Aurora

Aurora


Capítulo 39

Página 42 de 52

Capítulo 39

Esa mañana durante el desayuno Aurora parecía estar en las nubes y sus hermanas la notaron, con cariño acariciaba su floreado bonsái y también al otro enanito que Maximiliano le había dado; el pequeño bambú le hacía compañía también y cuidándolos como si fueran bebés los acicalaba.

“Dormí delicioso aunque el vacío en mi cama por tu ausencia fue una tortura, gracias por

regalarme la mejor noche de mi vida.”

Fue el mensaje con el que él le dio los buenos días y ella se mordía los labios al recordar.

“Lo mismo digo, superaste mis expectativas, también me regalaste la mejor noche de mi vida.”

Así le había contestado.

Aurora era ajena a lo que Minerva y Diana decían, era obvio que hablaban de ella pero la mente de la chica sólo estaba en su médico y en la noche que le había dado, una que jamás iba a olvidar.

Después de salir de la tina se vistieron con el albornoz para secarse, ella debía vestirse para volver a su casa pero justo en ese preámbulo en el que ella decidía vestirse, él con su encanto la sedujo otra vez y entre besos y caricias se despojaron de las prendas y desnudos volvieron a entregarse. Eso sirvió para que ella no se quedara con las ganas de algo que ya tenía pendiente y era darle a él también sexo oral, lo hizo y descontrolándose ambos dieron rienda suelta en esa cama hasta volver a alcanzar un nuevo clímax. Cuatro, cuatro orgasmo había tenido la chica y se sentía tan feliz como si se hubiera ganado la lotería, sus besos suaves, largos, profundos e intensos la dominaban y como adicción podía depender de ellos, su médico era para ella el hombre perfecto. Descansaron un rato en la cama aprovechando hablar un poco más y conocerse, al mismo tiempo que allí se comían el postre que estaba reservado. Él le confesó que en efecto, la pelea en la que casi pierde la vista había sido por una mujer y debido a eso, comenzó a entrenar más fuerte en las artes marciales y el boxeo cuando se recuperó. Aurora también le hizo ver que aunque Greg le pisara los talones a ella no era más que su pasado, que ya tenía oficialmente una orden judicial para alejarse de ella y que nunca jamás volvería a tener algo con él y aunque el médico seguía teniendo la duda del por qué ese odio de la chica —ya que ella no decía nada más— se daba por bien servido con lo dicho y confiando en que sólo sería de él, Maximiliano puso en sus manos las llaves de su vida y no sólo —literalmente— le había dado una copia de las llaves de su apartamento para que ella llegara cuando lo quisiera, sino que también como lo dijo para evitar preocupación la escoltó en su camioneta por la noche cuando regresaba a su casa.

Sólo sabiendo que llegaba sana y salva él estaría tranquilo y así fue, al abrirse el portón y entrar en su auto sólo así el regresó a su apartamento. Esos gestos de interés y preocupación la halagaban a ella, sentir que le importaba a alguien la hacía feliz.

—¡Aurora! —le gritaron sus hermanas al mismo tiempo.

—¿Qué? —la hicieron volver de golpe a la realidad.

—Estás igual que Ariadna aquella vez en el jardín. ¿Qué te pasa? —inquirió Minerva.

—Obvio, ésta ya se enamoró del veterinario y lo sigue negando —dijo Diana terminando su cereal—. ¿Ahora si te animas a probarlo? —sonrió con picardía como siempre levantando ambas cejas.

Aurora sonrió notando su rubor, sus hermanas la desconocían al verla así, no era difícil adivinarlo. Todas sonrieron.

—Nos debes tu historia de anoche —le dijo Minerva levantándose y preparándose para irse—. Gracias a Dios es viernes, así que hoy traigo la pizza y nos cuentas todo, ¿está bien?

Aurora bajó la cabeza. ¿Cómo iba a hablarles de su “noche de sexo” a sus hermanas? Para empezar no le iban a creer nada pero había disfrutado la mejor noche de su vida y hasta la misma Ariadna la envidiaría. Al momento sonó el teléfono de la sala y Minerva salió a contestar.

—Dijiste que me ibas a dar buenas noticias Aurora, así que más te vale —le dijo Diana poniendo su plato en el lavatrastos.

—¿Y qué quieres escuchar? —sonrió volviendo a acariciar su bonsái.

—Sabes bien qué es lo que quiero oír, por cierto te estoy consiguiendo el evento de la academia.

Estoy insistiendo en eso y espero que cedan, te lo digo para que te prepares, será algo grande.

—Gracias y ¿para cuándo es?

—En dos semanas.

—¿Tan pronto?

—Sí, en la noche te diré más o menos de lo que se trata para que tengas una idea —sujetó su bolso.

—Pues ya me dio curiosidad.

—Y ojalá te lo den por el pago. —Diana se movió con gracia al ritmo de vals y en puntillas a la vez que flexionaba las rodillas—. Sé que quieren algo grande y lujoso, al muy estilo vienés.

