Ava

Ava


Capítulo 15

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Capítulo 15

Burka. Burka.

Danzando por el aire con su auténtica volatilidad, la fragancia de la menta incursionaba en los rincones abiertos de aquella ornamentada residencia. Las sedas colgantes, los antiguos búcaros, las varillas similares a candeleros, las pequeñas mesillas, las pilastras talladas, las matizadas alfombras y tantas otras peculiaridades alcanzaban a divisarse mientras la pareja tomaba aquel delicioso brebaje de hierbabuena.

Antes de comer, después y en cualquier momento del día los musulmanes solían beber aquel importante té de menta. Según la costumbre, el té era un símbolo de hospitalidad, siendo también lo primero que ofrecían los anfitriones a sus invitados en las casas. Para degustar el té, los musulmanes solían sentarse sobre una alfombra y beber tres tazas. La primera, amarga como la vida (sin azúcar); la segunda, dulce como el amor (con azúcar); y la tercera, muy azucarada, sumisa como la caída al óbito. Aun así, era entre taza y taza donde se podían comer algunos dulces: como almendras, nueces, coco, pistachos y miel. También estaba prohibido beber de vasijas de oro o plata.

Ava concluía ya con el último sorbo de la tercera taza. El dejo de la menta permanecía con ligereza en los recovecos de su boca y, junto con su marido, emprendían un nuevo día tras los placeres de la noche. Él ya había rezado dos veces en dirección a la meca, así, sentados allí, sobre la alfombra, aguardaban que Haala y Sahira les alcanzaran los bocadillos que hacía escasos minutos terminaban de preparar. Esperando sin más el delicioso plato de zaaluk, miró a su marido e incurrió con la plática.

El zaaluk se identificaba por ser un platillo exquisito, en él predominaban varios ingredientes como berenjenas, néctar de limón, limones encurtidos, salsa y cilantro entre tantos condimentos que podrían añadirse. Con normalidad esta comida iba acompañada por una entrada o por carnes asadas (con excepción del cerdo, animales heridos o criaturas perecidas antes de ser sacrificadas). A veces también se sumaban aceitunas, ajos, cebollas caramelizadas o damascos.

Haala y Sahira les trajeron una cazuela mediana y, permitiendo que se alimenten en paz, se marcharon y regresaron a la cocina. Idrís y Ava no dudaron en extender su mano y probar aquella sabrosa comida. Como buenos seguidores del islam, ellos cogían el alimento con su brazo derecho. Pues el lado derecho entre los musulmanes simbolizaba la suerte y la felicidad, el izquierdo, en cambio, significaba desgracia. Por esa simple razón, a la mano derecha solían utilizarla para las actividades que se consideraban nobles y a la izquierda para las viles. Como auténtico ejemplo de ello, se ingresaba a la mezquita con el pie derecho, se comía con la mano derecha, se colocaba el calzado primero en el pie derecho, se dormía sobre el lado derecho, por el contrario, se usaba el lado izquierdo para limpiar, para descalzase y hasta para quitarse la ropa.

—Allahumma salli alá Muhammad wa bâriq wa salim —clamó Idrís antes de probar el primer trozo de aquel rico zaaluk. —Esta comida es deliciosa —comentó ella.

Ava estaba hermosa, con un vestido de seda pigmentado en verde, su rostro bien maquillado, un colgante con una piedra de jade en su cuello y la perfecta sonrisa que siempre la caracterizaba.

—Lo es, habibi… Alá nos bendice. ¿Y Leylak? ¿Cómo está ella? —Muy bien, Idrís, la muerte de su tío fue dolorosa. Pero últimamente se siente mejor… Quizá pronto olvide sus penas. ¡Insha›Allah!

—Está escrito, querida… Maktub. Alá es quien nos da la vida, vivimos bajo su gracia. Somos resultado de su inmensa misericordia. Él nos da la vida, y solo él es poseedor de quitarla. Un ángel está a nuestra derecha y otro a nuestra izquierda… Uno de ellos inscribe los actos buenos y el otro da sello de los actos viles. ¡Del haram que cometemos! Masha’Allah… Nada escapa de su divina gracia. ¡Alabado sea Alá! Shukran jazeelan.

—Waja, waja… —dijo ella probando uno de los trocillos de puré—. Nada escapa de su divina gracia… —recitó perdiendo su mente en el pasado—. ¡Alabado sea Alá y los días de su venganza! Shukran jazeelan.

