Azul

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—Vi lo que ocurrió. —Me dijo mientras se me acercaba. Sujetó mi mano y retiró los vendajes— Cuando Pablo vino a recogernos, yo le dije que había decidido quedarme aquí. Desde la ventana de la alcoba de Fátima noté que Alfonso venía contigo y también vi cuando Fátima regresó. —Ella retiró los vendajes ensangrentados y revisó las heridas en mis manos— Santiago esto se ve muy mal. Voy por vendas nuevas y agua para hacer las curaciones.

Ella salió del salón y yo me recosté en el respaldo del escabel.

Cerré los ojos unos segundos, extrañamente me sentí aliviado, Fátima estaba a salvo y Alfonso ya no atormentaría a nadie más. Y por primera vez en muchos años pude respirar profundamente y paladeé la dulzura del oxígeno que llenaba mis pulmones. Escuché el canto del oleaje en la distancia y percibí el aroma de humedad que antecede a una próxima tormenta.

El silencio se derramó sobre la casa, y fue tan placentero que me sentí adormecido. Regresó Índigo cargando vendas, agua, alcohol y todos los implementos para realizar las curaciones en mis manos. Ella se hincó frente a mí.

—Tengo que mandar llamar al Coronel Salvatierra, debo notificarle sobre la muerte de Alfonso. Por favor, pídele a Pablo que venga.

El ardor que me produjo el contacto del agua en las heridas abiertas en mis manos, me arrancó un gemido.

—Iré a llamarlo.

Índigo se puso de pie y salió del salón. Un par de minutos después regresó acompañada de Pablo.

—Aquí estoy, don Santiago.

Una mueca de angustia se había aferrado al rostro de mi chofer, supuse que él temía que yo lo reprendiera por no seguir mis instrucciones.

—Pablo, regresa a la prisión. Dile al coronel Salvatierra que te he enviado a denunciar la muerte del duque de León en un enfrentamiento en mi casa y que le ruego que venga inmediatamente. —Otro lamento se incrustó en medio de mi discurso, Índigo había terminado de limpiar las heridas y empezaba a vendar mi mano derecha— Date prisa Pablo.

—Como usted diga, don Santiago.

Pablo salió del cuarto, mientras Índigo terminaba de asegurar el vendaje de mi mano izquierda, luego ella se levantó y se colocó de pie a mi lado, y con su mano acariciaba mi pelo.

—Estoy segura de que Fátima te estará siempre agradecida por librarla de Alfonso.

—Esta era una venganza que se había incubado durante muchos años y fue por Ella que finalmente tuve el coraje para consumarla. Ella...

No concluí mi frase, un fuerte golpe que provenía de fuera del salón nos sorprendió. Vimos a Pablo empuñando su espada e intentando repeler el ataque de varios hombres. En segundos uno de ellos clavo la punta de su espada en el hombro derecho de Pablo, y luego lo empujó derribándolo.

Un parpadeo más tarde la casa estaba invadida por cientos de hombres armados y Oliver apareció en el umbral de la puerta del salón donde nos encontrábamos Índigo y yo.

—Te traje un florero. Imagino que deseas conservar la rosa, ¿cierto?.

Las palabras de Índigo lo regresaron al interior del despacho. Ella colocó un delgado florero de cristal que se había librado del ataque y tomó la flor que aún él sostenía entre los dedos y la colocó en el florero. Luego levantó una de las sillas que no estaba quebrada, la colocó frente a él y ella se sentó. Sujetó la mano derecha de Santiago y comenzó a retirar el vendaje que una vez más estaba empapado de sangre. Un relámpago se desprendió del cielo iluminando la ventana del despacho.

—Otra tormenta más, fuera de temporada.

Dijo él mientras intentaba retener entre los dientes los lamentos que las punzadas en sus costillas y las heridas de las manos le producían.

—¿Crees que esa tormenta embosque a los barcos?.

—No. Ya están muy lejos para que los alcance. Además, Oliver y su tripulación son marinos expertos, supongo que anteriormente habrán sorteado tormentas, y si esta los alcanza, confío en que saldrán de ella sin problemas.