Las chicas sonrieron y se prepararon para salir.

—¿Cómo? —escucharon que Minerva dijo preocupada, ambas se miraron y salieron a la sala.

—¿Qué pasa? —preguntó Aurora.

—Es Jackie —le señaló bajito y se volvió a ella—. Gracias por avisarnos Jackie, de verdad gracias. Intentaremos comunicarnos con Ariadna, cualquier cosa no dejes de avisarnos a nuestros móviles privados, anota el mío.

Cuando terminó de hablar, se llevó una mano a la boca y se sentó en el sofá.

—Por Dios Mina, dinos que pasa —insistió Diana.

—Se trata de Ariadna, Jackie dice que… —se detuvo sin poder asimilarlo.

—¿Que qué? —Aurora comenzó a desesperarse llevándose las manos al pecho por su gemela.

—Dice que su propio jefe intentó abusar de ella la tarde del miércoles en Roma —contestó Minerva sin poder creerlo.

—¡¿Qué?! —las mujeres se tuvieron que sujetar entre ellas.

—Parece que Ariadna fue llevada a una clínica en Roma después de eso ya que estaba inconsciente, allá pasó esa noche y ayer por la tarde fue dada de alta.

—¿Pero y dónde está? —preguntó Aurora mientras Diana comenzaba a marcar su número.

—Según Jackie y por las declaraciones allá y gracias a uno de los otros supervisores que se puso en contacto ya que hasta la embajada americana deberá meter las narices… Parece que Ariadna está siendo protegida por un magnate italiano, un pintor famoso allá, dicen que él impidió el ataque y que gracias a él es que ella no fue abusada en su habitación de hotel.

—Ay que bello príncipe en armadura que la rescató pero a ese maldito viejo miserable, ¡yo le corto los huevos! ¿Pues cara de qué le ven a mi hermana? —inquirió Diana furiosa esperando que la chica contestara pero nada, el teléfono parecía descargado—. Ay!!! Que no contesta.

—¿El mismo jefe? —insistió Aurora tratando de asimilarlo—. ¿No sería ese malnacido el que la atacó en Francia también?

—Puede ser, pero al menos esta vez hay un príncipe de cuento como dice Diana que la rescató gracias a Dios —Minerva miró su reloj—. Chicas yo debo irme, se me hace tarde, llegando a la revista intentaré llamarla o mandarle un email.

—Yo igual, se me hace tarde —dijo Diana—. Tengo dos horas seguidas de clases esta mañana pero dejaré encendido mi móvil, quien sepa algo primero me manda un mensaje por favor.

—Yo puedo quedarme un poco más, llamaré a Amy o a Rebecca para avisar, me siento tan nerviosa que no tendré cabeza ni para manejar, necesito saber de Ariadna.

—El problema es que no hay manera de saber de ella —le dijo Minerva dirigiéndose a la puerta—. Le mandaré un email en cuanto llegue, si está siendo protegida por ese hombre ya debe de estar mejor y es Roma, no va a decir que hay problemas de redes. ¿Cómo es posible que no nos haya llamado?

Las chicas se despidieron y Aurora se quedó, intentó llamar a Ariadna y nada, miró el reloj y supo que allá eran como las tres o cuatro de la tarde.

—Maldición Ariadna, ¿por qué no contestas?

Cortó la llamada, iba a seguir insistiendo pero decidió llamar a Rebecca a su móvil ya que era posible que su recepcionista aún no llegara.

—Hola.

—Rebecca buenos días, te aviso que llegaré un poco tarde, le dices a Amy o a cualquiera si preguntan por mí.

—Está bien, ¿pasa algo?

—Luego te cuento, estoy haciendo unas llamadas.

—Ok, nos vemos luego, bye.

—Gracias, adiós.

Cortó, estaba preocupada por su gemela y volvió a ver su reloj, si en dos horas no sabía nada de ella tendría que ponerse en contacto con la embajada italiana para intentar localizar entonces al famoso pintor y que le diera cuentas de su hermana. Sabía que quedándose en la casa no serviría de nada, más que hacerle un agujero al suelo caminando en el mismo sitio desesperada, así que tranquilizándose sujetó su bolso y salió de su casa. Al momento que salía en su auto, un niño de unos diez años la esperaba sentado en la acera.

—¿Usted es Aurora? —le preguntó, la chica se detuvo.

—Sí.

—Un hombre llamado Maximiliano le manda a decir que la espera en el parque de aquí cerca, dice que le urge hablar con usted.

—¿Cómo? —ella se extrañó.

—La está esperando —el niño se alejó en dirección contraria.

Aurora se estacionó del todo y esperó que el portón se cerrara, luego sacó su móvil y le marcó.

¿Cómo era posible que no le dijera nada en el mensaje que le mandó? Lastimosamente sólo le timbró dos veces y la alerta de la batería baja le sonó, el móvil se apagó.

—Rayos —se molestó volviendo a guardar el teléfono, ya lo cargaría llegando a la agencia.

