Aurora

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Estrella de Fuego encabezó la patrulla que volvía río arriba, manteniéndose cerca de la frontera, donde un tentador olor a presas cruzaba el agua desde el territorio del Clan del Río. Esquirolina iba detrás de él, al lado de Zarzoso, y Cenizo ocupaba la retaguardia. Era la primera vez en días que la aprendiza y Zarzoso salían juntos del campamento. Estrella de Fuego se había llevado al guerrero atigrado en aquella visita al Clan del Río y al Clan de la Sombra, para rogarles una vez más que abandonaran el bosque unidos. El líder había hecho todo lo posible, pero tanto Estrella Leopardina como Estrella Negra seguían negándose a creer que debían marcharse con los demás clanes, lejos de aquel bosque donde todos habían nacido.

Habían aparecido nubes durante la noche, y gélidas gotas de agua colgaban bajo los árboles, sin querer caer como auténtica lluvia, pero empapando igualmente todo lo que tocaban. Incómoda, Esquirolina notó cómo su pelaje se adhería al cuerpo conforme iba calándola la humedad. Los árboles relucían mojados bajo la cruda luz de la estación sin hojas, y sus ramas goteaban sobre las hojas caídas en el suelo, convirtiendo aquellos montones resecos en una masa resbaladiza.

De pronto, Estrella de Fuego se detuvo y levantó el hocico para olfatear el aire. Esquirolina respiró hondo, con la esperanza de captar el ansiado aroma de un ratón, un tordo o un campañol. Pero en aquel lado del río no olía a presas, sino a algo que resultaba extraño y familiar al mismo tiempo.

—Creo que reconozco ese olor —le susurró a Zarzoso.

—Huele a proscrito —gruñó el joven guerrero.

—¡Silencio! —ordenó Estrella de Fuego.

Hizo una pausa y luego echó a correr con el pelo erizado. Los arbustos que había más adelante se estremecieron, y de ellos salió una gata leonada. Mientras su líder se alejaba, Zarzoso lanzó un grito de batalla y se unió a la persecución.

—¡Vamos! —aulló, pero Esquirolina ya estaba también corriendo tras él.

La gata viró hacia las marcas olorosas de la frontera del Clan del Río, y Estrella de Fuego la siguió sin aminorar la velocidad. Esquirolina sintió una punzada de alarma al acercarse a las advertencias olorosas. Los gatos del Clan del Trueno estaban acortando la distancia con la proscrita cuando ella cruzó la frontera a toda prisa, pero, en cuanto Estrella de Fuego la traspasó persiguiendo a la gata, un aullido furioso sonó muy cerca, y un guerrero marrón oscuro del Clan del Río saltó desde una franja de helechos, gruñendo salvajemente.

Estrella de Fuego giró en redondo, patinando sobre las hojas mojadas, y se detuvo justo en la frontera. Zarzoso y Cenizo estuvieron a punto de chocar contra él, pero consiguieron parar a tiempo.

—¡Alcotán! —exclamó Zarzoso sin resuello.

Estrella de Fuego dio un paso atrás, pero siguió mirando a Alcotán con los ojos desorbitados, como si estuviera viendo la cara de un guerrero del Clan Estelar. A Esquirolina le sorprendió que la emboscada de Alcotán hubiera conmocionado de tal modo a su padre. No era raro encontrar a un guerrero patrullando tan cerca de la frontera, especialmente cuando todos los gatos del Clan del Río sabían que sus vecinos estaban medio muertos de hambre.

—¿Qué estás haciendo en el territorio del Clan del Río? —exigió saber Alcotán.

Al principio, Estrella de Fuego no contestó. Luego pareció recuperarse, dejó que su pelaje se alisara y relajó los músculos.

—Estaba echando a esa proscrita del territorio del Clan del Trueno —contestó, al tiempo que lanzaba una mirada a la gata leonada, que se había detenido detrás de Alcotán—. ¿Por qué me pides explicaciones a mí, cuando permites que una proscrita traspase tus fronteras?

Alcotán intercambió una larga mirada con la gata antes de responder.

—Mi madre siempre será bien recibida en el Clan del Río —maulló al cabo.

«¡Sasha!». De pronto, Esquirolina reconoció a la proscrita que había escapado de la caseta de los Dos Patas. Sintió un leve triunfo por la curiosidad satisfecha. Todo el mundo sabía que la madre de Alcotán y Ala de Mariposa era una proscrita, y que los había dejado en el Clan del Río para que se criaran allí. Nunca se había quedado en el bosque el tiempo suficiente para que la conocieran los demás clanes.

Pero Estrella de Fuego parecía tener más preguntas sobre aquella gata, porque se quedó inmóvil, observando a madre e hijo con las orejas erguidas.

Con una pequeña inclinación de la cabeza, Sasha lo saludó.

—He oído hablar mucho de ti, Estrella de Fuego —murmuró—. Es… interesante conocerte por fin.

