Aurora

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5. El guardián de mi hermano

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EL GUARDIÁN DE MI HERMANO

Philip vino al colegio mucho más temprano que de costumbre a la mañana siguiente para poder encontrarse conmigo antes de que llegasen los otros alumnos. Padre fue directamente a trabajar en un problema de electricidad que había en el gimnasio y Jimmy y yo fuimos como de costumbre a su oficina. A los pocos minutos de haber llegado, apareció Philip en la puerta.

—Buenos días —dijo sonriendo ante la mirada de sorpresa de Jimmy y mía—. Esta mañana tenía que llegar temprano a la biblioteca y se me ocurrió mirar si estabais aquí.

—La biblioteca no abre tan temprano —replicó Jimmy haciendo estallar en pedacitos la frágil disculpa de Philip.

—A veces lo está —insistió Philip.

—Yo también tengo que ir a la biblioteca —corté yo—. Voy contigo.

Jimmy frunció el ceño al ver que me ponía de pie.

—Te veré más tarde, Jimmy —me despedí mientras subía las escaleras con Philip.

—Anoche estuve pensando mucho en ti —me comentó Philip—. Cada cinco minutos hubiese querido llamarte para saber cómo estabas. ¿Te pondrán pronto el teléfono?

—Oh, Philip —dije girándome rápida hacia él—. No lo creo. Jimmy me odiaría si me oyera decir esto, pero tengo que decirte la verdad. Somos una familia muy pobre. La única razón por la que Jimmy y yo estamos en este colegio es porque mi padre trabaja aquí. Éste es el motivo por el que llevo estas ropas tan sencillas y Jimmy lleva un mono y una camisa. Usará la misma camisa al menos dos veces por semana. Tengo que lavarlo todo en seguida, de forma que lo podamos usar todo rápidamente otra vez. No estamos viviendo en ese barrio tan feo temporalmente. ¡Es el mejor sitio en el que hayamos vivido! —gemí y me aparté.

Philip me alcanzó rápidamente y me tomó por el brazo.

—Eh —me hizo girar—. Yo ya sabía todo eso.

—¿Lo sabías?

—Seguro. Todo el mundo sabe por qué entrasteis en el Emerson Peabody.

—¿Lo saben? Por supuesto que sí. —Me di cuenta con amargura—. Estoy segura que estamos en boca de todos, especialmente de tu hermana.

—No presto atención a los chismes y no me importa si estás aquí porque tu padre sea rico o porque trabaje aquí. Simplemente estoy feliz de que estés aquí —dijo—. Y en cuanto a lo de pertenecer al ambiente, estás mucho más en ambiente aquí que la mayoría de estos chicos malcriados. Sé que tus maestros están contentos de que estés aquí y Mr. Moore está caminando sobre una nube porque finalmente ha encontrado una alumna muy dotada a quien dar clase —declaró Philip. Parecía tan sincero. Sus ojos brillaban resueltamente y su mirada se derramaba tan suave y cálida sobre mí, que me estremecí.

—Probablemente estás diciendo todas esas cosas agradables para hacerme sentir mejor —dije suavemente.

—No es así. De veras. —Sonrió—. Cruzo mi corazón y que me caiga en un pozo lleno de salsa de chocolate. —Reí—. Así está mejor. No estés tan seria todo el tiempo. —Miró a su alrededor y se acercó aún más, aplastando prácticamente su cuerpo contra el mío—. ¿Cuándo vamos a dar un paseo otra vez?

—Oh, Philip. No puedo dar más paseos contigo.

—Proferir esas palabras me dolía muchísimo, pero no podía desobedecer a Padre y a Madre.

—¿Por qué no? —Sus ojos se empequeñecieron—. Si mi hermana o sus amigas te dijeron algo sobre mí, cualquier cosa que te hayan dicho es mentira —añadió rápidamente.

—No, no es eso. —Miré hacia abajo—. Tuve que prometerles a Madre y Padre que no saldría contigo.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Alguien le dijo algo a tu padre sobre mí? —preguntó.

Negué con la cabeza.

—No es por ti, Philip. Creen que soy demasiado joven todavía y no puedo hacer nada para evitarlo. Tenemos demasiados problemas.

Me miró duramente y entonces, de repente, sonrió.

