Aurora

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—¡Mirad! —aulló Orvallo, haciendo saltar a todo el mundo.

En lo alto de la loma que marcaba el inicio del territorio del Clan del Viento, recortados contra el cielo gris, se hallaban los miembros de todo el clan. Tachonaban la cima como rocas, a la espera.

—Pongámonos en marcha —ordenó Estrella Negra.

Abandonando el cobijo de los árboles, ascendió deprisa la embarrada pendiente, seguido por los miembros de su clan. Esquirolina se quedó mirando el bosque con tristeza, hundiendo las garras en la familiar tierra ablandada por la lluvia. Todos los gatos del Clan del Río y el Clan del Trueno remolonearon en el lindero, como si partir fuera mucho más duro de lo que se habían imaginado.

—Éste ya no es nuestro hogar —les recordó Estrella de Fuego con delicadeza—. Nuestro hogar nos espera al final del camino.

Echó a andar, con la cabeza inclinada contra la lluvia torrencial.

Esquirolina se unió a los demás gatos, que siguieron despacio a su líder alejándose del bosque. A su lado, Fronde Dorado arqueaba el lomo contra las hojas de los helechos, dejando su olor en las goteantes plantas por última vez.

—Pensábamos que habíais cambiado de opinión —gruñó Enlodado cuando los tres clanes se aproximaron ascendiendo por la ladera.

—Arcilloso estaba agonizando —explicó Estrella Leopardina—. Hemos esperado hasta que ha ido a reunirse con el Clan Estelar.

Estrella Alta estaba temblando junto a sus guerreros. Sus costillas le sobresalían como ramitas nudosas. Cuando los clanes llegaron a la cima de la loma, se puso en pie, haciendo una mueca porque tenía las extremidades entumecidas.

—Lamento lo de Arcilloso —maulló.

—Por lo menos ha muerto bajo el Manto Plateado, lo cual es más de lo que podremos decir nosotros —masculló Estrella Negra.

Al oír sus palabras, Esquirolina notó que un escalofrío de desasosiego recorría todo su cuerpo.

—Nosotros vimos el Manto Plateado en el lugar donde se ahoga el sol —objetó—. El Clan Estelar estará esperándonos cuando lleguemos.

Enlodado agitó la cola.

—Visteis estrellas, pero ¿eran nuestros antepasados guerreros o eran los antepasados de otros?

Esquirolina parpadeó, pensando en la Tribu de la Caza Interminable, que velaba por las montañas. ¿Y si Enlodado tenía razón y estaban dejando atrás al Clan Estelar, al igual que sus hogares?

Estrella Negra arañó el fangoso suelo.

—¿Nos vamos o no?

—Nosotros estamos listos —respondió Estrella Alta.

La llanura que se extendía ante ellos estaba irreconocible; había desaparecido toda la hierba, y sólo se veía tierra desnuda y llena de surcos.

Estrella Leopardina se quedó mirando el destrozado territorio.

—¿Hay muchos monstruos?

—Demasiados —gruñó Estrella Alta.

Los gatos comenzaron a avanzar penosamente por la primera franja de terreno desprotegido. A Esquirolina se le pegaban las patas al barro, y pronto notó las extremidades tan duras como la piedra debido al agotamiento.

Zarzoso se le unió esforzadamente.

—Venga, tú puedes.

—Claro que sí —le espetó ella—. Me las arreglo perfectamente.

El guerrero parpadeó.

—Lo sé… —maulló.

Y Esquirolina deseó no haber sido tan brusca.

Manto Polvoroso iba detrás de ellos, cargando con Betulino. Nimbo Blanco caminaba con dificultad a su lado. Tenía el pelo manchado de barro; sólo el lomo mantenía su color blanco gracias a la lluvia.

—Yo llevaré al pequeño —se ofreció.

Tomó a Betulino de la boca de Manto Polvoroso, procurando que no tocara el fango. El guerrero le dio las gracias con un gesto, y bajó por una embarrada zanja para ayudar a Fronda, que estaba haciendo lo posible por mantenerse en pie.

