Aurora

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Un desgarrador aullido resonó en la hendidura rocosa, despertando a Hojarasca con un sobresalto. Por un momento, la gata pensó que aún estaba en la jaula y que su trágica huida no había sido más que un sueño. Entonces captó el olor del bosque y del río en la gélida brisa, y recordó que se hallaba en las Rocas Soleadas, en el nuevo campamento del Clan del Trueno. Parpadeó y se asomó por el borde de la grieta. Su aliento se condensó en el aire helado como si fuera humo.

—¿Qué ocurre? —susurró Cora.

La atigrada había dormido junto a Hojarasca en la grieta donde se refugiaban los aprendices. La joven notó cómo el suave pelo de su amiga se erizaba contra su costado.

—Parece la voz de Fronda —maulló—. Pero desde aquí sólo puedo ver a Manto Polvoroso.

El guerrero marrón estaba plantado en la pendiente cubierta de escarcha, y su silueta se perfilaba contra la primera luz del alba. Un cachorro colgaba inerte de su boca.

Mientras Manto Polvoroso se llevaba a la criatura, Fronda volvió a lanzar un desesperado aullido desde el hueco que conformaba la maternidad provisional del campamento.

Hojarasca salió de su guarida, intentando no resbalar por la piedra helada, y corrió hacia donde estaba la atormentada madre.

—¿Fronda, qué ha sucedido?

—¡Carrasquilla ha muerto, Hojarasca! —susurró la reina—. Manto Polvoroso acaba de llevársela para enterrarla. —Atrajo hacia su vientre al único hijo que le quedaba—. Me he despertado y estaba fría. ¡Fría como el hielo! —El dolor quebró su voz—. La he lamido una y otra vez, pero no he conseguido que despertase.

Hojarasca sintió cómo la pena oprimía su corazón. ¿Qué clase de curandera era ella si ni siquiera había intuido que Carrasquilla estaba tan cerca de morir?

—Oh, Fronda —maulló casi sin voz—. Cuánto lamento no haber podido hacer nada…

Uno a uno, los miembros del clan se agruparon en torno a la maternidad en un silencio adusto. Cora se hallaba entre ellos, con los ojos dilatados de compasión. Para gran alivio de Hojarasca, al clan no parecía importarle que la minina casera estuviera allí. Ahora todos compartían un enemigo común: los Dos Patas que estaban cazando gatos y arrasando el bosque.

Carbonilla se dirigió hacia donde estaba Fronda, y al ver a Hojarasca le susurró al oído:

—Ve a buscar semillas de adormidera. Fronda no puede malgastar la poca energía que le queda en duelos.

Hojarasca corrió hacia la grieta en la que Carbonilla guardaba su pequeño montón de remedios, y tomó la provisión de semillas de adormidera, que estaban envueltas en una hoja. Deseó con todo su corazón estar todavía en el barranco, donde las curanderas tenían su guarida bien abastecida. Al mirar la reseca hoja, supuso que sólo quedarían dos o tres dosis de adormidera como mucho, y no había posibilidades de encontrar más, con la estación sin hojas ya encima.

La llamada de Estrella de Fuego la sobresaltó.

—¡Hojarasca! —El líder estaba subiendo por la cuesta con Zarzoso y Musaraña—. ¿Cómo está Fronda?

—Carbonilla me ha dicho que le lleve semillas de adormidera para calmarla.

—¡No pensaba que las cosas fueran a empeorar tan pronto! —gruñó Estrella de Fuego—. ¡Oh, Clan Estelar! ¿Qué puedo hacer para ayudar a estos gatos?

Alzó la mirada al Manto Plateado, que iba desvaneciéndose deprisa con la luz del alba.

—Esta noche ha hecho mucho frío —señaló Musaraña—. Esa pobre criaturita no tenía suficiente carne sobre los huesos para soportarlo.

—Betulino ha sobrevivido —les recordó Hojarasca—. Tenemos que hacer todo lo posible para que Fronda pueda alimentarlo como es debido.

—Pero las noches serán cada vez más frías, y cuando llegue la nieve…

Estrella de Fuego enmudeció y se quedó mirando las copas de los árboles que había más allá de las Rocas Soleadas.

Zarzoso miró a Hojarasca con inquietud.