—Bien, entonces —dijo negándose a ser derrotado—, esperaré hasta que te den permiso. Incluso puede que hable con tu padre.

—Oh, no, Philip. Por favor, no lo hagas. No quiero hacer a nadie desgraciado y menos que a nadie a Padre.

A pesar de mis palabras, una parte de mí quería que Philip hablase con mi padre. Me sentía muy halagada de que no quisiera renunciar a mí, o aceptar un no. Era mi caballero en brillante armadura que me quería llevar a la puesta del sol y darme todo lo que yo siempre había deseado.

—De acuerdo —dijo—. No te preocupes. Si no quieres que hable con él, no lo haré.

—Aunque Padre no me deje ir de paseo contigo ahora, quiero que sepas que lo haré en cuanto me den permiso —añadí apresuradamente. No quería perder a Philip. Se estaba convirtiendo en una parte especial de mi vida que me gustaba mucho. Cuando vi que sus ojos se iluminaban esperanzadamente, me sentí mucho mejor.

Oímos que se abrían puertas y vimos que algunos otros alumnos empezaban a llegar. Philip miró hacia la biblioteca.

—Realmente tengo que buscar algo de material de investigación para mi trabajo trimestral. No era una mentira completa —me dijo sonriendo. Empezó a alejarse—. Te veré después.

Continuó alejándose hasta que su espalda tropezó con una pared. Ambos reímos. Entonces se giró y se apresuró hacia la biblioteca. Respiré profundamente y volví hacia las puertas principales. El resto del alumnado estaba entrando y vi a Louise de refilón. Louise me saludó con la mano, así que la esperé.

—Todo el mundo está hablando sobre ti —me explicó, apresurándose a acercarse a mí. Su cara pálida y pecosa se había ruborizado con la excitación.

—¿Oh?

—Todos saben que fuiste a dar un paseo con Philip después del colegio. Linda me acaba de decir que hubo mucho chismorreo en los dormitorios.

Louise miró hacia atrás al creciente grupo de alumnos que llegaban y señaló con la cabeza hacia el lavabo de las chicas. La seguí dentro.

—Quizá no debería decírtelo —comentó.

—Por supuesto que debes. Si quieres ser mi amiga, como dices todo el tiempo. Las amigas no se ocultan nada unas de otras. Se ayudan.

—Clara Sue le está diciendo a todo el mundo que su hermano no se interesaría por una chica como tú, una chica de una familia tan pobre, si no hubiera averiguado que tienes una reputación…

—¿Reputación? ¿Qué clase de reputación?

—La reputación de llegar hasta el final en una primera cita —admitió finalmente y se mordió el labio inferior rápidamente como para castigarse a sí misma por permitir que las palabras hubieran salido de su boca—. Le dijo a las otras chicas que Philip le había dicho que vosotros dos… lo hicisteis ayer. Dijo que su hermano presumía de ello.

Pude ver por la manera que me miraba que no estaba muy convencida de que no fuera una mentira.

—¡Es una asquerosa y odiosa mentira! —grité. Louise sólo movió los hombros.

—Ahora Linda y las otras chicas lo están repitiendo. Lo siento, pero quería que lo supieras.

—Nunca he conocido una chica tan horrible como Clara Sue Cutler —dije. Sentí la furia en mi cara, pero no pude evitarlo. Hacía sólo un momento que el mundo era brillante y hermoso. Había pájaros cantando y el cielo había sido bendecido con nubecillas suaves, limpias, blancas, que te hacían sentir feliz por estar viva y por poderlas contemplar. Al momento siguiente, una tormenta entró rápidamente, inundando el azul con un sucio gris oscuro y ahogando la luz del sol y las risas y alegría.

—Quieren que te espíe —susurró Louise—. Linda me lo pidió.

—¿Espiarme? ¿Qué quieres decir?

—Que les cuente cualquier cosa que me cuentes a mí sobre lo que haces con Philip —explicó—. Pero nunca les contaría nada que me explicases confidencialmente —dijo—. Puedes confiar en mí —añadió, pero me pregunté si me había explicado lo que estaban diciendo las chicas porque realmente quería ayudarme o porque quería que me disgustara.

