Aurora

Aurora


Libro cuarto

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Dormir mucho. ¿Qué hemos de hacer para animarnos cuando estamos cansados y hartos de nosotros mismos? Unos recomiendan que se recurra a los juegos de azar, otros al cristianismo, otros a la electricidad. Pero lo mejor, querido melancólico, es dormir mucho, en el sentido propio y en el sentido figurado de la expresión. Así podremos recuperar nuestra mañana. En la sabiduría de la vida constituye un gran acierto saber intercalar a tiempo el sueño en todas sus formas.

377

Lo que cabe deducir de un ideal fantástico. Nuestras exaltaciones se pierden allí donde se encuentran nuestras debilidades. El entusiasta principio que dice «amad a vuestros enemigos», tenía que ser inventado por los judíos, que son los que mejor han odiado en el mundo, y la glorificación más hermosa de la castidad ha sido escrita por quienes, en su juventud, han llevado la vida más libertina y escandalosa.

378

Manos limpias y paredes limpias. No hay que pintar en las paredes ni a Dios ni al diablo. De lo contrario, estropearíamos la pared y perturbaríamos a los vecinos.

379

Verosímil e inverosímil. Una mujer amaba en secreto a un hombre, le consideraba muy por encima de ella y se decía cien veces a sí misma: «Si un hombre así me amara, sería una gracia del cielo, ante la que tendría que besar el suelo». Lo mismo le sucedía al hombre en cuestión con dicha mujer, y se decía interiormente semejantes palabras. Cuando, al fin, uno y otra se hablaron y pudieron decirse lo que escondían tan en secreto en su corazón, se produjo un silencio entre ellos, y ambos vacilaron. Luego, dijo la mujer fríamente: «Es evidente que ninguno de los dos es lo que el otro había amado. Si no eres más que lo que dices, al amarte, me he rebajado inútilmente; el demonio me ha engañado, como a ti». ¿Por qué será que esta historia tan verosímil no se da nunca en la realidad?

380

Consejo práctico. La forma más eficaz de consolarse para aquel que lo necesita es afirmar que su desgracia no tiene consuelo alguno. Estas palabras le distinguen de tal modo, que inmediatamente yergue la cabeza.

381

Conocer su peculiaridad. Muchas veces nos olvidamos de que, a los ojos de los extraños que nos ven por primera vez, somos algo totalmente distinto de lo que creemos ser; por lo general, no se ve en el individuo más que una peculiaridad que salta a la vista y que es lo que determina la impresión. De este modo, el hombre más pacífico y conciliador, sí tiene un gran bigote, puede descansar tranquilamente a la sombra de su gran mostacho. Los ojos de la gente corriente no verán en él más que los accesorios de un gran bigote, es decir, un carácter militar que se arrebata con facilidad y que puede llegar a comportarse violentamente; y quienes le rodean guardarán con él las debidas consideraciones.

382

Jardinero y jardín. Los días húmedos y sombríos, las palabras frías generan conclusiones tristes, que un buen día vemos aparecer ante nosotros, sin saber de dónde proceden. ¡Pobre del pensador que no es jardinero, sino el terreno del jardín donde crecen sus plantas!

383

La comedia de la compasión. Sea cual sea la forma en que participemos de las penas de un desgraciado, ante él siempre representamos una comedia: no decimos todo lo que pensamos ni como lo pensamos, a la manera de un médico que se muestra sumamente discreto a la cabecera de un enfermo que está a punto de morir.

384

Hombres singulares. Hay individuos pusilánimes que tienen un mal concepto de lo mejor que contienen sus obras y que no saben hacer ver su alcance; pero, en virtud de una especie de venganza, también tienen una mala opinión de la simpatía de los demás y no creen en ella. Les da vergüenza parecer que se dejan arrastrar por ellos mismos, y da la impresión de que se complacen tercamente en ponerse en ridículo. Estos estados anímicos son propios de un artista melancólico.

385

Los vanidosos. Somos como escaparates de tiendas, en los que nos pasamos el tiempo colocando, escondiendo y poniendo de manifiesto las presuntas cualidades que nos atribuyen los demás… para engañarnos a nosotros mismos.

386

Los patéticos y los ingenuos. Es muy corriente no perder la ocasión de mostrarnos patéticos, a causa del placer que supone imaginarnos que, quien nos viera, se daría golpes de pecho y se sentiría pequeño y miserable. Por consiguiente, tal vez sea un signo de nobleza tomar a broma las situaciones patéticas y comportarse de un modo indigno. La antigua nobleza guerrera de Francia poseía este tipo de distinción y de sutileza.

