Aurora

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Hojarasca se sacudió la llovizna de los bigotes y continuó tras los demás por la cuesta cubierta de brezo. Habían estado caminando toda la mañana, dejando atrás la nieve y las montañas, pero perseguidos por la lluvia que bajaba de las cumbres detrás de ellos.

—¿Te has fijado en Estrella Alta? —le susurró Acedera.

El líder del Clan del Viento andaba al lado de Bigotes entre las matas de brezo. A pesar de la lluvia, ya no se apoyaba en el guerrero que siempre estaba junto a él, sino que avanzaba con seguridad, como si por fin creyera que estaba a punto de llegar al nuevo hogar de su clan. Irguió las orejas cuando un conejo salió disparado desde una roca, más adelante. Bigotes miró de reojo a su líder, que asintió. Entonces el guerrero fue por el conejo, y Oreja Partida y Manto Trenzado lo siguieron ladera arriba.

—Creo que el olor del brezo le ha devuelto al Clan del Viento parte de su antiguo espíritu —ronroneó Hojarasca.

Todos los gatos parecían más relajados que en las montañas; no sólo los del Clan del Viento. Estrella Negra caminaba junto a Estrella de Fuego. Manto Polvoroso iba al lado de Bermeja, y el brezo rozaba sus costados atigrados mientras hablaba tan a gusto con la lugarteniente del Clan de la Sombra.

—Jamás pensé que vería a Manto Polvoroso tan cómodo con los demás clanes —comentó Hojarasca.

—Pronto volverá a ser el mismo de siempre —replicó Acedera con desenfado—, en cuanto nos instalemos en nuestro nuevo hogar y las cosas recuperen la normalidad.

—Siempre habrá cuatro clanes —murmuró Hojarasca, casi para sí misma, pero ¿sería eso verdad?

Al mirar a su alrededor, advirtió impactada que era imposible decir, en la multitud de gatos, dónde empezaba un clan y terminaba otro.

—Yo me alegro de haber salido de las montañas —maulló Acedera—. Borrascoso ha sido muy valiente al quedarse.

—Le quedaban muy pocas cosas en los clanes.

—Bueno, aun así, yo preferiría estar aquí —replicó Acedera.

—¿Incluso aunque no sepamos adónde vamos? —le preguntó Hojarasca, sorprendida.

—¡Mira este sitio! —Acedera señaló con la cola el terreno que las rodeaba—. No hay ni rastro de monstruos ni de tierra removida. Y es estupendo volver a oler a presas —añadió, pasándose la lengua por el hocico.

En ese momento, apareció Bigotes con un conejo colgando de su boca. Hojarasca sabía que su amiga tenía razón: aquel lugar parecía más seguro que cualquiera que hubieran visto en muchos días y noches. Aun así, sin una señal del Clan Estelar, ¿sería realmente su nuevo hogar?

—¡Hojarasca!

La voz de Carbonilla despertó de golpe a la aprendiza, que abrió los ojos. Todavía estaba oscuro.

—¿Va todo bien? —preguntó, poniéndose en pie y mirando alrededor.

Los clanes se habían refugiado en un umbroso bosquecillo para pasar la noche. Un viento helado soplaba entre los árboles.

—Estrella de Fuego quiere que nos pongamos en marcha lo más pronto posible —respondió Carbonilla.

—¿Por qué no podemos quedarnos aquí? —maulló Betulino, quejoso.

Cuando los ojos de Hojarasca se acostumbraron a la luz de la madrugada, vio que el cachorro estaba mirando fijamente a su madre, acurrucado entre las raíces de un árbol.

—No podemos detenernos todavía. —La profunda voz de Zarzoso resonó antes de que Fronda pudiera responder—. El Clan Estelar nos dirá cuándo hemos encontrado nuestro nuevo hogar.

—Pero la señal podría llegar mientras esperamos aquí —intervino Manto Polvoroso.