«Jimmy tenía razón sobre la gente rica», pensé. Estas niñas malcriadas y ricas eran mucho más retorcidas que las chicas que había conocido en otros colegios. Tenían mucho más tiempo que perder en intrigas y parecían nadar en una piscina de celos. Había muchas más miradas de envidia aquí y todos eran muy conscientes de lo que se ponían o de lo que tenían. Por supuesto que todas las chicas estaban orgullosas de sus ropas bonitas y de sus joyas dondequiera que había estado, pero aquí, lo desplegaban con mucho más alarde y si alguien tenía algo especial, los demás trataban de tener algo mucho mejor rápidamente.

Yo no era una amenaza para ellas en lo que se refería a las ropas y joyas, pero les debería estar molestando mucho que Philip Cutler se interesara por mí. No habían conseguido que se interesara por ellas a pesar de sus ropas caras y sus joyas deslumbrantes.

—¿Y así qué ocurrió ayer? —preguntó Louise.

—Nada —respondí—. Estuvo muy educado. Me llevó de paseo y me mostró un maravilloso paisaje y entonces me llevó a casa.

—¿No intentó… hacer nada?

—No —contesté. Y rápidamente desvié los ojos. Cuando la volví a mirar, pude ver su desilusión—. De manera que Clara Sue puede dejar de extender sus mentiras.

—Sólo está avergonzada de que le gustes a su hermano —contestó Louise bastante despreocupadamente.

«Qué horrible», pensé, el ser considerada inferior a los demás sólo porque tus padres no eran ricos. Tuve en la punta de la lengua decirle que le podía explicar a Clara Sue que no se tenía que preocupar, ya que mis padres me habían prohibido salir a pasear con Philip, pero antes de que pudiera decir nada, oímos la campana que indicaba que debíamos ir al aula principal.

—Oh, no —dije dándome cuenta de la hora que era—. Vamos a llegar tarde.

—Oh, no pasa nada —replicó Louise—. Nunca he llegado tarde antes. La vieja Turnkey no nos castigará después de clase por sólo una vez de llegar tarde.

—En cualquier forma, debemos ir —terminé dirigiéndome hacia la puerta. Louise se detuvo en el umbral cuando la abrí.

—Te diré lo que dicen sobre ti —me dijo, con sus aguados ojos mirándome bajo sus pestañas—, si quieres.

—No me importa lo que digan —mentí—. No merecen que una se preocupe por ellas. —Me apresuré hacia el aula principal con Louise a mi lado, sus zapatos taconeando mientras corríamos por el pasillo. Mi corazón, que debía de estar hecho de plumas, de repente era más pesado que el plomo.

—Chicas, llegáis tarde —dijo Mr. Wengrow en el momento que entramos.

—Lo siento, señor —contesté primero—. Estábamos en el baño y…

—Chismorreando y por eso no oísteis la campana —concluyó y movió la cabeza. Louise se apresuró hacia su pupitre y yo me deslicé en el mío. Mr. Wengrow hizo algunas anotaciones y luego golpeó con su regla en la mesa como anticipación de los avisos de la mañana.

Otro día en el Emerson Peabody apenas acababa de empezar y yo me sentía como si hubiera estado en una montaña rusa durante horas y horas.

Un poco después de la mitad de mi tercera clase, fui llamada de ésta, la clase de estudios sociales, para que fuera a ver a Mrs. Turnbell. Cuando llegué a su despacho, su secretaria me miró airadamente y habló secamente, diciéndome que me sentara. Tuve que esperar al menos otros diez minutos mientras me preguntaba por qué se me había dicho que viniera inmediatamente si no me recibía. Estaba perdiendo un tiempo de clase valioso allí sentada. Finalmente Mrs. Turnbell llamó a su secretaria, que me permitió entrar.

Mrs. Turnbell estaba sentada tras su mesa, mirando hacia abajo y escribiendo. Ni siquiera levantó la cabeza cuando entré. Permanecí allí unos momentos, esperando, apretando fuertemente los libros contra mi pecho. Entonces, aún sin haberme mirado, me dijo que me sentara frente a su mesa. Continuó escribiendo durante unos momentos después de que me senté. Finalmente, sus fríos ojos grises se levantaron de los papeles ante ella y se reclinó en su silla.

