Azul

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MIS negocios no podían retrasarse por más tiempo, así que retomé mi vida de la manera más normal que pude, siempre con la constante amenaza de Alfonso retumbando en mis oídos.

Me embarqué rumbo a Charles Towne, allá estaban mis proveedores de arroz y había roto el contacto con ellos durante el tiempo que Alfonso estuvo invadiendo mi casa, yo debía recuperarlos o mi negocio, que para entonces ya iba en picada, se vería afectado seriamente, hasta el punto de llevarme a la ruina. No había podido surtir los pedidos de arroz que tenía comprometidos, y en aquel momento la única opción viable, era visitar a mis proveedores y tratar de comprar el arroz a cualquier precio para que las pérdidas no fueran mayores. En cuanto desembarqué en Charles Towne, las reuniones que sostuve con mis proveedores resultaron ser un desastre, ellos ya habían vendido sus cosechas o ya las tenían comprometidas, así que mi última opción era visitar al señor Ladmirault, mis negocios con él eran limitados, sin embargo él era un hábil comerciante. Él me recibió en su despacho sin contratiempos, a pesar de que yo no había concertado una cita previa.

—Señor de Alarcón, que sorpresa verlo por aquí, ¿a qué debo el honor de su visita?.

—Tengo urgencia en comprar por lo menos 500 sacos de arroz. Desgraciadamente tuve un problema familiar que no pude evadir y eso desvió mi atención durante varios meses de los negocios.

—Lamento escuchar eso señor de Alarcón, pero por el momento tengo mis pedidos cubiertos, y no dispongo de mercancía para surtir su pedido, tal vez más adelante podamos reanudar nuestro negocio, si mis cálculos son correctos en algunos meses estará lista la cosecha de caña de azúcar, ¿cierto?.

—Está en lo correcto. Sin embargo, no puedo esperar tanto tiempo señor Ladmirault.

Vi como el negocio que yo había forjado durante varios años se venía abajo gracias a esa terrible mujer. Si ella no se hubiera fugado, Alfonso me habría dejado finalmente en paz. Y tendría la seguridad de que durante algunos años, no sabría nada de él, y con suerte nunca más en la vida volvería a verlo.

Pero, no todo estaba perdido, para mi gran fortuna, el mayordomo del señor Ladmirault nos interrumpió para informarle de la oportuna visita de uno de sus socios.

—Perdón señor. El señor Vane ha llegado.

—Hazlo pasar de inmediato. Señor de Alarcón, espero no le incomode que detengamos un minuto nuestra reunión. Es importante que yo reciba al Señor Vane.

—En ese caso creo que será mejor que me retire, y si le parece bien regresaré mañana para que continuemos nuestra conversación.

—No es necesario que se marche, de hecho, tal vez sería bueno para usted conocer al Señor Vane, es posible que él pueda solucionar su problema.

Alastair Vane entró en el despacho, dirigiéndose al Señor Ladmirault con una excesiva cercanía, imaginé que ellos se conocían profundamente y no solo por cuestiones de negocios. Más tarde me daría cuenta que mi presentimiento había sido correcto. Los dos habían sido o seguían siendo piratas como el amante de aquella problemática mujer causante de mi bonito aprieto.

Santiago inyectaba en la palabra “pirata” alguna clase de veneno que disfrutaba al pronunciarla, cada vez que se refería a Oliver o alguno de sus camaradas.

Él había notado las expresiones dibujadas en el rostro de Fátima en los momentos en que le había revelado los nombres de sus amigos Alastair Vane y Armand Ladmirault.

—Oliver no era. —Fátima corrigió con la voz más seca que un trozo de cerámica— Oliver ya no es un pirata. Dejó de serlo hace tiempo.

—Fátima, yo creo que será mejor que de una vez le digas a tu visitante que no regresarás con él. Mi relato puede tomar un par de horas más y seguramente él percibirá que algo extraño sucede si te demoras demasiado.

—¿Cómo puedo estar segura de que tu relato no es un embuste?.

