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Capítulo 5

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Capítulo 5

De acuerdo con las estrictas órdenes de Shalune, a Índigo se la dejó descansar durante tres noches y los dos días que mediaban entre éstas. Al parecer, la fiebre había regresado, aunque con menos fuerza, y Shalune estaba claramente convencida de que su paciente no debiera haberse visto expuesta a los rigores de la ceremonia de la cima del farallón justo nada más llegar. Ella y Uluye sostuvieron una nueva discusión al respecto. En opinión de Grimya, que presenció la escena, la discusión pareció terminar en una especie de punto muerto, pero Shalune se salió con la suya e Índigo pudo recuperarse con tranquilidad.

Entretanto, Grimya y Shalune habían alcanzado un acuerdo tácito y no desprovisto de cierta reserva, basado si no en la confianza al menos en el respeto mutuo. Al ver aparecer a la mujer con la muñeca vendada la mañana siguiente a la ceremonia, Grimya se sintió totalmente avergonzada por su comportamiento, pero Shalune no le guardaba rencor y lo cierto es que parecía admirar la inquebrantable lealtad de la loba que la había impulsado a atacar ruando creía que Índigo podía estar en peligro. La sacerdotisa llevó a la loba un platillo especial de carne sin especias que Grimya sospechó que era una oferta de paz, y desde este momento se estableció entre ambas una relación regida por la cautela.

La verdad era que, con gran sorpresa por su parte, Grimya descubrió que ocupaba un lugar de honor en la ciudadela. Incluso Uluye, aunque reacia a abandonar su aire de rígida autoridad, la trataba con cortesía, y la actitud de algunas de las mujeres de los escalafones inferiores bordeaba casi en la veneración. Grimya tenía total libertad para vagar a su antojo por el poblado, y allá a donde iba encontraba gente que le daba la bienvenida, le llevaba pequeñas ofrendas de comida o cuencos de agua, e incluso le acariciaban el pelaje con suavidad como si creyeran que la loba les traería buena suerte. Grimya no tardó en comprender que, en su calidad de compañera de Índigo, se la consideraba casi como un avatar de la misma Índigo, y hasta que la joven se recuperara de su recaída y pudiera estar entre ellas otra vez, Grimya sería su apoderada a los ojos de las mujeres.

En otras circunstancias, Grimya habría disfrutado enormemente con las atenciones que se le brindaban, pero negros e inquietantes pensamientos le negaban tal placer. A juzgar por el comportamiento de las mujeres, y por las ofrendas que se amontonaban cada día a la entrada de la cueva, estaba claro que las sacerdotisas veneraban profundamente a Índigo, hasta tal punto que su posición en la ciudadela parecía encontrarse a sólo un paso de la de una diosa.

Sin embargo, bajo la superficie, existía un mar de fondo que la loba percibía pero no podía precisar, como un rastro en medio de un viento cambiante. No podía olvidar lo sucedido en el punto culminante de la ceremonia de la cima del farallón, y tampoco podía olvidar la expresión embelesada y ávida de los rostros de las sacerdotisas —y en particular del rostro de Uluye— al producirse aquel extraño acontecimiento. Aunque la información había permanecido sumergida durante los últimos días a causa de sucesos más inmediatos, la loba no había olvidado que la piedra-imán las había conducido aquí en busca de un demonio. Pero ¿qué clase de demonio sería?

Preocupada por sus reflexiones, decidió utilizar su libertad para moverse por el poblado. Con la ayuda de sus poderes telepáticos, que en ocasiones le permitían leer en mentes desprevenidas la esencia de intenciones ocultas, se dedicó en primer lugar a aprender más cosas sobre la lengua de la Isla Tenebrosa. Seguía a grupos de mujeres cuando se reunían para lavar la ropa en el lago y escuchaba sus conversaciones con atención, memorizando tantas palabras desconocidas como le era posible. Jugaba con las criaturas, cuya constante repetición de sus juegos favoritos las convertía en maestras excelentes aunque involuntarias. Permanecía en la cueva superior mientras Shalune se ocupaba de Índigo y la alimentaba con un oloroso caldo, y escuchaba los ceremoniales cánticos curativos que la mujer murmuraba en tanto realizaba su tarea. Y, gracias a tanto escuchar, observar y memorizar, Grimya aprendió con rapidez muchas cosas sobre su nuevo entorno.

