Aurora

Aurora


Capítulo 11

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Capítulo 11

Aurora no pudo reaccionar ante lo que escuchó de la mujer

“¡¿Tía?!”

—gritó en su mente, la chica estaba rígida.

—¿Cómo? —logró preguntar.

—Vuelvo a decirte que estabas muy pequeña por eso no recuerdas, es natural.

Aurora buscaba respirar con tranquilidad y prefirió volver a sentarse antes de caer desmaya por la impresión. ¿Cómo es que esa mujer siendo pariente de ellas las buscaba a estas alturas de la vida?

Eso no lo entendía.

—¿Tía? —Volvió a preguntar la chica conteniendo el enojo—. ¿Y cómo es que siendo hermana de mi madre no la vimos cuando ella murió? ¿Cómo es que siendo su hermana usted no vino a los servicios fúnebres?

Aurora le reprochó también sin rodeos y sin medirse, era obvio el resentimiento, era algo justificado y necesitaba respuestas. Se miraron con la misma mirada gélida en ambas, hasta que el teléfono desconcentró a Aurora sin saber cómo reaccionar, sin remedio se levantó a contestar.

—Amy no quiero llamadas ahorita —le dijo molesta a su recepcionista por la interrupción.

—Lo siento señorita pero la llama el doctor Maximilien Stewart y dice que desea hacerle una consulta.

Aurora sacudió la cabeza, ¿un médico pidiendo una consulta? En otra circunstancia se hubiera reído.

—¿Qué? —reaccionó intentando ordenar sus pensamientos, entre la supuesta “tía” salida de la nada y el médico al mismo tiempo no sabía qué hacer.

—Sí, dice que mañana tiene la inauguración de su clínica y desea consultar los servicios de la agencia.

Aurora exhaló volviendo a sacudir la cabeza y se tranquilizó para poder actuar.

—Está bien, pásame la llamada —dijo resignada.

Raissa aprovechó tomarse la pastilla mientras esperaba que su “sobrina” atendiera la llamada.

—Y justamente acaba de llegar otro arreglo para usted, de parte de él —continuó la recepcionista.

—¿Qué?

—Le paso la llamada y voy a dejarle las flores a su oficina.

—Está bien.

Aurora miró a la mujer que exhalaba un tanto impaciente pero tenía que aguantarse.

—Señorita Warren.

—Hola doctor, casi no atiendo su llamada, estoy un tanto ocupada.

—Disculpe, es sólo que como mañana inauguro mi clínica deseaba que me orientara en cuanto a cómo hacer el evento.

En ese momento entró Amy con el arreglo y Aurora se quedó perpleja, no eran unas simples flores. No era un arreglo más como cualquier otro, ni siquiera era como los que ella tenía en la agencia sino mucho más exclusivo, no dejaba de verlas.

—¿Aurora? —insistió Max.

—Sí, sí…

La cabeza le daba vueltas por tantas cosas al mismo tiempo y no sabía a quién darle su atención.

—Le decía de mi evento de mañana —continuó él.

Hasta la misma Raissa se quedó mirando las flores con atención cuando Amy las puso sobre el escritorio de Aurora.

—¿Más flores doctor? —preguntó Aurora reaccionando.

—Hmm… —él se apenó al escucharla.

Max se quedó un momento callado, no sabía qué contestar, esperaba que las flores llegaran después y que fuera ella la que le diera la sorpresa como el día anterior.

—Es un detalle más, por… para desearle que se recupere, espero le gusten.

Aurora no dejaba de verlas, era algo que no esperaba pero volvió a reaccionar sacudiendo la cabeza.

—Está hermoso el arreglo gracias, no era necesario y con respecto a su consulta… me toma un poco desprevenida para poder orientarlo de manera profesional porque estoy con otro evento en puerta y casualmente salgo para Los Ángeles esta tarde. Siento no poder ayudarlo personalmente pero puedo indicarle a Amy, mi recepcionista para que lo oriente con algunas cosas. Obviamente lo que se requiere en una inauguración es la bendición de algún sacerdote si es usted católico, o del rabino si es judío o pastor si es evangélico, o sea una de estas personas capacitadas en asuntos religiosos le bendecirá su negocio antes, durante y después del corte de la cinta. Prepárese usted con algunas palabras para sus invitados y puede contratar un servicio de catering para hacer del evento algo ameno. Amy puede ponerlo en contacto con quienes nos apoyan a nosotros y que se especializan en bocadillos y bebidas porque como le digo no podré hacerme cargo de lo suyo personalmente, lo

siento.

