Aurora

Aurora


Capítulo 31

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Capítulo 31

Al llegar a la puerta del apartamento Diana tocó el timbre y él inmediatamente abrió.

—Hola —las saludó muy sonriente.

Aurora no sabía qué sentir, el carisma del hombre le hacía cambiar el mal ánimo.

—Hola doctor, mucho gusto. —Diana sin evitar disimular lo saludó muy feliz con el apretón de mano, no dejaba de verlo—. Yo soy Diana y ellos son Romeo y Julieta —le mostró el acuario con entusiasmo.

—Maximiliano… disculpa la intromisión, yo… —Aurora no sabía qué decir. Evitaba que la imagen tan erótica que tuvo del doctor le asaltara la cabeza, estaba un poco nerviosa.

—No, tranquilas, bienvenidas, pasen adelante —la saludó también pero a ella la acercó para darle un beso en la mejilla. Aurora evitaba pensar en el sueño y sólo deseaba que el momento pasara rápido y volver a su casa—. Tomen asiento.

Era el clásico apartamento minimalista masculino; paredes blancas, muebles de madera negra, adornos de cristal, un enorme sofá media luna de cuero negro también y algunos cuadros con paisajes montañeses. Pinturas de bonsái y bambú al óleo, árboles de cerezos japoneses y otros de animales, estos últimos parecían ser fotografías ampliadas en blanco y negro. También tenía un acuario de casi un metro de largo con variados tipos de peces que felices nadaban a su antojo.

—Ay que bonitos —dijo Diana acercándose a ellos cuando los miró.

—¿Te gustan los peces? —le preguntó él.

—Me encantan, para mí no existe nada más relajante que escuchar el sonido del agua burbujear, puedo pasar horas observando cómo nadan.

—Es que creo que Diana fue pez en otra vida —le dijo Aurora evitando su tensión y divagando su mente—. O sirena, el caso es que le fascina todo lo que tenga que ver con el agua.

—¿Te gusta nadar? —insistió él con la benjamina después de darle su atención a Aurora.

—Me fascina, de pequeña practiqué mucho la natación pero me decidí más por el ballet.

—No me extrañaría entonces, apuesto que eres Acuario o Piscis.

—¿Cómo lo adivinó? —sonrió Diana.

—Elemental —sonrió también—. Tampoco me extrañaría que tu película animada favorita fuera “La Sirenita”

—Y no te equivocas —le hizo ver Aurora—. Coleccionó las muñecas y los peluches, hasta un Flounder tiene en el espejo retrovisor de su auto.

—¿En serio? —el hombre sonrió más abiertamente encaminándose hacia la cocina.

—Aurora no tienes que ser tan específica —le dijo Diana volviéndose a ella, era cierto que aún conservaba sus juguetes pero eso no significaba que fuera una “niña” que todavía no había crecido.

—Tranquila, no te apenes —volvió él con una pequeña bandeja trayendo dos vasos con jugo—. El que tengas tus juguetes no significa que sigas siendo una niña, no está mal conservar ese lado infantil. A mí me gusta mucho “Toy Story” y también tengo algunos de los personajes que me traje de unas vacaciones en Disney, creo que la mayoría de los niños alguna vez quisimos ser vaqueros.

Les entregó los vasos y ellas agradecieron la atención.

—Gracias y me alegra que me entienda. ¿Le gusta el horóscopo? —inquirió Diana.

—De nada y por favor tutéame —sonrió—. Puedes tutearme y llamarme Maximiliano o Max como me dice Aurora también.

—Será un placer Max —coqueta sonrió más abiertamente.

—Y contestando a tu pregunta prefiero el zodiaco —continuó—. Es más interesante aunque no se deja de tratar los mismos signos ya que lo cierto, es que si pueden influir en la personalidad de los individuos desde el momento en que nacen bajo uno de sus signos.

—Vaya que eres una caja de sorpresas —le dijo Aurora extrañada.

—¿Y qué signo eres? —insistió Diana con curiosidad observando todo de él y tomándole la palabra con lo del tuteo.

—Tauro —contestó mientras se sentaba en otro extremo, vestía de camiseta blanca, calzoneta impermeable azul marino y tenis negros.

Diana levantó una ceja y miró a su hermana, el signo del toro podía decir mucho, tragó lentamente su jugo.

—¿Y tú Aurora? —preguntó él.