Enseguida averiguó que los habitantes de la ciudadela del farallón eran exclusivamente del sexo femenino. Los hombres —de cualquier edad— tenían prohibida la entrada en la ciudadela, y el tabú, al parecer, era estrictamente respetado por la población local. Al igual que la familia de comerciantes del kemb, las gentes de los pueblos y aldeas de los alrededores sentían un temor reverencial por las sacerdotisas. Éstas eran no sólo las guardianas e intérpretes indiscutibles de toda cuestión espiritual, sino también legisladoras, jueces, curanderas y consejeras. Con frecuencia se acercaban peticionarios a la ciudadela, y, a medida que la noticia de la presencia del nuevo oráculo se extendía, su número fue creciendo con rapidez.

En su primera mañana de estancia allí, Grimya vio llegar a la orilla del lago varios grupos e individuos solos, incluida una procesión de unas ocho o nueve personas de aspecto inquieto que tiraban de una carretilla cargada de provisiones. El convoy se detuvo junto a un árbol cuyas ramas más bajas estaban adornadas con pañuelos y fetiches de madera, y aguardaron allí hasta que dos sacerdotisas ataviadas con sendas túnicas descendieron del farallón con aire arrogante para ir a su encuentro. Inspeccionaron el contenido de la carretilla, que, al parecer, encontraron aceptable; otras dos mujeres descendieron de la ciudadela para llevarse las ofrendas, y los visitantes se sentaron a la orilla del lago para parlamentar con las sacerdotisas. La conversación se prolongó durante algo más de una hora; luego la carretilla, ahora vacía, les fue devuelta y los aldeanos se marcharon con las bendiciones de las sacerdotisas y una bolsa de hierbas medicinales. A su regreso a la ciudadela, las dos mujeres pasaron junto a la roca plana situada en el círculo de arena en la que estaba sentada Grimya; dedicaron a la loba una sonrisa unida a un gesto de saludo y siguieron adelante. Y, al escuchar su conversación mientras se alejaban, Grimya percibió por vez primera el nombre de «Dama Ancestral».

El nombre la obsesionó. Quién o qué era la Dama Ancestral no lo sabía, pero sospechaba que existía una conexión con cualquier poder o deidad que adoraran estas mujeres. Escuchó el nombre varias veces más durante la mañana y su incapacidad para comprender su significado la llenó de frustración. Existía una conexión entre la Dama Ancestral e Índigo, estaba segura. Pero ¿cuál era?

No tardó mucho en averiguar más cosas. A medida que aumentaba su comprensión de la lengua de los habitantes de la Isla Tenebrosa, fue descubriendo que el culto de las sacerdotisas tenía que ver por encima de todo con la muerte. La muerte era una presencia poderosa y constante en este clima infestado de fiebres y enfermedades, y las fronteras entre los mundos de los vivos y de los muertos eran estrechas y a menudo no muy definidas. La entrada principal al reino de los muertos era, según creencia popular, el mismo lago…, y bajo las aguas del lago se encontraban los dominios de la Dama Ancestral.

Si la Dama Ancestral era una diosa, decidió Grimya, desde luego mediaba un gran abismo entre ella y la poderosa Madre Tierra adorada en otras partes del mundo. La Dama Ancestral era la indiscutible Señora de los Muertos, que recompensaba o castigaba las almas de los difuntos que penetraban en su mundo subterráneo y se convertían, voluntariamente o no, en sus súbditos. Y parecía como si sus súbditos, incluso después de muertos, no estuvieran muy dispuestos a renunciar al mundo que dejaban atrás.

