Ava

Ava


Capítulo 33

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Capítulo 33

Mordaza

La tormenta pasó y quedó como un batiente recuerdo en la memoria de los viajantes. Solo debieron detenerse durante tres días para hacer las reparaciones en casi todos los rincones del barco. Tablas partidas, cuerdas rotas, velas rajadas, cascotes dañados, barricas reventadas, barandillas desvencijadas y escotillas arrancadas era el resultado de aquella vehemente demostración tormentosa. En la cocina, Ava y Haala se encargaban de distintos quehaceres en tanto compartían un grato momento de plática.

La hábil mujer de origen marroquí preparaba una deliciosa garbanza en las cacerolas que tenía a disposición, en tanto la joven de tez pálida retiraba un poco de avena de un viejo costal para llevarle a su querido caballo blancuzco. Araél se había asustado mucho con las brazadas de aquella vil borrasca. Ava fraccionó la avena en uno de los cuencos, lo asentó en la mesa, terminó de llenarlo y volvió a amarrar el saco.

—¿Y qué estás preparando, Haala?

 

—Una deliciosa garbanza, al señor Idrís le encanta esta comida… —dijo la mujer—. ¿Sabes hacerla?

—Nunca intenté —confesó avergonzada—. Pero dime, Haala, ¿cómo es?

—Pues… —hizo una pausa mientras buscaba uno de los cucharones de madera— Bismillah, tú conmigo serás una gran cocinera. ¡Wallah! Pues… La garbanza se prepara con garbanzos remojados durante una noche, semillas de sésamo molidas, jugo de limón, ajo, aceite de oliva y condimentos a elección, yo en este caso utilizo sal, comino molido y pimentón picante.

—¡Vale! Qué bueno, waja, waja, ¿y luego?

—Pues, primero, debes escurrir los garbanzos, cubrirlos con agua fría y cocerlos hasta que estén blandos. Después, Ava, se deben moler las semillas de sésamo y rehogarlas con el jugo de limón y el ajo picado —añadió revelando aquella receta—. En ese momento, agregamos el agua que reservamos de la cocción, luego, los garbanzos cocidos hasta que quede el hummus bien mezclado. Así, condimentamos con sal y pimienta y dejamos descansar durante algunas horas… ¡para, finalmente, servir! —exclamó con gracia—. Para servir, vertemos todo en un cuenco, hacemos un hueco en la superficie, rociamos un poco de aceite de oliva y esparcimos comino molido y pimentón picante. Ya para concluir, mi joven aprendiz —dijo codeándola—. Lo servimos con pan árabe.

—Shukran jazeelan… Algún día intentaré hacerlo. ¡Shukran! —agradeció cogiendo la cazuela de avena—. Ahora, si me disculpas, iré a alimentar a Araél, nos vemos pronto, Haala.

—Que la paz de Dios de acompañe. ¡Te quiero, Ava! Beslama…

Las terminaciones de su hermoso vestido de seda rozaban los bordes de la pared del pasillo a medida que avanzaba con lentitud por una de las escaleras que conducía a la bodega inferior, la joven suspiró, parpadeó y, con el cuenco de avena entre sus manos, siguió avanzando mientras atisbaba las maderas de aquel oscuro entorno hasta que llegó al compartimiento donde Araél estaba ubicado tras una reja.

La paja amarillenta se había desparramado en el suelo de lado a lado, Ava abrió la compuerta con delicadeza, ingresó, acarició a Araél en las orejas, palpó su hocico y, hablándole con suavidad le entregó aquella deliciosa avena. Se reflejaba la imagen de la dama en los abrillantados ojos oscuros del corcel. Escuchando como mascaba, ella cogió una de las escobillas y comenzó a cepillarle la panza y las patas traseras.

—Araél… Mi amado caballo, estamos juntos hace tanto tiempo. ¿Qué sería de mí si tú no existieras? —inquirió mientras cepillaba sus pelos blancos—. Sé que este viaje debe molestarte, pero pronto llegaremos a las costas de África, allí todo será distinto. Te lo prometo Araél —mencionó cuando un singular sonido llegó a sus oídos.

