Azul

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—¡CAPITÁN!. ¡Capitán Drake!.

La voz de Eugene tenía tintes graves, y los continuos golpes en la puerta despertaron a los recién casados.

—¿Qué ocurre Eugene?.

Oliver se incorporó apoyándose sobre el brazo, levantó el rostro y escuchó con atención.

—¡Barcos españoles a estribor!.

Oliver de un salto abandonó la cama, se vistió apresurado el pantalón y salió del camarote.

Fátima se incorporó en la cama cubriéndose con la manta hasta el cuello, y analizó la información que Eugene había transmitido a Oliver, ella consideró que si los barcos habían descubierto al Cerulean y se acercaban a su encuentro, seguramente habían analizado a la tripulación a través de los catalejos y por el momento optó por esperar en el interior de la cabina a que Oliver regresara.

De un empujón, Oliver abrió la puerta y entró velozmente. Deslizó los brazos en las mangas de la camisa y luego la pasó por encima de su cabeza, introdujo las orillas en el pantalón, se enredó la faja a la cintura, tomó su espada y la ajusto a la cadera, se calzó las botas y después sumergió la pistola entre la faja y su abdomen. Ella observó la fría tensión con la que él se había vestido. Él se acercó a la cama y apoyó su rodilla sobre el colchón, con los dedos levanto el rostro de ella y le habló como si la voz se le hubiera helado en la garganta.

—Son cuatro barcos españoles, supongo que serán guardias de la corona. Tengo el presentimiento de que te están buscando. Ve con Índigo y quédate ahí hasta que yo vaya por ti.

Ella saltó de la cama y se vistió aprisa. Caminó hasta donde descansaba su espada, y se la ciñó a la cintura. La preocupación del joven pirata, se distrajo un instante mientras observaba como ella abrochaba el cinturón de donde pendía la espada.

Ella estaba asustada, pero después de lo que había vivido durante los meses pasados, tenía muy claro que si se dejaba vencer por el miedo, entonces le brindaría al peligro la oportunidad para devorarla. Terminada la faena del cinturón, ella acortó la distancia entre el concentrado capitán y ella, le sujetó el rostro entre las manos y depositó un brevísimo beso en sus labios.

—Te necesito en una pieza. No te arriesgues si no es necesario.

Ella le dijo mirándolo directamente a los fríos e inescrutables ojos verdes. Él asintió en silencio y la tomó de la mano llevándola fuera del camarote. Él se dirigió a la proa y ella bajó a los compartimentos internos del galeón. Fátima llegó al aposento donde se encontraba Índigo, ella se había levantado y comía un plato con frutas que el cocinero le había llevado.

—¿Cómo te sientes?. —Le preguntó disfrazando la angustia de su voz.

—Mucho mejor. He dormido tranquilamente, los dolores disminuyeron. Parece que estoy recobrando la fuerza.

—Que buena noticia. —”La vas a necesitar”, pensó Fátima mientras se acercaba a la escotilla para verificar si podía ver a los barcos españoles.

—¿Y esa espada?.

—Es mía.

—¿Tuya?. —Un trozo de papaya se le escabullo de entre los dedos.

—Si. Aprendí a usar la espada.

Índigo se rió con tal estruendo que la muchacha confirmó su mejoría.

—Me gustaría ver la cara que pondría tu tía si se entera de que aprendiste a usar la espada. De seguro que estira la pata de la impresión.

—Ya lo sabe y no estiró la pata.

A Índigo se le atoró el bocado en la garganta y tuvo que golpearse el pecho en un par de ocasiones para no atragantarse.

—¿Viste a tu tía?. —Índigo se puso de pie, con los ojos desorbitados y la boca abierta y sujetó la mano de la joven.

—Nos encontramos por casualidad en Maracaibo. Yo estaba ahí esperando a Oliver, y una mañana que acompañé a la cocinera a hacer las compras en el mercado, como solía hacerlo de vez en cuando, me encontré con Amelia y el duque. Tuve que usar la espada de él para librarme de ellos. Le hice una abertura del cuello a la nariz.

—¡Dios mío!.

