Aurora

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Hojarasca se mordisqueó furiosamente la base de la cola para atrapar a la fastidiosa pulga. Aplastó su rechoncho cuerpo entre los dientes, y saboreó con cierta satisfacción la sangre que el parásito le había robado.

—¡La tengo!

—No les cuentes a los demás que has tomado una pieza extra de carne fresca —bromeó Esquirolina—. Todos reclamarán su parte.

A Hojarasca le rugió el estómago. El campañol que acababa de compartir con su hermana apenas había saciado su hambre. Estaban tumbadas la una al lado de la otra, en un pequeño hueco de la piedra, contemplando cómo el sol se hundía detrás de las Rocas Soleadas. Las nubes habían desaparecido, y una perfecta media luna colgaba en el cielo azul del anochecer.

—¿Carbonilla ya ha decidido si vais a ir hasta la Piedra Lunar esta noche? —preguntó Esquirolina.

—Ahora está hablando con Estrella de Fuego sobre eso —contestó Hojarasca.

Los curanderos de todos los clanes se reunían cada media luna en la Boca Materna para compartir lenguas con el Clan Estelar. No necesitaban la media luna para asegurarse una tregua —los curanderos vivían fuera de las diferencias entre clanes que a veces desencadenaban peleas—, pero era un momento importante para intercambiar inquietudes y consejos, e intentar ayudar a sus compañeros de clan.

Hojarasca vio salir a Carbonilla y se puso en pie, impaciente por saber si iban a ir a las Rocas Altas a pesar de los peligros que acechaban en el bosque.

Sin embargo, Carbonilla negó con la cabeza al acercarse al borde del hueco.

—Estrella de Fuego está de acuerdo conmigo —informó a su aprendiza—. No podemos correr el riesgo de hacer ese trayecto con tantos monstruos de los Dos Patas deambulando por los alrededores.

—Pero ¡necesitamos compartir lenguas con el Clan Estelar más que nunca! —protestó Hojarasca.

—Tu padre dice que no puede arriesgarse a perdernos, y tiene razón. ¿Qué sería del clan sin curanderas?

Suspirando, Hojarasca arañó el suelo con las garras.

—El Clan Estelar se comunicará con nosotras si desea hacerlo —añadió Carbonilla.

La aprendiza se encogió de hombros.

—Tal vez.

—Bueno, pues yo me alegro de que no vayáis —declaró su hermana cuando se fue Carbonilla—. Estuve a punto de perderte una vez por culpa de los Dos Patas. No creo que lo soportara de nuevo.

Hojarasca le dio a su hermana un lametazo cariñoso en la cabeza y se tumbó de nuevo.

—¿Crees que los curanderos del Clan del Río irán a las Rocas Altas? —preguntó.

Le resultaba extraño pensar que los demás curanderos estuvieran haciendo el viaje sin ellas. ¿Pensaría el Clan Estelar que Carbonilla y Hojarasca se acobardaban ante la adversidad?

—Dudo mucho que corran ese riesgo —contestó Esquirolina—. La última vez que Zarzoso y yo vimos a Borrascoso, nos dijo que el curandero del Clan del Río estaba bastante enfermo…

—Yo tenía la esperanza de que, si los curanderos de todos los clanes nos reuníamos en la Piedra Lunar, tal vez llegáramos a un entendimiento —confesó Hojarasca.

Esquirolina asintió.

—Lo sé. Creías que un problema como éste nos uniría, como sucedió con el ataque del Clan de la Sangre, pero, en vez de eso, los clanes estamos cada vez más divididos.

—Cada clan parece tener su propia idea de cómo afrontar el futuro —suspiró Hojarasca—. ¡Ojalá el Clan Estelar nos envíe una señal!

—¿Esperabas que el Clan Estelar te dijera algo esta noche?

Hojarasca asintió, evitando la mirada de su hermana. No quería desvelar el miedo que había estado torturándola todo el día: el frío pavor a recorrer todo el camino hasta la Piedra Lunar y encontrarse con que, incluso allí, el Clan Estelar guardaba silencio.