Era el momento de pedir las pruebas que ella temía encontrar, sin embargo se volvió hacia él y lo miró con un dejo de desconfianza.

Santiago se puso de pie, introdujo la mano en el bolsillo de su chaleco y extrajo algo que luego colocó sobre el escritorio y regresó a su asiento haciéndole un ademán de que lo recogiera.

Ella bajó la mirada hacia la esquina del escritorio en donde Santiago había dejado aquel objeto. Los ojos de Fátima casi le revientan en el rostro al descubrir que se trataba de una sortija idéntica a la suya. La sujetó entre sus dedos y con toda la sangre helada que el instante requería, verificó que en el anverso estaba grabado el nombre Oliver. También encontró en la parte frontal una raspadura que Oliver había hecho al anillo cuando extrajo una roca que bloqueaba el paso, mientras edificaba un pabellón en el jardín de Viridian.

—Se lo quité cuando él estaba inconsciente. Fátima, llegó tu turno.

De nuevo Santiago introdujo la mano al bolsillo y extrajo la llave de la puerta y se la ofreció sobre la palma de su mano.

Ella envolvió la sortija con su mano empuñada y tomó la llave con la otra mano. Ella ya no lloraba, la simple argolla le había probado que Santiago tenía información valiosa que ella no estaba en posición de rechazar. Cuadró los hombros y se encaminó a la salida, abrió la puerta y abandonó la biblioteca con paso decidido.

Mientras caminaba hacia el salón, ella se detuvo un momento, se quitó el torzal y ensartó el anillo en la cadena y se la volvió a colocar alrededor del cuello. Se acercó a un enorme espejo que pendía de la pared reflejando la majestuosidad de un gigantesco ramo de flores que descansaba sobre una mesita detrás de ella. Contempló su reflejo y se aseguró de que el anillo estuviera encima del medallón redondo. Si antes los amigos de Oliver y hasta la prostituta en Tortuga habían descubierto el torzal y el medallón de Oliver alrededor de su cuello, ella confiaba en que esta vez Eugene notara también la sortija.

Fátima bajó la escalera con toda elegancia y lentitud de la que pudo echar mano. Ella habría querido desbocarse y refugiarse en los brazos de Eugene, pero mientras existiera la levísima posibilidad de que su Oliver aún estuviera con vida, ella se entregaría a escenificar cualquier farsa que fuera necesaria para asegurarse de mantener a salvo a su Oliver. Haciendo alarde de toda la determinación que no sentía, ella caminó lentamente hacia el salón.

Eugene estaba de pie observando una pared en donde pendía una colección de espadas, floretes y sables.

—Eugene, lamento la demora.

Eugene la observó de arriba abajo, examinó con los ojos entornados por encima del hombro de ella buscando a Índigo y al no encontrarla, sus ojos la fulminaron.

—¿Qué sucede Fátima?. ¿Dónde está Índigo?. ¿Y tus maletas?.

Eugene la miró girando un poco su cabeza a la izquierda y entornando los ojos, esa mirada que ella conocía a la perfección porque él la exhibía mecánicamente cuando algo lo inquietaba.

—He decidido no regresar a Charles Towne.

La voz de Fátima, más bien era un hilo de voz que se perdió en la inmensidad de aquel salón.

—¿Qué dices?. ¡Pero Fátima...

—No puedo volver. No quiero hacerlo. No puedo, Eugene. —En su voz pintó una súplica. Sujetó el dije y el anillo con la mano y se acercó a Eugene— Necesito convencerme que...

Oliver está cerca... —Hizo una pausa rompiendo la ilación de la frase. Ella confiaba que él pudiera percibir lo que intentaba decirle— De mi corazón.

Retiró la mano del medallón. Eugene observó el dije y el anillo y sus ojos se abrieron al doble. De inmediato sujetó el guardamano de la espada e intentó desenvainarla, pero ella le sujetó la mano, impidiéndoselo.