—Índigo escúchame, se acercan cuatro barcos españoles, Oliver dice que son barcos de la corona y que es posible que me estén buscando. Imagino que finalmente habrán averiguado que la casa en donde estuve hospedada pertenecía a un inglés, así que deben creer que huí en un barco inglés y el Cerulean es un barco inglés. Estoy segura de que van a registrarlo. Tengo que encontrar un buen escondite, no permitiré que me encuentren.

—Yo voy contigo.

Ambas salieron del camarote y apresuradamente se dirigieron a la bodega del galeón. En el trayecto se encontraron con los hombres preparando los cañones y tomando sus posiciones de combate. Oliver definitivamente se preparaba para una batalla. Sus pasos las condujeron a la bodega, ingresaron en el espacioso camarote y se ocultaron entre las cajas, sacos y barriles de provisiones que habían sido almacenadas en aquel compartimento.

El Cerulean disminuyó la velocidad hasta que el sonido del ancla dejando escapar un alarido de metal desgarró la piel del océano y se incrustó en el fondo. El rechinido de la madera y el metal parecían lamentos de un espectro que deambulaba en el navío.

Solo murmullos lejanos e incomprensibles era lo único que Fátima e Índigo escuchaban a la distancia. Había mucho movimiento en cubierta, los pasos se colaban hasta dónde ellas estaban ocultas. Esos pasos se hicieron cada vez más potentes hasta que de un golpe se abrió la puerta del compartimento. Fátima colocó su dedo sobre los labios haciéndole un ademán a Índigo para que guardara silencio. Fátima deslizó su cabeza detrás de la caja de madera frente donde se escondía y vio que habían entrado en el cuarto por lo menos cinco soldados con las espadas desenvainadas y las pistolas amartilladas. Si ella había pensado que la oscuridad de ese compartimentos las protegería, ahora lo dudaba, había una escotilla y por ahí se colaba la luz suficiente para colocarlas en graves aprietos. Los soldados golpeaban las cajas con las espadas, y algunos las encajaban en los bultos o en los barriles que estaban apilados. Ellos se acercaban cada vez más al sitio en donde ellas estaban ocultas.

Fátima regresó a su lugar y retuvo la respiración por algunos segundos. Uno de los soldados golpeó la caja frente a ellas, y aunque se bamboleó Fátima la detuvo con las manos para que no les cayera encima, Índigo saltó y apretó fuertemente el brazo de la joven, pero la valiente negra, logró aprisionar todo sonido dentro de su garganta.

Los soldados hurgaron un poco más entre los bultos y finalmente, sin mencionar una sola palabra, salieron de la bodega. Cuando regresó el silencio al compartimento, Fátima pudo respirar otra vez. La pobre Índigo, estaba pálida y petrificada, liberó el brazo de la muchacha hasta que ella le acarició la mejilla y la abrazó.

Una vez más escucharon murmullos y algunos gritos y pasos descontrolados en cubierta, y al cabo de varios minutos, el silencio se embarcó en el galeón. El rechinido molesto de la cadena les indicó que estaban levando anclas y el barco se deslizó suavemente sobre las olas.

—¿Ya podemos salir?. —Preguntó Índigo en voz baja.

—No. Oliver vendrá por nosotras cuando todo esté en calma. —Le susurró.

Ellas se mantuvieron ocultas durante muchas horas, a través de la única escotilla percibieron que el día cedió su lugar a la noche. Nadie había ido a buscarlas, Fátima supo de inmediato que algo no marchaba bien. Oliver no se arriesgaría a cometer un error que costara la vida de su tripulación y tampoco que comprobara la presencia de ella a bordo del galeón, y estaba segura de que él no iría a buscarla hasta que estuviera convencido de que ya no había peligro latente.

—Tengo las piernas entumidas, me duele la espalda. —Índigo se retorcía tratando de encontrar una posición más confortable.

—Aguanta un poco más. —Ella tenía la mirada clavada en el techo del compartimento, esperando detectar cualquier sonido o movimiento anormal en el galeón. Agradeció estar en aquel sitio oscuro, eso le ayudaba a poner alerta todos los sentidos.

—Fátima, te desconozco. —Índigo colocó su mano sobre la mejilla de Fátima— Hace tan solo un par de meses, solamente habrías agachado la cabeza y no hubieras pronunciado palabra en tu defensa. Y mírate ahora, no solo has aprendido a hablar a tu favor, sino también a enfrentar cualquier cosa que se te presente. No imagino que te hizo cambiar de semejante manera, de un color pálido a uno intenso. Pero sea lo que sea me siento orgullosa de ti.

