Aurora

Aurora


Capítulo 35

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Capítulo 35

Aurora regresó de sus pensamientos con una melancolía que le era imposible de ocultar, las cosas seguían sus cursos sin que nada las detuviera o afectara; el asunto de Lucas iba de mal en peor según lo confirmaban algunas noticias de la ciudad. Raissa que había aparecido de la nada y que también se había confesado, ahora dejaba la ciudad para viajar a otra dejándole a ella la decisión de hablar lo que sabía con sus hermanas. El ex del que le extrañaba no tener noticias y rogaba porque su amenaza haya sido suficiente para que la dejara en paz, pero también estaba el pobre de Alonso en Cucamonga que no sólo reposaba los malestares de una fuerte pelea, sino que también la estaba esperando el siguiente día para despedirse de ella y seguramente para confirmarle más sus sentimientos e irse tranquilo para Toronto y con la esperanza de tener algo más con ella. Rebecca era otra que la tenía pensando ya que hasta ese día en la tarde le entregaban los resultados de sus análisis ginecológicos, cosa que las tenía nerviosas y sin mencionar lo que por Maximiliano comenzaba a sentir, eso hacía que su corazón se frenara y latiera con calma por él. No quería reconocerlo pero debía pensar seriamente en las palabras de Minerva y darse esa oportunidad. Quería conocer más al médico, lo poco que sabía de él le había impactado y más le impactaba su forma de ser, ¿sería apasionado bajo esa apariencia? Sacudió la cabeza al recordar lo que Diana había dicho sobre los Tauro, lo cierto es que pensando en él se relajaba y el recordar sus manos haciéndole el masaje y el bendito libro sobre el Tao más curiosidad le dio, ¿sería posible llegar a algo más íntimo con él?

¿Podría ella hacerlo posible? En ese momento, como si por arte de magia lo llamara con el pensamiento él mismo tocó su puerta y al abrirla ella se asombró.

—Hola Maximiliano. —Aurora se levantó de su escritorio para encontrarse con él.

—Hola —saludó con la misma sonrisa que ya la cautivaba, entró y cerró la puerta.

—¿Qué haces aquí? —lo abrazó con confianza y él se sintió flotar por el gesto, no esperaba que lo recibiera así.

—Me creerás tonto pero sólo vine a dejarte esto —le mostró la pinza.

—¡Mi pinza! —exclamó asombrada—. Para nada recordaba haberla dejado.

—Quedó en la mesa de la sala.

—No debiste molestarte, que lindo eres, gracias —le dio un beso en la mejilla.

—Es un placer, además… si te soy sincero fue la mejor excusa para verte —la miró de pies a cabeza sin disimular, ella vestía con falda corta color marrón, blusa blanca de seda, encajes y botones frontales y chaqueta del mismo color de la falda. Verle por fin las piernas lo hizo tragar, contorneadas y esbeltas como a él le gustaban.

—No necesitas excusas para verme, puedes venir cuando quieras, siéntate —lo invitó al sofá—. ¿Quieres un jugo o café?

—No, nada, la verdad sólo venía a dejarte la pinza y verte un momento, debo regresar a la clínica.

Ella sonrió levantando una ceja.

—¿Y los cachorros? —preguntó.

—Ah, ya mejor, ambos, el dueño del Rottweiler ya pasó por él y Titán está entretenido con Peter por mientras lo llegan a recoger.

—Me alegra, pues ya que estás apresurado… ¿me acompañarías a almorzar? —esta vez fue ella la que se aventuró a invitarlo.

—Encantado —sonrió suspirando mientras le sujetaba una mano. Aurora ya no sabía cómo interpretar lo que su cuerpo sentía cuando él la tocaba, era como si la piel con piel fueran ya algo más que amigos.

—Te espero entonces, ¿pasas por mí? —otra prueba de que le estaba dejando a él tener dominio sobre ella. Cada quien podía llegar al restaurante, pero ella quería ir junto a él en un mismo auto, eso era más íntimo.

—Será un placer —él se sintió halagado—. Vendré a las doce y treinta, ¿te parece?

—Me parece bien.

Salió feliz de la oficina de Aurora y ella cuando se quedó sola se reclinó en su puerta y también suspiró. Definitivamente el médico también le gustaba mucho.

Poco antes de que Maximiliano pasara Aurora había cambiado de planes, era mejor invitarlo a almorzar a su casa.