La primera vez que presenció la ceremonia vespertina, Grimya no comprendió de inmediato su significado. Empezaba a ponerse el sol, y un grupo de mujeres abandonó ciudadela para dar vueltas alrededor de la orilla del lago. Llevaban antorchas encendidas y largos bastones con los que golpeaban el suelo con violencia, y, mientras andaban, lanzaban gritos salvajes y alaridos espeluznantes que se mezclaban con el golpear de los tambores en los niveles inferiores de la ciudadela. La loba, sentada en lo que se había convertido en su roca favorita cerca de la orilla, lugar en el que el aire soplaba algo más fresco, contempló la escena fascinada, hasta que su agudo oído captó el sonido de unas suaves pisadas a su espalda. Volvió la cabeza y vio a Shalune que se acercaba.

—Te asombran nuestros rituales, ¿verdad, Grimya?

La mujer le dedicó una sonrisa para volverse luego a contemplar la procesión, que en estos momentos había llegado ya al otro extremo del lago. Evidentemente no esperaba una respuesta de la loba, sino que se limitaba a charlar como lo haría con cualquier animal, y, aunque Grimya deseaba poder contestarle, no se atrevió a revelar que podía hablar, ni aun siquiera que podía comprender lo que le decían.

—Tenemos que rodear el lago cada noche —continuó Shalune—. De lo contrario, los muertos podrían ascender desde el reino de la Dama Ancestral situado bajo el lago para perseguirnos.

Las orejas de Grimya se irguieron hacia el frente y el animal contempló a la mujer con asombro. ¿Qué clase de deidad era capaz de enviar esclavos muertos a atormentar a sus propios seguidores? Lanzó un gemido lastimero, y Shalune se echó a reír.

—No hay nada que temer. Los gritos, y los bastones y tambores, mantendrán apartados a espíritus y zombis. No vendrán a atormentarnos. Además —añadió con una pizca de orgullo—, cuando la Dama Ancestral nos habló anoche, prometió que no habría plagas esta temporada, como recompensa por haber seguido las señales que nos envió y haber encontrado a su nuevo oráculo. Está satisfecha de nosotras.

Acarició levemente el pelaje de la loba, casi como si se tratara de una piedra de toque, y se alejó, mientras la loba contemplaba su marcha consternada al darse cuenta de que sus sospechas de la noche anterior se habían visto confirmadas. La llegada de Shalune y sus acompañantes al kemb de la familia comerciante no se había debido a una coincidencia. Algún poder, alguna profecía, las había conducido hasta Índigo; y eso, añadido al categórico mensaje la piedra-imán, trocó las primitivas sospechas de Grimya en certeza. El siguiente demonio se encontraba aquí; ahora ya no le cabía duda. Y creía conocer la forma que había adoptado.

El sol se había ocultado tras los árboles, y los rojos reflejos empezaban a desaparecer de la superficie del lago a medida que ésta se oscurecía para adoptar el tono gris del estaño. La ceremonia tocaba a su fin; los tambores callaron al tiempo que cesaban los gritos de las sacerdotisas y la procesión, ya de regreso, se encaminó hacia el zigurat; Grimya las vio pasar y se estremeció. «Índigo —pensó— ¡tienes que recuperarte y deprisa! Hay tantas cosas que tengo que contarte… y no creo que sea sensato esperar mucho más».

La mañana del tercer día de su estancia en la ciudadela, Shalune declaró por fin a su paciente en perfectas condiciones; lo que significó un gran alivio para Grimya, pues la curandera había mantenido a la muchacha bajo los efectos de sedantes y por lo tanto inalcanzable durante todo el tiempo que duró la recaída, y ésta era la primera vez desde la ceremonia de la cima del farallón en que la loba podía hablar con ella.

Grimya se sintió consternada al descubrir que Índigo apenas si recordaba nada de lo acaecido durante la ceremonia. En un principio se preguntó si no sería algún efecto secundario de las drogas administradas por Shalune lo que enturbiaba la memoria de su amiga, pero Índigo se mostraba demasiado lúcida para que tal teoría fuera posible. Sencillamente, no recordaba y, cuando escuchó el relato de la loba, se sintió profundamente preocupada.