—Es ridículo que a los clanes les cueste tanto arreglar sus diferencias —maulló Esquirolina, interrumpiendo los pensamientos de su hermana—. Nuestros vínculos son más estrechos de lo que creemos.

Hojarasca la miró pensativa, preguntándose de repente qué estaba insinuando.

—Al fin y al cabo, el Clan de la Sombra, el Clan del Río y el Clan del Trueno comparten incluso lazos de parentesco —continuó Esquirolina.

—¿Te refieres a Trigueña y Borrascoso?

—No sólo a ellos. —Esquirolina sacudió la cola mientras hablaba—. Hay otros gatos ligados al Clan del Trueno por la sangre.

Sobresaltada, Hojarasca se preguntó si su hermana habría descubierto un secreto que ella conocía desde hacía una luna y que se había guardado para sí misma.

—¿Estás hablando de que Estrella de Tigre es el padre de Alcotán y Ala de Mariposa?

Esquirolina se quedó mirándola boquiabierta.

—¿Has estado compartiendo mis sueños de nuevo?

Hojarasca negó con la cabeza.

—Lo sé desde hace tiempo —admitió.

—¿Por qué no me lo habías contado? —le preguntó Esquirolina.

—No pensé que tuviera importancia. No ahora, cuando todos los clanes están en peligro. ¿Qué más da que Estrella de Tigre sea el padre de Alcotán y Ala de Mariposa?

Hojarasca era consciente de que estaba intentando convencerse a sí misma. Lo último que necesitaban los clanes ahora era a otro gato con el ansia de poder de Estrella de Tigre.

—Un guerrero como Alcotán no es de fiar —aseguró Esquirolina.

Hojarasca sintió un nudo de inquietud en el estómago.

—Pero Estrella de Tigre también es el padre de Zarzoso —apuntó—. Y Zarzoso es un guerrero leal.

—Zarzoso no tiene nada que ver con esto —replicó Esquirolina.

—Por supuesto —se apresuró a coincidir su hermana—. Sólo quiero decir que ser hijo de Estrella de Tigre no significa que uno tenga que seguir sus pasos —expuso, suplicando en silencio que eso fuera verdad.

—Bien —asintió Esquirolina—. Porque Zarzoso es completamente distinto de Alcotán. Ellos dos no tienen nada en común. Nada.

Hojarasca se ovilló junto a su hermana y escondió el hocico bajo las zarpas para estar más calentita. Las palabras de Esquirolina habían sonado como un eco… ¿serían tal vez del propio Zarzoso?

—Buenas noches, Esquirolina —susurró, pegándose más a ella y olvidando sus bruscas palabras.

Hojarasca no necesitaba una revelación del Clan Estelar para saber que su hermana estaba enamorándose de Zarzoso. En medio de todo lo que estaba sucediendo, y a pesar de lo mucho que añoraba la conexión que antes sólo compartían ellas dos, sintió que aquello era bueno para el clan.

Cerró los ojos. «Me pregunto si el Clan Estelar compartirá mis sueños esta noche», pensó mientras el sueño la arrastraba como una suave corriente. Después de todo, estaban en la media luna; eso tenía que servir de algo incluso aunque no estuvieran en la Piedra Lunar.

Hojarasca notó la insistente presión de un hocico contra su cuerpo para despertarla.

—¿Quién es? —susurró somnolienta.

—Soy yo, Ala de Mariposa… —La voz de la joven gata temblaba de miedo.

Hojarasca abrió los ojos y vio la silueta de la aprendiza del Clan del Río contra la clara luz de la luna.

—Ven, deprisa, te necesito —maulló Ala de Mariposa entre dientes.

Hojarasca notó que su hermana se movía a su lado.

—¿Qué ocurre? —preguntó Esquirolina, bostezando.

—Es Ala de Mariposa —contestó Hojarasca.

Esquirolina se puso en pie de inmediato.

—¿Qué estás haciendo en nuestro campamento? —bufó.

—Necesito la ayuda de Hojarasca —explicó la joven—. Arcilloso está muy enfermo.

—¿Y crees que puedes venir aquí a hurtadillas en mitad de la noche?