—¿Yo qué? —reaccionó con desconcierto, había adivinado los pensamientos de Diana.

—¿Qué signo eres?

—Libra.

—La balanza… —susurró él como si el resto de la frase mejor la pensara y no era para menos.

Los Libra eran apasionados en cuestiones amorosas como también dependientes del sexo, para ellos amor y sexo era imposible de separar.

Aurora poco sabía de esas cosas y no les ponía atención como otras personas a las que si les obsesionaba, carraspeó un poco disimulando.

—Maximiliano yo estoy muy apenada por la necedad de Diana —le dijo Aurora al médico cambiando de tema después de beber un poco desviando la conversación—. Sé que no es apropiado esto, no era tu deber recibirnos aquí. Diana debió esperar hasta mañana cuando estuvieras en el horario de la clínica.

—No te preocupes.

—Conste que yo llamé antes —se defendió Diana sentándose junto a su hermana—. Incluso fui a la clínica, por favor no te vayas a molestar con tu asistente, fue muy amable, la necia fui yo en insistir y es que también mi tiempo no me ayuda y si no era hoy pues…

—Tranquilas, no se preocupen —volvió a decir él muy sonriente—.Y no, no estoy molesto con Peter, es un gran amigo, nadie mejor para cuidar mis espaldas. Sé que te dio mi número por ser la hermana de Aurora y sí, no es correcto recibirlas en mi apartamento pero tratándose de los animales no hay excusa.

—Ay pues que bueno y gracias por la confianza —sonrió Diana más animada.

—¿Te sientes mal? —inquirió Aurora hablando con él—. ¿Por qué te viniste antes de la clínica?

—No, yo estoy bien, es que tengo una invitación para el fin de semana y participar en unas conferencias sobre medicina veterinaria en Los Ángeles pero necesitaba enviar algunos datos con urgencia y por eso debí salir de la clínica a media tarde, son documentos que tengo aquí y que los requerían con urgencia vía email escaneados. Sirve que también debía atender a un par de cachorros convalecientes que tengo a mi cuidado personal y que me traje, ya que requieren de medicación hasta de madrugada. Fue por eso que Diana ya no logró encontrarme. Pero bueno, ya están aquí y es un gusto verlas, así que quiero conocer a estos amiguitos también.

Se alcanzó el pequeño acuario de Romeo y Julieta para observarlos bien. Era momento de mostrarse profesional.

Luego de hablar con Diana y de decirle exactamente la especie de payasos que tenía, sus cuidados, alimentación y todo lo que ellos implicaban, las chicas se prepararon para salir pero como siempre Diana —que tenía sus planes— hizo alarde de su actuación al escucharlos murmurar algo sobre que no habían tenido tiempo de hablar y de eso se valió.

—¿Tienes algún otro compromiso Max? —le preguntó Diana, Aurora le abrió los ojos y le pidió que se callara.

—Diana… —Aurora se metió intentando no fingir la sonrisa—. Maximiliano es un hombre ocupado y seguramente tiene mucho que hacer.

—No, la verdad voy a quedarme aquí, no pienso salir —contestó muy tranquilo—. Lo de los documentos me llevó algo de tiempo y pues ya no tiene caso regresar a la clínica, si hubiera alguna emergencia Peter me llamará. ¿Por qué la pregunta? —miró a Diana.

—No pues… por… por… porque no quiero que pienses mal con respecto a esta visita y ya que escucho que ustedes no han tenido tiempo de hablar, pues sería bueno que Aurora se quede un rato más, así platican a gusto. Digo, nada más porque ahorita tienes tiempo.

Maximiliano sonrió presintiendo el rumbo que Diana llevaba y como sea lo agradeció, parecía haber simpatizado con la chica y eso ya era algo de ganancia.

—Diana no abuses de la buena voluntad del doctor, además yo tengo una cita a las siete y no puedo faltar —dijo Aurora sin pensar.

—¿Cita? —Diana la miró asombrada—. ¿Siempre si está mejor Alonso? ¿Vas a salir con él?

Vaya indiscreción que le había borrado la sonrisa de la cara al médico y Aurora, sintió el frío recorrerle el cuerpo al saber sobre ella la mirada del veterinario que seguramente, esperaba una breve aclaración del asunto porque en el fondo eso no le había hecho nada de gracia.

