Ava

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Capítulo 22

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Capítulo 22

La gran fiesta

Forjando nuevos ademanes en lo imperecedero del tiempo, el fragoroso día al fin llegaba como auspiciante en aquel bello término de Cartagena. Los ecos de la música, la sensual danza de vientre, los variados colores, las fragancias ambulantes y la comida deliciosa daban recibimiento a cada persona que llegaba al patrimonio. La inmensa vivienda engalanaba los ojos de sus invitados y colmando la sala principal poco a poco, los minutos seguían escabulléndose mientras las importantes figuras del condado asistían con presunción y esperanzas de ser escogidos por el veredicto de los hermanos Ássad.

Abbas recibía a muchos de los presentes, les deseaba la misericordia de Alá y a continuación los estimulaba a probar los deliciosos bocadillos y brebajes que las mujeres ofrecían sobre las largas mesillas ornamentadas. El candelabro labrado suspendía desde las alturas del salón, su luz desperdigaba magia desde arriba y, aunque a través de los muchos ventanales se podía ver la refulgencia del cosmos, era afuera donde la noche brindaba su peculiar energía.

Aun así y a pesar de conllevar la celebración durante las horas noctívagas, un incontable número de farolas iluminaba el sendero exterior que conducía hasta el palacete donde, incluso, había acceso a varias torres de estilo marroquí. El dominio establecido en aquel patrimonio era digno de honra y dejaba atónito a cada invitado de supuesto poder económico y ostentosa riqueza, Idrís se enorgullecía de lo que había construido. Mientras tanto, en el interior del atildado palacete, Ava y Leylak terminaban de maquillarse frente a un inmenso espejo.

Los sonidos de la música llegaban hasta la habitación y, a medida que la joven de cabello oscuro se iba percatando de los diferentes ritmos, trataba de moverse al compás. Ava estaba a su lado, sus extremidades temblaban de pura ansiedad y, tratando de controlarse, pensaba en lo que debía hacer. Esa misma noche se confiaría luego de tanto tiempo, de desenmascarar las mentiras de su pasado y, aunque en ese momento ella estaba mucho más afianzada que en aquel periodo de antaño, debía enfrentarse cara a cara a las pesadillas que en vilo la habían embaucado al malestar.

Luciendo uno de los mejores atavíos que Idrís le había regalado, la hermosa dama de piel nívea terminaba ya de pintar sus labios, de delinear sus ojos, de empolvar su semblante, de colocarse una preciosa gargantilla, de sujetar los cordeles de un elegante vestido aloque y de perfumarse con delicadeza.

—¿Pudiste leer la carta, Leylak?

—Na’am —respondió la joven cogiendo un papel, allí, sobre el estante—. ¿Es la que debo leer como tu mensajera, verdad?

—Na’am —asintió con ansiedad.

—¿Y estás realmente segura de hacerlo, Ava?

—Lo estoy, esa gente me causó mucho sufrimiento… Demasiado —le confesó—. ¡Por el nombre del profeta! Wallah.

—Dentro de poco será. —Leylak se puso de pie, ensayó lo que debía leer y, oyendo las resonancias que provenían de la sala principal, se detuvo y, tras un par de segundillos, comenzó a bailar con alegría—. La música es tan zwin…

—¿Y sabes si ha llegado mucha gente?

—Haala y Abbas me dijeron que está repleto. ¡Casi toda Cartagena ha asistido! —exclamó con asombro—. Será un evento en verdad inolvidable. Subhana-Allah. Carrozas y más carrozas. Gente y más gente. Vestidos y más vestidos. Carcajadas y más carcajadas. Todo parece perfecto allí abajo, e incluso, creo que esa vil mujer y su familia ya están aquí —añadió mirando por la ventana—. Hasta el cura de la iglesia debe estar aquí, todos augurando la elección.

—Hipocresía y más hipocresía diría yo… Pero ni siquiera habrá elección, es simplemente una trampa.

—¿Y caerán?

—¿Acaso no lo estás viendo? El hecho de que estén aquí, significa que ya han caído en el engaño, solo necesitamos esgrimir el último toque, y eso será pronto…

La residencia “Maktub” era digna de los mejores mandatarios. La fortuna se alcanzaba a contemplar en cada esquina del maravilloso recinto y, como testigos de cómo el avance de las horas incurría en aquella noche sitiada de acontecimientos, los emperifollados asistentes dialogaban, bebían, comían, vislumbraban la belleza de la gran mansión, oían lo alternativo de la música y quedaban estupefactos al ver cómo, desde la glorieta interior de las escaleras superiores (allí sobre la sala principal), el poderoso caballero Ássad se presentaba, se arrimaba a la barandilla, miraba al frente y daba un seña de mano para que la música cesara.