—Cállate, Esquirolina, vas a despertar a todo el campamento… —gruñó Hojarasca.

Quería decirle a su hermana que dejara de ver ante sí a la hija de Estrella de Tigre y que viese a una curandera en apuros, pero no deseaba que Ala de Mariposa se sintiera incómoda.

—Esperad aquí las dos —maulló—. Voy a hablar con Estrella de Fuego y Carbonilla.

—Pero… —empezó Ala de Mariposa.

Hojarasca la hizo callar con una mirada.

—Iré contigo, pero tengo que contarles adónde voy.

Dejó a las dos gatas en un silencio embarazoso, y corrió ladera arriba hasta el saledizo donde dormían los guerreros. Se internó en la oscura cueva y siguió el olor de su padre.

El líder levantó la cabeza, soñoliento.

—¿Eres tú, Hojarasca?

A su lado, Tormenta de Arena se movió, pero sin llegar a despertarse.

—Ala de Mariposa ha venido a preguntarme si puedo ir a ayudar a Arcilloso. Está realmente enfermo.

La aprendiza vio una sombra que se dirigía hacia ella desde el fondo de la guarida, y captó el olor de Carbonilla.

—¿Qué tratamiento le está dando? —preguntó la curandera en voz baja.

—No lo sé —contestó Hojarasca.

—¿Crees que es seguro ir? —preguntó Estrella de Fuego, y sus ojos refulgieron desazonados en la oscuridad.

—Ala de Mariposa no me mentiría —afirmó la joven, suponiendo que su padre temía una emboscada de los fuertes gatos del Clan del Río.

—Entonces debes ir —murmuró Estrella de Fuego—. Pero si no estás de vuelta al amanecer, enviaré una patrulla a recogerte.

—Volveremos —prometió Carbonilla, mirando a la sorprendida Hojarasca—. Yo también voy. Debemos hacer todo lo posible por ayudar a Arcilloso.

Guió a su aprendiza hasta la grieta en la que almacenaba sus provisiones, y sacó varios hatos de hojas.

Hojarasca recogió la mitad de los paquetes, y juntas bajaron por la roca hasta donde esperaban Ala de Mariposa y Esquirolina.

—Yo voy con vosotras —anunció su hermana.

Hojarasca negó con la cabeza.

—No hace falta —masculló, con la boca ocupada.

—Me aseguraré de que las dos regresen sanas y salvas —maulló Ala de Mariposa.

Esquirolina se quedó mirando con recelo a la gata del Clan del Río, y Hojarasca supo que su hermana estaba viendo en ella a un felino muy diferente, de anchos omóplatos y relucientes ojos ámbar. Aunque habían nacido muchas lunas después de la muerte de Estrella de Tigre, las dos hermanas habían oído su descripción las veces suficientes como para representárselo igual de bien que cualquiera de sus compañeros de clan.

—Acuérdate de Zarzoso —le susurró Hojarasca a su hermana. Compartir la sangre de Estrella de Tigre no significaba compartir su negro corazón.

—Abre tú la marcha, Ala de Mariposa —ordenó Carbonilla a pesar de los paquetes que llevaba en la boca.

La gata asintió y bajó en silencio la pendiente.

Vadearon el río con facilidad, manteniendo las hierbas por encima del agua. Hojarasca recordó el día en que, hacía apenas una luna, cruzó los pasaderos para ayudar a un aprendiz del Clan del Río. La fuerza del agua había estado a punto de arrastrarla: sólo el espíritu de Jaspeada había evitado que se hundiera en el río crecido por las lluvias. Ahora, la corriente bajaba mansamente alrededor de las piedras, cubriendo apenas los guijarros del lecho fluvial.

Ala de Mariposa guió a las gatas del Clan del Trueno por los carrizales: aquella parte de la ribera ya no estaba húmeda, sino totalmente seca. A Hojarasca se le aceleró el corazón ante la idea de entrar en el campamento de otro clan, pero su amiga no parecía preocupada por eso y las llevó directamente al claro rodeado de cañas. Ojos desconocidos centellearon en las sombras, pero en ellos no había nada más que desazón y curiosidad.