Continuos golpes en la puerta principal, desviaron los temores que Índigo y Santiago construían en el interior del despacho.

Y él deseó...

Sinceramente deseó que ellos llegaran a salvo a su hogar. Ella merecía ser feliz.

—Ve, posiblemente sea el doctor. Llévalo con Pablo, ya que lo haya atendido a él, traerlo para que me revise.

—Como tú digas Santiago.

Índigo salió del despacho y se dirigió a la puerta principal. Santiago escuchó que Índigo saludaba al médico y luego le indicaba el camino hacia el dormitorio donde se encontraba Pablo.

Santiago sujetó nuevamente la rosa entre los dedos, la contempló durante algunos segundos y la regresó al interior del libro, donde Fátima la había dejado.

Era tiempo de sepultar los recuerdos.

Él se recargó en el respaldo del sillón y cerró los ojos, se sentía adormilado. Cansado.

Se sumergió en un mar de silencio que se mecía al ritmo del viento y en el fondo de aquel mudo océano percibió el latido de su propio corazón.

Y recordó que conservaba ese corazón que Ella le había devuelto.

Respiró profundamente.

El dolor estaba ahí, punzante, profundo pero... Aún lo sentía.

Estaba vivo.

Y era libre.

—¡Papá!. ¡Papá!.

Gritaban un par de niños de no más de cuatro años, uno con pelo negrísimo y ojos extremadamente verdes y otro con pelo castaño y ojos color avellana, mientras corrían atravesando el salón rumbo al despacho de Oliver.

El hombre, soltó la pluma con la que hacía anotaciones en un libro de cuentas y se levantó del sillón, esperando pacientemente a que aparecieran en la puerta sus pequeños hijos Julien y Diego.

Sin detenerse y tomando más vuelo aún, Diego saltó y abrió los brazos en el aire, Oliver lo atrapó y le plantó un beso en la frente. Julien se abrazó a sus piernas inmovilizando a aquel hombre poderoso. Eran sus hijos. Y cada vez que ellos lo llamaban “papá” el corazón de Oliver se inflamaba hasta casi reventarle de orgullo en el pecho.

—¿Qué ocurre caballeros?. ¿Por qué el asalto? —Se sentó con los niños sobre su regazo, en el sillón detrás del escritorio.

—Mamá dijo que si no vas en este momento, vendrá por ti y te las verás con ella. —Julien, el mayor de los gemelos, abrió sus enormes ojos verdes y su boquita formó una diminuta dona apretada— Por eso venimos por ti, para protegerte y llevarte con mamá antes de ella venga por ti. —Le dijo marcando en su voz una suficiencia que hizo que la ternura se le desbordara a Oliver. Diego solo lo miraba con los ojos muy abiertos y el pulgar en la boca y meneando la cabeza afirmativamente.

—Entonces será mejor que nos pongamos en marcha. ¿Dónde está ella?.

—En el comedor, con Ayden.

—Bien, vayamos al comedor.

Oliver se levantó con los niños en brazos y caminó sin detenerse mientras besaba las cabezas de los pequeños y los estrechaba cariñosamente entre sus brazos.

Cuántas cosas habían cambiado desde que volvieron a Viridian. Oliver regresó a sus recuerdos de la última visita a Londres hacía ya cuatro años atrás. El abogado de la familia había escrito demandando su inmediata presencia, argumentaba que según el testamento de su padre, a él se le concedía la custodia de su hermana. Debía ir por ella de inmediato.

Fátima no le dificultó las cosas, ella misma lo obligó a embarcarse en el Cerulean y viajar sin demora a Inglaterra, y desde luego ella lo acompañó. Durante el viaje, ella le dio la extraordinaria noticia de que él iba a ser padre.