—¿Dices que cambié? —Se encontraban a solas en la cueva mientras Shalune se ocupaba de otros asuntos, pero Índigo sospechaba que no disfrutarían de aquella intimidad mucho tiempo.

—No en lo rrreferente a tu as… pecto —respondió Grimya—. Pero percibí a alguien… o algo… diferente allí donde debiera haber estado tu mente. Y no me gussstó. Luego, cuando em… pezaste a hablar, supe que quien hablaba tampoco eras tú.

—¿Qué dije?

—No lo sé. No comprrrendí las palabras. Pero las mujeres se excitaron mucho, y hubo a… alegría. —¿Qué era lo que Shalune había dicho mientras contemplaban la ceremonia del lago la tarde siguiente? «La Dama Ancestral está satisfecha de nosotras…». Grimya vaciló y luego continuó—: Índigo, ¿has consultado la piedra-imán desde que despertaste? Porque temo que… —Se interrumpió al ver la expresión de su amiga, e Índigo asintió con seriedad.

—Sí, Grimya, la he estudiado, y confirma lo que ambas sospechábamos. El demonio está aquí en la ciudadela. Y tú crees que lo hemos encontrado, ¿no es así?

—Sssí —gruñó la loba en voz baja—. Creo que toma la forma de esta crrriatura que ellas llaman la Dama Ancestral. —Descubrió los dientes en un gesto de desasosiego—. También creo que fue ella la que penetrrró en tu mente cuando estabas sssentada en el trrrono de piedrrra. Olí a muerte, como a carne po… drrrida, y ella tiene mucho que ver con la muerte.

La idea de que un ser de esta naturaleza hubiera podido hacerse con el control de su mente, por breve que hubiera sido esta posesión, hizo estremecer a Índigo.

—Por la Madre, esto es una especie de locura —musito con apasionamiento—. ¡Yo no soy un oráculo!

—Las mujeres que viven aquí creen que sí. —Grimya titubeó un instante, para luego añadir—: Parece como si la Dama Ancestral también lo pensara.

De improviso, de forma espontánea, una imagen de unos ojos oscuros orlados de plata centelleó por un brevísimo instante en la mente de Índigo. La joven se sobresaltó, y Grimya levantó la cabeza con brusquedad al captar la momentánea perturbación en su cerebro.

—¿Índigo? ¿Qué sssucede?

—No lo sé. —La imagen había desaparecido, e Índigo meneó la cabeza—. Por un instante tuve la impresión que alguna imagen de lo ocurrido anoche volvía a mí, debo de haberme equivocado. —Sus ojos se desviaron en dirección a la entrada de la cueva—. Ojalá pudiera hablar con Uluye. Si tan sólo pudiera hablar su idioma, podría hacerle comprender que no soy lo que piensa que soy.

Grimya pensó en las sacerdotisas de las lanzas que con sutileza pero también con energía habían reforzado la voluntad de Uluye durante la ceremonia.

—No estoy sssegura de que fuera prrru… dente —dijo—. Uluye posee un grrran poder aquí…, poder terrenal, quiero decir; no conozco ninguna otrrra clase. Sssi dices que no quieres ser su oráculo, no le gusss… tará. Puede ser una enemiga peligrrrosssa. Sería más prrrudente hacer lo que quiere, al menos por ahora. Además —añadió—, pueden existir otrrras razones para no decir nada. Sssi esta Dama Ancestral es el demonio, ¿en qué convierte esto a Uluye?

—No lo había pensado —respondió Índigo, mirándola con desazón—. ¡No se me había ocurrido siquiera!

—No digo que Uluye sea perversa. Sólo digo que no lo sa… sabemosss.

—Y, hasta que lo sepamos, seríamos muy estúpidas al arriesgarnos a decirle cualquier cosa parecida a la verdad. Además, incluso aunque Uluye no esté directamente conectada con el demonio, dudo que consiguiéramos nada razonando con ella.

Índigo paseó la mirada por la bien equipada cueva, por el montón cada vez mayor de regalos y ofrendas traídos por los habitantes de la ciudadela durante los dos últimos días.