A pesar de todo, Idrís Ássad no era un fiel devoto de todas las costumbres y creencias del islam. Sus paseos y estadías al sur de España le habían dado otro enfoque a la perspectiva de su vida, sin embargo, durante su estadía en Fez solía apelar a casi todos los detalles que practicaba en cuanto a la religión. A veces en su casa no se ejercían las tradiciones paso por paso, comieron aquel zaaluk en paz y continuaron con sus distintos quehaceres; él solucionando conflictos junto a su hermano Abbas, y ella subiendo a las salas superiores para tratar de ocupar el tiempo.

Atravesó con delicadeza los velos que suspendían desde lo alto, se perfumó con prudencia, se miró al espejo, vio el sagrado Corán sobre la mesa (a pesar de que en aquella época eran difíciles de conseguir para las clases bajas). Arrimándose a la glorieta exterior, tomó uno de los velos, se cubrió la cabeza para que ningún hombre observe su intimidad y salió a respirar el aire puro, vio cómo se extendía la ciudad con incontable cantidad de monumentos a Alá, vio las viejas aljamas, las muchas callejuelas mercantiles, las primeras obras de la medina, los cubas de curtiduría en lo alto y los estrechos arcos pulidos que conducían a las ruinas.

Fez era un territorio con mucha historia y cultura, en pocas palabras, su realidad había iniciado con los Marínidas, quienes fueron una tribu nómada del este del Magreb. Viajaron luego a la cuenca del río Muluya en el sudeste marroquí. Expulsados de su base sureña, los Benimerines se movieron al norte y tomaron Fez en 1244 d. C, convirtiéndola en su capital. Situados en Fez, declararon la guerra a los debilitados Almohades con la ayuda de mercenarios cristianos. Así fue que en el año 1269 Abu Yusuf Yaqub capturó Marrakech y se hizo con el control de gran parte del Magreb, incluyendo también zonas del norte de Marruecos, el norte de Argelia y Túnez. El destino continuó guiando aquellos importantes sucesos y una vez concretada la tarea, trataron de extender su control al tráfico comercial del Estrecho de Gibraltar. Los Nazaríes de Granada confirieron Algeciras a los Benimerines, quienes le declararon la guerra a los estados cristianos, ocupando las ciudades de Rota, Algeciras y Gibraltar, sitiando incluso Tarifa.

Además, influenciaron las decisiones del Reino de Granada, donde también se destacó el poder de sus tropas. Aun así, a pesar de conflictivas alianzas en busca de tierra libre para los musulmanes, Castilla lanzó varias incursiones a viva afrenta, dando como resultado ciertos saqueos hasta que las fuerzas Benimerines ofrecieron resistencia. Las luchas internas del reino no imposibilitaron que el sultán Abu Said Uthman II construyera profusos edificios en Fez generando mayores fuerzas en la ciudad.

La historia destinada en aquellas tierras era en verdad extensa y Ava la iba aprendiendo de a poco. De repente, recordó que a las primeras horas de albor habían llevado a dos rehenes de España a un cuarto colindante de la vivienda. Ella se ocultó y avanzó en secreto hacia el oscuro chamizo, logró entrar, en silencio, caminó inclinada por un lateral de la pequeña pared y llegó, finalmente, a un deteriorado escondrijo donde vio, con asombro, a un hombre y a una mujer encerrados detrás de un barral de hierro curvado.

—Vengo en paz… —se presentó con cautela—. ¿Quiénes son ustedes? Yo también soy de España.

—Oh, sagrada Virgen —prorrumpió la mujer arrimándose al barral—. Mi nombre es Mercedes, y él —agregó señalando al hombre—, él es Cristóbal. ¡Nos secuestraron y trajeron aquí! ¡No entendemos nada!

—¿Quién eres tú? ¿¡Que está sucediendo!? —preguntó Cristóbal.

—No lo sé —respondió la dama—. Yo soy esposa de un musulmán que vive aquí y oí que habían traído rehenes. Simplemente me acerqué en secreto para saber de qué se trataba. ¿De dónde son ustedes?

—Yo soy del sur… De la península ibérica —respondió el caballero—. ¿Y tú, Mercedes?

—Yo soy de Cartagena…

—¿¡Cartagena!? —preguntó Ava—. ¡Yo también soy de Cartagena! Viví toda mi vida ahí en una granja con mis padres.

—¿¡De verdad!? ¿Y cómo te llamas?

—Soy Ava Ássad… O mejor dicho Ava Eiriz —confesó ella.

—¿¡Ava Eiriz!? —se alarmó—. Me llegaron los rumores de que toda la familia Eiriz había muerto, ¿qué sucedió entonces?

—Oh, cielos… Fue horrible, unos hombres nos persiguieron y quemaron nuestra casa, mis padres murieron y yo fui rescatada por mi actual esposo.

—Pero yo escuché que habían encontrado tu cuerpo calcinado dentro de una vieja carreta de madera… Solo estaban tus huesos, supuestamente.