—Entiendo. —Ella recostó la cabeza sobre el pecho firme de Eugene y con los dedos sujetó el anillo y se lo mostró. Eugene lo tomó entre el índice y el pulgar y confirmó la inscripción en el anverso y le habló en voz muy baja, tanto que un susurro habría sido escandaloso en comparación— Me quedaré contigo, despacharé de vuelta al Cerulean con un mensaje para Georgie.

—No.

Aquí esta... mos seguras, Índigo y yo.

—Fátima, ¿Le dijiste a Índigo que quieres quedarte...

Aquí, en esta casa?.

Él había descifrado el código y lo empleó para comunicarse con ella de la misma manera.

—No sé aún... Si debo decírselo.

Eugene había entendido el mensaje, pero ella no podía hablar más en aquel sitio, tampoco podía abandonarlo. Y ahora la prioridad era descubrir el lugar en donde estaba Oliver.

—Bien, debo irme. No quiero que te derrumbes nuevamente si insisto en llevarte conmigo. Si lo que deseas es permanecer aquí, así será. Envíame un mensaje cuando te sientas en condiciones de regresar a casa. Yo vendré por ti. Quisiera despedirme del señor de Alarcón.

Él entornó los ojos y su voz se enronqueció mientras pronunciaba la última frase.

—Él está en la biblioteca, iré a llamarlo.

Eugene no habló más y con su petición intentaba confirmar la momentánea y “sorpresiva” decisión de ella para no acompañarlo, si por mera casualidad alguno de los criados hubiera escuchado la conversación, no podría imaginar que se había fraguado alguna clase de complot entre ellos.

Fátima subió los peldaños y caminó hacia la biblioteca con lentitud como si le produjera dolor dar paso; ella abrió la puerta y sin avanzar más, habló con voz fuerte y totalmente insípida.

—Eugene quiere despedirse de ti.

—Desde luego.

Él se puso de pie y caminó hacia la puerta. Ella ni siquiera esperó que él se acercara, Fátima se apresuro a bajar la escalera y casi volando entró en el salón. Eugene estaba de pie observando el jardín por la ventana más cercana a la puerta. Fátima se refugió entre los brazos del hombre al que había adoptado como hermano.

Santiago ingresó en la sala, luciendo una amigable sonrisa. Estaba consciente de que ella podría haberle dicho algo, nada o todo a ese hombre que no aparentaba ninguna clase de euforia. Santiago sabía, casi podía oler el aroma de la irritación contenida con extraordinaria pasividad en aquel hombre frente a él. Santiago estaba desarmado, y no porque lo hubiera planeado de esa manera, sino porque tenía la certeza de que Eugene no se arriesgaría a cometer algún error que eliminara la posibilidad de ubicar al Capitán Drake.

—Qué sorpresa verlo señor Armitage, no recibí ninguna carta que anunciara su visita, lamento no haberlo recibido en el muelle personalmente.

La tensión en aquel cuarto era tan evidente que solo la cortesía era el único escudo que podían blandir los tres involucrados.

—Es una visita espontánea señor de Alarcón. Quería ver como se encontraba Fátima, además tenía que avisarle que la reconstrucción de Viridian va extraordinariamente y que en pocas semanas más estará terminada. Pensé que Fátima tal vez desearía regresar a Charles Towne, pero ella rechazó mi ofrecimiento. Supongo que aún no está completamente restablecida.

—No deseo volver aún a Viridian. Espero que lo entiendas. Yo te enviaré una carta cuando me sienta en condiciones de regresar.

—Lo entiendo. —Él hizo una pausa y prosiguió con un tono de decepción en su voz— En ese caso será mejor que me marche. Señor de Alarcón ha sido un placer verlo de nuevo.

Eugene pintó una sonrisa ladeada bastante maliciosa mientras inyectaba sarcasmo puro a la última frase.

—¿No se queda usted, señor Armitage?.