—Estas mujeres pueden festejarnos y concedernos todos los lujos, pero eso no cambia el duro hecho de que somos prisioneras aquí; y esto significa prisioneras de Uluye. Las sacerdotisas pueden venerar a su supuesto oráculo, pero tanto si son conscientes de ello como si no, su lealtad está ante todo con Uluye. El oráculo habla, pero Uluye interpreta y actúa, y, en su calidad de portavoz del oráculo, tiene poder absoluto sobre todo el mundo. —Sonrió torvamente y sin la menor alegría—. En el momento en que me proclamó nuevo oráculo, me convertí en la piedra angular de ese poder. No permitirá que ninguna disensión por mi parte comprometa su posición, y tiene guerreras suficientes a su servicio para asegurarse de que yo no disiento. De modo que, por lo que parece, no tengo más lección que someterme a su voluntad.

—Puede que no resulte tan mala idea después de todo, no crees? —repuso Grimya bajando la cabeza—. Si estamos en lo cierto con rrrespecto al demonio, entonces, como oráculo, al menos has encontrrrado una forma de llegar cerca de él.

—Cierto; pero en muchos aspectos eso me preocupa más que cualquier otra cosa. ¿Recuerdas la maldición de los Bray y lo que pasó con ella? No me gustaría exponerme abiertamente a un poder como aquél una segunda vez. —Frunció el entrecejo—. No creo que pudiera resistir pasar por algo parecido otra vez.

—Lo siento —gimoteó Grimya en voz baja—. No era mi intención despertar recuerdos dolorosos.

—No, no; tienes razón en lo que dices. Es sólo que… —Suspiró—. No me malinterpretes, querida Grimya. Sé lo leal y fuerte que eres. Pero, incluso con tu amor y tu apoyo, todavía desearía poder contar con otra aliada aquí. Si hubiera alguien en la ciudadela en quien pudiera confiar para que me ayudara en lo que tengo que hacer, me sentiría menos vulnerable.

Grimya permaneció en silencio unos instantes. Luego dijo:

—Quizá deberías hablar con Sha… lune.

—¿Shalune? —Índigo la miró sorprendida.

—Sssí. No es mi intención prrre… cipitarme, pero…, desde que volviste a enfermar, creo que me ha empezado a gustar. Mi instinto también me dice que no todo está bien entre ella y Uluye. Crrr… creo que no están de acuerdo en muchas cosas y que Shalune preferiría ser la jefa aquí en lugar de Uluye. No conozco la palabra justa para ello; pero pienso que ella es… mejor persona.

Acompañando esta afirmación surgió una imagen mental que combinaba la racionalidad, el sentido común y una voluntad de razonar sin dogmatismos. Índigo, que pensaba que escoger entre las dos sacerdotisas era cuestión decidir entre el menor de dos males, se sintió a la vez sorprendida e intrigada. Había supuesto que Shalune ocupaba el segundo puesto detrás de Uluye en la jerarquía religiosa; si, tal y como daba a entender Grimya, Shalune estaba descontenta con la jefatura de Uluye, entonces quizás era posible que la mujer resultara ser la aliada que necesitaban. Índigo no deseaba verse involucrada en una lucha por el poder entre las dos mujeres, pues ello podía acarrear demasiadas complicaciones, quizás incluso demasiados riesgos. Pero si podía ganarse la confianza de Shalune al tiempo que se mantenía aparte de cualquier disputa que pudiera estarse cociendo entre la mujer y su superiora, evitaría al menos el peor de los riesgos.

—Yo no diría que debas con… fiar en ella —dijo Grimya—. No de momento. Pero creo que podrrría estar dispuesta a ser nuestra amiga, y mi instinto me dice que eso sería un buen comienzo.

—Tu instinto raras veces se equivoca, Grimya, y me inclino a confiar en él. Shalune es la aliada más improbable que se pueda imaginar, pero intentaré ganarme su amistad. —Índigo volvió a dirigir la mirada hacia la entrada de la cueva—. Puede que sólo sea un pequeño paso, pero si la Dama Ancestral es el demonio que buscamos, podría ser un paso de vital importancia.

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