—¿Por qué motivo llegó usted tarde al aula principal hoy? —preguntó sin siquiera saludarme.

—Oh, estaba hablando con una amiga en el cuarto de baño y estábamos tan interesadas que perdimos la noción del tiempo hasta que sonó la segunda campana, pero tan pronto como la oímos, corrí hasta mi aula principal —dije.

—No puedo creer que ya tenga un nuevo problema con usted.

—No es un problema, Mrs. Turnbell. Yo…

—¿Sabía usted que su hermano ha llegado tarde dos veces a clase desde que los dos entraron en este colegio? —preguntó bruscamente.

Negué con la cabeza.

—Y ahora usted —añadió con un gesto.

—Es mi primer retraso. No me había ocurrido nunca —añadí.

—¿Nunca? —Levantó sus oscuras y algo tupidas cejas escépticamente—. En cualquier caso, éste no es el lugar para empezar a desarrollar malas costumbres. No es precisamente el lugar —dijo haciendo énfasis.

—Sí, señora —contesté—. Lo siento.

—Creo que les expliqué nuestros reglamentos a usted y a su hermano su primera mañana aquí. Dígame, Miss Longchamp, ¿fue adecuada mi explicación? —continuó sin permitirme contestarle—. Les dije que ambos tenían un deber y una responsabilidad especial, ya que su padre estaba empleado aquí —siguió. Sus palabras me aguijoneaban y hacían que sintiera las lágrimas calientes que se agolpaban en mis ojos—. Cuando un hermano y una hermana tienen las mismas malas costumbres —continuó—, no es difícil adivinar que es porque han recibido la misma educación.

—Pero es que no tenemos malos hábitos, Mrs. Turnbell. Nosotros…

—¡No sea insolente! ¿Pone en duda mi buen juicio?

—No, Mrs. Turnbell —dije y me mordí el labio inferior para evitar añadir ninguna otra palabra.

—Se presentará usted inmediatamente después de las clases para un castigo —dijo ásperamente.

—Pero…

—¿Qué? —Levantó los ojos y me miró.

—Tengo clase de piano con Mr. Moore después de las clases y…

—Pues tendrá que perdérsela y ha sido por su culpa —dijo—. Ahora vuelva usted a su clase —ordenó.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Louise cuando la vi camino de la cafetería.

—Estoy castigada por haber llegado tarde al aula principal —me quejé.

—¿De veras? ¿Castigada por haber llegado tarde una sola vez? —Ladeó la cabeza—. Supongo que soy la siguiente, sólo que…

—¿Sólo que qué?

—Clara Sue y Linda han llegado tarde dos veces esta semana y la Turnkey ni siquiera las ha llamado para reñirlas. Generalmente es después del tercer retraso.

—Creo que ha sumado dos retrasos de mi hermano al mío —razoné con amargura.

Philip me estaba esperando en la entrada a la cafetería. Vio la expresión triste de mi cara y le expliqué lo que me ocurría.

—Es injusto —me dijo—. Quizá le deberías pedir a tu padre que le hablara.

—Oh, no le podría pedir a Padre que hiciera eso. ¡Qué pasaría si se enfadara con él y lo despidiera por culpa mía!

Philip se encogió de hombros.

—Sigue siendo injusto —contestó. Miró la bolsa que yo llevaba en la mano—. ¿Y qué clase de sándwich de gourmet te has hecho hoy? —preguntó.

—Yo… —Lo único que tenía en la bolsa era una manzana que había cogido antes de salir. Fern se había levantado más temprano de lo acostumbrado y entre a arreglarla y hacerle el desayuno, me había olvidado de hacerme un sándwich hasta el momento de salir. No podía hacer que Padre llegara tarde al trabajo, así es que rápidamente hice un sándwich para Jimmy y metí una manzana en la bolsa para mí—. Todo lo que tengo hoy es una manzana.

—¿Qué? No puedes tomar sólo una manzana para almorzar. Déjame que hoy te pague el almuerzo.

—Oh, no. De todos modos no tengo mucho apetito y…

—Por favor, nunca le he pagado el almuerzo a una chica. Todas las chicas que he conocido podían haberme pagado doble almuerzo —añadió riéndose—. Si no puedo llevarte a dar paseos, por lo menos déjame hacer eso.