—Agradezco su hospitalidad señor de Alarcón, pero no quiero atormentarla. —Eugene hizo un ademán con la cabeza señalando a Fátima— Esperaré un par de meses y si para entonces ella no me ha enviado alguna carta, entonces regresaré y veremos cómo se encuentra Fátima, tal vez entonces, pueda convencerla de regresar a Charles Towne.

—Así será señor Armitage. Le deseo buen viaje.

Santiago extendió el brazo y le ofreció la mano y Eugene la estrechó. Fátima pensó que habría una cascada de chispas cuando ellos se estrecharon las manos, sin embargo, no ocurrió nada. Ambos tenían bien a raya sus emociones aunque no estaban blandiendo espadas, bien podría haber sido una estocada certera el choque de sus manos. Ambos sabían que al aceptar la mano del otro estaban aceptando también un reto, y en los duelos, siempre había un vencedor y un cadáver. A Fátima se le heló la sangre mientras contemplaba la fuerza apenas doblegada con que ambas manos se estrujaron.

—Hasta la próxima vez, señor de Alarcón.

Eugene inclinó la cabeza, besó la mejilla de Fátima y se encaminó hacia la puerta principal. Él no volvió su rostro hacia atrás pero con la mirada revisó cada centímetro a su alrededor y mientras caminaba mantenía sujeto el guardamano de la espada. Podría estar rodeado de matones contratados por Santiago, tal vez ahora mismo estarían apuntándole al corazón o a la espalda. Antes de cruzar la puerta se volvió hacia Fátima.

—Cuídate mucho Fátima

—Así lo haré Eugene. Qué tengas buen viaje.

Sin mirar atrás, Eugene salió de la mansión dirigiéndose a las cuadras en donde aguardaba su caballo, y luego se marchó a todo galope.

—Te espero en la biblioteca.

Santiago salió del cuarto, se dirigió a la escalera y subió corriendo los peldaños. Fátima se estremeció al escuchar su voz, no había ni siquiera una pizca de emoción, más bien le sonaba fatigada. Ella supuso que cargar con una historia como la que él llevaba a cuestas, seguramente resultaría agotador para cualquier caballero.

¿Santiago era un caballero?.

En muchos aspectos sin duda lo era, pero...

Él tenía secretos.

Y muchas veces los secretos pueden transformar a un caballero en un habilidoso delincuente carismático y elegante.

Él era carismático.

Elegante.

Encantador.

¡Por Dios mujer, él había secuestrado a Oliver y prendido fuego a Viridian!.

Ella sacudió la cabeza y se enfrentó a la pavorosa realidad, ella no conocía del todo a Santiago de Alarcón, a pesar de que había vivido a su lado durante más de un año.

Ella creyó que una relación extraña se había edificado entre ellos. En algún momento pensó que ese hombre era fascinante, su aparente caballerosidad y dulzura la habían convencido de eso. Y a pesar de la cercanía que ella provocaba y él aceptaba, ahora se daba cuenta que no sabía con certeza qué tan peligroso era él, a quien ya no podía catalogar como encantador sino mortífero.

Ella se acercó a la ventana y contempló como se diluía el horizonte naranja derramando sus colores sobre aquel charco de zafiro líquido. Y armándose de valor, regresó a la biblioteca. Santiago estaba sentado detrás del escritorio y bebía una copa de brandy. Ella cerró la puerta con llave y tomó asiento frente a él con el escritorio mediando entre ellos.

—Exijo ver a Oliver, quiero corroborar que él aún está con vida.

—No es posible. Solo tienes mi palabra y por ahora esa es la única garantía que existe de que él está vivo. Y muy vivo te lo puedo asegurar. Hace meses que él ha recuperado su arrogancia. Hace un par de semanas fui a verlo y si no hubiera sido por las cadenas que lo tenían imposibilitado, bien podría haberme desollado con sus propias manos. Y si te soy sincero, son sus ojos espantosamente verdes lo único que logra amedrentarme. En estos últimos meses, pareciera que cada vez que me he entrevistado con él, estuviera frente a un dragón agazapado que se relame las fauces esperando el momento en que yo me descuide para desbaratarme de un mordisco. El muy maldito ha intentado engatusarme para que le diga en qué condiciones estás tú. Hasta ahora he logrado evadirlo. Aunque, no deja de asombrarme el hecho de que cada vez que la conversación se vuelve peligrosa, él termina por doblegarse cuando está de por medio tu seguridad.

