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LA puerta de la habitación de Fátima se abrió dándole paso a Alfonso vestido tan solo con un batín de brocado de seda negra, era evidente que solo la bata era la única prenda que vestía, Fátima pudo constatarlo porque Alfonso cargaba un candelabro con las velas encendidas que iluminaba su persona con toda claridad.

Fátima agazapada en la esquina del cuarto, escuchó como desde afuera alguien cerraba la puerta con llave.

—Pensé que ya te habrías dormido.

Alfonso se acercó a ella y colocó el candelabro sobre el tocador, solo un par de pasos los separaban. Fátima se puso de pie de un salto. Él no perdió tiempo e intentó sujetarle el brazo, pero ella lo evadió.

—¡No me toques!.

Ella alzó los brazos marcando en su rostro una mueca de repulsión. Y el duque se replegó, él recargó el hombro sobre la pared y cruzó los brazos sobre su pecho. La cicatriz de su rostro lo hacía verse más repugnante que antes.

—Me pregunto si sentiste aversión cuando te revolcaste con esos marinos con quienes te encontramos. ¿Con cuántos de ellos te acostaste, maldita ramera?. —Como si fuera una cobra, él lanzó su mano derecha aprisionando el cuello de ella y con la izquierda la empujó a la pared. Su voz temblaba de furia. Tenía el rostro tenso y los dientes apretados— Me convertiste en el hazmerreír de toda esta gentuza, me marcaste el rostro con mi propia espada y me dejaste en ridículo. —La separó unos centímetros y la estrelló con fuerza en la pared, mientras le apretaba garganta. Alfonso se colocó a su lado y no de frente, así ella no tenía oportunidad de atacarlo como lo había hecho con el oficial a bordo del Cerulean— No te lo voy a perdonar jamás. ¡Te haré pagar por esto, hembra estúpida!. —Con la mano izquierda sujetó el escote del corpiño y lo rasgó arrancándole la manga— Voy a hacerte mi amante hasta que lleguemos a la Nueva Galicia, y ahí me encargaré de que todo mundo sepa la clase de prostituta en que te has convertido. Te garantizo que estarás feliz de ingresar al convento.

La aprisionó entre la pared y su cuerpo, su mano aún le apretaba peligrosamente el cuello y ella empezaba a tener dificultades para respirar. Rápidamente, él liberó su garganta y con un movimiento violento la sujetó por los hombros y la giro de cara a la pared. Presionó su espalda con el antebrazo y con el muslo de su pierna presionó las piernas de ella contra la pared, mientras, con la mano libre, desbarataba el moño de los cordeles del corpiño. Ella se retorció frenética, logró liberarse de esa posición y se precipitó hacía la puerta. Fátima giró el picaporte un par de veces y golpeó rabiosa la puerta en varias ocasiones. Ella gritó pidiendo ayuda, pero nadie respondió.

Alfonso con un manotazo intentó rasgar la otra manga del vestido, pero ella consiguió alejarse de él lo suficiente para evitarlo. De nuevo se abalanzó sobre ella y se enzarzaron en una batalla de forcejeos y empujones. Él intentó besarla en un par de ocasiones pero ella le rehuyó. El corpiño se había aflojado y ella tuvo que sujetarlo con ambos brazos.

Fátima perdió la cuenta de cuántas veces se había desgarrado la garganta suplicando ayuda, pero nadie vino. Ella llamó a su tía Amelia, pero tampoco ella apareció, ella menos que nadie se prestaría a brindarle ayuda. Y mientras tanto, Alfonso la perseguía arrancando trozos del vestido con cada manotazo. Finalmente, el duque la acorraló en una esquina. La falda del vestido estaba hecha trizas, las enaguas eran solo jirones, las mangas yacían en el piso y Fátima tenía que estrujar con los brazos el resto del corpiño para no perderlo.