—En realidad, no he sufrido cambios extraordinarios nana, solamente me agradó ser dueña de mí misma.

—Y ¿al Capitán Drake, le entusiasmó tu cambio?.

—Índigo desde ayer por la tarde me convertí en su esposa. Oliver le cedió el mando a Eugene y como capitán del barco, celebró una ceremonia breve en la cubierta del galeón.

—¿Tanto lo amas que te has llevado al extremo de transformarte a ti misma?.

—Lo amo profundamente, es cierto. Pero no es por él que soy quien siempre he sido. Él solamente fue el propósito que yo necesitaba para florecer. Ese hombre es la parte que me complementa. Pero debo decirte que durante los días pasados encontré piezas del rompecabezas que arman la historia de Oliver. Lo vi de tan diversas maneras, que hubo un instante en que pensé que había cometido un grave error al abandonar la casa de tía Amelia. Y precisamente en ese momento, cuando mis dudas estaban ahogándome, Eugene me reveló la razón que desmanteló mis temores. Aún poseo el espíritu que creí había sido destruido por tía Amelia.

Índigo la tomó entre sus brazos y la acurrucó sobre su regazo. Ellas finalmente se quedaron dormidas en los brazos de la espera interminable, hasta que por segunda vez, el aullido del ancla que se encajaba en las entrañas del mar, hizo que Fátima regresara de su estupor a la bodega del Cerulean. Fátima se incorporó.

La luz amarilla del amanecer se coló por la escotilla iluminando el interior del compartimento.

¡Era de día!.

Habían pasado toda la tarde y la noche ocultas en la bodega del barco. Una explosión helada reventó en su estómago. Oliver no había venido a buscarla.

La angustia casi la ahoga.

—Índigo, despierta.

Ella le dio un par de empujoncitos en el hombro, pero la nana no despertó, estaba recargada sobre la pared de madera, sus manos estaban calientes y de su frente se escurrían gruesas gotas de sudor. De nuevo tenía fiebre. Fátima sintió que un frío helado le clavaba las garras, ella no tenía la fuerza suficiente para sacar a Índigo de ahí y llevarla al camarote, tampoco podía buscar ayuda, pero si tenía la posibilidad de buscar el frasco con el brebaje que había dado el doctor a Índigo. Fátima registró las ropas de su nana para verificar si había traído el tónico con ella, pero no lo encontró, la recostó sobre su costado derecho y se puso de pie, desenvainó la espada y se dirigió a la puerta del compartimento. Tuvo que reconocer que tenía el pulso desbocado y las manos le temblaban cuando giró el picaporte de la puerta.

El navío estaba en silencio, hasta el océano parecía haberse enmudecido. Los cañones habían sido descargados y abandonados. Los corredores estaban vacíos, no había movimiento en cubierta, el rechinido de la madera se había convertido en un susurro.

Ella caminó hasta el camarote que le había sido asignado a Índigo, abrió la puerta tan lentamente que bien pudieron consumirse un par de minutos con esa simple tarea. En el interior del compartimento, no había señales de haber sido revisado, todo estaba justo como lo habían dejado, hasta el plato de frutas a medio comer aún seguía en la mesa. Fátima ubicó el frasco con el medicamento de Índigo sobre el buró al lado de la cama, lo tomó y sin perder tiempo se encaminó a la salida. Su mano tocó el picaporte de la puerta y esta se abrió en seguida.

—Doña Fátima, supongo.

Era un oficial de la corona española, su mano sujetaba la empuñadura de la espada que mostraba su hoja metálica tan solo unos cuantos centímetros fuera de la vaina. Él entró en la habitación y cerró la puerta.

Fátima colocó la espada en guardia y se preparó para un combate que posiblemente no sería recomendable para alguien inexperto como ella. Estaba consciente de todas las posibilidades que podrían desprenderse de un enfrentamiento, pero también sabía que si se permitía un gramo de temor, seguramente estaría entregándose a una horrible pesadilla que perduraría estando despierta.

El oficial desenvainó su espada también y tomó posición de ataque.