—Si tenemos que abandonar el bosque, deberíamos hacerlo pronto —maulló—. Antes de que las nevadas nos impidan atravesar las montañas.

Hojarasca entrecerró los ojos. Desde que su hermana le había contado el aviso de Medianoche, estaba sumida en la duda. Sabía que muchos de sus compañeros de clan no se creían que el Clan Estelar deseara realmente que se fueran, pero ella confiaba en el importante papel de Esquirolina y Zarzoso en el destino de su clan. No quería marcharse del bosque en que había nacido, y temía que los clanes no estuvieran lo bastante fuertes para semejante viaje, pero ¿cómo podían ignorar la voluntad del Clan Estelar?

—Ya sabéis lo que pienso —respondió Estrella de Fuego—. No podemos irnos sin los otros clanes.

Hojarasca coincidía con él. Por muchos apuros que estuviera pasando un clan, debían permanecer los cuatro juntos: el Clan Estelar así lo había exigido siempre.

—Tengo que llevarle esto a Fronda —murmuró, y recogió el fardo de semillas.

Al llegar a la maternidad, vio que Acedera estaba alejándose de allí, con los ojos apagados de tristeza. Ni siquiera levantó la mirada al pasar junto a la aprendiza. Se dio cuenta de que la guerrera avanzaba cuidadosamente sobre la helada piedra, como si le dolieran las zarpas. Se metió en la grieta donde estaba Fronda y dejó el fardo a los pies de Carbonilla. La reina estaba tumbada, su mirada se perdía en el vacío del cielo del amanecer. Betulino estaba acurrucado junto a ella, demasiado conmocionado y hambriento para maullar. Para sorpresa de Hojarasca, Cora también estaba allí.

—Gracias —susurró Carbonilla cuando vio las semillas.

La curandera recogió la hoja y la desplegó esmeradamente con los dientes.

—¿No deberías estar fuera? —le insinuó Hojarasca a Cora.

—He pensado que tal vez podría ayudar —respondió la atigrada—. Yo perdí una camada una vez.

—¿Una camada entera? ¡Qué triste!

—No… Mis hijos no murieron —se apresuró a explicar—. Mis dueños los mandaron a otros hogares. Pero yo sentí su pérdida como si hubieran muerto.

—¿Y ésos son los Dos Patas con los que quieres volver? —maulló Hojarasca con incredulidad—. ¿Cómo pudiste perdonárselo?

—Para los mininos domésticos es normal no criar a sus hijos. No esperamos otra cosa. —Cora parpadeó—. Mis dueños son amables y tiernos. Eligieron buenos hogares para mis cachorros. No… No tenían forma de saber que yo iba a echarlos de menos.

Carbonilla las hizo callar con una mirada de advertencia. Fronda estaba desasosegada de nuevo; se retorcía sobre la fría piedra, soltando lastimeros quejidos.

—Ahora Carrasquilla está con el Clan Estelar —le susurró la curandera—. Nunca volverá a saber lo que es el frío o el hambre.

—He hecho todo lo que he podido —gimió Fronda—. ¿Por qué no he muerto yo en vez de ella?

La profunda voz de Estrella de Fuego sonó desde el borde de la hondonada:

—Porque entonces no quedaría nadie para cuidar de Betulino. Debes tener valor, Fronda.

Hojarasca alzó la vista. Cora agachó las orejas: aún no le habían presentado al líder del Clan del Trueno.

—Fronda, siento muchísimo lo de Carrasquilla —continuó Estrella de Fuego—. Nos aseguraremos de que Betulino sobreviva.

Fronda lo miró a los ojos.

—Betulino tiene que sobrevivir…

Carbonilla dejó una semilla de adormidera en el suelo, delante de Fronda.

—Toma, cómete esta semilla. Te ayudará a soportar el dolor.

La reina la miró, vacilando.

Cora estiró el cuello y olfateó la semilla negra.

—Cómetela —le aconsejó a Fronda, acercándosela más con la pata—. Necesitas conservar todas tus fuerzas para el hijo que te queda.

Estrella de Fuego observó a la atigrada con curiosidad.

—Tormenta de Arena me dijo que Hojarasca había traído consigo a una minina doméstica. ¿Eres tú?

—Sí, mi nombre es Cora. Venga, Fronda, cómete la semilla de adormidera.

