Aurora

Aurora


Capítulo 22

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Capítulo 22

—Ese hombre otra vez. ¿Qué hacía contigo? —inquirió Maximiliano sin ocultar su molestia mientras manejaba.

—Lo siento, tengo que buscar la manera de quitármelo de encima —contestó sin disimular lo que le afectaba.

Maximiliano sintió como si le dieran un golpe en el pecho y una patada en los testículos, por eso Aurora lo había buscado, buscaba librarse de ese tipo. Sentirse utilizado no era lo que esperaba.

—¿Por qué te busca? ¿Es un ex? —insistió en su bombardeo.

—Por favor no me preguntes.

—Pues supongo que debió haberte quitado el hambre y no podemos dar vueltas por la ciudad, además… —notó por el retrovisor que un auto los seguía.

—¿Además qué? —preguntó ella alertada por su pausa.

—Creo que nos siguen y debe de ser él.

—Vamos al Olive, es un buen restaurante, a mi hermana mayor le fascina comer allí.

—¿Y dónde está?

—Colinda con el Ontario Mills, por la cuarta calle. Yo te guiaré, es mejor un lugar público.

Hicieron como lo dijo la chica, si Greg los estaba siguiendo no podían ir a ningún otro lado si no aparentar que todo estaba bien y siguiendo su curso. Iban a comer de manera normal y luego a regresar a sus trabajos como si nada, ese era un buen plan y no tenía nada de malo. Ella y Maximiliano iban a comer como dos buenos amigos, pasar un momento agradable que podía servir

para conocerse más y eso era todo, debía olvidarse del mal trago que acababa de pasar y debía apoyarse en Maximiliano para eso.

Llegaron a restaurante y se estacionó, esperaron adentro de la camioneta un momento pero no miraban pasar el auto que los estaba siguiendo.

—No importa, bajemos —opinó Aurora—. No puedo esconderme en mi propia ciudad sólo porque este estúpido decida pasearse por aquí también.

—Si te sirve de algo y si te molesta tanto deberías buscar algún abogado y levantarle una orden de alejamiento, sólo así podrá mantener su distancia.

—Voy a considerarlo, lo hablaré con el abogado que lleva todo lo de la agencia.

Abrió la puerta y salió mientras Maximiliano hacía lo mismo, rodeó su camioneta y se acercó a ella.

—Aurora… —deseaba preguntar y no quedarse con la duda—. Dime la verdad, ¿me llamaste porque estabas con él? ¿Fui tu escape para librarte de él?

Aurora levantó la cabeza y lo miró, sintió un hueco en el pecho, él estaba en su derecho de pensar lo que quisiera y para colmo sentirse utilizado y sabía que eso no estaba bien, él no lo merecía. Por alguna extraña razón sintió la necesidad de acercarse más a él y lo miró directo a los ojos, se vio reflejada en el azul de su mirada que a pesar de los lentes del médico los sentía únicos, esa mirada comenzaba a no ser indiferente para ella.

—¿Te puedo contestar adentro? —ella pareció rogar.

Él asintió exhalando, complaciéndola.

—Está bien —le hizo la invitación para que caminaran.

Juntos se adentraron al restaurante y tener un momento privado sólo para ellos.

Entraron al Olive y el mesero que se acercaba a ellos les indicó una mesa vacante para cuatro, justo en una esquina alejada del bullicio y las demás personas como lo quería Aurora, además que se sentarían en el cómodo cuero teniendo una lámpara colgante en su centro y no en las otras mesas con sillas de madera. El lugar estaba lleno y no era para menos, la comida era riquísima y el olor en el ambiente a pan de ajo y mantequilla despertó más el apetito de Maximiliano.

—Que bonito lugar —opinó él cuando caminaban.

—Es italiano, como puedes ver su estructura de piedra es inspirado en la Toscana.

—¿Te gusta la comida italiana?

—Me fascina, soy adicta a su gastronomía, si pudiera escribir un recetario de comida italiana lo haría y así como Julia Child publicó

“Dominando el arte de la cocina francesa”

el mío se llamaría

“Dominando el arte de la cocina italiana”

—sonrió ante lo que había dicho como pícara soñadora enfatizando los nombres, era amante de la película y cada vez que la veía terminaba en la cocina con algún antojo y la copa de vino.