387

Un ejemplo de cómo se discurre antes de casarse. Si ella me quiere, ¡cómo me aburrirá a la larga! Si no me quiere, más razones habrá para que me aburra a la larga. Esta alternativa no implica, pues, más que dos formas de aburrir: ¡casémonos, pues!

388

La picardía y la conciencia tranquila. Es muy desagradable sentirse estafado cuando va uno de compras en algunos países, como el Tirol, por ejemplo; y ello porque, no sólo te cobran muy caro, sino porque, además, hay que soportar la mala cara y la brutal avaricia del pícaro vendedor, junto con su mala conciencia y la vulgar enemistad con que te trata. En Venencia, por el contrario, quien te estafa disfruta enormemente al ver que le sale bien su pillería, y no ve con malos ojos a aquel a quien engaña, sino que se deshace en cumplidos y amabilidades, y hasta está dispuesto a bromear contigo, si le das pie para ello. En suma, hay que saber ser pillo con la conciencia tranquila y con ingenio. Esto casi hace que el engañado perdone el engaño.

389

Demasiado toscas. Hay personas muy honradas que, al ser demasiado torpes para mostrarse finas y amables, tratan de corresponder inmediatamente a toda manifestación de amabilidad con un favor formal o poniendo toda su fuerza a disposición de quien le ha halagado. Conmueve ver cómo sacan tímidamente sus monedas de oro, cuando otro les ha dado calderilla de cobre.

390

Ocultar el talento. Cuando sorprendemos a alguien ocultándonos su talento, le consideramos malvado, y con mayor razón si sospechamos que lo que le impulsa a ello es la amabilidad y la benevolencia.

391

El mal momento. Los caracteres vivos no mienten más que por un momento, porque una vez que se han mentido a sí mismos, actúan de un modo convencido y sincero.

392

Requisitos de la cortesía. La cortesía es una gran cosa, y puede ser considerada muy bien como una de las cuatro virtudes cardinales (aunque sea la última); pero para que no nos molestemos con ella los unos a los otros, es preciso que aquel con quien tratamos tenga un grado de cortesía mayor o menor que el nuestro; de lo contrario, acabaríamos echando raíces, pues el bálsamo no sólo embalsama, sino que también activa como pegamento.

393

Virtudes peligrosas. «No olvida nada, pero lo perdona todo». Entonces será odiado doblemente, pues avergonzará doblemente a los demás, primero con su memoria y segundo con su generosidad.

394

Sin vanidad. Los individuos apasionados tienen poco en cuenta lo que piensan los demás; su condición les sitúa por encima de la vanidad.

395

La contemplación. En un pensador, el estado contemplativo propio de los pensadores sigue siempre a un estado de temor; en otro, a un estado de deseo. En el primero, la contemplación se da unida con el sentimiento de quietud; en el segundo, con el de saciedad; lo que quiere decir que aquel está en una disposición de quietud, mientras que este se encuentra hastiado y se mantiene neutral.

396

De caza. Uno sale a cazar verdades agradables; otro, verdades desagradables. Por ello, el primero disfrutará más con la caza en sí que con las piezas cobradas.

397

La educación. La educación es una continuación de la reproducción, y muchas veces resulta ser un elemento que atenúa posteriormente a aquella.

398

En qué se conoce al más fogoso. Entre dos individuos que luchan, que se aman o que se admiran mutuamente, el más fogoso adopta siempre la posición más cómoda. Lo mismo ocurre con los pueblos.

399

Defenderse. Hay hombres que tienen derecho a obrar de una forma u otra; pero cuando tratan de defender sus actos, no se cree que les asista ese derecho, y se comete un error no creyéndoles.

400

Reblandecimiento moral. Hay caracteres morales tiernos que se avergüenzan de sus éxitos y sienten remordimiento por sus fracasos.

401

Olvido peligroso. Empezamos olvidándonos de la costumbre de amar al prójimo, y acabamos no encontrando en nosotros nada digno de ser amado.

402

Una tolerancia como otra cualquiera. «Estar un minuto más al fuego y quemarse un poco, es algo que les tiene sin cuidado a los hombres y a las castañas. Este poco de amargura y este poco de dureza permite apreciar lo dulce y tierno que es el corazón». Sí; así es como juzgáis vosotros los hedonistas, vosotros, sublimes antropófagos.

403

Orgullos diferentes. Hay mujeres que palidecen al pensar que su amante podría no ser digno de ellas; hay hombres que palidecen al pensar que podrían no ser dignos de la mujer a la que aman. Se trata de mujeres y de hombres completos y cabales. Esos hombres, que, en circunstancias normales, confían en sí mismos y tienen el sentimiento de poder, experimentan, cuando se enamoran, una cierta timidez y dudan de sí mismos. Esas mujeres, sin embargo, se consideran siempre como seres débiles, expuestas a ser abandonadas, pero, en la excepción sublime del amor, se muestran orgullosas y su sentimiento de poder les hace preguntarse: «¿quién es digno de mí?».