—Diana… —Aurora quiso sujetarla del brazo y sacarla a empujones por el mal rato que le hacía pasar.

—No, no se preocupen —intervino el médico—. Yo no tengo nada más que hacer, salvo descansar el resto del día y estar pendientes de los cachorros que tengo a mi cuidado, nada más pero si Aurora tiene un compromiso yo no la detengo.

Diana por poco y suspira al escucharlo tan comprensivo y Aurora se limitó a bajar la cabeza, él y Alonso eran tan distintos y no podía evitar sentirse mal.

—A pues ya ves —insistió Diana mirando su reloj de puño—. Tienes tiempo Aurora, falta mucho para que lleguen las siete. —Diana no quería que su hermana perdiera la oportunidad—. Quédate un poco más, yo me voy para la casa y todo bien, no quiero ser mal tercio. Ustedes pueden hablar solos sin problemas, seguramente tienen mucho que contarse.

Aurora odiaba que su hermanita la pusiera en jaque y lo peor, era que no quería empeorar más las cosas desairando a Maximiliano. Si de por sí ya estaba un poco serio, si se iba de esa manera dejando que él pensara lo que no era —sacando suposiciones— el asunto sería peor. Siendo así, estaba segura que él se encargaría de poner distancia entre ellos aunque fueran amigos.

—Si gustas quedarte un momento yo no tengo problemas —le dijo Maximiliano al notar su tensión—. Pero si necesitas tiempo para tu compromiso…

—Tiempo tiene, nadie es más organizada que ella —le dijo Diana abriendo la puerta—. Nos vemos después hermanita y gracias Max, ha sido un enorme gusto conocerte. Prometo que la próxima vez será en tu clínica, no abusaré de ti.

Apenas y Maximiliano dijo adiós con la mano cuando la coqueta benjamina le guiñó un ojo, ante una Aurora completamente desconcertada e incapaz de actuar. Cuando la puerta se cerró Aurora tragó en seco, disimulaba el nerviosismo que tenía.

—Y esta sinvergüenza ni siquiera te pagó. ¿Cuánto te debo? —preguntó Aurora sin saber qué más agregar.

—¿Pagarme? No, nada —le contestó él.

—Diana vino a molestarte a tu propio apartamento y le diste una consulta “innecesaria” por sus peces, tu tiempo es tu tiempo y…

—Aurora tranquila —le sujetó una mano acercándose a ella—. No te preocupes por eso, no voy a cobrarte por algo que hice con gusto, además era necesario conocer la especie que tienen, así será mejor tratarlos.

La tibieza de su mano hizo que ella retuviera la respiración, tenía que poner su mente en blanco y no pensar en nada pero le fue imposible. Como rayo la imagen de un Maximiliano desnudo y esperando por una sesión de sexo oral la asaltó y sin saber cómo, brincó dando un paso atrás soltándose a la vez. Estaba muy nerviosa.

—¿Qué te pasa? —inquirió el notándole el rechazo.

—No, nada, no me hagas caso —se sujetó la cabeza.

—Si no te sientes bien lo entiendo, puedes irte con tu hermana, estás tensa y debes estar tranquila para esa cita que tienes.

Aurora levantó la cabeza para mirarlo mordiéndose los labios. ¿Cómo hacerle entender que sus ideas no eran las correctas?

—No se trata de una cita con un hombre —lo sacó de la duda caminando ella en el sentido contrario a la puerta para adentrarse otra vez al apartamento. Maximiliano no supo que lo alegró más, si el que entrara de nuevo o el que le aclarara que no era con otro hombre la cita.

—¿No? —él la siguió más aliviado aunque se moría de la curiosidad por saber quién era el tal “Alonso”

—Es con una mujer que… me pidió algo de mi tiempo.

—¿Una clienta?

—Desearía que fuera una clienta —exhaló volviendo a sentarse.

Maximiliano sentía que para ella era algo pesado hablar sobre eso, así que no siguió preguntando.

—No voy a dejarle pasar esto a mi hermana —insistió ella mirándolo apenada—. La conozco, lo hizo con un propósito.

—¿Crees que utilizó a sus peces para que tú y yo estuviéramos aquí solos?

—¿Y no te parece lógico?

—Pero me fue a buscar a la clínica.

—Y vaya que la suerte estuvo de su lado —se quitó su chaqueta para quedarse en su blusa beige de botones.