Tratando de ser precavida, dejó el cuenco de avena en el suelo para que el caballo siguiera comiendo, se despidió de él con una caricia en el hocico y, luego de cerrar la reja, caminó por el costado de una pared mientras oía con mayor agudeza aquellos singulares gemidos. Fue así, que la dama se aproximó al borde del compartimiento, cruzó algunos metros por el pasillo y se sorprendió al ver, detrás de un traslucido cortinaje, como en uno de los espacios colindantes, Abbas y Sofía se amaban. Los dos estaban desnudos y mientras él la sostenía contra la pared, ella se sujetaba e incluso, le acariciaba la espalda. Sin más, la dama dio media vuelta, y salió de allí con sigilo luchando por olvidar aquellos placenteros suspiros.

Las partes bajas del navío estaban más oscuras de lo común, así que se desplazaba como si de un laberinto se tratase, la joven volvió a subir escalón por escalón con cuidado, sin imaginar jamás que un estallido prorrumpiría en toda la embarcación.

Se inquietó y, subiendo con más ligereza, llegó a la bodega media donde se cruzó con algunos de los hombres que corrían a la parte superior. Cuando otro brusco golpe se escuchó pudo ver, como la pared se partía. Las maderas acababan de resquebrajarse y, entendiendo que algo malo estaba sucediendo, Ava subió a la superficie del barco y corrió junto a Idrís a la popa, quedó pasmada al advertir, a corta distancia, como un trasporte enemigo les declaraba batalla.

Fue cuestión de tiempo para que la acometida detonara en una fuerte cruzada. Idrís y Abbas (quien acababa de llegar) dirigían a los hombres para que retiraran sus espadas, cargaran los cañones y se prepararan para lo peor. Mientras tanto, en el otro frente, un capitán desconocido les indicaba a sus hombres que apuntaran los cañones, dieran fuego y comenzaran a lanzar ganzúas para el asalto final.

El casco de los dos barcos se iba rompiendo entonces, Ava que estaba al interior de uno de ellos, se despidió de Idrís con un abrazo, corrió a las partes bajas de la bodega y, presenciando como los marinos iban de lado a lado con las cargas entre manos, trató de avanzar cuando más explosivos impactaron sobre la estructura y algunos de ellos recibían el impacto. El escenario era terrible pero logró ponerse de pie, Ava distinguió a Leylak, ambas se tomaron de las manos y cuando iban a la cocina más cargas dieron sobre la pared resquebrajando cada uno de los tablones.

—¿¡Que está sucediendo, Ava!? —gritó la joven asustada. —Están atacando el barco —confesó con temor, viendo nuevamente la luz del día a través de un hoyo—. Y debo decirte que tengo mucho mucho miedo.

En ese peculiar instante, observaron como por delante aparecía la imagen de los cañones adversarios y las ganzúas. Pronto los marineros contrarios saltarían a su nave con sus espadas. Temiendo que eso pudiera indicarles el final, Ava retrocedió, llevando a su lado a Leylak, cruzaron por el camarote de los hombres, bajaron unas estrechas escalerillas y tras el estallido de una nueva carga, el suelo se desvencijó, un hueco se abrió en el casco y Leylak se deslizó hasta caer a las aguas.

Ava clamó con todas sus fuerzas, pero no podía hacer nada, se sujetó de un mueble, se puso de pie y se marchó pasmada por todo lo que estaba acaeciendo. A un costado distinguió como los enemigos subían a bordo con sus espadas, lidiaban con los hombres de Idrís que luchaban con resistencia. Uno de ellos atravesó el abdomen de Haala con una de las cuchillas. La cocinera acababa de ser asesinada por esos viles asaltantes, imaginando Ava que no habría escapatoria, no tardó en presenciar como de manera heroica, Abbas y sus seguidores descendían a la bodega y acababan con cada uno de ellos. Sin más, Ava fue al lado de su cuñado, le dio una abrazo totalmente desconcertada. Al ver en detalle el sangriento escenario empezó a temblar.

—No sabemos por qué, pero un capitán y sus tripulantes nos están atacando —dijo Abbas cogiéndola de los hombros—. Te diré la verdad, Ava, no creo que ganemos. Son demasiados.

—¿Y qué haremos? —le preguntó.

—Arrojarnos en las manos de Alá. Es lo único que podremos hacer. —El caballero le dio un beso en la frente y se despidió—. Iré arriba. Idrís está luchando contra ellos —terminó por acotar, indicándoles a sus hombres que debían regresar a la superficie.

Aún con temor y confusión, Ava no dudó en protegerse. Se inclinó, cogió con ambas manos una de las espadas que estaban en el suelo y, mirando a todos lados se preparó para dar combate a cualquiera que osara enfrentarla. Enseguida, los gritos de Sofía desde la bodega inferior, llegaron a sus oídos.