Ella se sintió tonta, era la esposa de un estratega extraordinario y no había sido capaz de aprender ninguna habilidad que la ayudara en estos momentos.

—Lo has amenazado con asesinarme si él intenta escapar, ¿cierto?. ¡Maldito seas!.

—Tranquilízate Fátima y escucha el resto de la historia.

Ella exhaló derrotada. Por alguna extraña razón le alegraba y le horrorizaba en partes iguales saber que Oliver estuviera recobrando su condición turbulenta.

Alastair se dirigió a mí de manera muy cortes, casi me convenció de que era un caballero de nacimiento, y tal vez lo fuera, era sabido que muchos piratas provenían de familias adineradas o nobles, en el caso del señor Vane esa era una posibilidad latente. Yo me limité a responder su saludo de la misma manera y luego guardé silencio para escuchar la conversación entre ambos.

—Alastair, pensé que no vendrías.

—Ah me ocupé en varios asuntos de la plantación que me tomaron más tiempo del que yo imaginaba. Me doy cuenta que interrumpí tu reunión.

—De ninguna manera. Déjame presentarte al señor Santiago de Alarcón.

—¿Español?.

Él me miró con sus ojos muy abiertos, le fue difícil ocultar su sorpresa, el tono de su voz también lo delató.

—Si. Santiago de Alarcón.

Extendí mi mano en son fraterno y él no dudó en responder de la misma manera estrechándola con firmeza

—Alastair Vane. Señor de Alarcón, disculpe mi falta de tacto pero me sorprendió ver un español amigo fuera de la casa de los Drake.

—No entiendo a qué se refiere señor Vane.

Sentí un vació helado en el vientre cuando escuché las palabras de Alastair, y recordé porque ese nombre “Oliver Drake” me resultaba familiar, lo había escuchado mencionar en conversaciones anteriores con el señor Ladmirault y con algunos otros de mis proveedores de arroz y añil.

—Sus compatriotas no nos ven con buenos ojos señor de Alarcón, piensan que nosotros somos alguna clase de criminales disfrazados debido a nuestra nacionalidad y nuestra habilidad náutica. El señor Ladmirault, el señor Drake y yo poseemos plantaciones y los tres tenemos experiencia en cuestiones comerciales marítimas.

—Ya veo. No todos pensamos igual señor Vane, seguramente quienes los consideran peligrosos deben de tener alguna razón personal. —Le respondí condescendiente.

—Si, seguramente será por eso.

—Pero, usted ha mencionado que se sorprendía de ver un español amigo fuera de la casa de los Drake. ¿A qué se refería con eso, señor Vane?.

Yo debía averiguar el significado real del comentario de Alastair, y él evadió durante varios minutos responder mi cuestionamiento.

Yo insistí.

—Armand, te importaría si me sirvo una copa de vino, hace calor y estoy disecándome.

Alastair se acercó a la mesa donde descansaban varias botellas de licor y algunas copas.

—Sólo espero que sea suficiente lo que contienen las botellas para mitigar tu sed.

El señor Ladmirault se rió efusivamente al tiempo que regresaba a su asiento detrás del escritorio.

—Señor Vane, ¿a qué se refería con el comentario que me ha hecho sobre el amigo español fuera de la casa de los Drake?.

Endurecí el ceño de mi rostro, y le hablé a Alastair con tono serio y mordaz, y él respondió sin darle mucha importancia al comentario que él mismo había hecho.

—Ah, señor de Alarcón, recordé que un viejo amigo mío y del señor Ladmirault, el señor Drake, está casado con una adorable criolla de la Nueva España. Ella es una dama encantadora y me hacía pensar que tal vez ella era la única con quien nosotros podíamos tener una conversación amigable. Pero veo que me equivoqué, y le ruego disculpe mi comentario absurdo.