404

A quiénes se hace rara vez justicia. Hay hombres que no pueden entusiasmarse por algo bueno y grande sin cometer, de un modo u otro, una gran injusticia. A su modo, esto es una moral.

405

Lujo. El afán de lujo llega hasta lo más íntimo del hombre; revela que donde su alma nada más a gusto es entre las olas de la abundancia y de lo superfluo.

406

Inmortalizar. Quien quiera matar a su rival considere si no será esta una forma de inmortalizarle dentro de sí mismo.

407

Contra nuestro carácter. Cuando hemos de decir una verdad que es contraria a nuestro carácter —lo cual es muy frecuente—, la decimos como si no supiéramos mentir, por lo que inspiramos desconfianza.

408

Alternativa. Hay caracteres que se encuentran ante la alternativa de o ser malhechores públicos, o llevar su cruz en secreto.

409

Enfermedad. Hay que considerar como una enfermedad el envejecimiento prematuro, la fealdad y los juicios pesimistas: tres cosas que suelen ir unidas.

410

Los tímidos. Los individuos torpes y tímidos se convierten fácilmente en criminales; les falta prudencia para defenderse y para vengarse. Por falta de ingenio y de presencia de ánimo, su odio no da con otra salida que el aniquilamiento.

411

Sin odio. Quieres liberarte de tu pasión. Hazlo, pero hazlo sin odio hacia ella. De lo contrario, te verás subyugado por una segunda pasión. El alma del cristiano que se ha liberado del pecado suele hundirse después a causa de su odio al pecado. Mirad los rostros de los grandes cristianos. Son rostros de gente que odia mucho.

412

Inteligente y torpe. No sabe apreciar nada fuera de sí mismo, y cuando quiere apreciar a otras personas tiene que transformarlas en virtud de la idea que tiene de sí mismo. En esto es inteligente.

413

Acusadores públicos y privados. Mirad de cerca a los acusadores e inquisidores: estos actos revelan su carácter, y no es extraño que ese carácter sea peor que el del criminal al que acusan. El acusador se figura ingenuamente que quien persigue el crimen y al malhechor deber ser, por ello mismo, de buena condición o, al menos, pasar por bueno. Por eso se deja ir, esto es, se vierte.

414

Ciegos voluntarios. Hay una forma de entrega entusiasta y llevada al extremo, ya sea a una persona o a un partido, que revela que nos sentimos íntimamente superiores a dicha persona o a dicho partido, y que nos acusamos de ello. En cierto modo nos cegamos voluntariamente para castigar a nuestros ojos por haber visto demasiado.

415

Un remedio contra el amor. Por lo general no hay nada más eficaz contra el amor que el viejo y radical remedio de corresponder a ese amor.

416

¿Dónde está el peor enemigo? Quien sabe llevar bien un negocio y tiene conciencia de ello, experimenta, por lo general, sentimientos de conciliación con sus adversarios. Pero el que cree que lucha por una buena causa y ve que no tiene aptitudes para defenderla, persigue a sus adversarios con un odio secreto e implacable. Según esto, que cada cual calcule dónde debe buscar a sus peores enemigos.

417

Los límites de la humildad. Hay muchos que han llegado a ese grado de humildad que dice «creo porque es absurdo», y que sacrifican su razón; pero nadie ha alcanzado aún esa otra humildad que se encuentra a un paso de esta y que dice «creo porque soy absurdo».

418

La comedia de la verdad. Hay quienes son veraces no porque detesten fingir, sino porque no lograrían disimular totalmente. En suma, no confían en su talento de comediantes y prefieren ser sinceros y veraces. «La comedia de la verdad».

419

El valor en un partido. Las pobres ovejas dicen al pastor: «Ve delante, que no nos faltará valor para seguirte». Y el pobre pastor se dice: «Seguidme, y no me faltará valor para guiaros».

420

Astucia de las víctimas. Hay una triste astucia consistente en querer engañarnos sobre alguien por quien nos hemos sacrificado, y en darle la oportunidad de que se nos presente como desearíamos que fuese.

421

A través de los demás. Hay hombres que no quieren ser vistos más que proyectando sus rayos a través de otros. Y esto supone una gran habilidad.

422

Agradar a los demás. ¿Por qué no hay placer superior al de causar placer? Porque así damos placer a cincuenta instintos nuestros. Quizá se trate de pequeñas satisfacciones, pero, unidas en una mano, colmarán totalmente esa mano, así como el corazón.

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