En escasos minutos, Ava llegó al lugar y descubrió como uno de los marineros enemigos sujetaba a su hermana del cabello. No le tembló el pulso y, llena de valentía le perforó el cuello a aquel hombre, se inclinó al lado de Sofía y la ayudó a ponerse de pie.

—Ven, hermana, debemos irnos.

—¿Están atacando el barco, verdad? —preguntó la joven. —Sí —respondió con amargura—. Esto es terrible, pero aún no sabemos qué sucederá.

Ambas señoritas estaban desbordadas por la situación y, procurando mantenerse allí, lejos de los ataques, aguardaron un par de segundos hasta que más cargas dieron sobre el navío, incluso varias barricas de aceite explotaron. El fuego avanzó sobre el aceite que ahora se derramaba entre las vigas y, sintiendo el calor de aquellas llamaradas en derredor, Ava y Sofía no tuvieron más oportunidad que subir al piso medio.

Sus ropajes estaban completamente manchados y desgarrados por la rudeza del asombroso hecho. Cuando llegaron al camarote de los tripulantes, volvieron a pasmarse al ver a tres hombres que no tardaron en doblegarlas y tomarlas como rehenes sin prever que el suelo cedería y que caerían con dureza, uno de ellos y Sofía rodaron hasta hundirse en las aguas del océano.

Ava gritó angustiada al ver como su hermana se desplomaba y atravesaba los hoyos del casco hasta caer en las aguas. Enfrentada a los dos rivales, se puso de pie y ansió marcharse, pero ellos la sujetaron de los brazos, le dieron un puñetazo y la halaron varios metros.

—Allhumdhu lil laahi ‘alaa kulli haalin ¡Apártense de mi ghazala! —Idrís apareció en escena con una corva en la mano y de un solo movimiento decapitó a ambos—. Oh, amada mía, ¿te encuentras bien?

—¡Idrís! ¡Oh, Idrís! —lo abrazó con alegría—. No quiero perderte también, por favor, protégeme.

—Haré todo lo que sea necesario… Oh, ayuni, te amo. —Idrís le sujetó la mano izquierda y juntos subieron donde el cielo los encandilaba con su brillo.

Espada contra espada y cañón contra cañón era lo que podía observarse desde allí fuera mientras Abbas y sus seguidores lidiaban con los hombres que saltaban a cubierta con sus sirgas de agarre. Así, fue que Idrís se dispuso para el combate y, desenvainando su corva en una ágil seguidilla de movimientos, empezó a combatir hasta que nuevas barricas detonaron al fondo de la bodega y la embarcación se quebró en dos.

En ello, el mástil mayor se reventó y todas las cuerdas y velas se desgarraron partiendo incluso, las barandillas y parte de la popa. El fuego se propagó con rapidez y, desde allí, Ava dio media vuelta y corrió al sector delantero donde advirtió como Araél aparecía galopando, tropezaba y caía al mar llevándose consigo a Idrís.

El níveo corcel había emergido en escena y corrido entre las llamaradas del fuego. Al perder el equilibrio, impactó contra el caballero Ássad y, golpeando los mástiles caídos fue directo a las aguas del océano. Mientras tanto, dos hombres tomaban a Ava por la fuerza, le daban un puñetazo en el abdomen, la amordazaban y cargándola la llevaban al otro barco.

Unos tablones dieron fácil acceso a la otra nave, ya en el trasporte enemigo, la joven trató de resistirse sin la mínima posibilidad de ganar al tiempo que daba media vuelta y era testigo evidente de cómo la embarcación donde había viajado todo ese tiempo terminaba de resquebrarse. Finalmente, se hundía en el oleaje de aquel poderoso océano.

Su afligido espíritu volvía a fragmentarse. La mente de la señorita explotaba ante todo lo que estaba sucediendo, aquello acaecía demasiado pronto. Al ser llevada a la popa, la dama tomó valentía, alzó su semblante, contuvo la respiración y vio, allí, sobre el balcón la imagen de un hombre bien arreglado.

—Bienvenida… —suspiró el capitán al verla—. Siento presentarme de esta manera, pero mi amiga me insistió demasiado para que venga a buscarte, Ava. Es un honor conocerte —se presentó el dirigente de aquel barco mientras Trinidad aparecía a su lado.

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