—No te desgastes gritando, nadie va a venir en tu ayuda. Amelia mucho menos, ella fue quien me sugirió esta visita.

Su voz estaba envuelta en un brutal cinismo, y su sonrisa perversa le iluminó el rostro que desbordaba un evidente aspecto depravado. Sus ojos brillaban de una manera que petrificaron a Fátima. Le quedó muy claro que este hombre la violaría y no tendría reparos en lastimarla aún cuando ella no le presentara resistencia.

La mano del duque se lanzó sobre el cuello de ella y la cerró deliberadamente, hasta que percibió como ella comenzaba a jadear intentando jalar oxígeno.

—Mátame de una vez. Sólo muerta podrás poseerme.

—Me ahorrarías muchos problemas si así fuera. Sin embargo, si te concedo la muerte, te facilitaría las cosas y yo quedaría como un celoso abandonado y eso no es lo que tengo en mente.

—¡Eres repulsivo!.

Sus palabras sonaron cortadas por la falta de aire, su cuerpo comenzaba a aflojarse.

Entonces, Alfonso liberó su cuello, y mientras ella jalaba aire, él estrelló violentamente su mano derecha sobre la mejilla de ella, haciéndola caer al piso.

Fátima escuchó un estruendoso ruido justo cuando cayó al piso. Estuvo segura de que Alfonso le había roto algún hueso del rostro. Sus labios se reventaron y un río escarlata brotaba sin control. Y entonces recapacitó. No había sido el sonido de un hueso al romperse lo que escuchó. Había sido un disparo.

¡Un disparo!

¿Un disparo?.

¡Estaba muerta!

¡La había matado!.

No.

No era ella la que aullaba aunque su mejilla le punzaba.

—La segunda bala le adornará la frente, milord.

La maravillosa voz que ella temió no volvería a escuchar se desprendió desde el umbral de la puerta de la habitación. Oliver sostenía dos pistolas de pedernal en las manos, una humeando y la otra apuntando directamente al duque que yacía en el piso retorciéndose y gritando de dolor sujetándose el hombro donde había aparecido una mancha de sangre.

Oliver, Eugene y Georgie estaban dentro de la alcoba con sus armas preparadas y las espadas en posición de ataque.

—Fátima, ¿te encuentras bien?.

Eugene la ayudó a ponerse de pie, le sujetó el rostro entre sus manos con excesiva delicadeza, como si ella estuviera hecha de cristal y revisó la herida en sus labios y el moretón en la mejilla.

Oliver de pie y sobre el cuerpo de Alfonso apoyó la pistola directamente en la frente del duque y Fátima vio como su dedo pulgar bajaba el martillo.

—¡No!. Tu libertad es más valiosa que la vida de ese cerdo.

Ella sujetó el brazo musculoso extendido que sostenía la pistola.

Oliver bajó el arma, regresó el martillo a su posición, introdujo la pistola entre la faja y el vientre y se aproximó al duque, lo sujetó por el cuello de la bata de cama y lo levantó acercando su rostro al oído de Alfonso.

—¡Gusano español, le debes la vida a mi mujer!. Si te cruzas de nuevo en mi camino, no correrás con la misma suerte, te lo juro.

Le propinó un puñetazo tan violento en el rostro, que el duque se desplomó sin mayor resistencia.

Oliver se volvió hacia Fátima y en sus facciones se avivó la furia al descubrir el moretón en la mejilla de ella, la sangre que se había escurrido de sus labios y el vestido destrozado.

—¿Qué te han hecho Fátima?. ¡Debí llegar antes para evitarlo!.

Le sujetó el rostro y con un pañuelo que sacó de la bolsa del pantalón, limpió la sangre de los labios de la muchacha y luego la abrazó. Su abrazo era una exhibición abierta de culpabilidad y molestia.

—Ahora estoy bien, llegaste a tiempo. —Ella le habló serena. Los ataques que ella había sufrido no eran culpa de él, y no iba a permitir que él sintiera el peso de las circunstancias que los habían tomado por sorpresa a los dos— Tía Amelia está aquí.