Arrancó de nuevo y salió en dirección al parque en mención que sólo estaba a unas cuadras de su casa.

—Me extraña que quiera verme para hablar, tengo entendido que va para Cucamonga —hablaba con ella misma—. ¿Qué querrá que no puede esperar?

En ese momento su sexto sentido la alertó, si Maximiliano querría buscarla la esperaría en la agencia ya que seguramente él antes de irse a Rancho Cucamonga debía de ir a la clínica, eso comenzó a inquietarla. Llegó al parque y se estacionó, a simple vista no había nada fuera de lugar, de hecho no había nadie, se quedó un momento adentro de su auto, el silencio matutino le parecía aterrador.

¿Qué nadie salía ya a correr por las mañanas?

—pensó, sacudió la cabeza y tomando valor salió de su auto, lo cerró y se quedó un momento junto a la puerta. Miró hacia todas partes pero no había nada, a lo lejos al otro lado fue que alcanzó a ver a alguien andar en bicicleta pero nada más.

Igual ese silencio podía ser relajador, así que encaminándose decidió esperar un momento sentada en una de las bancas a unos cuantos metros adentro del parque, se sentó a la sombra y esperó.

“Él no me citaría aquí, ya conoce mi casa pudo haber ido directo a buscarme. Max no sabe de este parque, de haberme citado me habría llamado”

—insistía en sus suposiciones que comenzaban a ponerla nerviosa.

No lo pensó más.

—No, esto no es de él —se dijo con determinación poniéndose de pie automáticamente, no iba a perder su tiempo.

—Buenos días, gracias por venir —una voz masculina la hizo brincar.

Se giró para verlo con hastío, no podía ser otro que Greg que había recurrido a lo más bajo para citarla.

—Lo sabía, ¿Cómo te atreves a utilizar el nombre de otra persona? que bajo has caído.

Ella le dio la espalda pero el corrió a detenerla.

—Porque sólo así pareces ceder.

—Déjame en paz.

—No, esta vez no te vas sin que me escuches, si esta es la única manera de verte y tenerte cerca pues que así sea.

Aurora se apartó de él con enojo, después de su noche con Maximiliano no quería molestarse por nada pero teniendo a Greg en frente le era imposible.

—Tú y yo no tenemos nada de que hablar, nada tenemos que decirnos —le dijo ella apretando los dientes, todavía tenía las secuelas de la golpiza con Alonso y si la colmaba sería ella la que podía terminar golpeándolo también.

—Si tenemos que hablar y mucho, no puedo permitir que me sigas odiando de esa manera.

Regresé a Ontario por ti Aurora, vine porque quiero recuperarte.

—Es muy tarde, vete, ya hay una orden contra ti, me estás acosando y eso es un delito, vete y lo olvidaré.

—Primero escúchame, si aún después me deshechas lo aceptaré pero no puedo permitir que…

—Es tarde Greg, ¿puedes aceptarlo? muy tarde, entiéndelo, ya tengo una relación, ¿puedes respetar eso?

—¿Con quién?

—Que te importa —quiso avanzar y él la detuvo otra vez.

—Dímelo, ten el valor al menos.

—¿Valor? ¿Un cobarde como tú hablando de valor? No me provoques. Lárgate.

—Nada va a detenerme Aurora —sentenció—. ¿Crees que no puedo partirle la cara al otro?

—No te atrevas —sintió que el corazón se instalaba en su garganta, Greg sabía de Maximiliano también, no debía olvidarlo.

—¿Te preocupa tanto? —le notó el semblante.

—Eres un estúpido, ¿sabes a quien golpeaste la otra noche? —se fue por la tangente para proteger al médico.

—¿A otro de turno?

Aurora quiso golpearlo, buscaba provocarla y lo estaba logrando.

—Ese “de turno” como le llamas es miembro de una de las más prestigiosas familias —le contestó controlándose—. Así que agradece que él no te denunció sino estarías detenido.

—¿Prestigiosa familia? —Sonrió con burla—. ¿Acaso no hay uno de sus parientes ya en la cárcel?

Aurora abrió los ojos evitando tragar.

—Sí querida Aurora, investigué todo, ¿me crees tonto? Creo que estos “Farrell” ya no gozan de prestigio gracias a que tienen a un asesino como pariente. ¿Qué crees que harán si quien se presenta ante las autoridades soy yo y les digo que un miembro de ellos me dejó así? ¿Crees que dudarán de que se trate de un mal de familia?

—Te atreves a hacer eso y seré yo, la que va a hundirte.

—¿Hundirme? —Volvió a sonreír—. ¿Sabes cómo me complacería eso? Hundiéndote primero en esto —se sujetó el miembro.

—¡Cerdo! —ella retrocedió pero él volvió a detenerla.

—¿Acaso ya no te acuerdas? —le susurró al oído.

—¡No me toques! —lo empujó asqueada.

—Fui el primero Aurora, eso nunca vas a olvidarlo —le recordó él con semblante victorioso.

 

Ir a la siguiente página

Report Page