—Bueno, vale —contesté—. Quizá por esta sola vez.

Encontramos una mesa a un lado y nos pusimos en la línea de la comida. Las chicas que estaban sentadas con Louise y las mayores nos miraron con curiosidad, especialmente las que estaban en la mesa de Clara Sue. Vi que ella asentía y murmuraba. Irónicamente, el que yo estuviese con Philip ayudaba a confirmar los feos rumores que se dedicaba a extender sobre mí. Sabía que todos los ojos estaban fijos en Philip y en mí al acercarnos al cajero y que todos sabrían que él me había pagado el almuerzo. El pensamiento de lo que ella iba a decir me produjo deseos de arrancar las doradas guedejas de la cabeza de Clara Sue.

—De modo que —dijo Philip volviéndose a mí después de que nos sentamos a comer— no hay posibilidad de que te pueda llevar a dar un paseo pronto, ¿eh?

—Ya te lo he dicho, Philip…

—Bueno, bueno. Oye, ¿qué te parece si —preguntó— paso por tu casa esta noche como a las siete, y te escapas, diciéndole a tus padres que vas a estudiar con una amiga o algo así? No van a saber la verdad y…

—Yo no miento a mis padres, Philip —contesté.

—No será exactamente una mentira. Estudiaré algo contigo. ¿Qué te parece?

Negué con la cabeza.

—No puedo —dije—. Por favor, no me pidas que mienta.

Antes de que pudiese decirme nada más, repentinamente oímos un gran estrépito y nos volvimos hacia donde estaba Jimmy. Algunos chicos habían ido a la mesa de Jimmy y le habían dicho algo y, fuese lo que fuese, lo habían hecho saltar como un cohete. En cuestión de segundos, estuvo en pie y se lanzó contra ellos empujando, y luchando con chicos mayores que él. Esto atrajo la atención de toda la cafetería.

—Son muchos contra uno —exclamó Philip y se lanzó de un salto a la batalla. Los maestros entraron corriendo y el servicio de la cafetería salió de detrás del mostrador. Sólo tardó unos momentos en terminar, pero a mí me pareció un siglo. Todos los chicos involucrados fueron obligados a salir de la cafetería justo en el momento en que sonaba la campana para que los alumnos regresaran a sus clases.

Me pasé la tarde sobre ascuas. Cada vez que sonaba la campana para el cambio de clases, yo, junto con casi todo el mundo, pasaba por delante del despacho de Mrs. Turnbell para ver qué estaba sucediendo. Louise, que era tan eficiente como un servicio de noticias, averiguó que cuatro chicos, lo mismo que Jimmy y Philip, habían sido llevados al despacho y les habían obligado a esperar en el despacho exterior mientras Mrs. Turnbell interrogaba a cada uno por separado. Padre también había sido llamado al despacho de Mrs. Turnbell.

Al final del día se supo el veredicto: a todos los chicos, excepto Jimmy, se les castigó después de las clases por pelear en la cafetería. Jimmy fue declarado el causante de todo y quedó suspendido durante tres días y puesto a prueba.

Tenía diez minutos antes de tener que presentarme para el castigo, así que me apresuré a ir al despacho de Padre buscándolo a él y a Jimmy. Tan pronto como llegué al sótano, pude oír a Padre gritando:

—¿Cómo te parece que queda? ¡Mi hijo suspendido! Tengo que tener el respeto de mis hombres. ¡Ahora se van a reír todos a mi espalda!

—No fue culpa mía —protestó Jimmy.

—¿Que no fue culpa tuya? Siempre estás en problemas. ¿Desde cuándo no es culpa tuya? Aquí nos están haciendo un favor, permitiendo que tú y Dawn asistáis al colegio…

—En lo que a mí respecta no es un favor. —Jimmy respondió cortante. Antes de que pudiera decir otra palabra, la mano de Padre se alzó volando y le cruzó la cara de un bofetón. Él miró a Padre y entonces pasó corriendo delante de mí.

—¡Jimmy! —le grité. Y corrí tras él para alcanzarle. No se detuvo hasta que llegó a la salida—. ¿Adonde vas? —le pregunté.