El finado conde de Ardley había dejado todo planeado para cuando se presentara la posibilidad de que la niña quedara huérfana, él estaba consciente de la fragilidad de su joven esposa. Y sin siquiera consultárselo, dejó a Oliver en custodia de la niña. Un castigo más, así lo pensó Oliver en aquel momento cuando la nodriza pusiera en sus brazos a una niña llorosa de tan solo dos años.

Fátima se hizo cargo inmediatamente de la pequeña y desde entonces la niña parecía haberse adaptado sin ningún problema a su nueva familia.

Para Fátima ni siquiera estuvo a discusión tomar bajo su cuidado a Ayden, veía en esa pequeña la repetición de su misma historia, pero sin duda se encargaría que tuviera un desarrollo diferente al que ella había vivido hasta antes de encontrarse con Oliver.

Oliver había contratado administradores en Inglaterra para que estuvieran pendientes de las fincas y había dejado todos los asuntos financieros en manos de los agentes y banqueros de su difunto padre, después de haber verificado el estado de cada una de las propiedades.

Con Diego en brazos y Julien tomado de la mano, se encaminó al comedor. En el interior había una gran mesa dispuesta para la cena.

Fátima se encargaba de adiestrar a Ayden en el uso adecuado de los cubiertos, cuando los gritos de Julien y Diego anunciando la llegada de su padre hicieron a las dos mujeres centrar su atención en la enorme figura masculina de pie en la puerta. Ayden se levantó de un salto y corrió a recibirlo.

Oliver dejó a Diego en el piso y soltó la mano de Julien, y los pequeños casi volaron hacia donde se encontraba su madre, para contarle como habían logrado traer a su padre antes de que ella fuera por él.

Oliver contempló a su familia durante un breve instante, sintiéndose satisfecho de lo que hasta ahora le había deparado el destino.

—Oly.

La voz infantil lo plantó en la puerta del comedor. Ayden sujetaba uno de los dedos de Oliver en su manita y con el rostro echado hacía atrás lo miraba con un gesto de molestia en su carita. Ella tenía los ojos azules y el pelo rubio de su madre y no guardaba parecido con el difunto conde. Tal vez solo en la testarudez de su carácter.

—¿Y esa cara?. ¿Estás molesta Ayden?.

Él flexionó una de sus piernas hasta colocarla en tierra y apoyó sus brazos sobre el muslo y con su dedo tocó el centro de la péqueña frente en donde se unían las cejas de su hermana.

—¿Por qué Diego y Julien te dicen papá y yo debo llamarte Oliver?.

Oliver respiró profundamente y sonrió. Nunca antes se había enfrentado a tantas preguntas difíciles como desde que Ayden, Julien y Diego habían aprendido a hablar. Y ésta sería, particularmente, una de esas preguntas que por más intentos que hiciera, no iba a ser capaz de responder con precisión. Exhaló intentando ganar un poco más de tiempo para encontrar las palabras correctas. La niña puso los brazos en jarras y golpeó el piso con la punta de su zapato mostrándole que esperaba su respuesta. Él se rindió y rogó a Dios que le enviara las frases necesarias para salir de ese bonito problema.

—Bueno Ayden, tú no puedes llamarme papá, porque soy tu hermano. Tu padre fue también el mío. Y yo soy el padre de Diego y Julien.

¡Demonios!, ni siquiera él había entendido el enredo. Ella tenía tan solo seis años y él tenía treinta y seis, bien podía ser su padre. Elevó un agradecimiento ácido a su difunto progenitor que lo había colocado en semejante embrollo.

—Oly, pero tú eres viejo. —¡Por Dios!. ¡Esta niña no le estaba poniendo las cosas fáciles!— Papá entonces es más viejo que tú, ¿cómo es eso?.

—Si mi amor. Nuestro padre tenía muchos más años que yo, cuando tú llegaste a este mundo. Desafortunadamente él estaba enfermo y murió poco después de que tú nacieras.

—¿Y mi mamá?. Julien y Diego, tienen una mamá. ¿Y yo?.

—Si, tú tuviste una mamá. Pero ella lamentablemente falleció cuando tú naciste.