—¿Esperar aquí? —Enlodado fulminó con la mirada a los gatos del Clan del Trueno—. Quizá vosotros os sintáis como en casa con estos árboles, pero nosotros no.

—Los arroyos de aquí no son lo bastante profundos para pescar —apuntó Estrella Leopardina.

Esquirolina asintió.

—Debemos seguir adelante.

—¿Adónde exactamente? —gruñó Alcotán.

Esquirolina entrecerró los ojos.

—¿Tenemos que saberlo todo?

Zarzoso sacudió la cola para hacerla callar, y luego miró a Carbonilla.

—¿Has recibido alguna señal del Clan Estelar?

La curandera negó con la cabeza.

—Yo no. Pero Hojarasca tuvo un sueño —maulló.

A Hojarasca le dio un vuelco el corazón cuando los ojos de todos los clanes se volvieron hacia ella, fulgurantes bajo la escasa luz.

—Y… yo no sé… si era una señal —se apresuró a decir—. Soñé que estaba sentada ante una gran extensión de agua reluciente…

—¿Agua reluciente? —la interrumpió Estrella Leopardina—. ¿Te refieres a un río?

Hojarasca negó con la cabeza.

—No, no era un río. Las aguas eran lisas; no se agitaban. Vi el Manto Plateado reflejado en su superficie, y todas las estrellas relucían tan claramente como si estuvieran nadando en el cielo.

—¿Eso es todo? —quiso saber Estrella Negra.

—Jaspeada también estaba allí, y me dijo que el Clan Estelar nos encontraría.

Se obligó a mirar a los ojos al líder del Clan de la Sombra, aunque le temblaban las patas.

—Entonces, ¿debemos buscar agua? —maulló Estrella Alta, esperanzado.

Hojarasca agitó las orejas.

—Creo que sólo era un sueño —susurró—. No he tenido ninguna señal del Clan Estelar después de eso. —Se miró las patas, abatida—. Empiezo a pensar que sólo soñé lo que deseaba soñar…

—En ese caso, no tenemos nada —masculló Estrella Negra, dando media vuelta.

—¿Estás segura de que no era más que un sueño? —le preguntó Zarzoso a la aprendiza de curandera.

Ella buscó la verdad en su corazón.

—No lo sé.

Nunca se había equivocado con sus sueños, pero si aquél contenía realmente un mensaje de sus antepasados guerreros, ¿no habría habido alguna señal que les dijera que el Clan Estelar estaba con ellos en ese lugar, algo como una estrella fugaz u otro sueño?

—Bueno, entonces sólo nos queda seguir adelante —suspiró Zarzoso, y avanzó hasta salir de la arboleda.

Una herbosa ladera descendía delante de él hasta un estrecho valle. Más allá, una serie de colinas se alzaba en el cielo añil; sus onduladas estribaciones estaban sombreadas de bosque.

Cuando los gatos comenzaron a salir del bosquecillo, todavía bizqueando y desperezándose, Hojarasca miró hacia el cielo. Había nubes tapando las estrellas.

—No te preocupes por la señal. —La voz de su padre la sorprendió, y Hojarasca se dio cuenta de que lo tenía justo al lado—. Todavía eres aprendiza de curandera —murmuró Estrella de Fuego—. No deberías sentirte responsable cuando el Clan Estelar decide permanecer callado.

Hojarasca miró agradecida los ojos color esmeralda de su padre, que continuó:

—Estoy muy orgulloso de ti. Y también de Esquirolina… Aunque la profecía de Carbonilla me asustó durante un tiempo.

—¿La profecía de Carbonilla? —repitió la joven.

—La de que el fuego y el tigre destruirían al clan.

Hojarasca parpadeó. En esos momentos, el siniestro augurio de Carbonilla parecía a una vida de distancia.