—Lo sé. Sorprendimos a tu respetable tía en el corredor, escuchando como gritabas pidiendo auxilio. Ella está abajo acompañando a los soldados.

En su voz había una tonalidad muy peligrosa. Su cuerpo irradiaba una furia controlada que bullía en su interior de tal forma que podía estallar y dejar una senda de destrucción a su paso, si él mismo decidía liberarla. Ella optó por mediar en esa contienda, no le quería inmiscuido en asesinatos, le quería libre y para ella y no atrapado en una alocada carrera fugitiva.

Ella se aferró a la cintura de él, y percibió como el abrazo de ese hombre que debía ser mortífero, se tornaba compasivo y dulce. Su furia no había disminuido, pero por lo menos ella apreció que el peligro disminuía, él no se cobraría con vidas este ultraje. Ella no se lo permitiría y él sin duda, lo aceptaría.

Eugene hurgó en los cajones de la cómoda y en el armario hasta que encontró los corpiños y las faldas, descolgó un par de ellos y se los entregó.

Alfonso se movió un poco, gemía mientras se retorcía en el piso e intentaba ponerse de pie. Georgie se le acercó y le propinó otro puñetazo colapsándolo nuevamente.

—Vayan abajo. Yo me encargo de este maldito.

—Aye Sir. —Respondió Eugene.

Eugene y Georgie salieron del cuarto, Oliver se dirigió a la ventana y arrancó los cordones dorados que sujetaban las cortinas. Fátima finalmente soltó el corpiño roto y se quitó la falda destrozada, se vistió con el atuendo que Eugene le había dado.

—¿Oliver, qué sucedió a bordo del Cerulean?.

Él ataba a la espalda las manos de Alfonso con el cordón de las cortinas y detuvo su maniobra un momento para responder. Su rostro impasible no le mostró ninguna clase de emoción, hasta su voz parecía incolora, si él estuviera recitando una receta de cocina habría sido más emocionante sin duda.

—Los barcos nos rodearon, no podíamos huir ni atacarlos, ellos nos habrían hundido de cualquier manera. —Amarró los pies del duque— Desplegamos la bandera blanca, anclamos el barco y recibimos la visita del almirante. Nos dijeron que tenían órdenes reales de revisar a todo navío que cruzara por aquel lugar. Yo pregunté la razón de esa orden, y él respondió que era solamente cuestión de seguridad. Varios criminales habían escapado y creían que se habían refugiado en algún barco no español y estaban tras ellos. —Tomó un trozo del vestido que estaba tirado sobre el piso y amordazó al duque— Era obvio que se trataba solamente de una treta, así que no me negué a que inspeccionaran el Cerulean, sabía que tú buscarías un sitio seguro hasta que yo fuera por ti, pero... —Hizo una pausa y la miró exhibiendo una extraña turbación entre amarga y cándida en sus ojos y su rostro, había una irónica media sonrisa en sus labios, como si él mismo se hubiera echado a perder una estrategia bien planeada con un simple abrir y cerrar de ojos y él no era un hombre que cometiera errores al momento de plantear estrategias, era precisamente su frialdad e inteligencia lo que le había permitido a él y a su tripulación y a nadie sabe cuántas personas más, seguir aún con vida.

—Jamás había viajado una mujer en mi galeón. —Por alguna razón malandrina, Fátima se alegró de escuchar que ninguna mujer había navegado a bordo del galeón. Ella era

la única.

—Me olvidé... —Él hizo especial énfasis en esas dos palabras— de un pequeñísimo detalle: el cofre con tu ropa en mi cabina.

Ciertamente ella tampoco hubiera imaginado que hurgarían tan exhaustivamente. Ella sintió que un profundo y ancho precipicio se abría en su estómago provocándole sensación de vértigo. Había sido ella, la causante de una muy, muy cercana tragedia.