—Entonces, ¿tú eres mi papá ahora, pero como yo ya tenía un papá que era tú papá, por eso no puedo llamarte así, porque tú ya eres papá de Julien y Diego y ya estas ocupando ese puesto?.

¡Señor ten piedad!.

Oliver entornó los ojos, intentó decir algo en varias ocasiones, pero solamente logró abrir y cerrar la boca sin lograr pronuncia nada.

Si alguien le hubiera dicho que los niños hacían preguntas tan complicadas a las que muy difícilmente se les podría dar respuesta, seguro habría tomado sus precauciones. Ellos eran capaces de volver loco a cualquier hombre si lo sometían a un interrogatorio.

—Ayden, solo llámame Oliver. Hermano. Oly.

—Le dijo casi suplicante.

—Si tú quieres.

—Si Ayden, así lo quiero. Ven, vamos a sentarnos, o Fátima va a armar un alboroto porque aún no estamos en nuestros lugares.

Él sujetó la mano de su pequeña hermana y se aprestó a llegar a la mesa en donde estaba Fátima y sus dos hijos.

Fátima contempló a Oliver caminar con la niña de la mano. Esa fue una imagen que la conmovió. A pesar de todo lo que él había sufrido por el rechazo de su padre, y que ese hombre murió sin reconciliarse con su hijo, Oliver había aceptado el título y la custodia de su hermana, sin presentar resistencia. Él no iba a cometer el mismo error que su padre y no castigaría a un ser inocente por causa de una rabieta del pasado, de la que él mismo había sido una víctima.

Fátima se sintió rebosante de orgullo al observar como Oliver avanzaba hacia ella, con paso firme y pausado, disminuyendo su zancada para que la niña caminara junto a él sin problemas.

Las plantaciones de arroz y añil en Charles Towne, hoy mejor conocido como Charleston en Carolina del Sur, iniciaron alrededor del año de 1700. Los colonos descubrieron que el arroz importado de Asia crecía bien en los valles internos y pantanos de la parte baja de aquel lugar. A través de los años de 1700 la economía de Carolina del Sur estaba basada sorprendentemente en el cultivo del arroz y la colonia prosperó y se expandió. La agricultura del arroz ha sido llamada como “la mejor oportunidad para las ganancias industriales que la America del siglo XVIII ha concedido”. Carolina del Sur llegó a ser una de las más ricas colonias de América del Norte; y Charles Towne, fue capital y puerto principal, una de las ciudades más acaudaladas y más de moda en la America de aquel tiempo. Más tarde, debido al extraordinario éxito en Carolina del Sur, los sistemas de plantaciones de arroz fueron extendiéndose dentro de la costa de Georgia, donde también prosperaron.

Por otro lado, la caña de azúcar es originaria de Nueva Guinea, de donde se distribuyó a toda Asia. Los árabes la trasladaron a Siria, Palestina, Arabia y Egipto, de donde se extendió por África. Colón la llevó a las islas del Caribe y de ahí pasó a la América tropical. A México llegó con la conquista en el año de 1522, instalándose las primeras industrias azucareras en las partes cálidas del país como parte de la colonización y la primera plantación se estableció en el estado de Veracruz.

En cuanto al café, en el marco histórico, el café es una aportación cultural de Europa al nuevo mundo. Desde que las tierras fértiles de América Latina recibieron el grano alrededor del año de 1723, su producción se convirtió en una codiciada mercancía capaz de generar grandes capitales en un tiempo relativamente corto. La fiebre ocasionada por su producción afectó a criollos, mestizos e inversionistas extranjeros quienes lo bautizaron como

grano de oro.

Yo he adelantado las fechas de estos acontecimientos para adaptarlas al desarrollo de mi historia y para proporcionar a mis personajes una posición privilegiada como pioneros y comerciantes.

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compuesta por Jens Nipper,

inspirada en mi novela AZUL,

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Beatriz Fuentes — Oficial

Azul de Beatriz Fuentes

1 Cualquiera de las banderas izadas en los navíos piratas, que regularmente mostraban dos huesos cruzados y una calavera.

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