Max sonrió también al escucharla y la miró de pies a cabeza antes de que ella se sentara, el estudio le valió apreciar mejor el panorama.

Aurora se sentó de espaldas a las personas y de frente a una pared, mientras que el doctor tenía una posición contraria a ella. Entendió que la chica no quería estar pendiente de quien entraba o quien no, el problema era que él si podía estarlo pero intentaría no distraerse y darle su atención sólo a ella, total, la ventana que tenían para ellos era suficiente para tener un paisaje del exterior.

—¿Qué? —insistió ella al notarlo y sujetando el menú que el mesero le daba.

—Me cuesta creer que eres amante de los carbohidratos teniendo ese cuerpo —se sentó frente a ella también sujetando el menú—. No te veo comiendo tanto espagueti sin que ganes unas cuantas libras de peso, creí que te limitabas a ensaladas y cosas más livianas.

—Mi metabolismo es maravilloso y aunque tenga entrenador personal y vaya al gym de vez en cuando, no soy tan adicta al fitness como mi gemela pero igual hay un delicioso menú italiano bajo en calorías que es mi invitado casi todos los domingos.

—¿Tienes una gemela? —se asombró.

—Sí, somos muy diferentes, físicamente iguales pero en la manera de ser muy opuestas, yo soy muy reservada y ella bastante coqueta, yo soy introvertida y ella lo contrario. A mí me gusta el encierro y mi espacio y a ella le encanta salir y tener vida social, ella usa el cabello rojo y cómo ves yo negro, así nos diferenciamos.

Maximiliano la miraba asombrado, que su obsesión tuviera una doble eso no se lo esperaba.

—¿Algo para tomar? —preguntó el mesero—. ¿Algún vino?

—La verdad yo quiero algo dulce y helado —contestó Aurora—. Un jugo, uno de albaricoque por ejemplo, con hielo.

—Muy bien, ¿y usted señor? —preguntó mientras anotaba.

—Lo mismo.

—¿Alguna entrada? —insistió.

—Pan de ajo y camarones empanizados —contestó ella—. Y una ensalada verde para mí.

—¿Y usted desea ensalada también señor? —preguntó.

—Sí, me gustaría.

—Enseguida vuelvo.

Cuando se quedaron solos se miraron y Aurora bajó la cabeza, nunca se imaginó estar donde estaba y menos con quien. Siempre el almuerzo si había resultado ser lo que era.

—Sé que esperas una respuesta Max y voy a dártela —comenzó a decir ella con valor—. La verdad no pensaba salir a comer.

El hombre mantuvo los labios juntos y en una línea recta para evitar interrumpirla pero era obvio que no era eso lo que quería escuchar. Disimuladamente se colocó mejor los lentes al puro estilo de Clark Kent, que bien podría ser él sin ningún problema.

—Pero no pensaba salir de mi oficina es lo que quiero decir —continuó ella corrigiéndose al notarlo—. He tenido demasiadas cosas encima que siento que ya no puedo con ellas, no pensaba salir para intentar pensar con claridad y tener un breve tiempo conmigo misma e igual forma iba a llamarte para decírtelo y que lo dejáramos para después pero…

Aurora suspiró rozando su sien, deteniéndose un momento antes de continuar y antes que Maximiliano dijera algo también el mesero llegó con las bebidas. Callaron un momento.

—Pero llegó él y cambiaste de opinión —terminó él mismo la frase cuando se quedaron solos.

—No sabía qué hacer para quitármelo de encima, lo siento —ella lo miró apenada—. Max no quiero que pienses que te utilizo —pareció rogar—. Por favor no pienses eso, no quiero reconocerlo pero… estoy llegando a un punto en el que necesito… un soporte, un apoyo…

—¿Un amigo? —concluyó él evitando sentir un aguijón en el pecho mirándola algo serio.

Aurora lo miró también e intentó estudiar su expresión, ¿deseaba él escuchar eso? No podía adivinarlo, no quería ser indiscreta ni seguir arruinando las cosas.

—Sí, un amigo —bebió un poco de su jugo para disimular, tenía que pasarle algo por su seca garganta.

Maximiliano también bebió sin dejar de mirarla, ¿él estaba dispuesto a ser sólo eso sin que nada le afectara? Debía responderse con honestidad.

