Azul

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LOS días se le habían escapado sin sentir el paso del tiempo, habían transcurrido varios hermosos meses desde su llegada a Viridian, y durante cada uno de esos días Fátima atestiguó como Oliver se transformaba. En pocas semanas había recuperado su porte caballeresco y su clase noble. Sin embargo, el pirata aún habitaba en su interior, convirtiéndolo en una mezcla exquisita de varonil caballerosidad y pasión arrebatadora.

Y repentinamente, él se comportó de manera extraña, era obvio que Oliver tenía algo en mente, estaba haciendo arreglos de manera secreta con varias personas que Fátima no conocía, y siempre tenía excusas para evadir sus preguntas cuando se referían a aquellos personajes misteriosos que merodeaban por el jardín.

Y un día, Oliver se propuso hacerle modificaciones al jardín de Fátima.

A pesar de todos los regaños y quejas de Fátima, él retiró varios rosales y cavó un pozo de por lo menos diez metros de diámetro, esa labor fue un trabajo arduo para él, porque no había permitido que ninguno de sus hombres le ayudara.

En una ocasión, Fátima se acercó al lugar en donde él estaba cavando y se sentó en el piso y lo contempló. Oliver no llevaba puesta la camisa, su torso desnudo estaba cubierto por una leve capa de sudor, y los músculos de sus brazos y su espalda se tensaban y se distendían, conforme él clavaba la pala y extraía un bloque de tierra que luego arrojaba sobre sus hombros hacia afuera del pozo.

El hombre era perfecto. Ella ni siquiera se sonrojó al percibir la carencia de vestimenta. Estaba disfrutando cada movimiento de sus brazos, cada esfuerzo de su pecho, el movimiento fuerte de sus piernas. ¡Y ella estaba casada con esa maravilla de ojos verdes!. Apenas logró contener un grito jubiloso.

Después de cuatro o cinco extracciones se detenía, apoyaba su pie sobre la orilla superior de la pala, recargaba el brazo en la punta del mango de madera, tomaba el pañuelo que pendía de su cinturón y secaba el sudor que se acumulaba en su frente.

—¿Por qué te has empeñado en destruir esta parte de mi jardín?. —Le preguntó ella.

—No lo destruyo, lo reconstruyo. —Él se aproximó a ella— No preguntes más. Cuando termine, te va a encantar el resultado. —Ella tocó la mejilla de Oliver con la punta de sus dedos.

—De acuerdo, no haré más preguntas. —Ella se puso de pie y se alejó unos cuantos pasos, luego se detuvo y se volvió hacia él— Solo una más.

—Fátima...

—¿Quieres que te haga compañía o prefieres trabajar solo?. Ya he terminado de revisar las cuentas en mi despacho y tengo toda la tarde libre. Tal vez, yo podría darte una mano. —Él le sonrió.

—No te marches. Quédate conmigo y permite que haga esto yo solo. Deseo hacerlo solo.

Ella se sentó sobre el pasto y guardó silencio. Él clavó la pala, pero ésta chocó con una gran roca que estaba enterrada. Oliver, con las manos retiró la tierra que la cubría, dejando más de la mitad de aquella roca a la vista, luego encajó de nuevo la punta de la pala y levantó un extremo de la piedra, la movió hacia un costado y la sujetó con las manos y la extrajo del suelo haciendo un gran esfuerzo que tiñó su piel de rojo. Finalmente levantó la roca y la arrojó fuera del pozo. Fue en ese preciso momento que su alianza se raspó.

La raspadura que ella había reconocido en la alianza que Santiago le había dado.

—¡Demonios!. Esa maldita piedra estropeó mi argolla. Mira.

Él extendió el brazo mostrándole la palma de su mano. Ella la sujetó entre las suyas y constató que el anillo se había rayado.

—No es tan grave, puede repararse puliéndola un poco.

—¿No te molesta que la haya dañado?.

Él preguntó como si fuera un niño pequeño que pide disculpas por una inocente travesura.

—No. Siempre y cuando la conserves en tu dedo.