—Fuera de aquí y para siempre —contestó, con la cara roja como un pimiento—. Sabía que no resultaría. ¡Odio este lugar! ¡Lo odio! —gritó y salió corriendo.

¡Jimmy!

No se volvió y el reloj funcionaba en contra mía. No podía llegar tarde al castigo, especialmente después de todo esto. Sintiéndome como si estuviese atada y amordazada, mucho más frustrada de lo que nunca me había sentido en mi vida, bajé la cabeza y me apresuré escaleras arriba al cuarto de castigo, mientras las lágrimas me corrían libremente.

Todo había empezado a parecer que funcionaba, mi música, mis lecciones de piano, Philip, y ahora, como si todo hubiera estado hecho de pompas de jabón, estalló a mi alrededor, derramándose por el suelo junto con mis lágrimas.

Tan pronto como terminó el castigo, me apresuré a bajar en busca de Padre esperando que se hubiese calmado. Cautelosamente entré en su oficina. Estaba sentado detrás de su escritorio, de espaldas a la puerta, mirando a la pared.

—Hola, Padre —saludé. Se volvió y traté de juzgar su humor—. Siento lo que ha sucedido, Padre —le dije rápidamente—, pero no todo fue culpa de Jimmy y mía. Mrs. Turnbell iba a por nosotros. No le hemos gustado desde el principio. Tienes que haberlo visto en su cara el primer día —protesté.

—Oh, ya sé que le molestó bastante que le dijese que mis hijos tenían que venir a este colegio, pero no es la primera vez que Jimmy se ha metido en una pelea, Dawn. ¡Y también ha estado llegando tarde a clase y ha sido insolente con alguno de sus maestros! Parece ser que por mucho que uno haga por él, va a resultar mal.

—Es más difícil para Jimmy, Padre. No ha tenido ocasión de ser un verdadero estudiante hasta ahora. Estos niños ricos han estado mortificándolo de una forma terrible. Lo sé. Hasta ahora él ha aguantado todo lo que han querido echarle y ha dominado su genio, sólo porque quería tenerte contento… y a mí también —añadí.

No me atreví a contarle lo que algunas de las chicas más odiosas me estaban haciendo.

—No sé. —Padre agitó la cabeza—. Creo que va por mal camino. Se parece a mi hermano Reuben, que la última vez que supe de él, estaba en la cárcel.

—¿En la cárcel? ¿Por qué motivo? —pregunté asombrada por esta repentina pequeña noticia. Padre jamás había mencionado a su hermano Reuben.

—Por robar. Siempre ha estado metido en una cosa u otra toda su vida.

—¿Reuben es mayor o menor que tú, Padre?

—Es mayor, un poco más de un año. Jimmy hasta se le parece y se pone de mal humor en la misma forma que él se ponía. —Padre agitó la cabeza—. No tiene buena pinta —agregó.

—¡No va a ser tan malo como Reuben! —exclamé—. Jimmy no es malo. Quiere ser bueno y hacerlo bien en el colegio. Yo sé que quiere. Lo que necesita es que le den una oportunidad. Puedo hablar con él y convencerle de que pruebe nuevamente. Ya lo verás.

—No sé, no sé —repetía él agitando la cabeza. Se puso en pie haciendo un gran esfuerzo—. No debimos haber venido aquí —murmuró—. Fue mala suerte.

Seguí a Padre hacia afuera, caminando al frescor de su sombra. Quizás era mala suerte tratar de hacer cosas que están fuera del alcance de uno. Posiblemente pertenecíamos al mundo de los pobres, contemplando en sueños a los ricos que pasaban y mirando con hambre las vitrinas de las tiendas. Quizás estábamos destinados a tener que luchar siempre para llegar a fin de mes. Quizás ése era nuestro terrible destino y no podíamos hacer nada por evitarlo.

—¿Cómo es que nunca me hablaste de Reuben, Padre?

—Es que como estaba siempre metido en tales líos, trataba de no acordarme de él —explicó Padre rápidamente.

Salimos para encontrarnos con lo que me pareció el día más desagradable que había visto en mucho tiempo.

Él cielo tenía un color gris plomizo con capas de nubes que se movían rápidamente, una por debajo de otra. El aire era más frío y más cortante.