Corvino también llevaba un cachorro. Parecía a punto de derrumbarse, pero sus patas no se detenían. Sus ojos miraban fijamente el suelo que tenía delante.

Esquirolina oyó el retumbo de los monstruos de los Dos Patas más adelante, y su hedor la alcanzó incluso con aquella lluvia. Levantó la mirada y, a través de las gotas que caían sobre sus ojos, vio el horizonte lleno de Dos Patas.

—¿Cómo vamos a pasar por ahí? —preguntó sin aliento.

—¡¿Podemos rodearlos?! —le gritó Estrella de Fuego a Enlodado.

—En el páramo, están por todas partes —respondió Bigotes—. Éste es el lugar más tranquilo para cruzar, te lo aseguro.

Un monstruo de enormes zarpas redondas y relucientes colmillos rugió a través del territorio, mientras otro revolvía la tierra en su estela. Justo al otro lado, una pequeña formación rocosa se elevaba entre el barro.

—Si podemos llegar hasta allí, estaremos temporalmente a salvo —aseguró Enlodado—. Los monstruos de los Dos Patas no pueden trepar a esas rocas.

«Pero pueden aplastarlas si lo desean», pensó Esquirolina, acordándose de la Gran Roca.

—Tienes razón, Enlodado. Tal vez sea nuestra única oportunidad. Esperaremos a que pasen esos dos monstruos e iremos corriendo hasta allí —dijo Estrella de Fuego mirando a los demás líderes, que asintieron dando su aprobación.

Esquirolina pegó la barriga al barro, sintiendo cómo la fría tierra se filtraba a través de su pelo y la empapaba. Carbonilla se agazapó al lado de Estrella Alta, tendiéndole un puñado de hierbas. «Las últimas hierbas de viaje, para darle fuerza», supuso Esquirolina.

En cuanto los monstruos pasaron rugiendo, Estrella de Fuego dio la orden de avanzar.

Los gatos del Clan del Trueno salieron disparados. Esquirolina trastabillaba a ciegas sobre el barro, con los ojos clavados en el pelaje atigrado de Zarzoso: mientras lo tuviera a la vista, se sentiría a salvo. Para cuando alcanzó las rocas, iba resollando de miedo y cansancio. Zarzoso tiró de ella para izarla a un saliente, donde ya se habían reunido los demás. Estrella de Fuego se paseaba entre ellos; su pelaje rojizo se había vuelto marrón por el barro. Miraba fijamente hacia los gatos que aún estaban intentando llegar al afloramiento rocoso.

Corvino alcanzó la roca y alzó al cachorro para que Bigotes lo recogiera antes de trepar él mismo. Esquirolina oyó gritar a un Dos Patas; al volverse, lo vio corriendo patosamente sobre el barro, agitando los brazos. Había visto a los gatos que todavía se dirigían a las rocas. Trigueña estaba entre ellos, tratando de arrastrar a un aprendiz del Clan del Río que se había quedado atascado en el fango.

—¡Estrella Negra y Estrella Leopardina deben de haber dudado antes de dar la orden de correr! —siseó Esquirolina.

Ahora los monstruos estaban dando la vuelta, dirigiendo sus zarpas hacia los gatos rezagados.

—¡No llegarán a las rocas a tiempo! —exclamó Zarzoso con voz ahogada.

—¡Debemos ayudarlos! —gritó Estrella de Fuego.

La desesperación barrió el cansancio del cuerpo de Esquirolina, que saltó de nuevo al barro. Estrella de Fuego ya iba delante de ella. La aprendiza notó el pelaje de Zarzoso rozándola, y entonces vio a Corvino, que corría hacia los gatos del Clan del Río.

El rugido del monstruo hizo que a Esquirolina le pitaran los oídos. La joven guerrera se abalanzó entre los gatos del Clan del Río para ayudar a un aprendiz que estaba intentando desesperadamente liberarse del fango. Le clavó los dientes en el pescuezo y tiró de él. Una vez libre, el aprendiz echó a correr hacia las rocas.

