Ava

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Capítulo 17

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Toda persona debía ser responsable único ante Alá. La relación con él era personal, nadie ni nada tendría la suficiente fuerza para obligar a alguien a abandonar el Islam. Así era en la religión que los malos espíritus y las influencias externas que daban resistencia a la sabiduría de dichas creencias, sin embargo, según las enseñanzas Alá se encargaba de ahuyentar la maldad espiritual con el paso de las estrellas fugaces: “Y tenemos, adornado el cielo más bajo con lámparas, y nosotros hemos hecho tales misiles para alejar a los demonios, y les hemos preparado la pena del fuego del Gehena”. Citaban aquellos arcaicos preceptos entre los cuales también se profetizaba el origen de toda obra inspirada por Alá.

La religión del Islam era amplia, por eso, Idrís había juntado a varias mujeres de la casa y, en ronda, comenzó a contarles los sabios relatos que prevalecían desde la antigüedad. En general, los jerarcas de una familia solían reunir a los residentes de su mismo techo para manifestarles las aventuras de los profetas. Acompañados por el aroma del té de hierbabuena, ellas oían las palabras del caballero Ássad con suma atención.

—Y Alá creó todas las cosas… Él untó la luz y la oscuridad y siete cielos creó. Subhana-Allah —relató el muchacho allí sentado frente a las mujeres—. “Alá es quien creó siete Firmamentos y de la tierra un número similar. En la mitad de ellos desciende Su Orden: para que puedan saber que Alá tiene poder sobre todas las cosas, y que Alá comprende, todas las cosas en Conocimiento”. ¡Oh, Alá, nuestro gran Dios! ¿Dónde acudirá la humanidad en el día del juicio? ¡Inna-Lillahi-Wa-Inna-Ilaihi Rajiun!

—Alhamdu-Lillah… ¡Alhamdu-Lillah! — exclamó Leylak oyendo aquello—. Y dígame, señor… ¿Es verdad que las hormigas hablan?

—Claro que sí, Alá las protegió… Él les dio su guía para que sean salvadas —confesó Idrís mientras ellas e inclusive Ava, lo escuchaban con curiosidad—. Fue mientras avanzaban las tropas de Salomón que hablaron —recordó—. “Al fin, cuando llegamos a un valle de hormigas, una de las hormigas dijo: “Oh, ustedes hormigas, regresen a sus habitaciones, no sea que Salomón y sus huestes las aplasten sin saberlo”. —develó el joven—. ¡Masha›Allah!

—Grandes palabras… —acotó su esposa bebiendo un sorbo de té y poniéndose de pie—. Si me disculpan, me duele la cabeza… Nos veremos pronto, salam aleikum.

Idrís le dibujó una sonrisa mientras se marchaba, se desajustaba el velo de la cabeza, subía las escaleras y caminaba hasta su cuarto. Los minutos no detenían su avance, ella tomó asiento al borde de un cojín dorado, suspiró en paz y liberó sus pensamientos. Habían pasado algunos días desde aquella tonta malaventura junto al rehén, pero como le había explicado a Abbas que Cristóbal la había secuestrado y forzado a viajar aquella distancia, él y su hermano Idrís no tuvieron más que acogerla con amor, regresarla a Fez y orar por su pronta recuperación moral. Ella les contó como el abrupto hombre la había raptado y al quedar al descubierto el mal que había soportado, Idrís le había regalado aquella mañana, mucho más oro.

La ventisca zarandeaba los paños que colgaban frente al arco del alto balcón y, percatándose Ava de las caricias de la brisa, cerró sus ojos y continuó pensando hasta que Nasila ingresó a la sala, la saludó y acomodó un par de trapos.

—Nasila… —se dirigió la bella joven—. ¿Irás al mercado? —Na’am… Na’am —respondió—. ¿Necesita algo señora? —Sí, Nasila, por favor. ¿Podrías comprar pétalos de rosas? ¡Muchos pétalos de rosas!