—Parece que pronto va a caer una lluvia fría —comentó Padre. Puso el coche en marcha—. Apenas se puede esperar la primavera.

—¿Cuándo supiste lo de tu hermano Reuben, Padre? —pregunté mientras el coche se ponía en marcha.

—Oh, hace dos años o cosa así —contestó sin darle importancia.

Pensé, ¿hace dos años? ¿Pero cómo pudo enterarse? Hace dos años ni siquiera estábamos cerca de su familia.

—¿Tienen teléfono en la finca? —pregunté incrédula. Por todo lo que había oído contar sobre las fincas en Georgia, parecían demasiado pobres para poder tener teléfono, sobre todo si nosotros no podíamos.

—¿Teléfono? —se echo a reír—. Ni hablar. No tienen ni agua corriente ni electricidad. La residencia, si es que se le puede llamar así, tiene una bomba de mano y el excusado está fuera de la casa. Por la noche utilizan lámparas de aceite. Algunos de esos campesinos creen que el teléfono es un invento del diablo y jamás en su vida han pegado el oído a un aparato ni lo desean.

—Entonces, Padre, ¿cómo supiste lo de tu hermano hace tan sólo dos años más o menos? —pregunté rápidamente—. ¿Recibiste alguna carta?

—¿Una carta? Difícilmente. No hay muchos que sepan escribir más que su nombre, si es que llegan a tanto.

—Entonces, ¿cómo supiste lo de Reuben? —le pregunté de nuevo. Por un instante no me contestó. Pensé que no iba a hacerlo así que añadí—. ¿No será que regresaste por allí sin nosotros, Padre?

Por el modo de mirarme me di cuenta de que había dado en el blanco.

—Te estás volviendo muy lista, Dawn. No es fácil tener algo oculto cuando tú estás cerca. No le digas nada a tu madre, pero sí, volví una vez por unas pocas horas. Estaba trabajando lo bastante cerca como para poder ir y volver en el coche en una sola noche y lo hice sin decir nada.

—Y si estábamos tan cerca ¿por qué no fuimos todos, Padre?

—Dije que yo estaba cerca. Hubiese tardado horas en iros a buscar y después horas para volver a donde estaba y aún más horas para llegar a la granja —me explicó.

—¿A quién viste allí, Padre?

—Vi a mi madre. Padre había muerto hacía tiempo. Un día cayó en mitad de un campo agarrándose el corazón.

Los ojos de Padre se llenaron de lágrimas pero parpadeó hasta hacerlas desparecer.

—Madre estaba muy vieja —añadió moviendo la cabeza—. Me pesó haber ido. Se me rompió el corazón al verla sentada allí en su vieja mecedora. La muerte de Padre y que Reuben estuviese en la cárcel y los problemas de algunos de mis otros hermanos y hermanas le habían vuelto la piel gris lo mismo que el pelo. Ni siquiera me conoció. Cuando le dije quién era me contestó: «Ormand está dentro de casa haciéndome un poco de mantequilla». Yo solía hacerla siempre —agregó sonriendo.

—¿Viste a tu hermana Lizzy?

—Sí, estaba allí, casada y con cuatro críos, dos de ellos con menos de un año de diferencia. Fue ella la que me contó lo de Reuben. No me quedé mucho tiempo y nunca se lo dije a tu madre porque todo eran malas noticias, así es que ahora no vayas tú con cuentos.

—No lo haré. Te lo prometo. Siento no haber llegado a conocer al abuelo —dije tristemente.

—De verdad que te hubiese gustado. Probablemente hubiese sacado su armónica y hubiese tocado algo para ti y quizá después los dos hubieseis tocado y cantado lo mismo juntos —dijo Padre soñando en voz alta.

—Debes de haberme contado lo de la armónica antes, Padre, porque lo tenía fijo en la mente.

—Seguramente —me contestó.

Comenzó a tararear algo que pensé que su padre acostumbraba a tocar y no dije nada más ni él tampoco hasta que llegamos a casa, pero yo me quedé preguntándome sobre Padre y qué otros secretos tendría.

Jimmy aún no había llegado así es que Madre no sabía nada de los problemas del colegio. Padre y yo, después de verla, nos miramos uno a otro y silenciosamente decidimos callarnos el asunto.

—¿Dónde está Jimmy? —nos preguntó.