—Como puedes ver, Cora, el clan no puede ofrecerte un refugio demasiado seguro —se disculpó Estrella de Fuego—. Pero todavía es más peligroso que viajes sola. Cuando tenga un guerrero libre, le encargaré que te escolte a casa. Hasta entonces, puedes quedarte con nosotros.

—Gracias —murmuró la atigrada.

—¿Fronda estará bien? —le preguntó el líder a la curandera, con la mirada fija en la reina.

—Sólo necesita descansar —respondió Carbonilla.

—¿Y Betulino?

—Siempre ha sido el más fuerte de la camada.

La curandera se inclinó para lamer al diminuto cachorro, que había empezado a amasar el vientre de su madre en busca de leche.

—Haz todo lo que puedas, Carbonilla —le pidió Estrella de Fuego, antes de alejarse.

Cora se relajó.

—Cuesta creer que tu padre haya sido un minino casero —le susurró a Hojarasca.

—La verdad es que yo nunca lo vi así —admitió la joven—. No lo conocí en aquella época. Nací después de que se convirtiera en líder. —Miró a su amiga—. ¿Estarás bien aquí?

—Por supuesto. —Cora sonó sorprendida por las dudas de Hojarasca. Pasándole delicadamente la cola por el costado, se acomodó al lado de Fronda—. Vosotras dos, marchaos. Tenéis muchos gatos de los que cuidar. Yo puedo hacer muy poco por los demás, pero al menos puedo ocuparme de Fronda.

La curandera la miró, no muy convencida, pero Cora la tranquilizó.

—Me aseguraré de que se coma las semillas de adormidera —prometió—. Y mientras duerme, yo puedo cuidar de Betulino. Estará echando de menos a su hermana.

—Muy bien —aceptó Carbonilla—. Pero llámame si Fronda se altera más.

Cora asintió, y Hojarasca siguió a Carbonilla fuera de la maternidad. Sólo se volvió una vez, para dedicarle un guiño agradecido a su amiga.

El clan estaba repartido en pequeños grupos sobre la expuesta roca. Todos tenían una expresión seria. De pronto, a Hojarasca le entraron ganas de echar a correr por el bosque a solas. El clan al que había regresado parecía estar soportando más sufrimiento del que ella podía mitigar, y deseó alejarse de todo aquello, aunque sólo fuera por un momento.

Descendió la pendiente en dirección a los árboles, se internó en la vegetación y aspiró los terrosos olores del bosque, absorbiéndolos agradecida. Detectó el conocido olor de Esquirolina y Zarzoso, y al ladear la cabeza para escuchar, oyó sus voces con nitidez: parecían nerviosos. Tras serpentear entre los helechos, los descubrió en un pequeño claro cerca de la frontera del Clan del Río.

—Le he dicho a Estrella de Fuego que tendríamos que marcharnos pronto —estaba diciendo Zarzoso—. No deberíamos intentar cruzar las montañas después de las primeras nevadas, y nunca conseguiremos llegar antes de la estación de la hoja nueva si nos quedamos aquí.

—Pero ¿cómo sabemos que deberíamos ir por las montañas? —objetó Esquirolina—. Cuando estuvimos en la Gran Roca, no hubo ninguna señal. Se suponía que un guerrero agonizante iba a mostrarnos el camino, pero ¡no apareció ningún guerrero!

—Y sin una señal, ¿cómo sabemos que debemos irnos? —musitó Zarzoso—. Quizá Medianoche se equivocara.

—¿Cómo iba a equivocarse? —protestó la aprendiza—. ¡El Clan Estelar nos envió hasta ella!

Hojarasca se quedó paralizada, con la cola temblorosa. Cerró los ojos, anhelando percibir la más mínima señal de que el Clan Estelar estaba escuchando, y luego volvió a abrirlos con impaciencia. ¿Por qué estaba siendo tan débil? Si el Clan Estelar tenía que enviarles una señal, así lo haría. Hasta entonces, deberían resolver aquello por sí mismos.

—¡Esquirolina! —llamó—. Zarzoso, soy yo.

Se abrió paso entre los helechos para unirse a sus compañeros. Zarzoso y Esquirolina se separaron de un salto y la miraron con cautela.

El guerrero arañó el suelo.

—¿Has oído lo que estábamos diciendo? —le preguntó.

—Sí.