—Me preguntaron si viajaba alguna mujer en el barco, yo dije que no y de inmediato nos amenazaron con mandar la señal para que iniciaran el abordaje. Esa situación nos planteó muchas posibilidades, tal vez el almirante considerara que yo decía la verdad, las ropas no probaban nada en concreto, aunque, cierto vestido húmedo sí resulto ser una prenda por demás misteriosa. Otra era que, si había una mujer a bordo, podría ser solamente la querida del capitán y que la mantenía oculta para evitar algún ataque de la tripulación a la pobre infeliz que se había aventurado a colarse en un galeón atestado de marinos insatisfechos. Y la más probable era que ella nos hubiera engañado para que la aceptáramos a bordo. De cualquier modo, no opusimos resistencia, estábamos en desventaja y cualquier otra maniobra habría sido nefasta para mi tripulación.

Él entornó los ojos y contempló como ella discretamente luchaba con las cintas del corpiño. Él se levantó como compelido por un hechizo silencioso, se paró detrás de ella y estiró las cintas hasta ajustarlo a su medida, luego las anudó y mientras desarrollaba esta faena con la mayor soltura, continuó hablando. Fátima sintió un calambre en el estómago, seguramente él había vestido y desvestido a tantas otras mujeres antes que a ella, él era tan diestro en esos menesteres como cualquier doncella.

—Nos llevaron a todos a la galera y nos encerraron ahí. Supongo que revisaron el barco de popa a proa, pero no te encontraron, imagino que tampoco a Índigo, porque no escuché nada al respecto cuando los soldados recitaron su informe al almirante. Luego levaron anclas y nos condujeron a algún sitio. Pasamos todo el día y toda la noche encarcelados y de pronto escuché gritos y movimiento en la cubierta, y después nada. Ellos se marcharon, pensé que nos dispararían pero no lo hicieron, supongo que prefirieron evitar un incidente político considerando que había testigos, así que optaron por dejarnos a la deriva.

—¿Testigos?.

—El Black Clover.

Le sujetó la mano y la condujo de prisa fuera de aquella habitación. El oficial que custodiaba la puerta yacía desmayado, amordazado y maniatado.

—¿Robbie? —Ella se sujetó con fuerza de su brazo.

—Robbie nos siguió a una distancia considerable...

—Él se despidió de mí, me dijo que iría a Port Royal.

—Optamos por la despedida, porque existía la posibilidad de que cruzáramos sin problemas la zona por donde suponíamos que los barcos españoles estarían rondando, si así sucedía el Black Clover enfilaría hacia Jamaica. Pero cuando los barcos españoles nos rodearon y el Cerulean fue tomado, Robbie mantuvo al Clover fuera del alcance de los españoles y permaneció alerta vigilándonos con el catalejo, al constatar que habíamos cambiado de curso y que los oficiales no habían abandonado el galeón, supo de inmediato que había problemas. Durante la noche maniobró el Black Clover para darnos alcance, hasta colocarse lo suficientemente visible para alertar a los españoles de que otro barco inglés podría ser un testigo potencialmente peligroso, si es que decidían atacarnos. Ellos sabrían de inmediato que estaban bajo la mira de los catalejos de la tripulación del Black Clover y que cualquier movimiento los incriminaría. Podrían iniciarse un conflicto de dimensiones sangrientas, si ellos nos atacaban y alguno de nosotros por mera casualidad sobrevivía y daba su versión a las autoridades inglesas. Él vio cuando te sacaron desmayada del Cerulean y te llevaron al barco español. Verificó la dirección que ellos tomaron después de habernos abandonado y nos dio alcance, iniciaron el abordaje y finalmente nos liberaron. Fijamos rumbo a Puerto Bello, es una de las pocas ciudades españolas que quedan en el Caribe, y la única opción posible considerando el rumbo que habían tomado los barcos. Cuando alcanzamos Puerto Bello, Robbie y Eugene bajaron a puerto e investigaron sobre el duque de León. Parece que toda la gente lo conoce y no le tienen mucho aprecio. Les hablaron de toda clase de atrocidades. Ellos regresaron a bordo con las indicaciones precisas de dónde se encontraba ubicada la mansión de Alfonso. Nos pusimos en marcha de inmediato. No había muchos guardias custodiando la casa y eso facilitó la toma por asalto.

