Azul

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—¿QUIERES decir que Alfonso es un asesino?.

La firmeza de la voz de Fátima le hizo volver a la biblioteca. Y percibió que el recuerdo que le había llevado a pronunciar esa acusación, le había reavivado la rabia que profundamente lo consumía.

Fátima notó que la razón que ligaba a Santiago con Alfonso debía provocarle esos momentáneos destellos de rabia.

—Hay muchas historias sobre Alfonso que desconoces. —Le habló fríamente y ella pudo sentir su perturbación cuando él se puso de pie y se dirigió a la ventana— Tuviste mucha suerte de escapar con vida. —Le dijo aliviado, como si ella se hubiese librado milagrosamente de algún monstruo mitológico e invencible.

—Y tú me has devuelto a sus garras. —Ella le recriminó irónica.

—Te he dicho que él no sabe que estás aquí. Ninguno de los sirvientes, jornaleros o recolectores que te han visto en la mansión, en la playa o en las plantaciones y la bodega, saben quién eres en realidad. De hecho, te has transformado en una leyenda viviente, ellos te vieron llorar desde que llegaste y aún ahora cuando de vez en cuando te desahogas en la playa. He escuchado comentarios que dicen que fueron tus lágrimas las que alimentaron al mar y le proporcionaron su sabor salado. Nadie podía jamás haber llorado tanto como lo has hecho tú.

—Y todas esas lágrimas. Gracias a ti. —Se sentía enfurecida, quería abofetearlo, clavarle las uñas y desbaratarlo con sus propias manos. Ella tuvo que frenar sus impulsos con un profundo suspiro que disminuyó la hoguera que la abatía. Sabía que él era la única pista disponible para llegar a Oliver. Y si para encontrarlo tenía que tragarse su furia y su orgullo, lo haría sin dudarlo— No entiendo cuál es tu plan. —Ella se levantó y se acercó a la misma ventana y de un manotazo cerró la cortina que él sostenía con los dedos— Si me trajiste aquí para obtener tu recompensa y entregarme a Alfonso, ¿por qué no le has avisado que nos tienes en tu poder?.

Él se volvió hacia ella y la miró directamente a los ojos.

En sus ojos azules había un extraño brillo, ella no distinguió maldad alguna, pero era evidente la calidez en su mirada. Hasta ahora ella no había puesto atención en sus ojos, mucho menos en la manera en que él la observaba. La tristeza se había encargado de bloquearle los sentidos al punto de no darse cuenta de lo que se había fraguado a su alrededor. La razón oculta en sus ojos azules, casí la ahoga.

¡Era por ella!

¡Él estaba enamorado de ella!

Y ella tenía que alejarse de él de inmediato.

Ella creyó que solamente ese sentimiento frágil había germinado en ella, y que él solamente le respondía por cortesía o por lástima.

Pero esto, esto no podía permitírselo.

Él se inclinó y en un segundo sus labios tocaron los de ella. Fue un brevísimo roce que la sorprendió, tal vez por su delicadeza o por lo repentino del momento. Le tomó varios segundos procesar lo que estaba ocurriendo, y lo abofeteó con tal fuerza que la palma de su mano le punzaba.

Huir. Esa palabra se le incrustó en la cabeza.

¡Debía escapar de él!.

Se dirigió apresurada a la salida, aún llevaba con ella la llave de la puerta, la introdujo con mucha dificultad en la cerradura, las manos le temblaban y la abrió tan aprisa que la hoja de madera azotó contra la pared.

—No Fátima. —Él gritó y corrió tras ella.

Fátima salió corriendo de la biblioteca, bajó la escalera y enfiló hacia la puerta principal; atravesó casi volando el jardín de ingreso y abrió la reja de metal y se dirigió a la playa.

Santiago con grandes zancadas iba tras ella.

—¡No pude hacerlo, Fátima!. ¡No pude hacerlo!. —Gritaba esas frases mientras corría persiguiéndola.

La casa se había perdido entre las palmeras y la distancia cuando finalmente la alcanzó en la playa, justo antes de que ella pudiera refugiarse en la selva. Él la sujetó del brazo y cuando logró detener su huída, la rodeó con sus brazos, intentó colocar su rostro cerca del de ella.

—¡Suéltame!. ¡Índigo!, ¡Índigo!. —Ella forcejeaba y se retorcía rechazándolo.

—¡Fátima, no pude hacerlo!. ¡No quise entregarte!.

—¡Suéltame!.

Ella intentó liberarse, pero no lo logró, a pesar de que él aparentaba ser muy delicado, en realidad era tan fuerte como Oliver.

—Yo puedo protegerte de Alfonso. Estoy en condiciones de ponerte fuera de su alcance, sólo deseo que te quedes conmigo. Eso es todo.

—¡Suéltame!.

Ella logró liberarse, levantó la falda, la sostuvo entre sus brazos y emprendió de nuevo su enloquecida carrera pero ahora de regreso a la mansión, Santiago fue tras ella.

—¡Fátima, espera!. ¡Fátima!.

Ella entró en la casa, subió la escalera lo más rápido que sus piernas y el vestido se lo permitieron y llegó a su habitación. Cerró la puerta de doble hoja con llave, corrió los seguros y se recargó sobre las hojas de madera. Santiago no la alcanzó a tiempo para evitar que se atrincherara en el cuarto, empujó la puerta pero no se abrió. Santiago no cesaba de llamarla y golpear la puerta con los puños y en un par de ocasiones hasta la sacudió con fuerza.