—Tú eres la única que podría quitármela.

Oliver sonrió y clavó la punta de la pala en la tierra.

Durante el resto de la tarde, ella observó como aquel hombre que había sido posesión del mar ahora también se entregaba a la tierra, fundiendo sus mundos en uno solo. Él no solamente era capaz de empuñar una espada y enfrentar al destino, también podía aferrarse a una pala y labrarse el futuro por sí mismo.

Y en efecto, ella era quien tenía la alianza de Oliver. Ella indirectamente se la había quitado. Tal como él lo había predicho.

Fátima sintió unos horrendos deseos de llorar. Los sollozos la estaban atragantando y las lágrimas ya le habían nublado la vista. Pero no lloró. Llorar en este momento hubiera sido como aceptar que ella había perdido la batalla. Y no era así. Ella había sobrevivido a la batalla. Ahora solamente estaba enfrentando las consecuencias.

Oliver y Santiago, uno y otro eran la versión contraria de ambos. Uno y otro enemigos y aliados. Y ella era el centro donde ambos colisionaban.

Ella respiró profundamente para mantener a raya las lágrimas y después de varias aspiraciones profundas, se sumergió de nuevo en sus recuerdos.

Y fue Oliver mismo quien preparó los cimientos del pabellón. Construyó una planta circular sobre el suelo dejando en puntos estratégicos del círculo de hormigón, orificios que emulaban la figura de un rombo. Una semana después, durante la mañana arribaron varias carretas que trasportaban las partes de un pabellón circular hecho de metal, era enorme, de las mismas dimensiones que la plataforma circular. Oliver lo había diseñado.

Se necesitaron de por lo menos veinte hombres para cargar cada una de las piezas que armaban semejante estructura, hasta el lugar en donde Oliver había preparado el terreno para su instalación y luego bajo sus indicaciones los hombres colocaron cada una de las piezas de acero en el sitio que él les señaló.

Oliver no desperdiciaba ni un solo minuto, y una

mañana después de que visitaron las plantaciones y terminaron la revisión de las cuentas, él regresó a trabajar en el jardín. Y con los últimos rayos del día, él concluyó su trabajo en el pabellón.

Él había pedido a Fátima que no saliera de la casa hasta que la mandara llamar, sin embargo cuando cayó la noche y no tenía noticias de él, ella se sintió preocupada. No lo había visto durante toda la tarde y no quiso esperar más por él. Se dirigió hacia el pabellón. No fue su magnífica obra terminada lo que la sorprendió, sino Oliver mismo.

—¡Oliver!.

—Estoy a punto de terminar. —Le dijo mientras colocaba varias ramas de un rosal en los soportes del pabellón. Algunos minutos más tarde, terminó de ensartar las ramas en los ganchos de la columna, y luego caminó hacia ella y la abrazó. Fátima notó de inmediato las heridas que habían ocasionado las espinas de los rosales en sus manos y sus brazos. Sin embargo, no tuvo oportunidad de expresar ninguna clase de gimoteo, el tono de la voz masculina se cubrió con una melodía que ella no había escuchado hasta ese momento— Esto lo he construido para ti, porque eres la única razón que tengo para modificar mi mundo. Y por ti, porque sólo por ti existe un mundo para mí. Y yo, yo soy por ti y para ti.

Oliver podía transformarse en un ser dominado por el romanticismo, matizado con una espléndida pincelada de pasión que lo impulsaba a realizar tareas soberbias que no dejaban lugar a dudas sobre su esencia sublime y humana al mismo tiempo. Era tal vez esa mezcla extraña entre su fortaleza y su amor que lo convertían en un héroe fascinante.

En cuanto él pronunció la última sílaba ella sujetó su rostro entre las manos y acopló los labios en los suyos. Fue un segundo exquisito hasta que él intentó sujetarla por la cintura. No pudo hacerlo. Los verdugones de sus manos y sus brazos se encargaron de evitarlo. Oliver simplemente dejó escapar un diminuto y casi afónico lamento.