Sentí que un sudor helado recorría todo mi cuerpo cuando el señor Vane me reveló aquella información. En alguna parte profunda de mi ser, palpitó la esperanza, estaba convencido de que había encontrado a la mujer causante de mis problemas y eso me devolvía la fuerza para recuperar mi libertad. Sin embargo, debía actuar rápido para no perder esa maravillosa oportunidad que se me había presentado.

—¡Que alegría me produce saber que una criolla de la Nueva España está cerca!.

—Alastair, el señor de Alarcón es uno de mis clientes y además mi proveedor, ha venido para pedirme que le provea de 500 sacos de arroz, sin embargo yo ya tengo la producción vendida y no dispondré de más mercancía hasta la próxima cosecha. Él me preguntaba justo antes de que llegaras, si yo podía recomendarle a algún productor que estuviera en posibilidad de surtir su pedido. ¿Tendrás tú, arroz suficiente para completar su orden?.

—No, desafortunadamente no tengo tanto, sin embargo, podría cubrir una parte y si mal no recuerdo, la producción de arroz en las plantaciones de Oliver fue magnífica, seguramente tendrá suficiente para completar la cantidad que usted necesita señor de Alarcón.

Recordé que doña Amelia había mencionado que el nombre del amante de su sobrina era Oliver Drake, ¿Cúantos Oliver Drake podrían existir que poseyeran las mismas características del que yo perseguía?.

—¿Sería posible que lo verificáramos ahora mismo?. Es urgente que vuelva a Veracruz con el cargamento completo.

—Claro, claro. Iremos de inmediato. Por cierto, Armand, Oly se está preparando para embarcarse en un viaje que podría tomarle varias semanas o tal vez meses, no lo sé.

—¿Oliver se va? —Preguntó el señor Ladmirault sorprendido— Hablé con él la semana pasada y no me comentó nada sobre algún viaje que tuviera en mente.

—Lo planeo hace un par de días, es una sorpresa para Fátima. Es su primer aniversario, y él quiere llevarla de viaje en una segunda luna de miel. Quiere revivir las proezas pasadas.

Mis ojos a punto estuvieron de reventar en sus cavidades cuando escuché ese nombre, y para evitar cualquier suspicacia, clavé la mirada en el piso.

Los había encontrado justo cuando no los buscaba.

—Cuando mi mujer se entere, seguramente me pondrá un ultimátum. —Respondió el señor Ladmirault.

—Cuando las mujeres de todos nosotros se enteren, tendremos un gran problema. En fin, cuando llegue nuestro turno ya se nos ocurrirá alguna cosa. —Concluyó Alastair.

—Ni lo menciones. Después de lo del condenado pabellón de rosas que Oliver le construyó a Fátima, mi mujer se empeño en que yo debía hacer lo mismo. Pasé casi dos malditas semanas con las manos y los brazos vendados, esas endemoniadas flores están atiborradas de espinas por todos sus condenados lados y lo único que logré, además de las lesiones, fue un mes de refunfuños de parte de mi mujer porque fue un doctor quien me atendió y no ella la que se hizo cargo de mis heridas. Ella quería cuidar de mí como lo había hecho Fátima con Oly.

Alastair se rió con tal fuerza que tuvo que apoyarse en el escritorio del señor Ladmirault para recobrar el aliento.

—¡Qué estupidez!. —Se reincorporó y mientras se sacudía la casaca, habló en voz baja— Por eso yo contraté a varios jardineros para que ellos se encargaran de montar la maldita pérgola mientras Claudia estaba visitando a sus padres en Inglaterra. Ah, ese condenado Oliver no hace caso de nada que le digas, él hace lo que se le antoja y a nosotros solamente nos queda esperar y ver que otra locura se le ocurre para que nosotros encontremos el equivalente y nos evitemos un zafarrancho en casa.

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