—Ahora creo que ya entiendo qué significaba. —Estrella de Fuego miró a Esquirolina y Zarzoso, que estaban guiando a los gatos hacia el valle. Sus pelajes refulgían como la luna en la penumbra—. La hija de Estrella de Fuego y el hijo de Estrella de Tigre destruyeron el clan… —maulló—, pero no como yo me temía. Nos sacaron de nuestro antiguo hogar, alejándonos del peligro e internándonos en lo desconocido. Muchos se habrían desanimado ante las dificultades que se encontraron, pero ellos conservaron la fe y nos pusieron a todos a salvo. —Miró a Trigueña y a Corvino Plumoso, que caminaban a ambos lados de los clanes protegiendo al grupo—. Los primeros gatos que atravesaron las montañas… tanto los que siguen entre nosotros como los que viven ahora con otros guerreros… serán honrados para siempre entre los clanes por su valor.

Sacudió la cola y luego se alejó para alcanzar a Tormenta de Arena. Hojarasca sintió una oleada de orgullo por su hermana, y gratitud hacia su padre por estar dispuesto a confiar en que Zarzoso y Esquirolina iban a llevarlos a un lugar seguro.

Serpenteó entre los gatos para situarse junto a Acedera, y así llegaron al pie de la ladera y comenzaron a ascender el otro lado del valle.

—Tengo hambre —se quejó Acedera.

—Ya está a punto de amanecer —respondió Hojarasca—. Estoy segura de que podremos cazar entonces.

—Por lo menos parece que éste es un buen terreno para cazar —comentó la guerrera mirando alrededor y contemplando las jóvenes hayas que cubrían la ladera.

Hojarasca reconoció la voz de su hermana más adelante.

—¡Huelo a presas, a hojas y a helechos como los que teníamos en el bosque! —Esquirolina se les acercó dando saltos—. Espero que recibamos algún tipo de señal cerca de aquí. —Miró a través de los árboles, donde se veía el pelaje de Zarzoso, deslizándose entre las sombras como un pez—. Y también espero que Zarzoso esté bien. Hoy no ha dicho prácticamente nada.

—Sólo está preocupado —la tranquilizó Hojarasca.

—¿Cuál crees que será la señal? —se impacientó Acedera.

Hojarasca sacudió la cabeza.

—No lo sé —admitió.

Debajo de los árboles, apenas podía ver a un par de colas de distancia, pero siguió los olores de sus compañeros de clan, que ascendían tenazmente la colina.

Como si todos los gatos estuvieran esperando algo, la tensión recorrió los clanes, tensando músculos y erizando pelajes. No habló nadie mientras alcanzaban la cima de aquella ladera. Se alinearon a lo largo de la cresta sin árboles, formando una sola hilera, recortados contra el oscuro cielo. Una fría brisa sopló entre ellos, y Hojarasca notó cómo le alborotaba el pelo. Cerró los ojos un instante y lanzó una súplica desesperada al Clan Estelar.

«Por favor, que las palabras de Jaspeada sean ciertas. Mostradme que estáis esperándonos», pidió.

La brisa cobró intensidad, acariciando su pelaje, y, en lo alto, las nubes se desplazaron, dejando a la vista una luna reluciente y redonda que brilló sobre los gatos.

Hojarasca abrió los ojos y se quedó sin aliento. En el extremo más alejado de la cima, el suelo descendía abruptamente, alejándose hacia una amplia y lisa extensión de agua. Todas las estrellas del Manto Plateado se reflejaban en el lago, resplandeciendo como la plata en el oscuro firmamento, como si estuvieran nadando en el cielo nocturno.

El corazón de Hojarasca se inundó de felicidad. Sabía, desde lo más profundo de su alma, que habían llegado al final de su viaje. Su fe había bastado: sus antepasados habían estado esperándolos allí todo ese tiempo.

La aprendiza levantó la vista. El distante horizonte estaba tornándose rojizo allí donde la aurora empezaba a desplazar a la noche, revelando poco a poco el nuevo hogar de los clanes.

«Éste es el lugar que estábamos destinados a encontrar, y el Clan Estelar está aquí».

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