Los presentes se detuvieron al verlo allí arriba. Sabían que el gran momento había llegado y que, en un cordial anuncio, se confirmaría la elección que a lo largo de la festividad Abbas e Idrís habían decidido concretar. Entonces, el caballero asentó sus manos al borde superior de la barandilla tallada en oro, miró con seriedad a los muchos congregados y, haciendo un ademán, soltó un efímero suspiro y comenzó a hablar.

—Ahlan wa sahlan, yar-hamuk-Allah… No hay fuerza ni poder excepto el de Alá. Él nos mantiene iluminados, nos da fortaleza para superar las pruebas de este mundo. ¡Su poder nos sostiene en la borrasca y ante las fuerzas del mal! Y es por esa misma razón que ustedes hoy, están presentes aquí… —se presentó con sutileza—. Porque, a pesar de ser cristianos y a pesar de guerrear en estos momentos con la resistencia musulmana y el Reino Nazarí, han decidido, de todos modos, arrodillarse ante mi riqueza —lanzó con una sonrisa—. ¡Bienvenidos al gran “Maktub”! Estén alegres de poder asistir —volvió a indicar mirando sus rostros desde la altura del balcón—. Hoy. En este día, han decidido venir hasta aquí, a los pies de las sierras vírgenes para enaltecer la oportunidad de ser elegidos para un nuevo proyecto, y esa es la gran realidad que ha de presentarse. La religión del Islam es la salvación, es el mensaje directo que Alá desperdigó en este mundo. ¿No lo creen así? —preguntó y guardó silencio para ver como todos aplaudían con hipocresía—. Felicidades, veo que lo aceptan, y es así, que en la antigüedad las ciudades de Sodoma y Gomorra fueron alzadas y volcadas, quedaron literalmente al revés y es así como se nos cuenta: “Dijeron: ‘¡Oh, Lot! ¡Nosotros somos Mensajeros de tu Señor! ¡De ninguna manera ellos te alcanzarán a ti! Ahora viajas con tu familia mientras todavía una parte de la noche se mantiene, y no permitas que nadie mire hacia atrás: pero tu esposa: A ella le sucederá lo que le sucede a la gente. La mañana es el tiempo señalado para ellos: ¿No está cercana el alba?... Cuando Nuestro decreto sea llevado a cabo, Nosotros pondremos las ciudades al revés y lloverá sobre ellos sulfuro duro como arcilla cocinada, esparcida, capa por capa”. ¿Lo ven? —preguntó Idrís—. Siempre existió el mal, y Alá, de manera amorosa, procuró dar vida y paz a quienes ponían su fe en él, el misericordioso. ¡Masha›Allah! Y el momento al fin ha llegado. ¡Anunciaremos la gran verdad! Pero para eso… —dijo extendiendo su mano—. Presentaré a mi amada esposa, la mujer de mi vida.

Las palabras de Idrís culminaron y mientras todos los presentes observaban la escena estupefactos, vieron como una hermosa mujer cubierta de ropaje anaranjado y un velo por delante de su rostro se arrimaba hasta el borde de la glorieta, quedaba en silencio y aguardaba a que otra muchacha, de corta edad, se posicionara a su lado con un papel entre sus manos y se preparara para leer un mensaje.

Leylak estaba allí de pie, dentro de pocos segundos empezaría a leer la carta que Ava había escrito esa misma mañana. A medida que la joven sujetaba aquel largo mensaje, a su lado, tratando de no perecer de nervios, Ava se ocultaba detrás del fino velo, miraba a los congregados y estallando en un sinfín de emociones, se esforzaba por respirar de manera pausada.

Aquella escena era increíble, el inmenso salón estaba repleto de gente y, allí, observando todo, en la cima de un balcón sobre la sala, Idrís, Ava y Leylak se preparaban para anunciar las mentiras más andrajosas de la ciudad. En los ojos verdes de la señorita se reflejaba la imagen de cada invitado, pudo hallar la ubicación de varios conocidos, como a Alicia la costurera, a viejos conocidos de sus padres, al párroco e incluso, a la familia Esparza, distinguió a Lorenzo, a Trinidad, a Sofía, pero se inquietó cuando vio también a Jesús y a Jazmín tomados de la mano.

Su respiración se cortó, se asfixiaba, intentó concentrarse en lo que estaba a punto de ocurrir mientras se percataba de que Jazmín estaba encinta. Su vientre ya era prominente, alzó, entonces, su semblante y oyó como de una buena vez, Leylak emprendía la lectura de aquel pavoroso escrito.