—No estoy desesperada por compañía masculina —aclaró ella—. He aprendido a pelear sola mis batallas.

Maximiliano se quedó analizando aquellas palabras para conocerla y decidir qué tipo de mujer independiente tenía enfrente.

—¿Viste la película de la joven reina Victoria? —le preguntó él con tranquilidad.

—¿Qué? —se desconcertó.

—La más recién versión sobre la vida de la reina Victoria de Inglaterra. ¿La viste?

—Sí.

—Que bueno así sabrás lo que digo, ¿recuerdas la escena de ella y Alberto cuando juegan ajedrez? —la miró con atención.

—Creo.

—Ella le pregunta que si no le va a sugerir un esposo que pelee por ella, ¿y recuerdas que le contesta él?

Aurora le sostuvo la mirada y sonrió.

—Dímelo —pidió.

—¿No sería mejor alguien que pelee junto a ti?

Aurora evitó que el rubor se le notara bajando la cabeza, esa era la mera verdad.

—Sé que eres independiente —se atrevió él a palmearle una mano a modo de aliento—. Y que bueno que hayas aprendido a pelear porque la salida no es que alguien pelee por ti sino junto a ti.

Ella se mordió los labios evitando estremecerse.

—Desde la semana pasada siento que todo ha ido muy rápido, como si manejara un auto a gran velocidad sin poder detenerme —continuó ella—. Han sido muchas cosas, cosas que… me afectan directa o indirectamente —volvió su mirada a su reloj de puño y volvió a pensar en Ariadna que aún no se comunicaba.

—¿Tienes prisa? —preguntó él.

—No, no, es sólo que… mi gemela está en Italia en vías de trabajo y recordé que no me ha llamado, deberé hacerlo yo después. ¿Y tú la tienes?

—¿Qué? ¿Una gemela? —sonrió para bajar un poco la tensión.

—No —sonrió Aurora también, él no pudo evitar fijarse más en ella y se sentía cautivado cuando la veía en esa faceta más amistosa—. Me refiero a si tienes prisa por alguna cita en tu consultorio.

—Tengo una a las tres —miró su reloj también—. Así que hay tiempo, no te preocupes.

El mesero llegó con el demás pedido y ambos se dispusieron a bocadear.

—¿Ya puedo tomar su orden? —preguntó el hombre esperando instrucciones por el plato fuerte.

Aurora y Maximiliano cayeron en cuenta que no volvieron a ver el menú por estar platicando.

—Hm… bueno… —comenzó a pensar ella mientras Max volvió a abrir su carpeta y a leer con rapidez—. Tráeme unas pechugas a la plancha en crema y champiñones que acompañaré con una ensalada de papas.

—Muy bien ¿y usted señor? —preguntó después de volver a anotar.

—Dos medallones de lomo de res en salsa de vino tinto, acompañados de una papa horneada —contestó.

El mesero asintió después de anotar todo y volvió a dejarlos.

—Pues aquí estoy para escucharte si necesitas un amigo —suspiró él mientras se comía un camarón, aunque le doliera sabía que no podía aspirar a nada más.

Aurora lo miró al mismo tiempo que bebía más jugo, ¿de verdad lo necesitaba? ¿Desde cuándo?

¿Por qué este hombre le inspiraba tener esa cercanía que hacía mucho tiempo no sentía? ¿Por qué él le parecía diferente? Y lo peor ¿por qué se atrevía a buscarlo con cualquier excusa? ¿Por qué se sentía bien estando con él? ¿Por qué él?

—Max… —respiró hondo antes de continuar pues debía estudiar cada palabra porque no era decirlas a la ligera sino con toda la sinceridad de la que disponía—. Quiero que algo te quede claro —se saboreó un poco el jugo—. No te estoy utilizando, de verdad quiero estar contigo, es decir me gusta tu compañía —se corrigió con rapidez antes de que se malinterpretara lo que decía y evitar que la lengua se le trabara, exhaló—. Sé que me muestro orgullosa, sé que seguramente no doy una buena impresión como persona pero… tengo razones para ser así.

—Intimidas un poco —confesó—. Y ahora conociendo donde vives… veo que no eres alguien más sino muy importante.