Su voz era glacial y solemne, y Esquirolina se sintió tímidamente joven y torpe en comparación.

—¿De modo que tú eres Sasha? —maulló Estrella de Fuego quedamente. Sus ojos centelleaban de curiosidad.

—Da la impresión de que te esperabas otra cosa… —insinuó la gata.

El líder se fijó en su acicalado pelaje.

—No pareces una gata proscrita.

—Y tú no pareces un minino doméstico —replicó Sasha.

Esquirolina se estremeció, pero su padre no se mostró enfadado. En vez de eso, le sostuvo la mirada a Sasha orgullosamente.

—A menudo me he preguntado por qué una proscrita decidiría dejar a sus cachorros con un clan.

—¿Y también por qué un clan nombraría líder a un minino doméstico? —replicó de nuevo Sasha, pero no esperó una respuesta—. No todos los gatos son fieles a su herencia. Algunos eligen su propio camino.

Estrella de Fuego entornó los ojos.

—¿Y tú eres uno de ésos?

—Tal vez —maulló Sasha—. Pero también es posible que no. Aun así, espero que mis hijos sí lo sean.

Miró a Alcotán, y Esquirolina vio un brillo de orgullo en los ojos de la gata.

—¿Te quedarás una temporada con el Clan del Río? —la invitó Alcotán—. Tenemos presas de sobra.

El guerrero lanzó una mirada burlona a Estrella de Fuego, pero el líder del Clan del Trueno ignoró la provocación; se limitó a observar, todavía con los ojos entornados y pensativos, mientras Sasha contestaba.

—No me quedaré mucho tiempo. Pero me gustaría ver a Ala de Mariposa antes de marcharme.

Alcotán se volvió hacia Estrella de Fuego con una mueca.

—En cuanto regrese al campamento, enviaré una patrulla para asegurarme de que no habéis estado robando presas del Clan del Río —amenazó.

—Aún no hemos llegado a ese extremo, Alcotán, no necesitamos robar —contestó Estrella de Fuego, y luego se volvió hacia su patrulla—. Vamos.

Aunque el aire seguía cargado de tensión, Esquirolina sabía que el peligro había pasado. Alcotán y Estrella de Fuego se dieron la espalda y se alejaron de la frontera. La aprendiza se preparó para seguir a su padre, pero, antes de que alcanzaran la seguridad de los árboles, el líder se detuvo y llamó a Sasha. Su voz era extrañamente tranquila.

—Es hijo de Estrella de Tigre, ¿verdad?

Sasha no pareció sorprendida por la pregunta, y se limitó a asentir:

—Sí.

El suelo se tambaleó bajo las patas de Esquirolina. No era de extrañar que Estrella de Fuego se hubiera sobresaltado tanto al ver cómo Alcotán saltaba delante de él. Sin duda había creído por un instante que era el mismísimo Estrella de Tigre, obsequiado con una décima vida. Estrella de Fuego había visto a Alcotán en las Asambleas iluminadas por la luna, y también en la desastrosa reunión en los Cuatro Árboles de la otra noche, pero quizá ésa era la primera vez que se veían frente a frente a plena luz del día.

Entonces oyó un grito ahogado, y vio que Zarzoso miraba sorprendido a Alcotán.

—Pero ¡yo también soy hijo de Estrella de Tigre! —exclamó el joven guerrero con voz ronca—. ¿Significa eso que tengo hermanos en dos clanes diferentes?

Alcotán se volvió hacia su medio hermano.

—Me sorprende que no te lo hubieras imaginado —maulló.

Esquirolina miró a uno y a otro, y por fin encontró similitudes en sus pelajes atigrados y sus potentes omóplatos.

—Yo creía que Trigueña y yo éramos los únicos… —murmuró Zarzoso.

—Por lo menos tú tuviste la oportunidad de conocer a nuestro padre. —Alcotán sacudió la cola—. Te envidio por eso.

—Yo he aprendido más de Estrella de Fuego de lo que jamás aprendí de Estrella de Tigre —replicó Zarzoso.

—Aun así, al menos Estrella de Tigre te conoció. Sus ojos jamás se posaron en mí.

Esquirolina sintió una punzada de compasión por el guerrero del Clan del Río, pues ella valoraba mucho su relación con Estrella de Fuego, pero enseguida rechazó ese sentimiento: había algo en Alcotán que provocaba desconfianza.

La mirada del guerrero se endureció.

—Alejaos de esta frontera —avisó, arañando el suelo con sus potentes garras… garras como las de los tigres dorados y negros que los veteranos describían en sus historias; garras que le habían dado a su padre su nombre de guerrero—. Si tengo que hacerlo, defenderé a mi clan contra cualquier gato.

Dio media vuelta y guió a su madre río abajo. Juntos, vadearon la corriente y desaparecieron en los arbustos del otro lado. Esquirolina los observó marcharse en silencio, consciente de que la amenaza que acababa de lanzar aquel guerrero iba en serio.

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