—Pues sí —sonrió el médico sentándose frente a ella, era mejor tenerla de frente y no abajo, él tenía muy buena altura para apreciar mejor su par de encantos.

—Es muy bonito tu apartamento —lo observó con más detenimiento—. La verdad nunca me imaginé conocerlo.

Bajó la cabeza y sonrió, jamás se le había cruzado por la mente estar a solas con él y en su propia casa para colmo.

—Pues a mí me da gusto, ven te lo muestro.

—¿Qué? No… —los nervios le volvieron, estaba muy vulnerable. Su sueño, sumado a lo que Becca le había dicho y el escenario en el que estaba la tenía propensa para lo que fuera sin razonar y estaba segura que con esa intención Diana había planeado todo.

—¿Por qué estás tan nerviosa? —preguntó él con curiosidad, no era tonto y como hombre conocía esas reacciones.

—Porque últimamente lo he estado, he estado sometida al estrés.

—¿Me permites? —inquirió él mostrándole ambas manos.

—¿El qué? —se desconcertó ella.

Maximiliano se levantó para sentarse detrás de ella, hizo que la chica pusiera su espalda recta y con osadía llevó sus manos a la cintura.

—¿Max que haces? —brincó cuando lo sintió.

—Tranquila —apretó un poco sus pulgares en la parte baja de la espalda. Aurora volvió a brincar—. ¿Te duele?

—Sí —prefirió decir eso porque si bien era cierto que le dolía al hacer presión, también las manos del médico la excitaban.

Maximiliano subió lentamente sus manos por el mismo rumbo haciendo una ligera presión en los puntos de los que él tenía conocimiento y Aurora a su vez, se estremecía con cada apretón. Él no lo hacía con fuerza, apenas y hundía suavemente los pulgares pero ella si lo sentía fuerte y no fue consciente de cuando ya había cerrado los ojos y estaba mordiéndose los labios, sin duda sus manos le parecían divinas. Al llegar a la nuca él apartó un poco su cabello llevándolo hacia adelante y poniendo ambas manos en su cuello ella volvió a brincar.

—Tranquila —volvió a decir—. Intenta relajarte.

Le pedía lo imposible aunque ella asintiera sujetándose el cabello, su cuello era sagrado, su mayor debilidad y sentir las manos de Maximiliano acariciándola al mismo tiempo que su tibio aliento al respirar se dejaba sentir, la hizo tragar. Con suavidad, el médico hizo círculos con el pulgar en ambos lados de la nuca, mientras los demás dedos hacían otra ligera presión en la base del cuello y hombros.

“Qué delicia”

—pensaba ella con deleite mordiéndose los labios, ese masaje lo sentía como el mejor preámbulo para lo que siguiera, su cuerpo le gritaba que sucumbiera al autor de ese bienestar y que terminara de relajarse completa. Sin darse cuenta gimió con placer.

— ¿Te gusta? —susurró él en su oído.

—Me encanta, tus manos son… divinas —confesó sin pensar.

—Me alegra porque si estás muy tensa —sonrió—. Tus músculos lo están, debes tranquilizarte, intenta relajarte, lo necesitas.

Para él también el asunto le resultaba placentero, podía sentir la reacción del cuerpo de la chica y el suyo también comenzaba a contestar, por lo que sacudió la cabeza.

—¿Ese tipo volvió a molestarte? —preguntó él sintiendo que la tensión de ella podía deberse también a ese asunto.

Aurora se quedó rígida medio girando el cuello al escucharlo, él la miró deteniendo el masaje.

¿Cómo decirle lo que había pasado la noche anterior? ¿Cómo iba a reaccionar Maximiliano al saber de la pelea entre Alonso y Greg por ella misma?

—No quiero hablar de él, eso sería arruinar este momento —susurró la chica.

Maximiliano no estaba convencido pero respetó su decisión. Exhaló.

En ese momento se escuchó el chillar de un perro y ambos se alertaron.

—¿Qué sucede? —preguntó ella.

—Acompáñame —le pidió él levantándose de inmediato—. Tengo un paciente que atender.