—¿Lo dices por la casa? No, que eso no te dé una mala impresión, mis hermanas y yo somos chicas comunes que trabajamos día a día para poder vivir, no somos adineradas. Esa casa era de nuestros padres, es la herencia que poseemos junto con la agencia de la que sólo yo me hago cargo.

—¿Cuántas hermanas tienes?

—Dos más aparte de mi gemela, la mayor estaba de viaje también pero ya volvió y la menor estudia todavía, somos cuatro.

El chico volvió a verla con asombro, con razón la residencia era amplia.

—No quiero darte otra impresión, no quiero que pienses lo mismo que otras personas —insistió ella—. ¿Por qué la gente siempre confunde la seriedad con el orgullo?

—Porque la línea es muy delgada a simple vista.

—Y por eso cualquiera pensaría que soy una mala persona.

—No creo que seas mala persona —opinó él con tranquilidad.

—¿Ni siquiera por lo que te hice?

—¿Cuándo nos conocimos? —sonrió él con una dulzura que Aurora sintió atrayente.

—Sí, fui muy grosera.

—Sí, mucho —secundó en broma—. Los trabajadores no se creyeron lo que me había pasado, a mí, a mí que era quien les pagaba a ellos para que hicieran su trabajo.

—Perdóname —bajó la cabeza—. Fue algo vergonzoso.

—Para ambos lo fue, pero igual tú te llevaste la peor parte, yo te mojé, te hice pasar un mal rato frente a todos… —recordó el efecto que la visión de ella mojada le provocó y no sólo a él, cosa que le hizo fruncir el ceño al acordarse.

—Lo hiciste sin querer y no pudiste detenerte a tiempo.

—Pero igual te provoqué un resfriado.

—Y uno muy severo pero gracias a Dios y como mi doctora me lo dijo ya ni me acuerdo, el medicamento que me inyectó fue muy eficaz. El asunto es que… yo no acostumbro actuar así, no me ando por las calles insultando a todo el que me exaspere, yo trato de controlarme y no ser iracunda pero…

—Tranquila —él se atrevió a su sujetarle una mano, era cálida y Aurora sintió su piel reaccionar a la de él, se quedó estática sin siquiera pensar—. Aurora no tengo nada que perdonarte, nos conocimos de una manera extraña, inusual casi accidental mejor dicho, no cómo debía ser pero supongo que fue la única manera y agradezco tu arrebato, como sea… me encantó conocerte.

Sin darse cuenta, Max estaba acariciando con el pulgar el dorso de Aurora y ella, no estaba segura del porqué dejaba que lo hiciera sin rechazarlo. Sentía bienestar, le gustaba.

—¿Me perdonas? —preguntó él.

—¿Perdonarte? —ella reaccionó sin entender.

—Por haberte mojado —sonrió apenado.

Aurora tragó, si él supiera la reacción de su cuerpo ante ese roce en ese momento el asunto de la mojada pasaría a otro plano.

—Ah… —sonrió ella también por la aclaración a la vez que sacudía la cabeza—. Por supuesto que te perdono, estamos a mano.

Se miraron por un momento sintiendo ambos una serie de sensaciones que les revolucionaba todo. Maximiliano sentía tan cerca a la chica que deseaba que el tiempo se detuviera sólo para ellos, igual pasaba con Aurora. Por primera vez en mucho tiempo volvía a sentirse viva y hasta con más ánimo e interés por la compañía masculina, algo que no le había permitido a nadie más y algo que no sentía con nadie más. Definitivamente, Maximiliano debía tener algo diferente para sentirse atraída por él pero no estaba segura de averiguarlo y llegar hasta las últimas consecuencias del asunto, ¿valdría la pena? Se preguntaba. En ese momento el mesero llegó con la orden de ellos y el encanto se vio interrumpido, se soltaron y sonriendo esperaron que les acomodaran los platos. Ambos se saborearon al ver la comida, el pollo de Aurora se veía suculento y los medallones de Maximiliano también, así que decidieron comer como dos amigos y aprovechar el tiempo para conocerse en aficiones un poco más. Ya el primer paso estaba dado y era el haberse pedido perdón por la manera tan caprichosa en la que el destino había hecho que se conocieran, pero con eso demostraban que aunque haya sido de la forma más accidental y graciosa, habían hecho del momento una ganancia y

esa era acercarse más y darse una oportunidad —para comenzar— aunque fuera como amigos.

 

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