—¿Encontraron a Índigo?.

—Si, tenía un poco de fiebre pero nada de qué preocuparse, ella está a bordo del Cerulean.

Concluyó el relato sin haber tejido ni una sola emoción en ninguna de las frases. Ella entendió que aún estaban en medio de la refriega, y él no tenía la intención de volver a cometer otro error. La condujo al salón y ella se encontró con que justo ahí estaba la mayoría de las tripulaciones del Black Clover y del Cerulean. Los marinos del Clover se alegraron de verla en una pieza, todos se reunieron en torno a ella, esperando corroborar que ella estaba en buenas condiciones. Pero, al ver la mancha violácea adornando su mejilla y el labio aún hinchado con rastros de sangre seca, los rostros cálidos de aquellos hombres se tornaron horriblemente agrios. Fátima, sintió deseos de salir huyendo, un aura mortífera emanaba de ellos y se concentraba en aquel encerrado lugar. Ella pensó que si a alguna vela alocada se le ocurría chisporrotear, seguramente aquel sitio estallaría de tal forma que su onda expansiva podría arrasar con el puerto entero.

—Fátima.

Robbie, notó también los golpes en el rostro de ella, y de algún lugar entre la multitud, se abrió camino y se le acercó depositando un beso discreto sobre la mejilla lastimada. Ella de inmediato pensó en que si hubiera tenido un hermano, seguramente habría hecho la misma cosa.

Él estaba a cargo de los prisioneros.

Los soldados estaban en el piso, atados de pies y manos, algunos de ellos estaban heridos muy levemente y tía Amelia, sentada en el sofá con las manos y los pies también atados.

—Debí imaginarme que era ese barbaján el que te desgració la vida.

La mujer levantó la voz encolerizada, dirigiéndose a Fátima.

—Aún ahora, en esta turbadora situación, usted continúa insultándome Doña Amelia.

Oliver colocó los brazos en jarras y esbozó una maliciosa sonrisa.

—Es usted un vulgar criminal Señor Drake.

Bien podían haber sido veneno esas palabras que ella le escupió. Pero él era un dragón, el veneno de esa serpiente ni siquiera le haría cosquillas.

—Doña Amelia, antes de que prosiga con su rosario de injurias, deseo que se calle y escuche lo que voy a decirle. —Él se acercó hasta donde estaba sentada Amelia— Por mera formalidad quiero pedirle la mano de su sobrina, y aunque sé que se va a negar, por lo menos quiero... No, no quiero. Exijo tener el enorme placer de preguntárselo frente a frente.

—¡Insolente rufián!.

Bramó ella mientras se sacudía intentando liberarse de las amarras que la mantenían inmovilizada.

—Supongo que eso significa que no está de acuerdo. —Le respondió desenfadado, casi con tono burlón— Qué pena. Creo que no contaremos con su presencia en la boda. Lástima.

—¿Crees que esté ramplón malandrín va a respetarte?. ¡Fátima te vas a arrepentir te lo garantizo!.

Ella estaba tan furiosa que ya no controlaba el volumen de su voz y estaba temblando de rabia.

—Tía, te aseguro que lo que he vivido en estos últimos meses ha sido lo mejor que me ha sucedido en la vida, y lo que venga a partir de hoy, será un millón de veces mejor.

—Tú... ¡Mujerzuela!. —Grito en un estallido de ira.