—¿Y qué piensas? —La miró a los ojos—. ¿Es posible que Medianoche se haya equivocado?

Una parte de ella deseaba que Medianoche estuviera equivocada. No quería irse del bosque en el que había nacido. Además, aquél era también el hogar del Clan Estelar. Pero ¿por qué si no habían ordenado a Zarzoso y los demás que hicieran un viaje tan peligroso? Sus antepasados no habrían arriesgado la vida de esos gatos por nada.

—¿Dudáis del Clan Estelar o de vosotros mismos? —murmuró la aprendiza de curandera.

Zarzoso movió la cabeza con cansancio.

—El viaje ya fue bastante duro. No pensamos que las cosas estarían tan mal cuando regresáramos. Estábamos completamente convencidos de que el Clan Estelar nos mostraría el camino, pero no lo ha hecho, y, al mismo tiempo, no podemos permitirnos esperar más. Llevarse al clan lejos de su hogar es una gran responsabilidad…

—Además, no sabemos cuándo deberíamos irnos ni adónde —concluyó Esquirolina.

—Al final, quien debe tomar esa decisión es Estrella de Fuego —les recordó Hojarasca—. Vosotros sólo podéis contarle lo que habéis visto y oído.

Zarzoso asintió.

—¿Cómo te has vuelto tan sabia? —le preguntó Esquirolina con cariño.

—¿Cómo te has vuelto tú tan valiente y noble? —replicó Hojarasca, burlona, rozándole el costado con la cola.

Sintió una oleada de alegría por volver a estar con su hermana. Luego recordó a Fronda y Látigo Gris, y se le cayó el alma a los pies.

—Si Estrella de Fuego decide que nos marchemos —dijo con voz apagada—, ¿qué pasará con Látigo Gris?

Esquirolina pareció entristecerse.

—Látigo Gris nos encontrará, estemos donde estemos.

—Eso espero. Pero, hasta entonces, ¿quién será lugarteniente?

—Nadie sustituirá a Látigo Gris, él sigue siendo nuestro lugarteniente —maulló Zarzoso.

—Pero no está aquí, y ahora el clan necesita más que nunca un liderazgo fuerte —contestó Hojarasca.

—Estrella de Fuego no puede nombrar a un nuevo lugarteniente mientras crea que Látigo Gris sigue vivo —insistió Zarzoso.

Hojarasca sacudió la cabeza. No estaba de acuerdo con el guerrero, pero admiró su lealtad.

—No discutamos por eso ahora —suplicó Esquirolina—. Ya hay demasiadas cosas por las que preocuparse. —Miró a su hermana—. Hay algo que me habría gustado que Látigo Gris me explicara.

Hojarasca ladeó la cabeza.

—¿El qué?

—En aquel momento me pareció raro, y Estrella de Fuego lo hizo callar antes de que pudiera explicarse…

Zarzoso aguzó las orejas.

—Cuando regresamos —continuó Esquirolina—, Látigo Gris nos recibió diciendo: «El fuego y el tigre han vuelto». Me pareció un saludo extraño.

Hojarasca se miró las patas. No estaba muy segura de qué podía explicarles. ¿Debía contarles a Esquirolina y Zarzoso la siniestra advertencia de Carbonilla? ¿O estarían mejor sin eso sobre sus cabezas? Después de todo, ya tenían bastantes preocupaciones.

—Tú sabes a qué se refería, ¿verdad? —preguntó Esquirolina.

Hojarasca arañó el suelo, sintiéndose frustrada porque nunca podía ocultarle nada a su hermana.

—Carbonilla recibió un mensaje del Clan Estelar.

Zarzoso se inclinó hacia delante.

—Yo creía que el Clan Estelar había permanecido en silencio.

—Fue justo antes de que vosotros os marcharais —aclaró Hojarasca—. El Clan Estelar le advirtió de que el fuego y el tigre destruirían el clan.

—¿El fuego y el tigre? —repitió su hermana—. ¿Y eso qué tiene que ver con nosotros?

Hojarasca agitó una oreja.

—Tú eres hija de Estrella de Fuego. —Se volvió hacia el guerrero—. Y tú eres hijo de Estrella de Tigre.

Esquirolina la miró sorprendida.

—Entonces, ¿nosotros somos el fuego y el tigre?

