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Capítulo 1

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Grimya se aplacó, consciente de que la mujer no hacía más que lo que consideraba mejor para Índigo y no deseaba que se molestara a la muchacha. Con la cabeza y la cola gachas, la loba permitió que la sacaran de la habitación y se tumbó desconsolada en el pasillo, los ojos filos en la cortina que había vuelto a cubrir la entrada, impidiendo ver el interior del cuarto. Si tan sólo pudiera hacerles comprender que únicamente deseaba sentarse junto al lecho de Índigo, que no era ningún perro tonto y sabía muy bien que no debía saltar sobre la cama y empezar a repartir lametones y proferir gañidos y molestar… Todo lo que ella quería, lo que necesitaba, era saber cómo se encontraba su amiga y si la fiebre la había abandonado.

Se escucharon unos ruidos al otro lado de la cortina, y, ante la sorpresa de

Grimya, la muchacha salió de la habitación a los pocos segundos. Deteniéndose en el umbral, la joven alisó las arrugas que la larga vela le había dejado en la falda, apretó las palmas de las manos contra la espalda como para aliviar el entumecimiento de los músculos, y luego se alejó pasillo abajo, chasqueando los dedos en dirección a la loba y lanzando un gorjeo alentador al pasar a su lado.

Grimya la siguió despacio, y en la habitación almacén la mujer empezó a encender más lámparas y a remover las cenizas de la estufa. Los dibujos proyectados por los haces de luz gris-plata se habían esfumado de la habitación al ponerse la luna, y en el exterior el bosque empezaba a despertar con la llegada del amanecer.

Grimya supuso que los otros habitantes del

kemb no tardarían en hacer su aparición; a lo mejor, una vez que la familia estuviera inmersa en los quehaceres del día, ella podría escabullirse e ir a ver a Índigo. Animada por ese pensamiento, la loba se acomodó de nuevo en su improvisada cama y se dedicó a observar las idas y venidas de la muchacha.

La luz empezó a filtrarse al interior del

kemb, obligando a las sombras a retroceder; pocos minutos después otros sonidos humanos empezaron a romper el silencio y, primero el hombre joven, luego la mujer más anciana, y más tarde las niñas penetraron en la habitación bostezando. Las dos mujeres sostuvieron algo parecido a una discusión en voz muy baja, con muchos refunfuños y suspiros por parte de la de más edad, pero

Grimya no tuvo la menor idea del tema de la conversación hasta que la anciana vertió algo que había estado removiendo sobre el fuego de la estufa en un cuenco de madera y las dos volvieron a salir por la puerta en dirección a las habitaciones interiores. Transcurrieron varios minutos, pero no regresaron, y de improviso una inquietante corazonada puso de punta los pelos de

Grimya.

El hombre y las niñas no la observaban, de modo que se incorporó y salió al pasillo sin que la vieran. Brillaba una luz por debajo de la cortina de la tercera habitación, y al acercarse escuchó unas inquietas voces ahogadas y percibió el fuerte olor de una cocción de hierbas.

La corazonada de

Grimya se transformó en pánico y, corriendo hasta la cortina, se abrió paso a través de ella. Las mujeres se volvieron, asustadas, y por un instante sus pensamientos y emociones quedaron retratados en sus rostros, confirmando lo que ella más temía: estaban poniendo en práctica todos sus conocimientos, pero hasta ahora sin resultado. Índigo no mostraba la menor señal de mejora… y las mujeres empezaban a desesperar.

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