Movida por la curiosidad lo siguió, el médico tenía un ala especial donde tenía otro consultorio pero más que todo quirúrgico. El cuarto estaba dividido con delgadas paredes de yeso blanco y también habían estantes de metal iguales a los de la clínica, donde él tenía muchos medicamentos y utensilios para operar. El lugar olía a medicina veterinaria como era de esperarse, encima de una mesa también de metal habían varios instrumentos y debajo de esta, dentro de una jaula de viajes para perros estaba un pequeño cachorro Rottweiler envuelto en unos pedazos de sábana rasgadas. El cachorrito había despertado de la anestesia, Maximiliano le había cortado la cola por orden del dueño.

—Ay Dios. —Aurora sintió que su corazón le golpeó al verlo así.

—Lo siento —se disculpó el médico mientras lo acariciaba alcanzándose de algunas croquetas de cachorro para que comiera de su mano.

—Pobrecito, debe dolerle mucho —insistió ella acercándose para ver al recién operado que debido al mareo ni siquiera lograba sentarse.

—Y pasará mucho tiempo para que el dolor cese pero es parte de su proceso como raza, al Rottweiler como a algunas otras razas se les debe cortar la cola.

—Yo una vez tuve una French Poodle y no lo permití —lo acarició también.

—Su raza lo requiere y también por higiene y estética, luego se acostumbran por eso deben de someterse a la cirugía muy pequeñitos.

—¿Cuánto tiene?

—Poco más de un mes, debieron cortársela a los días de nacido, ocho o quince pero no ahora que el dolor es más intenso por el músculo.

Maximiliano lo notó y comenzaba a sangrar a pesar de los puntos y la medicina violeta que servía como cicatrizante.

—Debo limpiarlo otra vez —lo levantó para ponerlo en la mesa de metal y luego se lavó las manos en una pileta que tenía allí mismo, para después ponerse unos guantes desechables de goma, el cachorro temblaba mucho—. Cuando hay un corte de cola deben de curarse a cada rato y evitar que se vayan a lamer, lo cual es imposible porque lo único que logran es evitar que la herida cicatrice. Es por eso que estos cortes deben de hacerse a los días de nacidos.

—¿Y por qué lo tienes aquí? —Aurora sentía ternura cuando lo acariciaba, le daba pesar ver triste al cachorro.

—Porque el dueño me lo llevó hoy por la mañana y para colmo salió de viaje y dormirá hoy fuera de la ciudad —se alcanzó de algodón y otros medicamentos incluyendo una inyección—. Me pidió el favor de encargarme de él hasta mañana al medio día, tuve que traerlo en una caja para poder meterlo al edificio, no permiten animales aquí y así mismo debo sacarlo otra vez.

—Pobre, de verdad que tienes una vocación admirable por tu carrera. Recuerdo el episodio de ayer con la tortuga y tu amor por los animales que está por encima del interés.

—Gracias —sonrió él al escucharla—. La dueña volvió hoy en la mañana más contenta, mi consejo fue acertado, me dijo que en menos de una hora después de haber comprado la otra, su pequeñita ya estaba inquieta y hasta demasiado hambrienta. En cuanto se sintió acompañada cambió su estatus y ahora es que no soporta lo comelona que se ha vuelto. Por lo menos está feliz, todos en la familia lo están.

—¿De verdad? —sonrió ella también—. Definitivamente tienes el don, ¿cómo decidiste estudiar veterinaria?

—Fue a los ocho años —se acercó para volver a acariciar al cachorro y evitar que le tuviera miedo—. Mi mamá tenía un precioso jardín y durante la época de lluvia aparecieron entre sus geranios un par de caracoles, los pobres luchaban por subir los maceteros así que los ayudé, noté que uno tenía la concha quebrada pero no reparé en eso. Al siguiente día ya se paseaban por el tallo y fueron familiarizándose, otro día ya estaban juntos en el mismo lugar y así pasaron los días. Cada mañana estaba pendiente de ellos, pero uno de esos días después de una noche en la que no paró de llover desaparecieron, me entristecí pero mi alegría volvió cuando dos días después vi cerca de otras plantas al que tenía el caparazón quebrado, con esmero intenté cuidarlo pero estaba solo, al otro nunca lo volví a ver. El caso es que… en ese tiempo no supe si era porque estaba solo o por lo de la concha, pero al notar que no se movía del lugar donde lo había dejado decidí tocarlo y para mi sorpresa cayó en mi propia mano, estaba muerto, el interior seco y una parte de la concha oscura.