Hojarasca asintió.

—Pero ¿cómo puede creer nadie que nosotros destruiríamos el clan? —protestó Esquirolina—. ¡Hemos arriesgado nuestras vidas para salvarlo!

—Lo sé. —Hojarasca bajó la cabeza—. Y en realidad nadie cree que vosotros… De hecho, sólo Estrella de Fuego, Carbonilla, Tormenta de Arena, Látigo Gris y yo conocemos esa profecía. —Deseaba desesperadamente tranquilizar a su hermana—. Y todos sabemos que nunca nos haríais ningún daño…

Se dio cuenta de que Zarzoso no había dicho nada. El guerrero estaba mirándola, con los ojos oscurecidos por la inquietud, y la joven sintió un miedo inexplicable.

—¿Zarzoso?

—¿Estás segura de que no vamos a destruir a nuestro clan? —gruñó él.

—¿Q… qué… qué quieres decir?

—¡Nunca haríamos algo así! —exclamó Esquirolina, volviéndose hacia él con rabia y desconcierto.

—Intencionadamente, no —maulló Zarzoso—. Pero somos nosotros, ¿no?, el fuego y el tigre, quienes quieren guiar al clan lejos de su hogar, en un viaje largo y peligroso, sin saber siquiera adónde tenemos que ir.

Hojarasca no pudo evitar que un escalofrío la recorriera. De pronto, la profecía de Carbonilla parecía mucho más aterradora que antes. Si el clan abandonaba el bosque siguiendo a Esquirolina y Zarzoso, ¿qué pavoroso destino lo aguardaba?

Cuando los tres jóvenes regresaron a las Rocas Soleadas, el débil sol de la estación sin hojas ya estaba bajo en el cielo. Cada uno llevaba una pieza de caza: Zarzoso había atrapado un estornino, Esquirolina un carnoso tordo, y su hermana un ratón.

Hojarasca deseaba irse a dormir y olvidarse de la preocupante advertencia de Zarzoso, pero ella era curandera, y no podía descansar hasta saber que todo el clan estaba bien. Mientras seguía a su hermana cuesta arriba, se preguntó si Cora habría convencido a Fronda para que se tomara las semillas de adormidera.

Fronde Dorado fue a su encuentro.

—El montón de la carne fresca está ahí.

Señaló con la cola un montoncito, más arriba. Cenizo montaba guardia junto a él, examinando el cielo por si veía algún ave de presa. Atrás habían quedado los días en que la carne fresca se guardaba en una pequeña cueva del campamento, bien abastecida y sin vigilancia.

Al dejar su pieza en el montón, a Hojarasca le impresionó lo pequeño que era. No habría ni una presa por cabeza. Decidió que ella no cogería nada. Además, se sentía demasiado cansada para comer.

Fue hacia Carbonilla y Musaraña, que estaban tumbadas debajo de un pequeño saledizo. La curandera parecía exhausta, como si necesitara hierbas curativas tanto como sus compañeros de clan.

—¿Cómo está Fronda? —preguntó Hojarasca.

Carbonilla levantó la vista.

—Ahora está descansando. Cora está cuidándola muy bien.

—No está mal, para ser una minina doméstica —añadió Musaraña sacudiendo la cola—. Parecía tan nerviosa cuando llegó, que no creí que se adaptara. Pero da la impresión de que va a estar bien aquí… al menos de momento.

Hojarasca dedicó un guiño agradecido a la guerrera marrón, y se volvió de nuevo hacia Carbonilla. Tenía algo que preguntarle, aunque temía oír la respuesta.

—¿Crees que Fronda perderá a su último hijo?

—Por ahora, Betulino parece estar bastante fuerte —la tranquilizó la curandera—. Y con sólo una boca que alimentar, Fronda debería poder darle más leche.

—Pero no aguantará todo el invierno si nos quedamos aquí… —añadió Musaraña. Sus ojos centellearon alarmados al ver que Manto Polvoroso se dirigía hacia ellas—. Espero que no me haya oído —susurró—. Ya ha sufrido bastante por hoy.

—Te he oído, Musaraña —maulló Manto Polvoroso con cansancio—. Y estoy de acuerdo contigo. Debemos irnos del bosque.

Hojarasca se quedó mirándolo, impactada. La muerte de Carrasquilla parecía haber pulverizado las últimas fuerzas del guerrero.