—Ah, ah, ah Doña Amelia. —Oliver, levantó la mano moviendo el dedo anular de derecha a izquierda en señal de desaprobación, luego acercó el rostro al de ella— Para mí sus ofensas son solo nimiedades indignas de mi atención, pero de ninguna manera le permito que insulte a mi mujer. —Él dibujó en su rostro una sonrisa peligrosa, mientras colocaba una de sus rodillas sobre el piso y apoyó su brazo sobre el muslo, luego le habló al oído— Tía Amelia, lo que ha sucedido entre su sobrina y yo es mucho más intenso que cualquier idea que se pueda cocinar en su cabeza. —Su voz se tornó escalofriante, la sonrisa desapareció dando paso a una tensión perversa en su rostro, y sus ojos verdes brillaron con un tinte malévolo— Tiene mi permiso para imaginar lo que desee tía Amelia, pero me temo que nunca alcanzará a comprender la pasión que se desborda cada vez que hago el amor a su sobrina.

Los ojos de Amelia se abrieron tanto y sus movimientos se extinguieron de un tajo.

Su voz era tan leve que Fátima apenas logró escuchar lo que él decía. Aquel hombre podía lanzar mortíferas estocadas sin siquiera blandir la espada. Sin duda él era mortífero si se enfundaba en la barbárica faceta de pirata, porque sus batallas eran vencer o morir. A Fátima le sorprendió que hubiera dicho algo tan íntimo a su tía Amelia, pero entendió que no lo había hecho por regodearse con el botín, sino para dejarle claro a Amelia que aún cuando ella hubiera reservado a Fátima para el duque, había sido Oliver quien la había hecho suya. Y a pesar de que la joven sabía que no solamente había sido pasión, sino amor lo que los había unido, supo que precisamente eso «amor», era algo que Amelia no entendía y que tampoco había conocido nunca antes.

—¡Me encargaré de que sean colgados todos ustedes horda de bandidos!.

Amelia gritaba con todo el poder de su voz y pataleaba como una niña pequeña haciendo una gran rabieta.

—No mi señora, los únicos que serían colgados son usted y el maldito aristócrata que está desmayado en la habitación. ¡Ustedes secuestraron a mi esposa y además ese maldito a punto estuvo de violarla y ese es un delito que se paga con la muerte!. —Oliver levantó la voz tanto que sus palabras sonaron más como un rugido que inundó el salón— Le recomiendo que piense bien su próximo movimiento doña Amelia, porque yo no le voy a conceder más ventajas.

A Fátima le parecía espléndida la manera en que Oliver enfatizaba las palabras “mi mujer”, “mi esposa” cada vez que se refería a ella. Y le quedaba muy claro que él solo la tenía a ella y ella a él, y que Oliver haría cualquier cosa, hasta sacrificar su propia vida para mantener latente la de ella. Y ella haría lo mismo por él.

—¡Me está amenazando!. —Rugió Amelia indignada.

—Tómelo como se le antoje. —Sujetó con su mano el rostro de Amelia— Pero no se olvide que la próxima vez, nuestro enfrentamiento no será en buenos términos. Ahora si nos disculpa tía Amelia, mi mujer y yo nos retiramos. —Oliver rasgó la falda del vestido de Amelia y con el trozo de tela, la amordazó— Señores, vámonos.

Afirmaciones en toda clase de tonalidades resonaron en el salón. Mientras los hombres se retiraban a toda prisa, Fátima permaneció observando a su tía Amelia, su mirada se había imantando a la de ella, no se movía ni un solo milímetro, casi pudo imaginarla como una Gorgona preparándose para develar su mortífero armamento.

—¿Fátima?.

Oliver la sujetó del brazo rompiendo el hechizo de piedra de las pupilas de sierpe de su tía.

—Adiós tía Amelia.

Fátima sentía la necesidad de ponerle punto final a su relación con ella, aunque no dejaría de ser su tía pensó, en la profundidad de su océano personal, deseaba no volver a verla nunca.

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