entre sí mientras observaban insistentemente con el catalejo hacia el muelle. Discutían de nuevo y volvían a escudriñar con el catalejo. Después de un buen rato y una última conversación, Robbie dio la orden para levar anclas y partieron con rumbo a Maracaibo.

—Georgie modifica el rumbo.

Oliver salió hecho una tromba de su camarote dirigiéndose al puente.

—¿Capitán?.

—Iremos a Charles Towne.

—¿Charles Towne?. Oly, no quisiera contrariarte, pero, desviarnos hacia allá, nos demorará varias semanas. No regresaremos a Jamaica en el tiempo que acordaste con Morgan. Sabes que a él no le agrada que cambies los planes sin informárselo antes.

—Tomaré el riesgo. Sin embargo, si te soy sincero, tengo unos deseos insoportables de regresar. Me he sentido inquieto desde hace muchos días. Pensé que era debido a la visita que haría a mi padre, pero no fue así. Siento esa ansiedad en el pecho, como si fuera un aguijón que en momentos determinados me provoca punzadas de angustia.

—Estás preocupado por tu mujer. Eso es todo.

—Si, eso mismo pensé.

—Y ¿puedo preguntar porque entonces tu repentino cambio de planes?.

—Vane, Ladmirault y otros de nuestros conocidos, se han establecido en Charles Towne. Alastair, me aseguró que las plantaciones son negocios productivos y con futuro. Tenemos planes para estructurar varios negocios en conjunto. La última vez que fuimos a Charles Towne, compré una parcela de muy buen tamaño. Pedí ayuda a Alastair y Armand para que vigilaran la productividad en la plantación y también contraté gente para que construyeran mi casa. Hace algunos meses Armand me envió un mensaje diciéndome que la mansión estaba terminada. Quiero visitar Viridian y asegurarme de que habrá el mobiliario esencial para cuando Fátima y yo nos instalemos en la casa. Y también quiero tener la posibilidad de ofrecerle a mi tripulación una nueva oportunidad de rehacer sus vidas en tierra y con trabajos que sean decorosos.

—Aye Capitán. Has pensado en casi todo... —Georgie giró el timón, maniobrando el barco hacia babor— Tu mujercita te reclamará la demora, estoy seguro.

—Pero la reconciliación valdrá la pena.

Oliver le respondió sin siquiera notar que su voz se enronquecía mientras pensaba en Fátima y su posible reconciliación. Como iba a disfrutarlo, y cierta parte de su cuerpo ya lo estaba exigiendo sin reparos.

—No lo dudo. Y de seguro es

la reconciliación lo que estás buscando. —Dijo Georgie con tono pícaro que reventó en una sonora carcajada— Oliver, Oliver, estás enamorado. —Canturreó.

—Estoy enamorado. —No lo confirmó, más sonaba a pregunta retórica, como si estuviera develando algún misterio universal— Si.

Enamorado...

Oliver se rió y en sus ojos verdes se encendieron chispas del profundo anhelo que le había llenado el corazón hasta casi reventarle de alegría. El desagradable encuentro con su padre, quedó en nada comparado con la certeza de saberse amado por esa mujer que le había inundado el alma y tenía prisionero su corazón. Ya no le importaba que el mundo entero lo supiera, el implacable Capitán Drake, estaba perdidamente enamorado, y a penas si podía contener sus deseos de regresar a tierra a los brazos de su mujer.

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