Maximiliano se había quedado sin habla y sin poder asimilar todo lo que Aurora le había dicho,

no sabía si era un efecto por lo que ella ya significaba para él o porque él no podía procesar como hombre todas las palabras de la chica con respecto al evento.

—Sí, sí, suena interesante —sonó un poco desanimado—. La verdad… me hubiese gustado mucho que usted… fuera también mi invitada pero si tiene que viajar ni modo, trabajo es trabajo. Con gusto tomaré nota de todo lo que me ha dicho y creo que si voy a necesitar la orientación de su personal para… poder… saber que hacer sin problemas.

—Le pasaré a Amy otra vez y le dice lo que quiere o su idea, si no tuviera este compromiso con gusto le serviría pero sencillamente no puedo, a mi regreso hablaremos con más calma.

—Sí, gracias, como quiera.

—Pase buen día y de nuevo muchas gracias por las flores, están preciosas, me encantan —las acarició acercándose a ellas—. Y le aclaro que ya estoy mucho mejor de salud así que ya no es necesario más detalles, gracias por la gentileza.

—Ha sido un placer, me alegra que le gusten.

—De nuevo gracias y le deseo muchos éxitos en su evento de mañana, cualquier cosa no dude en contactarse con Amy, ella lo orientará.

—Lo haré, gracias.

—Adiós.

—Hasta pronto.

Aurora puso la llamada en espera y se comunicó con Amy mientras al otro lado Maximiliano exhalaba resignado y a la vez decepcionado. Se había hecho ilusiones con respecto a tener algún contacto más cercano con ella y sabía que su evento de inauguración sería la excusa perfecta, pero no le había resultado.

—¿Será mejor así? —se preguntó exhalando.

Sacudió la cabeza, sabía que no podía seguir avanzando, no podía llegar más allá.

—Esto no estaba en mis planes, no puedo permitirlo aunque sea interesante —murmuró para sí con decepción.

La chica le atraía pero su situación era un impedimento, cargaba un asunto personal y no podía arrastrarla a ella, eso era algo sólo de él y no tenía ningún derecho a arruinar la vida de otra persona por algo que él no podía dar.

—Amy te paso al doctor —le dijo Aurora a su recepcionista—. Necesita unas orientaciones con respecto a su evento de mañana, por favor ayúdalo.

Cortó la comunicación y exhalando después de ver las flores otra vez, se volvió a su visita inesperada que la miraba con atención.

—¿Y bien? —Insistió la chica—. ¿Va a contestar mis preguntas?

—No es fácil.

—No, obviamente no es fácil para nadie, ¿qué espera que le diga a mis hermanas? ¿Cree que le van a perdonar esto? ¿Le parece justo que la consideremos “familia” cuando a usted le da la gana aparecer quien sabe por qué?

—Sé que puede ser imperdonable —no intentaba justificarse.

—No, es imperdonable —le afirmó.

Las mujeres se miraban como si quisieran retarse.

—Señora McQueen… en este momento tengo muchas cosas en la cabeza y asuntos en qué ocuparme, déjeme decirle que llegó usted en un mal momento.

—Sí, ya veo que… eres una persona muy ocupada.

—Además… el que yo… en este momento no sepa qué hacer con usted no significa que mis hermanas si lo harán, no se equivoque. Van a enfurecerse y jamás, jamás la van a reconocer como familia, su deber era presentarse desde mucho antes, su deber era dejar que la conociéramos, su deber era acompañarnos cuando la necesitábamos.

—Una vez me conocieron, ¿no lo recuerdas?

—¿Qué? No, ¿Cuándo?

—Estaban pequeñitas, le pedí a Diana que me visitara y lo hizo, las llevó a todas a mi casa.

Aurora se llevó una mano a la cabeza, comenzaba a dolerle y recordó que necesitaba una pastilla de las que la doctora le había dado. La mujer no mentía, Diana era el nombre de su madre y por ende, el nombre de su hermana menor.

—Ustedes las gemelas tendrían unos cuatro o cinco años —continuó—. La menor sólo tenía meses y la mayor… ella es posible que si me recuerde.

—Igual eso no la justifica para haberse perdido todos estos años, ¡casi la edad de mi hermana menor por Dios! —Le reprochó con todo el derecho—. ¿Por qué razón lo hizo?

Raissa suspiró y a la vez exhaló, parecía emocionalmente cansada y sentía que con Aurora no estaba llegando a ninguna parte.