Manto Polvoroso elevó la voz para que lo oyeran por todas las Rocas Soleadas. Los demás gatos lo miraron atónitos.

—¡Debemos abandonar el bosque lo antes posible! —declaró con ojos ardientes. Se volvió hacia Zarzoso—. Vuestro mensaje del Clan Estelar es la única señal de esperanza que tenemos.

Musaraña se puso en pie.

—Antes de partir, necesitaremos un nuevo lugarteniente.

En ese preciso instante apareció Estrella de Fuego en el lindero del bosque, con un mirlo esmirriado en la boca. Era evidente que había oído las palabras de la guerrera. Con ojos fulgurantes, dejó el mirlo en el montón de carne fresca y subió la ladera.

—El Clan del Trueno ya tiene lugarteniente. Cuando Látigo Gris regrese, no encontrará a otro en su lugar. —Luego se volvió hacia Musaraña—. Me alegro de que tú también pienses que debemos irnos. Pero no podemos marcharnos todavía, no sin los otros clanes.

—¡A mí sólo me queda un hijo! —exclamó Manto Polvoroso—. Si permanecemos aquí, morirá. Probablemente moriremos todos.

—Entonces tendremos que intentar convencer a los otros clanes con más ahínco —gruñó Estrella de Fuego.

—Los otros clanes pueden venir cuando estén listos para aceptar que no pueden quedarse aquí —replicó Manto Polvoroso—. Nosotros ya lo estamos.

El líder le sostuvo la mirada.

—No podemos marcharnos todavía —repitió.

—Fronda necesita recuperarse —señaló Carbonilla quedamente.

Estrella de Fuego le agradeció su apoyo con un breve gesto de la cabeza.

Zarzoso miró a Manto Polvoroso.

—Sé que estás sufriendo por la pérdida de tus dos hijas —maulló—, y que sufres por tu hijo. Pero Estrella de Fuego tiene razón: el Clan Estelar no querría que nos fuéramos sin el resto de los clanes. —Se volvió hacia los demás gatos—. Ellos escogieron a un miembro de cada clan para que trajéramos el mensaje de Medianoche. Tuvimos que trabajar unidos para sobrevivir, sin pensar nunca en las diferencias que hay entre nuestros clanes. El Clan Estelar deseaba que viajáramos juntos, para aprender a ayudarnos unos a otros. Seguro que, ahora, su deseo es el mismo: quieren que viajemos juntos.

Estrella de Fuego fue a situarse al lado del joven guerrero.

—Necesitamos organizar más partidas de caza —maulló—. Ahora no estamos amenazados por ninguno de los otros clanes. El Clan del Río tiene más comida que nosotros, no necesitan atacarnos. —Miró a los miembros de su clan, enflaquecidos y hambrientos—. A partir de ahora, todas las patrullas pueden dedicarse a cazar. Encontraremos comida suficiente en el bosque hasta que llegue el momento de marcharnos. Porque, sí, Manto Polvoroso, vamos a marcharnos, de eso no te quepa la menor duda. Yo visitaré al Clan del Río y al Clan de la Sombra para intentar persuadirlos una vez más.

Hojarasca sintió un gran alivio cuando los gatos empezaron a asentir, aceptando el razonamiento de su líder. Luego le dio un vuelco el corazón al ver que Musaraña daba un paso adelante.

—Pero ¿qué pasa con Látigo Gris? —preguntó la guerrera. Estrella de Fuego hizo una mueca—. Tanto si regresa como si no, necesitamos otro lugarteniente mientras él no esté aquí, alguien que se ocupe de sus obligaciones.

—Sí —coincidió Manto Polvoroso, lanzando una mirada a Zarzoso—. Todavía no has nombrado a nadie, Estrella de Fuego, y creo que deberías escoger a alguien joven. Alguien que cuente claramente con la aprobación del Clan Estelar.

Hojarasca miró a su alrededor. Cenizo, Zarpa Candeal, Escarcha y Nimbo Blanco tenían los ojos clavados en Zarzoso. Incluso Espinardo parecía estar observándolo, como si el joven guerrero pudiera ser el que ocupara el puesto de Látigo Gris. Sólo Musaraña y Orvallo estaban mirando hacia otro lado.

