Ava

Ava


Capítulo 28

Página 31 de 43

C

a

p

í

t

u

l

o

2

8

M

á

g

i

c

o

e

s

p

e

j

i

s

m

o

Las luciérnagas bailaban atraídas por la magia incandescente de los fanales exteriores que bordeaban la osada edificación de estilo marroquí mientras que allí, en lo alto del ventanal, Ava las observaba como auspiciante de aquella nueva hora crepuscular. Ya dos días habían pasado.

Quizás los hechos no se cumplían según lo anhelado, pero Leylak le había comentado hacía poco, en susurros por la puerta, que al no hallar a Sofía en el mercado, había podido arrimarse a la mañana siguiente a una de las quintas y revelarle lo acaecido. Solo era cuestión de rogar que la vida no volviera a desfavorecerla. Exhausta de permanecer allí aislada, la joven se sentó al margen del ventanal, continuó advirtiendo la danza de las candelillas luminosas y, llenando sus pulmones con el aire paseandero que allí circulaba. Cerró sus párpados y pensó en todo lo que podría estar sucediendo.

A esas horas, generalmente, Idrís y Abbas solían inclinarse en el alt, Haala cocinaba, Nasila y Sahira realizaban diversos quehaceres y Leylak siempre deambulaba por allí. En cuanto a la familia Esparza todo era un misterio, pues al estar confinada en aquel rincón había perdido contacto; no sabía nada acerca de Lorenzo ni de Sofía, ni de Jesús, ni de Jazmín, ni incluso, de Trinidad y su destierro. Las dudas la carcomían por dentro, pero estaba dispuesta a enfrentar lo que fuera necesario para cumplir sus más añoradas ilusiones. La dama continuó navegando en los parajes de su mente cuando dos brazos que se colgaron del margen de la ventana la sobresaltaron y Jesús apareció.

Mientras ella meditaba sobre la vida, el muchacho de largos cabellos se había camuflado entre la sombra de los fanales, se había trepado por los detalles labrados en las pilastras de la construcción. Al llegar al aposento superior su amada abrió los párpados y, del estupor, cayó al suelo de espalda.

Cayendo con toda la fuerza de su cuerpo, la joven se golpeó, pero vio a Jesús subir de un brinco, se levantó entre risas, lo abrazó, lo miró a los ojos y al arrimarse se besaron. Por fin volvían a reencontrarse, pero con ansiedad frente al escalofriante escenario en el cual todo podría suceder, bloquearon la puerta, se alejaron del acceso y se dieron un segundo beso.

—Gracias por venir… ¡Gracias! —exclamó dándole un abrazo. —No fue nada, Ava, sabes que te amo.

—Y yo a ti, pero dime ¿cómo está todo por allá?

—Bien —respondió él—. Lorenzo no hace más que embriagarse… Jazmín me amenazó con abandonarme y huir con sus padres a Sevilla y Sofía me contó de inmediato lo que te ocurrió y vine hasta aquí… ¡Oh, Ava! ¿Y tú?

—Idrís enfureció mucho en verdad… Quiere regresar a Fez, y lo hará. Me dijo que en dos semanas saldremos hacia aquella tierras —le confesó sintiendo su cálida respiración—. ¡Te extrañé mucho, Jesús! Pero dime ¿qué haremos ahora, dónde iremos?

—Saldremos de aquí, ¡huiremos! —cogió su mano y caminó hasta la ventana—. Mi caballo nos está esperando aquí afuera, los hombres no han podido verme, ¿vienes conmigo?

—Claro que sí… —suspiró lanzándose a sus brazos—. Nunca estuve tan decidida por lo que quiero.

—Señorita Ava. Señorita Ava —los interrumpió Haala llamando a la puerta—. Señorita Ava tengo su té —mencionó tratando de girar la perilla.

—La, la, la… Aguarda Haala —la detuvo—. Quiero hacer una oración profunda a Dios… Estaré varias horas y no responderé a nadie, necesito concentrarme en Alá. Alhamdulilah… Asegúrate de que nadie llame a mi puerta, quiero estar en paz —le solicitó—. ¿De cuerdo?

—Aiwa, waja, waja… —contestó la cocinera ya tomando distancia—. Beslama.

—Eso estuvo cerca —dijo él con una sonrisa—. Demasiado cerca. —Volvió a reír ya acercándose a la ventana—. Ven, te ayudaré a bajar. ¿Qué dices si cabalgamos hasta donde nos lleve el viento?

—Iré contigo hasta donde la vida nos dicte final… Y luego, iré contigo hasta donde la muerte nos indique por cual camino seguir —concluyó con esperanza mientras los dos se preparaban para la gran fuga.

Las brillantes luciérnagas se tambalearon de un lado a otro cuando el caballo oscuro pasó corriendo a su lado. Ambos jóvenes iban montados en la alta criatura y, con emoción, aún no podían creer lo que acababan de hacer. En pocas palabras, luego de escuchar como Haala bajaba las escaleras, ellos habían cruzado el arco del tragaluz y descendido con delicadeza para no golpearse. Luego, se sujetaron de la ornamentada y labrada pared hasta llegar en pocos segundos al suelo. Así, no dudaron en buscar al negro corcel, subirse a él y partir a toda velocidad.

La ventisca golpeaba sus rostros a medida que escapaban del prominente patrimonio “Maktub”. Luego de tanto tiempo e inundándose al fin de intrepidez, Ava dio bravura a su corazón y supo que Jesús era la única salida a sus problemas. Ella realmente lo amaba, y, aunque Idrís era un hombre excelente que se había encargado de cuidarla, de darle prominencia y de enseñarle las buenas tradiciones del Islam, su ser completo estaba aún con aquel buen muchacho de cabello enmarañado. Ya nada importaba; ella estaba enamorada de él y nada podría reemplazarlo.