Cuando él pasó por ella se llevó una grata sorpresa cuando Aurora le dijo el cambio de planes, se puso algo nervioso por conocer semejante residencia pero no protestó. Lo que sea que la tenía de buen ánimo era ganancia a cómo la había escuchado la noche anterior y esa faceta tan amigable de ella le encantaba.

Llegaron a la casa e inmediatamente que bajaron de la camioneta del médico entraron, Aurora con mucho entusiasmo le mostró todo, los jardines y el interior de la casa, Max estaba asombrado, no es que la casa fuera lujosa pero si era una residencia con todo y tenía lo suficiente y lo esencial para vivir con comodidad. Lo invitó a ponerse cómodo en la sala por mientras ella, se quitaba la chaqueta dejándola encima de uno de los sillones junto con su bolso y corría a la cocina por un vaso de jugo para él. Luego volvió pero al ver él que ella tenía que estar en la cocina prefirió acompañarla a la misma, cosa que a ella le encantó pero con la condición de que le dejara hacer todo a ella, así que él para complacerla se limitaba a observar todas sus vueltas sentado en la isla, panorama que obviamente miraba con placer. Lo único que ella hizo fue sencillo: puso a cocer unos canelones, preparó la carne condimentada salteándola con mantequilla, aroma que inundó la cocina y que abrió más el apetito de ambos. Luego que la pasta estuviera lista los preparó mezclándolos también con una salsa italiana especial de tomate, ajo y albahaca, les roseó un poco de queso mozzarella rallado y los metió unos minutos al horno. Luego con algo de escarola, tomates cherry, pepinos en rodajas y un poco de cebollín picado hizo una deliciosa ensalada que aderezó con un poco de sal, pimienta y aceite de oliva. Cuando los canelones estuvieron listos los sacó y los puso en medio de la isla con su respectiva espátula para servir, también puso el tazón de la ensalada y procedió a sacar los platos, los tenedores y un par de copas. Aurora se deslizaba con tal gracia y naturalidad por la cocina que parecía una danza que formaba parte de ella con delicadeza y armonía y de todo eso él fue consciente al estudiarla. Maximiliano al ver todo eso y tan rápido se quedó pasmado. La mujer era perfecta en la cocina, de eso no le quedaban dudas, Aurora se sentó frente a él y muy sonriente lo invitó a servirse.

—Wow estoy asombrado —dijo por fin.

—¿Te gusta?

—Aurora creo que eres perfecta, esto huele riquísimo —sonrió.

—Pues a comer —le sirvió vino.

—Y con mucho gusto —se saboreó.

Fue uno de los almuerzos más suculentos para Maximiliano, la sazón de una mujer que cocina con amor era el mejor sabor para él y agradecía volver a comer algo así.

Luego del tiempo de almuerzo se prepararon para volver a sus trabajos, por la mente de Aurora pasaron muchas cosas y una de ellas sería un nuevo reproche de Diana cuando se enterara que el médico había estado en la casa y que tampoco había aprovechado el tiempo a solas pero era su casa, un lugar a respetar, no iba a utilizarla para un momento de sexo.

Justo cuando abordaban la camioneta de Maximiliano el móvil de él sonó.

—Dime Peter —contestó mientras le abría la puerta a la chica.

—Max toma nota de este medicamento que se acaba de terminar, necesito que los traigas.

—Dime —se concentró él.

Aurora sólo lo miraba asentir poniendo atención a lo que su amigo le decía.

—Está bien, los llevaré, nos vemos luego —colgó y se volvió a la chica—: Debo pasar por mi apartamento, necesito llevar unas cajas de medicamento, ¿no te importa?

—No claro, vamos.

Él sonrió y cerrando la puerta rodeó su auto para meterse también, ahora debían desviarse a su apartamento. Al llegar ambos subieron, Aurora no dejaba de sentirse un poco nerviosa, otra vez en su apartamento esta vez sí le parecía que era el destino y no se quedó esperándolo en su camioneta para no abusar del aire acondicionado de la Montero ya que el calor esa tarde era insoportable. Al entrar Maximiliano la invitó a ponerse cómoda por mientras él iba a su consultorio por las cajas de medicina que necesitaba, unos minutos después volvía a encontrarse con ella sosteniendo una pequeña caja en donde llevaba todo el medicamento que Peter le había solicitado.

—¿Reservas? —sonrió ella.

—Debo abastecer la tienda, al parecer llegó un cliente que los necesita con urgencia, no todos pero igual aprovecho llevarlos por lo que estaré afuera el fin de semana.