—Me alegra que hayáis venido —las recibió Estrella Leopardina.

Incluso a la luz de la luna, Hojarasca advirtió que la líder del Clan del Río no estaba tan bien alimentada como en los últimos tiempos. Su pellejo colgaba del cuerpo, y sus ojos mostraban la opacidad del hambre que Hojarasca había empezado a aceptar como normal.

Pero ¿por qué los gatos del Clan del Río estaban pasando hambre, si los Dos Patas aún se hallaban muy lejos de su territorio?

—Arcilloso está en su guarida —maulló Estrella Leopardina—. Ala de Mariposa os llevará hasta allí. —Miró fijamente a Carbonilla—. Haz todo lo que puedas, pero no permitas que sufra. Arcilloso ha servido noblemente a este clan, y si el Clan Estelar lo necesita más que nosotros, entonces deberíamos dejar que se marche en paz.

Hojarasca siguió a Carbonilla y a Ala de Mariposa a través de un estrecho pasaje flanqueado por carrizos que conducía a un pequeño claro. Era tan similar al claro de las curanderas del barranco, que la aprendiza sintió una punzada de añoranza por su antiguo hogar.

Un tenue gemido brotó de un rincón en penumbra.

—No pasa nada, Arcilloso —susurró Ala de Mariposa—. He traído a Carbonilla.

La curandera se apresuró a examinar a su colega, olfateándolo y presionando delicadamente sus flancos con las zarpas. Fuera lo que fuese, la enfermedad se había apoderado del frágil cuerpo de Arcilloso. Era evidente que estaba sufriendo mucho, y sus palabras, casi ininteligibles, estaban llenas de dolor.

—Carbo… nilla… ayúdame a irme… en… paz —suplicó Arcilloso, con una voz tan áspera como el sonido de unas garras arañando la corteza de un árbol.

—No te muevas, amigo mío. —Carbonilla se volvió hacia Ala de Mariposa—. ¿Qué le has dado hasta ahora?

—Ortiga para la inflamación, miel y caléndula para reducir la infección, matricaria para bajarle la temperatura, y semillas de adormidera para el dolor.

Ala de Mariposa enumeró los remedios tan deprisa que Hojarasca pestañeó. La última vez que la había visto frente a una crisis —cuando un aprendiz del Clan del Río estuvo a punto de ahogarse—, su amiga se había quedado paralizada por el pánico, y Hojarasca había tenido que ayudar al joven gato en su lugar.

—Muy bien, eso es exactamente lo que yo le habría dado —aseguró Carbonilla—. ¿Ya has probado con la milenrama?

Ala de Mariposa asintió.

—Sí, pero le provocaba vómitos.

—A veces puede tener ese efecto. —Carbonilla miró a Arcilloso, y sus ojos azules se empañaron de compasión—. Lo lamento. No creo que podamos hacer mucho más.

—Pero ¡está sufriendo! —protestó Ala de Mariposa.

—Le daré más semillas de adormidera —maulló la curandera—. ¿Te queda caléndula?

—Mucha.

Ala de Mariposa corrió a una abertura en el muro de carrizos, y sacó un puñado de pétalos machacados. Carbonilla tomó unas cuantas bayas secas de los fardos, y luego empezó a aplastarlas junto con los pétalos. A las bayas aún les quedaba algo de pulpa para hacer una pasta con ellas, y la experta curandera añadió a la mezcla más semillas de adormidera de las que Hojarasca le había visto usar jamás. Luego acercó el remedio a Arcilloso.

—Esto mitigará tu dolor —susurró Carbonilla—. Come todo lo que puedas.

El viejo gato comenzó a lamer la mixtura, y sus ojos se relajaron con gratitud al reconocer sus ingredientes. Hojarasca se preguntó si su mentora le había dado las semillas de adormidera suficientes para que él recorriera dormido todo el camino hasta el Clan Estelar, pero, por la dulzura que mostraban los ojos de Carbonilla, supo que sólo estaba intentando aliviar el sufrimiento de Arcilloso. Por muy callados que estuvieran últimamente los antepasados guerreros, la curandera seguía confiando en que irían a buscar a Arcilloso cuando llegara el momento.