—Me advirtieron que era usted peligrosa, pero debo confesarle que eso me pareció absurdo porque conozco los gustos particulares del duque, y él no se enredaría con ninguna furcia problemática. Y por lo que veo, usted debe ser una muy, muy especial. Me preguntó qué trucos ocultos tiene bajo esas faldas, que han enloquecido al duque.

Soltó su primera estocada y ella respondió bloqueando su espada y enredándola para luego asestarle un revés bajo que lo sorprendió. Él no esperaba que una mujer fuera capaz de siquiera sostener una hoja de metal, mucho menos defenderse con ella en franco combate.

Fátima controló su respiración aunque, su corazón estaba a punto de salir huyendo, mil imágenes pesimistas se deslizaban en su pensamiento, en especial una. Una en donde la sangre de Oliver se diluía en el estómago del océano. Esa imagen la desconcentró y esto lo aprovechó el oficial que cruzó su espada con la de ella y la empujó fuertemente. Ella perdió el equilibrio y dejó caer el frasco con la medicina y rodó debajo de la cama. El soldado dejó caer su espada sobre ella, y de milagro ella la detuvo cruzando la suya sobre el pecho. Los movimientos del oficial eran mucho más rápidos y certeros que los de ella, aunque era evidente que no tenía la intención de lastimarla, solo la atacaba con fiereza aprovechándose de su inexperiencia.

Fátima empezó a ser presa de la desesperación, su nana afiebrada yacía en el compartimento de almacenaje del barco, no sabía qué había ocurrido con Oliver, Eugene, Georgie y toda la tripulación del Cerulean, y por el momento ella solo tenía dos opciones: enfrentarse a la batalla o entregarse a la derrota.

Optó por dar batalla.

Con un movimiento apresurado y una patada en la pierna de apoyo de él, Fátima logró desconcentrarlo y disminuir su guardia lo suficiente para proporcionarle mayor espacio para moverse.

El oficial se lanzó sobre ella con un ataque sin cuartel que terminó colocándola prácticamente de espaldas a la pared y con las espadas cruzadas sobre su pecho.

—Tengo órdenes de llevarla con vida.

Él aflojó la presión y le quitó la espada. La arrojó al piso, lejos de ella. Fátima no se resistió y esto convenció al oficial que ella se había rendido y él bajó la guardia, después de todo, Fátima era solo una mujer, nada de qué preocuparse.

¡Que error!.

Ella aprovechó ese descuido. Con toda la fuerza y la furia que tenía almacenada, ella lo sujetó por los hombros acercándolo a su cuerpo y le asestó un rodillazo en la única parte que era vulnerable en él. El oficial cayó al piso aullando de dolor y sujetándose con ambas manos los genitales.

Ella se arrojó al piso, recogió el frasco y la espada y salió corriendo del camarote.

Escuchó como el movimiento acelerado iniciaba en la cubierta del barco y se derramaba por todo el galeón. Fátima llegó al almacén, cerró la puerta y colocó un tablón de madera atravesado para bloquearla. Corrió a donde Índigo estaba tirada y le levantó el rostro. Ella estaba temblando y gruesas gotas de sudor escurrían por su frente, Fátima destapó la botellita y vació un poco del brebaje en la boca de su nana.

La puerta del compartimento se cimbró con los golpes y los gritos que la llamaban del otro lado. La muchacha, temblorosa, levantó la blusa de Índigo y verificó que sus heridas no se hubieran abierto, estaban aún encarnadas, pero ya no había señales de sangre líquida. Recostó a su nana otra vez y la cubrió con unos sacos vacios que encontró en un rincón. Apenas tuvo tiempo de levantarse y avanzar unos cuantos pasos, cuando la puerta cedió a la arremetida de los soldados y se abrió.

Ella preparó la espada para otro duelo. Cinco soldados entraron al compartimento uno tras otro, ellos le apuntaban con sus mosquetes, y tras ellos apareció el oficial que se había enfrentado con ella minutos antes, llevaba su espada en la mano derecha, mientras que con la izquierda se cubría la entrepierna y con un fuerte golpe sobre la espada de ella, la desarmó. Se acercó a Fátima a grandes zancadas y con el rostro descompuesto, respiraba como lo hacen los toros cuando están a punto de embestir, ella cuadró los hombros y levantó el rostro desafiante, y con un movimiento rápido, el puño izquierdo de él se estrello en la mejilla de ella haciéndola perder el conocimiento.

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