Aurora se acercó a la caja para ver, no sólo había vitaminas para perros y gatos sino medicamento para caballos y reses.

—Vaya que debe de tener problemas el cliente —exhaló—. ¿Qué quiere? ¿Para los animales domésticos o los de granja?

Antes de contestarle el móvil del doctor volvió a sonar, era Peter otra vez.

—Ya voy en camino —le dijo el médico.

—Tranquilo hermano, el cliente volverá en un par de horas pero solicita algo más y quise prevenirte.

—¿Qué cosa?

Aurora notó con disimulo como Maximiliano fruncía un poco la frente, a la vez que se apresuraba a la mesa central para buscar anotar en una pequeña libreta lo que Peter le decía.

—Está bien, gracias por avisar, sirve que me preparo, estaré pendiente —su voz la hizo reaccionar—. Igual de otro rato llegó así hablamos personalmente, la verdad hacer las cosas así tan a la ligera no me gusta pero supongo que es parte de mi trabajo y debo aguantarme. Espero que desista porque no me gusta manejar de noche, ni siquiera pagándome los honorarios extras por la visita. Te veo luego, adiós.

Colgó y exhaló rascándose la nuca.

—¿Algo malo? —inquirió ella.

—No, no creo que sea malo —se acercó a la chica—. Se trata de un cliente algo adinerado que tiene un rancho o algo así y quiere que vaya a ver sus animales. Tiene unos pura sangre que están entrando en celo y al menos las yeguas están algo agresivas hasta para montarlas y de paso que también le vea unas cuantas cabezas de Holstein, ya que desea la mejor producción láctea.

—¿Y a donde debes ir?

—Donde es no me preocupa, lo que no me gusta es que desea que vaya ahora, lo que significa… —miró su reloj de puño—. Que ya debo volver de noche y como ya sabes… la oscuridad no es de ayuda para alguien que usa lentes.

—Entonces dile que no puedes hoy pero si mañana, no pierdas la oportunidad.

—Sí, creo que lo hablaré personalmente, ojalá y entienda, parece ser un buen cliente y tampoco quiero quedar mal, si es alguien de posición debes conocerlo.

—¿Será el hermano de la señora de la tortuga? —Aurora recordó que había dicho algo de eso.

—No lo sé, es posible.

—¿Cómo se llama?

Maximiliano miró el papel donde escribió.

—Juan Diego Quintana —respondió luego de leer.

Aurora reaccionó de un brinco, el nombre no le sonaba tanto pero el apellido la alertó.

—¿Y dónde dices que tiene el rancho? —preguntó evitando mostrar nervios.

El médico volvió a ver el papel.

—En Rancho Cucamonga.

La chica tragó sintiendo que la sangre le había frenado helándole el cuerpo y evitando que respirara, no había duda, era familiar de los Farrell y lo peor estaba segura que por el apellido se trataba del padre de Alonso. Evitó abrir la boca pero si sintió el descender de su temperatura con brusquedad y eso el médico lo pudo ver, se puso pálida y por un momento perdió el equilibrio.

—¡Aurora! —él tuvo que sujetarla, la chica perdió sus fuerzas un momento, se detuvo en sus brazos y pecho.

“No puede ser, ¿por qué?”

—pensó ella tragándose el miedo pero de nada le valía, su estado no lo podía esconder y menos a un médico.

—Estoy bien —mintió intentando disimular.

—No, no lo estás, perdiste color —la sostuvo con fuerza y la llevó al sillón, hizo que reclinara la cabeza para que descansara mejor al respirar.

Aurora deseaba que eso fuera una broma, ¿podía ser el mundo más pequeño? Evitó gruñir, lo menos que quería era que Maximiliano y Alonso se conocieran personalmente, se trataran, sólo para luego después terminar dándose de trancazos cuando supieran que podían rivalizar por ella. Alonso ya había peleado por ella, ¿qué le impedía volver a hacerlo? ¿Pero y el médico? Sabía que por su experiencia Maximiliano no podía exponerse a otros golpes y menos en la cabeza, si volvía a perder la vista y por culpa de ella… Jadeó su terror llevándose una mano a la boca, ellos no podían conocerse. Su sueño había sido una cosa, la realidad iba a ser otra y muy mala y para colmo, con la familia de por medio y de súbito recordó que ella debía confirmar la invitación del siguiente día, la misma Deborah la había invitado y Alonso secundado.