Ella se separó de él, sujetó su brazo derecho y revisó las excoriaciones. Algunas eran muy profundas, su piel y su carne estaban rasgadas y aunque él se había vendado las manos y los brazos con trozos de tela, era evidente que muchas de esas laceraciones estaban sangrando.

—Vayamos a la casa, debo curar esas heridas. No lucen bien.

Él podía manejar la espada, la pistola o la pala magistralmente, pero no sabía cómo enfrentar a un rosal.

Regresaron al interior de la casa, se dirigieron a la sala. Él se sentó en un sillón de orejas frente a la chimenea y ella ordenó que le llevaran lo necesario para curarlo y de inmediato limpió sus heridas y vendó sus manos y sus brazos.

Fátima cuidó de las heridas de Oliver durante varias semanas hasta que cicatrizaron por completo.

Un par de semanas después, al inicio del verano, los rosales del jardín se vestían de fiesta y los capullos que habían dormido durante el invierno y despertaron en primavera, ahora estallaban en rosas multicolores iluminando los días y perfumando las noches.

—Otra vez en el balcón, Fátima.

No escuchó cuando él entró. Oliver estaba detrás de ella. Él solía escurrirse silencioso, sujetarla por la cintura y besarle la mejilla.

—No había mucho que hacer en el despacho, revisé las cuentas de las plantaciones, todo estaba en orden, y decidí tomar la tarde libre. Me gusta ver el jardín desde aquí. Los rosales se ven hermosos, parecen fuegos artificiales de colores. Pensé que estabas en el embarcadero.

—También allá todo marcha bien. Amor mío, tengo una sorpresa para ti.

Oliver depositó un delicado besó en la mejilla de Fátima y luego vendó sus ojos.

—¿Una sorpresa?. Sabes que las sorpresas nunca son amigables conmigo.

Él terminó de anudar el pañuelo de seda.

—Te garantizo que esta sorpresa será especialmente afectuosa contigo. —Respondió al tiempo que la levantaba en sus brazos.

Oliver la cargó fuera de la habitación. Ella percibió que bajaban la escalera y cruzaron el salón. Supo que habían salido de la casa, era notorio el cambio de aroma en el aire, el perfume de las rosas se apoderaba de cada partícula de oxígeno transformándolo en el preludio de un fragante hechizo.

Ella escuchó como el vestido rosaba los rosales del jardín, y en un par de ocasiones las espinas se asieron a la falda obligando a Oliver a detenerse para desenganchar el encaje. Varios metros más adelante, él se detuvo y la depositó de pie sobre el piso y luego retiró el pañuelo que le cubría los ojos.

En la parte superior, justo en el centro de la cúpula del pabellón pendía un candelero con por lo menos cincuenta velas encendidas, en el interior de la estructura descansaba una pequeña mesa redonda preparada con dos servicios y un candelabro con cuatro velas.

Ella no supo que decirle, aquella escena la había dejado pasmada.

—Te dije que sería una sorpresa afectuosa. —Él prosiguió— Hoy es un día importante, tenemos que celebrarlo de manera especial. —Fátima no entendió a qué se refería. Su confusión fue notaría, e intentó buscar en su memoria algún rastro que le indicara el festejo al que correspondía este día, sin embargo no consiguió encontrar nada. El cumpleaños de Oliver era a finales de Agosto, aún faltaban varias semanas. Su cumpleaños había sido hace dos meses, demasiado tarde para volver a celebrarlo; y para su aniversario de boda faltaban muchos, muchos meses más. Él notó su desconcierto— Fátima, hoy hace tres años me encontré contigo afuera del consultorio del doctor en Jamaica. —Ella casi se desmaya. Nunca imaginó que él tendría presentes todas esas fechas. Entonces entendió por qué ciertos días, él le entregaba una rosa y solamente mencionaba que era para celebrar. Él recordaba con precisión cada una de las fechas que habían marcado su historia juntos— El primer año no pude festejarlo contigo, tú te encontrabas en Maracaibo y yo a bordo del Cerulean.

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