—Como esposa del gran señor Idrís Ássad, estoy complacida de presentarme ante ustedes, detrás de estos hermosos velos y de confesar mis pensamientos —clamó Leylak con buena lectura—. Soy afortunada al haber sido escogida como su cónyuge, como la compañera que le dará sostén hasta el día de su muerte. Alá fue también mi protector en las tierras de Fez. Pero hoy estoy aquí, a su lado en este balcón, mirando sus rostros que con viva alegría aguardan por nuestra elección. Y es así, que en verdad Cartagena está repleta de buena gente, esta ciudad es esplendorosa, pero también, el infortunio y el engaño han de habitar desde tiempos lejanos. Sin embargo, nada es suficiente para quitarnos la sonrisa, lo importante en esta vida es demostrar que estamos vivos… ¿Y cómo engañar a la muerte? Pues para eso, les contaré mi historia, y es que yo, cierto día fui ultrajada a manos del terror. En verdad ese día pensé que la desgracia me alcanzaría, pero, gracias al destino, mi amado esposo me rescató y hoy estoy contándoles esto. ¡Un aplauso por favor! —solicitó y oyó como todos golpeaban sus manos—. Fue difícil vencer mis temores, aprender a doblegar esas pesadillas que me mantenían en silencio y me obligaban a liberar lágrima tras lágrima. Aun así, pude superarlo y es con orgullo, que esta noche me pongo de pie ante ustedes y confieso mis verdades. De todos modos el momento ha llegado y antes de que mi querido cónyuge dé su veredicto, quisiera engalanar a dos personas de suma importancia aquí en la ciudad, para eso solicito por favor que el querido padre Cirilo pase al frente —indicó mientras todos volvían a aplaudir con alegría y el hombre a pura sonrisa avanzaba hacia adelante—. Como mucha gente dice aquí, el cura Cirilo ha de ser un hombre excelente, muchos dicen que se dedica día tras día a ayudar a la gente, y es por eso que también quiero darle un agradecimiento. ¡Pero todavía queda alguien más! Por favor señora Trinidad Esparza, avance aquí adelante —–leyó mientras la mujer alzaba sus manos con presunción y, en tanto la gente aplaudía, se colocaba al lado del cura para recibir las bellas palabras de la traductora—. Mucha gente también dice que doña Trinidad acompaña a la gente buena, cuida de su familia y asiste a la iglesia como buena cristiana. Incluso vino a visitarme y pude comprobar cuan buena se muestra ser. ¡Y por esa misma razón hoy pasan aquí adelante! Para que todos conozcan la verdad. Sus aplausos, por favor.

En ese instante, la muchedumbre allí congregada volvió a romper en aplausos. Sus manos se chocaban con fuerza sin detenerse y, envueltos en vana felicidad, Cirilo y Trinidad aceptaban el galardón que la importante familia Ássad les regalaba cuando por fin vieron que la mujer cubierta de paños anaranjados alzaba las manos, se acercaba aún más y hablaba.

—Sus aplausos por favor… ¡Sus aplausos por que todo este tiempo han estado viviendo entre asesinos! —gritó Ava mientras alzaba su velo aloque y quedaba al descubierto—. ¡Son asesinos! Ellos son los causantes de toda mi perdición —clamó mientras todos los congregados quedaban estupefactos—. Sí, tal como lo ven. ¡Soy Ava! Y ellos fueron quienes incendiaron la granja de mis padres y por su causa cayeron en la muerte. ¡Yo alcancé a huir! Pero en el trayecto sus hombres arrojaron fuego en la carreta donde iba con mi amiga, ella murió y yo pude escapar. Todos confundieron a mi amiga Agustina conmigo y creyeron que estaba muerta. ¡Pero hoy he resucitado entre ustedes y he venido hasta aquí a confesar la verdad! ¡Trinidad y Cirilo son dos asesinos! —vociferó con fuerza mientras la mujer y el párroco quedaban paralizados ante la situación—. ¿Y saben por qué hicieron todo eso? Porque yo ese mismo día los descubrí hablando, y oí perfectamente cuando decían que el señor Lorenzo Esparza es mi verdadero padre. ¡Sí! Lorenzo Esparza es mi padre porque él abusó de una mudéjar sin saber que quedaría encinta, pero cuando su absurda esposa descubrió el embarazo mandó a sus hombres a atacar la morería para asesinar a todos, incluyendo bebés. Sobreviví a pesar de sus tretas y fui cuidada por aquellos dos granjeros que hoy descansan en la muerte. ¡Y esa es la gran verdad! Ante ustedes… Ante todos ustedes es en esta inolvidable noche donde presento a doña Trinidad Esparza y al cura Cirilo como dos viles asesinos. Vergüenza, vergüenza, vergüenza. ¡Sus máscaras del engaño han caído!

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