—¡Waja!—–dijo aceptando unas monedillas que Ava le daba— ¿Para qué son? —inquirió.

—Algo que debo hacer, pero guarda el secreto, Nasila. ¿Sí? —Waja… Amín —afirmó.

—Oh, gracias. ¡Shukran jazeelan! —añadió besando su mano derecha—. Jazak Allah Khair —concluyó mientras la mujer daba media vuelta y se marchaba por el pasillo alfombrado. Sin la mirada de nadie, Ava festejó con sus manos hacia arriba, dio un giro permitiendo que las terminaciones de su ropaje vuelen, movió sus manos con sensualidad y, dejándose caer encima del cojín, dio un vistazo al techo y susurró en una marea de pensamientos.

—Hoy será el día… Lo haré.

Las líneas del sol besaban los bajíos de la tierra. Idrís oraba con sumisión a Alá. Haala cocinaba una deliciosa receta llamada “dedos de novia”. La señorita Ássad vislumbraba la ciudadela desde la glorieta. La música resonaba desde el interior del emporio marroquí. Los mercaderes vendían ámbar del desierto. La tardía refulgencia del sol atravesaba los coloridos velos colgantes. Leylak cantaba en una sala colindante. Abbas rezaba al lado de su hermano. Nasila regresaba de la medina con algunos productos para la cocina y los pétalos solicitados y Ava recordaba los dolores de su pasado mientras acariciaba entre sus dedos el collar de madera.

Pronto anochecería y, dejando todo preparado en su respectivo lugar, la joven bajó al primer piso, cruzó los arcos ornamentados y cuando llegó a la cocina brindó su ayuda para concluir con aquella deliciosa comida.

—¿Y qué estás preparando Haala? —preguntó Ava. —Dedos de novia —respondió la mujer vertiendo azúcar en un cuenco—. ¿No los recuerda? Los preparé unos días antes del ramadán pasado.

—Lo había olvidado…—comentó viendo aquellos ingredientes—. ¿Y cómo se prepara?

—Pues… Primero se debe preparar el almíbar, se necesita azúcar, agua, jugo de limón con cáscara, miel y agua de rosa —le explicó mientras Ava daba toda su atención a los detalles—. Para la masa, se requiere pasta filo u hojaldre, mantequilla y nueces. ¡FataBarak-Allah! Ahora dame toda tu atención, Ava —le habló—. Para la preparación debes mezclar azúcar y agua. Agregar las rebanadas de limón con cáscaras y jugo. Introducir la miel y disolverla. Así se hierve hasta que espese y una vez hecho, incorporas el agua de rosa y dejas enfriar —explicó haciendo el almíbar—. En cuanto a la masa, se la barniza con la mantequilla fundida y se colocan las nuececillas picadas. Se enrolla y se corta. Luego se colocan los rollitos y se hace un baño de mantequilla. Una vez terminado, se cocinan y se dejan enfriar un poco. Dime, Ava, ¿no son exquisitos?

—Sí, lo son… Cocinas muy bien —acotó viendo como Haala se encargaba de perfeccionar cada detalle.

Fue cuestión de tiempo para que la mujer de atavíos blancuzcos diera fin a la preparación de los alimentos, sirviera la gran cazuela frente a su querido señor Ássad y asentara también los sabrosos dedos de novia que había preparado junto a la señorita Ava. El perfume azucarado del almíbar impregnaba el aire y, a medida que conversaban durante la cena, los minutos se escabullían en lo incierto.

La dama llevaba aquella noche un hermoso vestido escarlata y, a pesar de que al color rojo lo identificaban usualmente con la lujuria, nada la apabulló para colocárselo y comer junto a su esposo. La luz de las lámparas de aceite daba fulgor a la sala. No tenían más que sonreír, platicar, mordisquear los suculentos bocadillos y beber uno de los ricos té de menta.