—¿Una carreta? —se preguntó meditativa—. No, eso es mentira. ¡Quien murió allí dentro era mi amiga!

—Oh, Virgen santa… —susurró Mercedes—. Todo el pueblo pensó que esa chica eras tú.

—¿Y por qué no regresas, Ava? —inquirió el rehén—. Ayúdanos a escapar.

—Eso sería imposible, no hay manera —atinó a responder—. Lo siento… —murmuró mientras veía como se abría la puerta del chamizo e ingresaba Abbas.

De inmediato Ava corrió, se ocultó detrás de un armazón de metal y oyó como su cuñado entraba al lugar con otros dos hombres, abrían el barral de lado a lado y cogían a la mujer con cuidado.

—Lo siento, fue un error traerte aquí. Pero te hallaremos un buen marido —le dijo a Mercedes en tanto los otros dos hombres la llevaban fuera del pabellón, volvían a cerrar la celda y se marchaban.

Nuevamente en soledad, la hermosa señorita de ojos verdes se puso de pie, salió de allí atrás, acomodó su velo y arrimándose a un diminuto hoyo en la pared presenció con atención como se llevaban a la desconcertada mujer lejos de allí.

—¡La venderán! ¡La venderán como una esclava sexual! —gritó Cristóbal golpeando la reja.

—Ya cállate… ¡Aquí no son así! Seguramente le conseguirán un buen marido —le explicó—. Pero entiendo que ella quiera otra cosa.

—¡No es así! ¡Quiero irme de aquí y regresar a España! —volvió a gritar cuando de improviso la reja se abrió, aparentemente estaba mal cerrada—. Por los cristianos del norte —citó con emoción—. Me iré de aquí. ¡Me iré!

—Detente. —Ava se antepuso—. No puedes hacerlo, te matarán.

—No… Ven conmigo ¡Regresaremos a España! ¿¡Acaso no quieres hacerlo!? Volverás a tus tierras.

—No. No puedo irme ¡Eso sería un haram!

—¿Un “arrán”? Por favor, no seas ridícula, mujer. ¡Volvamos a España! Ayúdame.

Ava dio media vuelta, caminó hacia la puerta, se detuvo un instante a meditar en lo que aquello significaba y a pesar del amor que durante este último tiempo había forjado junto a Idrís, descubrió que algo dentro suyo todavía le dictaba aquel deseo de viajar a su pasado y cobrar venganza.

—Quédate aquí… Ahora regreso —ultimó escabulléndose por la puerta, caminando por el pasaje ornamentado y regresando a la vivienda.

Todavía no entendía lo que estaba haciendo. Estaba cometiendo una vil estupidez, pero, guiándose por las tenues esperanzas de pisar territorio español, atravesó la sala principal, se cruzó con Haala, la saludó, siguió caminando, subió las escaleras e ingresó a uno de los cuartos. Yendo directamente a un estante, abrió sus puertecillas y sujetó dos burkas oscuras.

El burka, era una ropa tradicional que cubría todo el cuerpo. Desde la cabeza hasta los pies y solo tenía una pequeña abertura en el rostro que permitía ver hacia afuera, para no ser observado desde el exterior. Sabiendo que con aquello nadie podría descubrirlos, la joven cogió ambas prendas de vestir, las ocultó dentro de un paño y escapando de la habitación se topó con Leylak.

—¡Salam aleikum! ¿Quieres bailar, Ava? —preguntó moviendo sus muñequillas con sensualidad—. ¿Quieres bailar? ¿Quieres bailar?

—No, Leylak, apártate. —Ava la apartó con su mano izquierda y siguió adelante.

La joven mujer quedó allí de pie e, ignorándola, siguió danzando al ritmo de su propia voz en tanto la esposa del hermoso caballero Ássad volvía a descender por las escaleras, percibía la fragancia del té de menta, salía en secreto de la residencia, entraba al chamizo y se encontraba con aquel hombre que planeaba fugarse y retornar al norte.

—¿Qué has traído? —preguntó viendo aquella ropa oscura.

—Son dos burka… Nos cubrirán el cuerpo por completo —le explicó—. Así podremos irnos de acá ¿Pero dónde iremos, Cristóbal?

—¿Dónde iremos?

—Sí, ¿dónde?

—En las playas del norte hay una flota española… Si llegamos hasta allá seremos libres —dijo el hombre extendiendo aquella rara vestimenta—. Yo regresaré a la península y tú a Cartagena. ¿Qué dices?

—Me encantaría esa idea. —Asintió colocándose aquel burka negro—. Solo ruego que no nos atrapen en el camino… Eso significaría la muerte.

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