Ava

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Capítulo 21

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Capítulo 21

Los ojos de mi hija

Pronto se realizaría un gran festejo allí en el solemne patrimonio de la afamada familia Ássad y, por ello, Idrís y Ava platicaban en el interior de la hermoseada biblioteca. La celebración sería en exactamente dos días, quedaba poco tiempo para todo aquello y, comprendiendo que el hecho festivo debía ser perfecto, el matrimonio trataba de ultimar los detalles restantes en la comodidad de aquel salón de lectura.

Con la notoriedad que también identificaba a los musulmanes, se los conocía, en cierto modo, por las opulentas fiestas y desfiles al ritmo de la música que frecuentaban en los pasajes de Marruecos o en cualquier otro distrito donde se hallasen. Los bailes, la comida, la música, los adornos y el ambiente festivo caracterizaban dicho sector cultural. Organizar un evento similar, era en una eminente ocasión para que los grandes personajes del condado y las garbosas autoridades asistieran como huestes sedientas a un manantial de agua.

—Será perfecto, habib… Estoy eternamente agradecida —dijo ella acariciándole las manos—. Mis padres por fin podrán descansar.

—Bismillah, la paz estará con ellos. Pero no quiero verte sufrir. ¿Realmente será ese tu plan?

—Aiwa, aiwa, aiwa. Insha’Allah. ¡Necesito hacerlo! Solo así estaré tranquila —le contestó—. Ya no soy esa niña de antes, esta vez tendré fuerza para hacerlo… Será un día inolvidable, wallah —prometió con desahogo.

—¡Maestro Ássad, maestro Ássad! —apareció Leylak en escena—. Ha llegado un matrimonio de visita, Nasila ya los ha invitado con un té. Están sentados en la sala, quieren hablar con usted, señor.

—Iré de inmediato Nasila. ¡Yalah, yalah!

—¡Aguarda! —La detuvo Ava extendiendo su mano—. ¿Te dijeron sus nombres?

—Na’am… —contestó—. Me dijeron que son de la familia Esparza. don Lorenzo y doña Trinidad.

—¡En el nombre de Alá! —exclamó Ava—. Son ellos —confesó mirando a Idrís—. Son ellos, habib… La mujer que asesinó a mi madre, la mujer que me humilló en la desnudez, la mujer que me ultrajó, la mujer que trató de asesinarme. ¡La mujer que destruyó todo lo que amaba! —dijo sin poder creer lo que estaba pasando—. Han venido a suplicar misericordia, a buscar esa alianza por conveniencia. Y él… —añadió con rabia—. Lorenzo es mi verdadero padre, pero no lo sabe aún.

—No permitiré entonces que pisen mi casa. ¡Mushkila! Alá los condenará —vociferó poniéndose de pie— No lastimarán a mi ghazala.

Aguarda, habib. —Ava lo sujetó por detrás, le dio un abrazo y le habló—. Esperemos a la fiesta, por favor… Iremos ahora a recibirlos, yo me cubriré y Leylak será mi traductora. ¡Si aguardamos, la sorpresa para ellos será mucho mejor! ¿Sí?

Mientras Idrís, Ava y Leylak platicaban en las hendiduras de la biblioteca, allí, en la sala principal el matrimonio Esparza tomaba asiento y recibía de parte de Nasila algunos dulces y la deliciosa infusión de hierbabuena. Era evidente que estaban allí para estrechar amistad y tener mayor posibilidad de ser escogidos en la fiesta. La decoración del lugar cautivaba los ojos de Lorenzo y de Trinidad. Mientras aguardaban a que el gran cabecilla de familia se presentara, la mujer saboreaba un delicioso dedo de novia. Cuando por fin, al otro lado de la sala, cruzando por detrás de un cortinaje traslúcido el caballero Ássad y su esposa emergieron en escena.

Ava estaba cubierta con bellos atavíos de color azulado, lo único que podía verse de ella eran los ojos gracias a una pequeña abertura entre los paños. Sentada delante de Trinidad, oía como Idrís llegaba y, fingiendo la acostumbrada alegría que tenían los musulmanes con quienes visitaban la casa, trató de sonreír al recibirlos.

No era bien visto que la mujer estuviera junto a su esposo cuando llegaban visitas, pero como Idrís en general tenía otro modo de pensar que se diferenciaba bastante de las tradiciones islamitas arraigadas, fue junto a su querida ghazala que llegó y les dio acogida.

—Salam aleikum, ahlan wa sahlan… Bienvenidos a mi hogar, al gran Maktub. —Los recibió Idrís mientras Leylak tomaba asiento al lado de Ava.

—Fue difícil convencer a mi marido de venir —acotó Trinidad—. Pero gracias, es un honor conocerlos… Él es Lorenzo y yo Trinidad… Usted… Usted es… ¿Idrís Ássad, verdad?