—¡Gracias!

Al levantar la mirada, Esquirolina vio a Borrascoso. El guerrero le dedicó un guiño de agradecimiento, y se volvió para poner en pie de un tirón a otro aprendiz.

—¡Mi hijo!

El chillido de Flor Albina hizo que Esquirolina se volviera de inmediato. A los pies de la reina había un cachorro. El otro, presa del pánico, estaba corriendo directamente hacia un monstruo, demasiado asustado para ver adónde iba.

—¡Yo iré a por él! —exclamó Corvino.

Echó a correr y lo agarró por el pescuezo. Cuando regresó a la formación rocosa, frenó en seco, salpicándolos a todos con el barro que levantaron sus zarpas. Esquirolina alzó al otro cachorro y le dio a Flor Albina un fuerte empujón.

—¡Deprisa! —bufó.

Llegó a la roca y subió de un salto; descubrió una grieta que quedaba fuera de la vista de los Dos Patas. La recorrió, con el cachorro balanceándose entre sus colmillos, hasta emerger por el otro lado. Flor Albina fue tras ella a toda velocidad, seguida de Estrella de Fuego y una ristra de gatos del Clan del Río. Finalmente, apareció Corvino con el otro cachorro. Flor Albina se le acercó corriendo y recogió a su hijo, agradecida.

Esquirolina dejó al otro pequeño a los pies de la reina y miró a su alrededor, buscando a su hermana.

—¡Hojarasca! —llamó.

La aprendiza de curandera estaba agachada junto a Estrella Alta. El líder del Clan del Viento estaba resollando, y sus ojos parecían desencajados de miedo.

—¡Perseguido en mi propio territorio! —exclamó jadeando.

Hojarasca levantó la vista al oír la llamada de su hermana.

—¿Puedes examinar a estos cachorros? —le preguntó Esquirolina.

Hojarasca miró dubitativamente a Estrella Alta, pero Carbonilla apareció a su lado.

—Yo cuidaré de él —murmuró la curandera.

Hojarasca corrió a olfatear a los cachorros. Pegó la oreja al pecho de uno y luego al del otro.

—Sólo están asustados… y exhaustos —concluyó—. Estarán bien.

—¡Por supuesto que estoy bien! —chilló uno de los dos, una cachorrita gris oscuro—. ¡Ese monstruo no nos habría atrapado jamás!

—Claro que no, hija mía —la tranquilizó Flor Albina.

Mientras empezaba a limpiar de barro la cara de sus cachorros, los gatos del Clan de la Sombra aparecieron a través de la grieta.

—¿Están todos contigo? —le preguntó Estrella de Fuego a Estrella Negra.

Éste asintió, sin aliento para responder.

Los clanes reposaron un momento sobre las rocas, pero entre ellos y la herbosa ladera que llevaba a los prados todavía había una franja de tierra removida, y ahora los Dos Patas estaban sobre aviso. No era seguro permanecer demasiado tiempo cerca de los monstruos.

—Deberíamos mantenernos más juntos —sugirió Estrella de Fuego—. Viajar como un único clan.

—¿Y quién daría las órdenes? —quiso saber Estrella Leopardina—. ¿Tú?

Estrella de Fuego sacudió la cabeza.

—Eso no es importante. Sólo quería decir que sería menos peligroso si permaneciéramos juntos.

—No tienes ni idea de adónde vamos —protestó Estrella Negra—. Tenemos que confiar en los gatos que ya han hecho este viaje, y cada clan tiene a uno. Podríamos incluso viajar separados.

—Pero ahora mismo os habéis quedado atrás —señaló Estrella de Fuego—. Y el Clan del Río, también. Debemos ir más juntos, al menos mientras estemos cerca de los Dos Patas.

Estrella Negra entrecerró los ojos.

—Más juntos, sí —concedió—, pero cada clan debería seguir las órdenes de su líder.