—Fronde Dorado tiene bastante experiencia —sugirió Musaraña—. Es joven y fuerte, y ya se ha ganado muchas veces su nombre guerrero.

Orvallo asintió.

—Sería un buen lugarteniente, sin duda.

—¿Cómo podéis estar hablando así? —bufó Estrella de Fuego—. ¡Látigo Gris no está muerto! Él sigue siendo nuestro lugarteniente. —Se le erizó el pelo del lomo, una advertencia hacia los demás para que no le llevaran la contraria. Luego se sacudió, intentando tranquilizarse—. Pero tenéis razón… Alguien debe encargarse de las obligaciones de Látigo Gris. —Miró a Fronde Dorado—. Tú organizarás las nuevas partidas de caza. Tormenta de Arena puede dirigir el trabajo dentro del campamento. Zarzoso, tú me ayudarás a intentar convencer al Clan del Río y al Clan de la Sombra de que debemos abandonar el bosque todos juntos.

Se encaminó al saliente rocoso y, al pasar ante Hojarasca, la llamó.

—Quiero hablar contigo. A solas.

Desazonada, Hojarasca lo siguió hasta la torrentera. Lanzó una mirada a Cora, que seguía en la maternidad provisional. Su amiga estaba muy atareada limpiando a Betulino, sin inmutarse por los gimoteos de protesta del cachorrito. Fronda estaba durmiendo junto a ellos. Aliviada al ver que la gata que más lo necesitaba estaba descansando, Hojarasca se internó en la oscura cueva que había debajo del saliente.

Estrella de Fuego la miró con expresión apremiante.

—Hojarasca —maulló—. Debes decirme si has tenido alguna señal del Clan Estelar.

—No, ninguna —respondió la aprendiza, sorprendida por la vehemencia de su padre—. Quizá Carbonilla…

—Ella tampoco ha sabido nada —la interrumpió Estrella de Fuego—. Tenía la esperanza de que nuestros antepasados hubieran hablado contigo.

Hojarasca movió las zarpas, incómoda. Aunque la complacía que su padre tuviera tanta fe en ella, la turbaba que pudiera pensar que el Clan Estelar se dirigiría a ella antes que a la curandera del clan.

—¿Por qué nuestros antepasados están tan callados? —continuó Estrella de Fuego, enfurecido. Sus uñas se clavaban en el frío suelo de piedra—. ¿Qué sentido tiene? ¿Es una forma de decirnos que cada clan debe preocuparse de sí mismo en vez de abandonar el bosque todos juntos?

—Yo me sentí igual cuando los Dos Patas me capturaron —confesó la joven—. Mientras estaba encerrada en aquella apestosa jaula, el Clan Estelar no me visitó ni una sola vez. Sentí como si estuviera absolutamente sola. Pero no lo estaba. —Le sostuvo la mirada a su padre, solemne—. Mis compañeros de clan acudieron a rescatarme. —Y continuó, mientras a Estrella de Fuego se le dilataban las pupilas—: El Clan Estelar no hará nada para mantener unidos a los clanes. No tiene que hacerlo. El hecho de pertenecer a uno de los cuatro clanes… no dos ni tres, sino cuatro… es algo que reside dentro de nuestros corazones, como la capacidad de rastrear presas y escondernos en las sombras del bosque. No importa lo que digan los otros clanes: no pueden darles la espalda a las divisiones, las diferencias, las rivalidades que nos conectan. La línea que nos separa del Clan del Viento o el Clan del Río es también la línea que nos une. El Clan Estelar lo sabe, y es cosa nuestra tener fe en esa conexión.

Estrella de Fuego se quedó mirando a su hija sin parpadear, como si estuviera viéndola por primera vez.

—Ojalá hubieras conocido a Jaspeada —murmuró—. Me recuerdas mucho a ella.

Más conmovida de lo que podía expresar, Hojarasca bajó la vista. Sintió que aquél no era el momento de contarle a su padre que Jaspeada ya le había hablado en sueños varias veces. Le bastaba con que Estrella de Fuego la considerara una compañera digna de la antigua curandera del Clan del Trueno, que seguía caminando incansablemente entre las estrellas, protegiendo a su clan.

Sólo esperó, con todo su corazón, que Jaspeada y sus demás antepasados guerreros los acompañaran cuando abandonaran por fin el bosque.

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