—Ahora dejadnos —les dijo Carbonilla a Hojarasca y Ala de Mariposa en voz baja—. Yo me quedaré con él hasta que se duerma.

—¿Crees que morirá? —preguntó Ala de Mariposa con voz temblorosa.

—Todavía no. Pero esto mitigará su dolor hasta que el Clan Estelar lo llame.

Hojarasca siguió a su amiga por el túnel hasta el claro principal.

—¿Cómo está Arcilloso? —preguntó Estrella Leopardina en cuanto las aprendizas salieron a la plateada luz de la luna.

—Carbonilla está haciendo todo lo que puede —informó Ala de Mariposa.

Estrella Leopardina asintió, y luego se alejó.

—Nunca había estado aquí —maulló Hojarasca, con la esperanza de distraer a Ala de Mariposa—. Está muy resguardado.

La joven se encogió de hombros.

—Es un buen campamento.

—No me sorprende que Estrella Leopardina no quiera abandonarlo —continuó Hojarasca, procurando usar un tono poco amenazador.

Sentía curiosidad por la repentina delgadez de Estrella Leopardina… y por el aspecto de los demás gatos que se movían por el lindero. La líder del Clan del Río no era la única que estaba pasando hambre.

—Andáis escasos de peces ahora que el río va tan bajo, ¿verdad? —se atrevió a preguntar.

Ala de Mariposa la miró un largo instante.

—Sí. Hace tiempo que no comemos bien.

—¿Eso significa que ahora Estrella Leopardina está considerando la idea de partir?

Abatida, vio cómo Ala de Mariposa negaba con la cabeza.

—Estrella Leopardina dice que nos quedaremos aquí mientras no haya Dos Patas en nuestro territorio. Dice que, si no podemos alimentarnos del río, tendremos que aprender a cazar otro tipo de presas.

Hojarasca sintió una frustración abrasadora por la tozudez de la líder del Clan del Río. Incluso le entraron ganas de gritar que no había presas de ninguna clase, pero no quería faltarle el respeto al clan de Ala de Mariposa.

—Te has convertido en una gran curandera —maulló, cambiando de tema torpemente—. Carbonilla habría hecho lo mismo que tú para tratar a Arcilloso.

Hojarasca se llevó un susto de muerte cuando la voz de Alcotán sonó justo a su lado.

—Tienes razón —coincidió el guerrero—. Cuando Arcilloso se vaya a cazar con el Clan Estelar, el Clan del Río será afortunado por contar con una curandera tan buena.

—Creo que Alcotán tiene mucha más fe en mí que yo misma —murmuró Ala de Mariposa.

—No tienes ningún motivo para dudar de ti misma —afirmó el imponente guerrero—. Nuestro padre fue un gran luchador, y nuestra madre es fuerte y orgullosa. Sólo tenían un defecto en común: que su única lealtad era… y en el caso de Sasha, sigue siéndolo… para sí mismos. Ponían su propio interés por encima de los demás gatos. —Hizo una pausa y miró alrededor—. Nosotros dos no somos así. Nosotros comprendemos lo que significa ser leal al Clan del Río. Tenemos el valor de vivir según el código guerrero. Algún día seremos los miembros más poderosos del Clan del Río, y entonces nuestros compañeros tendrán que respetarnos.

Hojarasca sintió como si la hubieran lanzado de cabeza al gélido río. Por mucho que Alcotán jurara vivir de acuerdo con el código guerrero, aquella clase de ambición podía volverlo peligroso… como lo había sido su padre antes que él.

Ala de Mariposa soltó un ronroneo risueño.

—No debes tomarte demasiado en serio nada de lo que diga mi hermano —le dijo a Hojarasca—. Es el gato más valiente y leal del Clan del Río, pero a veces se crece demasiado.

Hojarasca parpadeó. Deseó con toda su alma que Ala de Mariposa tuviera razón. Pero la arrogancia que refulgía en los ojos de Alcotán le llenó el corazón de angustia. Algo le decía —algún instinto que hormigueaba en su piel— que aquello no era más que el principio.

Alcotán no era de fiar.

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