Idrís se retiró al alt, debía arrodillarse en la alfombra y suplicar la clemencia diaria hacia su dios Alá mientras ella se levantaba, iba hasta el cuarto y se desnudaba. Recostándose en la cama cubierta de pétalos de rosas rojas, se cubrió la entrepierna, se puso varios pétalos encima de los senos y con la tibieza de las llamitas luminosas de fuego, aguardó a que él ascendiera a la alcoba.

La espera se le hizo eterna, los segundos avanzaban y, tendida allí en la cama, Ava se entretuvo observando las ornamentas del techo hasta que su marido llegó y se sorprendió al verla allí regalándole su desnudez. Ella era una mujer hermosa, su cuerpo era delgado y bien marcado, su cabello largo y rizado y su simpatía envidiable. Idrís se sentía afortunado de la compañera que Alá le había concedido, pero sabía también que debía cuidarla y él se sentía constantemente en deuda. En el momento en el que ingresó a la habitación, quedó boquiabierto al ver la atractiva desnudez de Ava.

Su piel se erizó, un suspiro escapó de su boca, sus pupilas se dilataron y deslizó la cortina que estaba por detrás, se aproximó a la cama, tomó asiento y dándole un roce en su mejilla le habló con cariño.

—Oh, habibi… Adh-hakal laahu sinnaka —añadió besando su cuello—. Soy afortunado de tenerte, la gacela más linda que existe. ¡Tus ojos son el vitoreo del prado fértil! Masha’Allah, te amo. —Y yo a ti, habib, eres mi luz… El hombre que me da sustento… pero… pero… —susurró cediendo a las lágrimas—. Me siento mal, habib. Mi alma llora, Astaghfiru-Allah.

—Oh, Ava… Mi gacela hermosa. ¿¡Que te ocurre!? Dime, por favor… —le suplicó con tesón—. Soy tu fiel protector. ¿Qué puede estar concerniendo tu alma?

—Oh, mies de mi felicidad… No te aflijas, quizá algún día lo supere sola. —Volvió a comentar dándole un abrazo—. Tengo miedo.

—Por el profeta. ¡Dime, Ava! Soy tu faro en la oscuridad… Permite que mi luz te alumbre.

—Es que… ¿Recuerdas cuando me rescataste allá en España? —le preguntó—. Nunca te confesé la verdad, astaghfiru-Allah, pero esa noche gente muy, muy mala me atacó y asesinó a toda mi familia ¡Porque descubrieron que yo era de aquí, de marruecos! Se opusieron a mi amor por Alá y trataron de matarme. La esposa de mi verdadero padre y el dirigente de los cristianos. ¡Ellos quisieron matar a tu habibi, a tu indefensa Ghzala! Y ahora… —confesó llorando en sus brazos—. Seguramente han descubierto que vivo aquí en Fez, al lado del hombre que amo, bajo el cuidado de mi adorado habib y enviaron a ese rufián para que me secuestrara… Cristóbal debió estar bajo sus órdenes y por eso trató de llevarme. ¡Y pronto vendrán más! Me quieren separar de ti. ¡Por favor, Idrís, ¡oh, amado mío!, protégeme!

—Mi amor estará contigo hasta que el sol salga por el Oeste y se oculte en el Este… Y solo ese día tu alma cantará en libertad. ¡Oh, Ava, luz de mis ojos! Ayuni… Yo te protegeré y no permitiré que el demonio se siente sobre ti y cause más dolor a tu alma. ¡Iremos a España y destruiremos a quienes te causan sufrimiento! ¡La hawla wala ouwata ollah billah! Daré venganza en nombre de mi habibi, de mi hermosa Ghzala y tú me acompañarás. ¡Pondremos en alto nuestra familia! Te amo, cariño mío, daré todo de mi para que recuperes tu felicidad y por eso… por esa misma razón viajaremos cuanto antes a Cartagena y resarcirás la desdicha de quienes te lastimaron. Tawak-kalto al-Allah.

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