—Será mejor que me vaya —se puso de pie—. Seguramente piensas que fue un error buscarlas a estas alturas de mi vida cuando no necesitan nada y tienes razón.

—¿Ahora huye? —la provocó, la mujer le clavó la mirada como si se tratara de una sentencia.

—Eres muy directa Aurora, cuidado.

—Oiga usted no puede venir a Ontario como si nada y esperar que recibamos con los brazos abiertos a una completa desconocida. Lo que me deja claro es que sencillamente a usted nosotras nunca le importamos, ¿tiene usted idea de lo que son los lazos familiares? Creo que no.

—Eres de las que dice lo que piensa —la miraba con la misma gélida insistencia—. No reparas en nada, ¿siempre tienes esa actitud?

—¿Ahora me va a decir que es herencia? —Aurora insistía en provocar notando que parecían ser iguales en carácteres.

—No hemos terminado Aurora —la mujer se encaminó lentamente hacia la puerta, tajando de esa manera la conversación—. Haz tu trabajo, hablaremos después.

Y sin dejarle agregar algo más la mujer salió de su oficina, era mejor que una de las dos cediera en ese momento y como invitada, Raissa era la que estaba en la obligación de hacerlo.

Aurora sentía que lo que le pasaba era el colmo y exhaló, no quería sentir nada contra la dichosa tía recién aparecida pero el resentimiento en su corazón era inevitable.

“Una más”

—pensó, eso era un agregado más a su lista negra de gente indeseable. ¿Cuántas más iban a ver? Negó ofuscada intentando no pensar en nada, ¿cómo iba a decirle eso a sus hermanas? ¿Cómo lo iban a tomar ellas?

Tanto Minerva como Ariadna ya tenían suficiente como para recibir una noticia así y ella también prefería callar y de la misma manera proteger a su hermana menor. Era viernes, comienzo de fin de semana, tenía muchas cosas que hacer, todo se le había juntado pero lo que nunca se imaginó era conocer a una pariente altiva, taciturna, de no muy buen carácter para colmo y a quien no estaba dispuesta a soportar.

—¿Por qué aparece a estas alturas de la vida? —se preguntó en voz alta.

Lo que si tenía claro era que Raissa McQueen sabía mucho y no por nada daba la cara después de tanto tiempo arriesgándose a ser humillada y despreciada por las hermanas Warren, porque Aurora estaba segura que sus hermanas iban a actuar de no muy buena manera y la atacarían sin reparar en las consecuencias.

—¿Y qué espera esta mujer? —Insistió con inquietud—. ¿Quiere ganarme y que sirva de intermediaria?

Negó otra vez sin saber qué hacer y volviendo su vista al escritorio se enfocó en las flores que el doctor le había mandado, sin saber por qué curvó los labios, se acercó a ellas y las observó con detenimiento. El arreglo completo no llegaba ni siquiera a los cuarenta centímetros de altura. Las flores eran pequeñas y de pétalos redondos muy tiernos, era un ramillete de ellas, tantas que no las podía contar y a simple vista y de largo, parecían un ramo de Hortensias pero no lo eran, aunque tenían más un parecido a las flores del cerezo japonés. Tenían varios tonos de azul, desde el más claro casi blanco hasta un celeste oscuro y juntas, daban un precioso tono azulado al arreglo que era imposible dejar de ver. Observó al tallo café y grueso de donde sobresalían, era curvo y entrelazado con otro con algunas hojas de verde intenso que brotaban de las pequeñas ramas, el musgo en la base sumado a algunas piedras en tono gris-azulado que reposaban en alguna especie de tierra bien preparada captaba su atención ya que no era musgo “puesto” sino que nacía de entre la tierra y las piedras. El dulce aroma que emanaba de las flores sumado al olor húmedo del musgo hacía desprender la más extraña fragancia, acarició la brillante base de porcelana fina también gris-azulado con diseño de mosaico en el que reposaba el arreglo y suspiró, sin duda un regalo bastante fino y delicado en el que debía esmerarse por cuidar ya que no se trataba de un simple arreglo nada más.

—Están divinas —suspiró sin dejar de reír, el poder de las flores le había hecho olvidar la “mala” experiencia que acababa de pasar.

Lo que Aurora Warren recibió por parte del médico había sido uno de los más extraños, delicados, preciosos y codiciados tipos de Bonsái del que tenía conocimiento, una lujosa plantita de la que ella inmediatamente se había enamorado y a la vez preocupado porque requería los mismos cuidados de un bebé.

 

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