—¿Qué sucede don Santiago?.

Índigo tenía la pavorosa habilidad de aparecer en los momentos más inoportunos, según fuera el caso. En esta ocasión, Fátima se sintió aliviada de que su nana estuviera ahí.

—Fátima está alterada, se ha encerrado en la habitación. —Santiago intentó explicarle lo obvio a Índigo. Fátima acercó la oreja a la puerta, percibió la impotencia en la voz de él— ¡Fátima abre!. ¡Fátima, por favor abre la puerta!. —Ella permaneció inmóvil recargada sobre las hojas de madera.

—Don Santiago, es mejor que la dejemos tranquila. Seguramente la visita que tuvo hoy, la afectó. Ver a Eugene debió haber revivido memorias que la atormentaron nuevamente. Recuerde que ella ha pasado por un duelo terrible.

Índigo no tenía idea de lo que había ocurrido. Imaginaría que tal vez Fátima había tenido algún ataque nervioso después de la visita de Eugene. Fátima se cubrió el rostro con las manos, tendría que hablar con Índigo, debía revelarle la verdad.

—Precisamente por eso quiero estar seguro de que ella se encuentre bien. No quiero dejarla sola ni un minuto, ¿lo entiendes, Índigo?.

—Claro que lo entiendo don Santiago, a todos nos preocupa Fátima. Por esa razón le sugiero que la deje tranquila, no queremos que ella vuelva al estado en que estuvo cuando llegó aquí, ¿verdad?.

—No, no, de ninguna manera. No quisiera verla así de nuevo.

—Ella aún necesita tiempo para sobreponerse a las memorias que la lastiman.

—Si, desde luego. Yo, voy a estar cerca por si ella necesitara algo. Fátima... —Ella pudo sentir como él apoyaba sus manos sobre la puerta y acercaba su rostro a la hendidura donde se unían las hojas de madera— Fátima, yo voy a quedarme a tu lado, yo voy a protegerte.

—Don Santiago, no es el momento para eso.

—De acuerdo, Índigo.

Santiago golpeó levemente la puerta con el puño y se alejó por corredor. Fátima escuchaba sus pasos firmes cada vez más distantes.

Índigo llamó en varias ocasiones a la puerta, pero Fátima esperó varios minutos más para abrirle.

—Fátima, abre la puerta.

Ella abrió la puerta y se encaminó hacia el balcón, cerró las cortinas y luego se recostó en la cama.

—Estoy bien. La visita de Eugene me perturbó. Solo necesito descansar y mañana me encontraré de mejor ánimo.

—Don Santiago está preocupado por ti, su agobio es evidente...

—Índigo, no quiero escuchar nada sobre Santiago, ni Eugene, ni Charles Towne. Déjame dormir, necesito dormir.

—Más tarde te traeré de cenar.

—No tengo apetito.

—No voy a permitir que dejes de comer nuevamente.

—Está bien, tráeme la cena más tarde. Ahora, déjame sola por favor.

—Estaré cerca, si necesitas algo.

—Gracias.

Índigo salió de la habitación, y ella se levanto de un salto, se dirigió a la puerta y la cerró con llave. Luego se recostó exhausta sobre los mullidos cojines que inundaban la cama, no lograba entender cómo había conseguido Santiago armar todo el plan para simular la muerte de Oliver y alejarla de Charles Towne, sin que nadie advirtiera sus verdaderas intenciones.

Ella recordó que lo había visto a bordo del Cerulean cuando Eugene la trajo a esta casa. Pero antes la única vez que cruzaron palabras fue cuando llegó a Viridian acompañando a Alastair, y fue presentado como un comerciante de arroz.

No.

Hubo otras veces, pero no las tenía muy claras.

Fátima se puso de pie y se encaminó al balcón. Los balcones siempre le brindaban un leve respiro de libertad y esperanza cuando las tormentas se empeñaban en permanecer obscureciendo su horizonte.

Abrió la puerta, salió al balcón. Su habitación estaba ubicada en una esquina y el balcón se extendía desde el frente hasta el costado, ella caminó y dobló a la izquierda y por primera vez contempló el enorme ejército de rosales que abarcaba una gran parte del jardín de la mansión. Percibió su aroma entre dulzón y salado, una mezcla similar a la que había conocido en Jamaica y en Maracaibo, sin embargo el perfume de estas rosas poseía una fragancia diferente, un ligero toque ácido que la esencia salina del mar no lograba disimular.

Ella sintió una punzada en el estómago cuando vio a Santiago caminar a través del jardín. Sus pasos eran muy lentos, mientras deslizaba la mano derecha levemente encima de las flores. De pronto detuvo su andar, y ella se petrificó, contuvo la respiración para que él no se volviera y la encontrara en el balcón.

Él permaneció de espaldas a ella, apoyó las manos sobre su cintura y levantó el rostro al cielo y un segundo después golpeó con su mano empuñada una rosa que estaba cerca de él; la flor perdió sus pétalos después del ataque. Santiago bajó la cabeza y cubrió su rostro con ambas manos durante un par de minutos, luego dejó caer los brazos, levantó el rostro y prosiguió con su caminata.

Fátima se preguntó si sus pasos lo conducirían al lugar en donde tenía cautivo a Oliver.

Su Oliver estaba prisionero en alguna parte entre el verde y el azul de esta tierra nueva que sin imaginarlo era cómplice de una venganza.

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