Esquirolina notó un hormigueo de frustración. Combatiendo un agotamiento que le llegaba a los huesos y que hacía que le diera vueltas la cabeza, la aprendiza miró hacia la extensión de tierra que había entre el afloramiento rocoso y el borde del páramo. En la distancia había más monstruos todavía, yendo pesadamente de un lado a otro, como si fueran aterradoras patrullas fronterizas.

Zarzoso se le acercó.

—He hablado con los demás —le dijo en voz baja, y Esquirolina entendió que «los demás» eran Trigueña, Corvino y Borrascoso—. Hemos decidido mantenernos en la periferia del grupo —explicó—. De ese modo, podemos estar atentos a posibles problemas y ayudar a cualquiera que se quede rezagado. Corvino y yo nos mantendremos en la retaguardia. Borrascoso irá en cabeza. Tú ponte en uno de los flancos, y Trigueña se pondrá en el otro —indicó, y Esquirolina hizo un gesto de asentimiento—. Los hemos traído hasta aquí… tenemos la responsabilidad de protegerlos —añadió Zarzoso, con los ojos ensombrecidos de inquietud.

La joven guerrera entrelazó la cola con la suya.

—Hemos hecho lo correcto —susurró—. Estoy convencida de ello.

—¡¿Todos listos?! —aulló Estrella de Fuego.

Despacio, los gatos se reunieron al borde de las rocas, apretujándose contra sus compañeros de clan. Sólo Zarzoso, Corvino, Esquirolina, Borrascoso y Trigueña se separaron de sus clanes para ocupar sus posiciones en los extremos del grupo. Estrella Negra fue el primero en dar la orden de moverse, pero Estrella Leopardina, Estrella de Fuego y Estrella Alta lo siguieron deprisa, y los gatos empezaron a saltar de la superficie rocosa, tranquilizadoramente dura, al resbaladizo y pegajoso barro.

Avanzaron sigilosamente hacia los monstruos que vigilaban el final del territorio del Clan del Viento. Esquirolina bordeó un extremo del grupo, aguzando las orejas por si había actividad de los Dos Patas inesperada, además de atenta por si alguien se quedaba atrás.

Hojarasca se situó a su altura.

—¿Va todo bien?

—Creo que sí —murmuró Esquirolina.

—Me refiero a si estás bien tú —aclaró Hojarasca—. Ya sabes que no tienes que protegernos a todos, ¿verdad? Todos hemos tomado la decisión de hacer este viaje.

Esquirolina le dedicó un guiño agradecido.

—Lo sé.

A medida que se aproximaban a los monstruos, los clanes redujeron la marcha, avanzando tan agachados que Esquirolina tuvo la sensación de haberse convertido en un terrón de barro. Estando tan sucios, al menos se confundían con la tierra que los rodeaba. Los monstruos estaban lejos, a un lado, y no daban muestras de ir a desviarse hacia ellos de momento.

—¡Tengo barro en el ojo! —se quejó Betulino.

—¡Silencio! —le espetó Fronda, y el pequeño enmudeció.

Esquirolina tenía el corazón desbocado. Sólo unos zorros más de distancia, y alcanzarían la cima de la ladera que los llevaría lejos de aquel páramo embarrado y de los monstruos. De pronto, oyó un sonido que le heló la sangre. Un perro ladraba desesperado cerca de los monstruos. Al levantar la cabeza para mirar, lo vio corriendo hacia ellos, con las orejas aleteando y sus grandes patas saltando sobre el barro.

—¡Perro! —bramó Estrella Leopardina.

—¡Corred! —ordenó Estrella Negra.

Esquirolina se quedó mirando alrededor, presa del pánico. ¡Era imposible que los cachorros y los veteranos corrieran más que aquel perro! Mientras los demás gatos salían disparados hacia delante, Estrella de Fuego y los otros líderes corrieron entre sus clanes dando órdenes.

—¡Llevaos a los cachorros! —exclamó Estrella de Fuego.

—¡Ayudad a los veteranos! —bufó Estrella Leopardina.