—Na’am. —Asintió—. ¿Y que desean por aquí?

 

—Escuchamos de ustedes y sobre la gran fiesta —explicó Lorenzo—. Y queríamos venir a conocerlos personalmente, sin tanto formalismo —añadió riendo—. Su esposa también es muy agradable.

—Shukran. — Suspiró Leylak tras oír lo que Ava le decía al oído—. Disculpen que hablo a través de mi compañera, pero suelo reservar mi habla.

—No te preocupes, solo verte ya es un honor para nosotros — opinó la mujer—. ¿Se sienten bien aquí en Cartagena?

—Lindo lugar —respondió el caballero—. Aunque Fez también tenía lo suyo.

—Debo imaginar, joven, Marruecos es un lugar increíble… — dijo Lorenzo—. ¿Y es verdad que escogerán una alianza financiera?

—Sí… Con mi hermano Abbas tenemos ese plan. Construir un gran imperio acá en la región.

—¡Esplendorosa idea! —exclamó Trinidad—. ¿Y ustedes han tenido la posibilidad de visitar nuestra hacienda? “El penúltimo sueño” es única en Cartagena. Nuestra familia es la gracia de Dios… Seremos buenos amigos señor Idrís… Y de usted también señora —añadió mirando a Ava.

—Shukran —volvió a responder Leylak como traductora.

—También tenemos “La quinta dorada” y “El ariete de hierro” —se enorgulleció Lorenzo—. Nuestra familia tiene mucho dinero, mis padres se esforzaron mucho en ello.

—Interesante… —suspiró Idrís con seriedad.

—De todos modos no creo que tengamos tanta belleza en decoración —dijo Trinidad riendo—. Su casa, señor Ássad, parece un palacio.

—Shukran —interrumpió Leylak tras la directiva de la joven.

—La fiesta será maravillosa —mencionó el caballero cambiando el rumbo de la conversación—. Muchas familias de la ciudad están invitadas. Será un acontecimiento de seguro inolvidable.

—Claro que sí —añadió Leylak—. Y usted, señora Trinidad, también amará la fiesta, nunca podrá olvidarla… —terminó por decir mientras la dama le dictaba palabra por palabra—. Pueden venir con toda su familia, será un evento único. ¿¡Y quién sabe, hasta podrían ser escogidos como nuestros aliados!?

—Eso sería realmente bueno para ambas familias. —Trinidad sonrió y alzó las manos con alegría—. Vendremos con nuestras mejores ropas, ¡gracias! ¡Gracias de verdad por su generosidad!

—Bueno querida… —Lorenzo cogió la mano de su esposa y le habló—: ya debemos irnos, ¿qué dices si nos despedimos?

—Nuestra casa se afligirá tras la partida de ustedes —se lamentó Idrís con sarcasmo.

—Oh, cielos… No se preocupen, seguro volveremos —indicó Trinidad—. Y como dije, probablemente seremos muy buenos amigos. ¡Son tan perfectos! ¡Y eso que aún no han conocido a mis dos retoños! —clamó acariciando su opulento sombrero—. Jesús y Sofía son dos ángeles. ¡Un regalo como ustedes dicen de su Dios All… Al… Alá!

—Y ustedes son un lindo matrimonio también —comentó Lorenzo—. Incluso usted señorita, tiene los ojos de mi hija.

—¿Ojos como los de su hija? —inquirió Leylak.

—¡Sí! Bellos como los de mi hija Sofía.

—Alhamdulilah, que peculiaridad… —culminó Leylak mientras ellos se ponían de pie, daban un último sorbo a la taza del té de menta y, echando un vistazo a la valiosa ornamentación que allí había, se despedían con gracia.

—Allhumdhu lil laahi ‘alaa kulli haalin… ¡Aleikum salam! — aclaró Idrís mientras marchaban por la puerta de salida, caminaban por el jardín, daban un saludo con la mano y se aproximaban al elegante carruaje que los había traído a dicha ubicación—. ¡Oh, Alá, sabio lector de corazones, nunca olvides tu justicia!

El destacado matrimonio Esparza había asistido con el único fin de presentarse, conocer la familia y revelar cuan deseosos estaban de formar un pacto con el legado Ássad. Ellos sabían claramente que las riquezas que ellos traían desde Marruecos eran impactantes y para afrontar la crisis que daba azote a toda España, buscaban ante todo un posible equilibrio. Así pues, no dudaron en presentarse ante Idrís, declarar su amistad y marcharse, tras la breve plática, hasta perderse entre los árboles de la fronda exterior.

—No te preocupes, habib…—comentó Ava ya solos, al ver como se alejaban y desaparecían—. En ciertas personas la misericordia es un simple vestigio del pasado… Alá no se condolerá por ellos.

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