Seguramente poco a poco se fue pudriendo lo que me imagino fue algo agónico, la compañía podía haberle ayudado pero luego de la lluvia y ya solo… no sé, pudo haber acelerado su muerte. El caso es que lloré como todo chiquillo que pierde su mascota, es algo extraño pero lo sentí mucho, desde ese momento mi madre supo que era muy sensible con respecto al tema de los animales y consolándome me dijo que era parte del ciclo de la vida. Le dije que quería tener el poder de curar a los animales enfermos y no permitir que murieran y ella me dijo que eso era imposible pero que había una manera de ayudarlos; la carrera de la medicina veterinaria que se encargaba de estudiar a los animales.

En ese momento decidí que eso estudiaría y la experiencia y memoria de ese animalito que me enseñó a su manera y con paciencia a no rendirme me ayudó y me motivó. Poco después encontré en la calle a un perro con la pata herida y para colmo desnutrido, decidí que lo rescataría y no lo dejaría morir y como si me conociera dejó que lo cuidara. Era una mezcla de Terrier y Pastor Alemán que estaba sin dueño y propenso a algún sacrificio, lo llevé a la casa y ante mis ruegos y también lástima, mis padres me permitieron quedarme con él. Lo bañé, lo curé y se convirtió en mi mejor amigo, al mes no era ni la sombra de lo que encontré, era un perro hermoso. Luego poco a poco nos fuimos haciendo de animales de granja y eso me hizo muy feliz, era mi reino personal, por ellos y por el deseo de ayudarlos es que soy lo que soy ahora.

Aurora no pudo evitar que los ojos se le aguaran por las lágrimas y el nudo en la garganta le impidiera hablar. La sensibilidad del hombre la ponía a sus pies.

—Eres admirable —volvió a decirle dándole un beso en la mejilla—. Realmente esto es lo tuyo, no pudiste haber escogido mejor carrera.

—Te agradezco tus palabras. ¿Me ayudas? —le mostró una pequeña bandeja de metal.

—Claro, ¿Qué hago?

—Ponte unos guantes de esa caja —la señaló y ella obedeció.

Parecían haberse compenetrado más debido a su gusto por los animales y eso, no sólo le gustaba al médico sino que ella comenzó a admirar más su labor y carrera porque todo lo hacía de corazón y por el amor a los animales, compresión que Maximiliano agradecía. Tuvieron que limpiar bien al cachorro con agua limpia porque debido a la anestesia se había orinado, no tenía fuerzas en sus patas traseras y el veterinario temía alguna infección por lo mismo, pero no podían bañarlo como era debido por su convalecencia y para evitarle una fiebre que podría matarlo. Él se encargaría después de limpiar el lugar pero su prioridad era la salud y bienestar del cachorro.

—¿Me pasas una toalla por favor? —le pidió él sosteniéndolo cuando terminó.

—Sí claro. ¿Dónde están?

—Aquí en la habitación contigua, están dobladas a manera de espiral.

Aurora asintió y se dirigió a la habitación, cuando entró miró en unas esquineras de metal las toallas en mención y abriéndose paso por una enorme tina con agua que estaba cerca, sin observar bien simplemente se estiró para alcanzar la bendita toalla sin dejar de ver el agua por lo que al sujetarla con fuerza no se imaginó lo que le pasaría; al tocarla, la toalla le brincó chillando al mismo tiempo, asustándola y haciendo que ella gritara también, perdiendo el equilibrio y cayendo sentada en la tina mojándose completamente. Max corrió al escucharla.

—¡Aurora por Dios! ¿Qué pasó? —se apresuró a auxiliarla cuando la miró.

La chica no podía creer lo que le había pasado.

—Que la toalla que sujeté estaba viva —contestó evitando refunfuñar.

—¿Cómo? —le ayudó a ponerse de pie al mismo tiempo que toda el agua le escurría por la ropa.

—La toalla salió corriendo y por poco me muerde —insistió.

—Aurora ¿Cómo es eso? ¿No entiendo?

El estruendo de algo que había caído alertó al médico y juntos salieron de la habitación.

—¡Titán! —Max regañó al animal que le había dado vuelta a la bolsa de croquetas, haciendo que el piso se llenara de ellas. Aurora exhaló.

—¡Esa es la toalla! —lo acusó.

Maximiliano evitaba reírse delante de ella, la dichosa toalla viviente no era otra cosa más que un travieso cachorro Shar-Pei, que moviendo feliz la cola se comía del suelo todas las croquetas que había derramado.

 

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