Esquirolina buscó a Betulino, pero Orvallo ya lo había agarrado y corría con él hacia la cima de la ladera. Fronda lo seguía a toda velocidad, pero Esquirolina se dio cuenta de que los terroríficos alaridos del perro estaban cada vez más cerca. La enorme criatura saltaba con facilidad sobre el suelo lleno de rodadas, aproximándose a los gatos más rápido incluso que los monstruos. Los veteranos ya estaban empezando a quedarse rezagados, aunque los demás los instaban a seguir con empujones y aullidos desesperados.

La joven guerrera se volvió para ver dónde estaba Zarzoso, y lo que vio la dejó horrorizada: justo en ese momento el guerrero giraba en redondo y corría derecho hacia el perro. Corvino y Trigueña corrían junto a él, apenas reconocibles bajo la capa de fango que les cubría el pelo. ¿Qué estaban haciendo?

Atónita, Esquirolina presenció cómo se dirigían hacia aquel perro feroz que se lanzaba hacia ellos, y sólo cuando se hallaban cerca comprendió lo que estaban haciendo. Desplegándose tras un bufido de Zarzoso, rodearon al gran sabueso negro; al instante, la criatura redujo el paso, girando la enorme cabeza de un lado a otro, mientras decidía a qué gato atacaba primero. Al cabo clavó los ojos en Corvino y se abalanzó hacia el escuálido aprendiz negro. Al instante, Corvino viró hacia Trigueña, patinando a toda velocidad sobre el barro. Trigueña pasó ante él en dirección contraria, bufando al perro mientras esquivaba sus mandíbulas abiertas. El perro vaciló, gruñendo, y entonces fue tras la guerrera del Clan de la Sombra. A Esquirolina se le desbocó el corazón de pavor al ver cómo el perro iba acortando distancias, pero Zarzoso ya estaba lanzándose hacia él. El guerrero le arañó la pata trasera, y se zafó ágilmente cuando la criatura dio media vuelta para perseguirlo.

Los Dos Patas habían oído el alboroto, y uno de ellos corrió hacia el perro, voceando mientras Zarzoso volaba a apenas un zorro de distancia de los relucientes colmillos. Pero Corvino estaba corriendo de nuevo hacia el perro, pasó velozmente ante su hocico y lo hizo frenar en seco de la sorpresa. La bestia miró alrededor, con ojos centelleantes de rabia. Corvino se abalanzó entonces contra su pata trasera y le propinó otro zarpazo. El perro atacó, y sus mandíbulas se cerraron en el aire muy cerca del costado de Corvino. El Dos Patas voceó de nuevo y se inclinó hacia delante, estirando sus zarpas.

A Esquirolina se le cortó la respiración. «¡No dejes que el Dos Patas te atrape, Corvino!», le rogó en silencio. ¡No podían perder a otro gato de esa forma! Para su sorpresa, el Dos Patas agarró al perro por el collar y se lo llevó a rastras. Mareada de alivio, la joven aprendiza estuvo a punto de desmayarse.

Corvino se alejó del Dos Patas con Zarzoso y Trigueña a la zaga.

—¡Corre! —le chilló a Esquirolina al pasar ante ella.

La aprendiza giró en redondo y corrió tras sus amigos. La mayor parte de los gatos ya habían alcanzado la cima de la ladera, y estaban descendiendo a toda velocidad por el otro lado. Esquirolina se detuvo un instante para ver si alguien necesitaba ayuda, y vio que Bermeja y Borrascoso estaban medio empujando, medio arrastrando, a los últimos veteranos, dos miembros del Clan de la Sombra debilitados por el miedo. La aprendiza los siguió para cubrirles las espaldas, primero mientras subían la loma, tambaleándose, y después mientras escapaban cuesta abajo.

Hasta que estuvo en mitad de la pendiente, no se dio cuenta de que habían cruzado ya la frontera del Clan del Viento, y de que habían dejado atrás el último territorio de clan que pisarían jamás. El barro, la lluvia y el hedor de los monstruos habían borrado las marcas olorosas.

Esquirolina se obligó a no mirar hacia el páramo. Habían abandonado sus hogares. El viaje había comenzado de verdad.

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