Osadas cuestiones habían intervenido en la historia e incluso, el pasado dejaba tristes marcas en el cuento de su vida, sin embargo, lo único que ahora importaba era que estaban juntos, en un mismo corcel, enfrentando el mismo viaje y bajo el latido al unísono de sus corazones.

El tiempo siguió trascurriendo y, dándole un vistazo al lejano manto del océano, Jesús guio al caballo sobre las arenas de la ribera y galopó durante algunos minutos al margen de las aguas, sintiendo el roce de las gotitas que se levantaban con cada fuerte pisada, bajo los lucíferos ademanes del éter. Algunos peces saltaban a la superficie y volvían a adentrarse al mar mientras ellos dos se liberaban a la emoción.

Cuando se detuvieron, descendieron del corcel, mojaron sus tobillos y se sentaron en una de las rocas encajadas a la orilla de la playa, se tomaron de la mano, ella le apoyó la cabeza en el hombro y continuaron dialogando.

—Fueron tantas las noches en las que soñé estar así a tu lado… —comentó Jesús mientras el nimbo celestial le daba más brillo a sus ojos—. La vida nos separó, pero nunca más volverá a hacerlo.

—Creo en ti… Creo en tus palabras… Aunque debo confesar que tengo miedo.

—No, Ava —retrucó él, besando el lateral de sus ojos—. Ya no más, todo será distinto. Conocemos, finalmente, la verdad, ¿qué puede vencernos? ¿hay algo más fuerte que nuestro amor? Y por más que así fuera, por más que lo reñido del futuro ose separarnos, ¿acaso no viviremos sabiendo lo mucho que nos queremos? Dime, Ava, amada mía, ¿qué puede ser capaz de sepultar nuestros recuerdos?

—Nada… Ya nada nos distanciará —la dama lo abrazó, se puso de pie y, dando un giro sintió como su vestido se sacudía por el aire—. ¿Qué planeas hacer ahora? Aunque a tu lado, vayamos donde vayamos todo será perfecto.

—Somos libres, Ava, pronto encontraremos nuestro rincón en este mundo. —Jesús se levantó, avanzó con el agua hasta las rodillas y cogiendo arena mojada del suelo la levantó y se la arrojó al cuerpo de la señorita.

—¡Oh, cielos! —gritó ella inclinándose y tomando otro manotazo de arena—. Te lo mereces —volvió a exclamar tirándole las nimias piedrecillas al cabello.

—Maldición… —suspiró retirando un alga por encima de su cabeza—. Lo pagarás. —Y, a continuación, corrió hacia ella, la alzó y caminó aún más hacia las profundidades del mar.

—No, Jesús. ¡Detente, Jesús, por favor! —suplicó segundos antes de ser empujada.

Ya con el agua al cuello, ambos se salpicaron, gritaron y, hundiéndose mutuamente comenzaron a jugar en aquellas profundidades del mar. Allí al margen de las aguas, entre el oleaje, nadando lado a lado, no tuvieron más que tomarse de los brazos, reír y besarse.

La sinfonía del océano y el coro de las estrellas fugaces adornaban el mágico escenario, disfrutando de la compañía que se daban, siguieron durante largos minutos contemplando sus propios ojos. Temblaban de frío por la temperatura de las aguas, escapaban del viento en la superficie e incluso, se sumergían y nadaban por debajo mientras algunos pececillos paseaban al lateral de sus pies.

El sonido del rompiente marino llegaba a sus oídos, las aves nocturnas surcaban los elevados campos del nirvana, el corcel oscuro descansaba en la cercanía de la ribera, las constelaciones iluminaban las alturas, algunas nubes navegaban sobre el territorio y, allí, recostados sobre la playa arenosa mientras sentían todavía el oleaje llegar hasta sus pies, Jesús y Ava, se tomaban de la mano y, en silencio, contemplaban la inmensidad de las formaciones de estrellas. En sus iris se espejaba la imagen e incluso, se advertía la presencia de la luna que lentamente desperdigaba su paso en aquellos inexplorados lugares.

Sus respiraciones se enlazaban y, abrazados, no tuvieron más que seguir aguardando los toques del tiempo para luego dormir, soñar con aquel hechizado páramo y dar la bienvenida a un nuevo e inaplazable día.

Sus párpados se abrieron ante la presencia de los primeros esbozos luminosos del sol y, siendo testigos de aquel hermoseado amanecer, Jesús y Ava se levantaron entre los halos matizados de la alborada, comieron algunos bocadillos de fruta que él había guardado en el costal de viaje junto al caballo y se despidieron del atesorado paraje donde sus pensamientos siempre habían fluido, almacenaron los frutos restantes, mojaron por última vez sus pies en las aguas saladas del mar y montaron a la criatura de cuatro patas, no dudaron en emprender aquella aventura a lo incierto.

—¿Entonces iremos al Norte? —preguntó ella cruzando los brazos alrededor de él.

—Sí. Iremos por un sendero del bosque, incluso conozco una pequeña choza encima de un árbol donde solíamos ir a jugar con mi hermana. Podríamos pasar allí la noche y mañana seguir viaje.

—Perfecto, eso será fantástico —aclaró ella echando sus rubios cabellos hacia atrás a medida que el corcel empezaba a galopar.

—Incluso tengo amigos de la familia Neimar en Valencia que pueden ayudarnos… Conocidos de mi infancia. Ellos nos darán una mano.

—Esperemos que así sea… —suspiró con esperanza mientras volvía a sujetarlo con fuerza, giraba su rostro para contemplar los elocuentes paisajes limitantes de Cartagena y, sintiendo la fuerza de aquel hombre, se dejó llevar por la imaginación de un futuro feliz.

Ir a la siguiente página

Report Page