—¿Por qué estás así? —Insistió Maximiliano sujetándole una mano helada—. ¿Lo conoces?

—No, no… no me hagas caso —intentó tranquilizarse, necesitaba respirar—. Ya estoy mejor, fue sólo… la impresión así de golpe.

—¿Entonces sabes quién es? —le puso un cojín en la nuca para que inclinara la cabeza. Luego se levantó para ir a la cocina.

—No lo conozco personalmente, pero si es quien creo que es… —se llevó una mano a la cabeza.

—Dime entonces.

—Creo que es familiar… de los Farrell, la familia que… tiene un serio problema por… porque uno de sus miembros ha sido acusado por asesinato.

—¿El problema por el que te llamaron el día del club que fui a dejarte a tu casa? —regresó con un vaso de agua helada.

—Sí.

Maximiliano exhaló entregándoselo.

—Pero ellos son personas buenas —le aclaró la chica para que él no desconfiara, bebió un poco, necesitaba que la temperatura se le estabilizara.

—¿Pero y lo del crimen…?

—Eso es algo delicado que sólo podrá esclarecerse después.

Aurora sabía que no podía hablar de más, no debía hacerlo, por el bien del mismo Maximiliano era mejor que permaneciera ajeno y se limitara a tratar a la gente de la manera profesional que un médico lo hace con sus clientes sin saber más allá de sus intrincadas vidas privadas. Su prioridad debía ser únicamente los animales de estas personas como sus pacientes, no los dueños de los mismos. Se sentó derecha en el sillón cuando se sintió mejor.

—No deberías hacer esfuerzo tan pronto —le dijo él.

—Creo que debemos irnos —sugirió ella.

—¿Te sientes mejor? —Le sujetó la cara—. ¿Deseas algo más?

—No, nada —lo miró a los ojos, lo que aún no pasaba comenzaba a dolerle y no sabía el por qué sentía el deseo de querer protegerlo. Él debía estar al margen de todo.

Puso el vaso en la mesa contigua y se levantó obviando el estremecimiento que la mirada del médico le provocaba, pero al hacerlo el mareo por la impresión volvió y se vio otra vez en los brazos de él que la sostenían, ella se mordió los labios.

—Aurora no olvides que soy médico y el hecho que sea veterinario no significa que no conozca la medicina general primero y por lo que veo no estás bien —le acarició la cintura.

—Es sólo la impresión, nada más, con lo que pasa con los Farrell… es mejor estar al margen.

—¿Significa que no me recomiendas tener tratos con este hombre?

—No, no… —negó evitando los nervios, nervios por la situación y nervios por estar así tan cerca con él—. Puedes tener tratos como los tienes con otros clientes, no pierdas la oportunidad de ser el médico que sus animales necesitan.

Maximiliano la miró fijamente, estar así era el cielo para él, tenía a la chica en sus brazos y su boca a escasos centímetros, toda ella le fascinaba. El cambio que había dado, la amistad que ahora tenían, el haberlo invitado a su casa y haber cocinado para él, su comprensión por su trabajo, todo en ella le era perfecto a pesar de su carácter serio cuando se vestía con esa coraza. Sin saber cómo le acarició una mejilla y Aurora, debía evitar que el corazón se le saliera del pecho en donde se hacía espacio para palpitar en descontrol, simplemente por la proximidad y la caricia del hombre.

—Max… —murmuró cerrando los ojos, lo vulnerable ya no lo podía esconder.

—Eres perfecta Aurora —susurró él casi en sus labios.

—No lo soy, tengo muchos defectos.

—Para mí eres perfecta y no tienes idea de lo que me provoca tenerte tan cerca, es imposible resistirme, muero por besarte, muero por probar la miel de tus labios…

Sin poder terminar, sin poder resistirlo y sin que ella también se resistiera acercó sus labios, por primera vez se tocaron y al hacerlo fue como si un imán los uniera con fuerza, una creciente necesidad en ambos los dominaba y la insaciable sed por sentirse los envolvió. Maximiliano sintió la gloria cuando ella lo recibía en vez de rechazarlo, él la apretó más a su cuerpo y ella dejándose llevar por un deseo que fue incapaz de rechazar subió las manos a su cuello para acariciarlo y deleitarse, estaban besándose con suavidad y fuerza a la vez. La electricidad tomaba posesión de sus estremecidos cuerpos recorriéndolos completos, fuego comenzaba a arder en ellos, estaban cediendo el uno al otro y una fuerte conexión terminó de unirlos más.

 

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