—Está con algunos de los nuevos amigos —contestó Padre. Madre me miró y vio que era una mentira pero no hizo preguntas.

Pero cuando Jimmy no llegó para cenar tuvimos que contarle a Madre todo lo de la pelea y cómo se había metido en un lío. Ella asintió mientras hablábamos.

—Ya lo sabía —nos dijo—. Ninguno de los dos sabe decir una mentirijilla, y menos una mentira grande. —Suspiró—. Ese chico no es feliz. Quizá no lo sea nunca —añadió en tono de fatalidad profética.

—Oh, no, Madre. Jimmy va a ser algo grande. Lo sé. Es muy inteligente. Ya lo verás —insistí.

—Eso espero —contestó. Había empezado a toser de nuevo. Su tos había cambiado. Se había vuelto más profunda, sacudiéndole todo el cuerpo, a veces silenciosamente. Madre pretendía que estaba mejorando. Que le iba bajando para desaparecer, pero yo no me sentía tranquila y seguía deseando que fuese a ver a un verdadero médico o a un hospital.

Más tarde fregué los platos y puse todo en orden. Ensayé una canción. Padre y Fern eran mi público y Fern estaba muy atenta cada vez que cantaba. Aplaudía con sus manitas cada vez que Padre lo hacía. Madre oía desde el dormitorio y de vez en cuando me decía lo bien que lo hacía.

Oscureció y la lluvia fría que Padre había anunciado comenzó a caer, y sus gotas salpicaban nuestras ventanas. Sonaba como si miles de dedos golpeasen el cristal. Hubo rayos y truenos y el viento soplaba alrededor de la casa silbando a través de las grietas y huecos. Tuve que ponerle otra manta a Madre porque los dientes le castañeteaban.

Decidimos que permitiríamos que la pequeña Fern durmiese esta noche con la ropa puesta. Me sentía apenada y preocupada por Jimmy, que estaba fuera en alguna parte, caminando en la noche oscura y tormentosa. Pensé que el corazón se me rompía. Sabía que no llevaba dinero así que tenía que haberse quedado sin cenar. Tapé un plato con comida, lista para calentársela en el momento que regresase.

Pero la noche iba transcurriendo y no regresaba. Permanecí despierta tanto como me fue posible, mirando a la puerta y escuchando para oír los pasos de Jimmy en el pasillo, pero cada vez que sentía pasos, subían o bajaban a otro apartamento. De vez en cuando, iba a la ventana y miraba a través del cristal empañado la lluviosa oscuridad.

Finalmente me dormí yo también pero como a media noche, me desperté con el sonido de la puerta de la calle.

—¿Dónde has estado? —murmuré. No podía verle los ojos ni gran cosa de su cara.

—Iba a escaparme —me contestó—. Llegué hasta cincuenta kilómetros fuera de Richmond.

—James Gary Longchamp, no es posible.

—Lo hice. Dos veces hice autostop y me recogieron y el segundo me dejó junto a un restaurante en la carretera. Como no llevaba más que un poco de cambio, me tomé una taza de café. La camarera tuvo lástima de mí y me trajo un panecillo y mantequilla. Luego, empezó a hacerme preguntas. También tiene un hijo como de mi edad y trabaja todo el tiempo porque su marido murió en un accidente de coche hace unos cinco años.

»Pensaba seguir haciendo autostop pero empezó a llover tan fuerte que no pude salir. La camarera conocía a un camionero que venía a Richmond y le pidió que me trajese, así que regresé. Pero no voy a quedarme y no voy a volver a ese colegio de pretensiones y tú tampoco debes volver, Dawn —dijo decidido.

—Oh, Jimmy. Tienes derecho a estar disgustado. Los chicos ricos no son mejor que los pobres que hemos conocido y se nos ha tratado injustamente sólo porque no somos ricos como los otros, pero Padre no quería causarnos daño al hacernos ir al Emerson Peabody. Sólo estaba tratando de hacernos un bien —le dije—. Tienes que reconocer que el colegio es hermoso y lleno de cosas nuevas, y tú mismo me dijiste que algunos maestros eran simpáticos y buenos. Has empezado a mejorar en tus estudios, ¿no es verdad? Y te gusta jugar en el equipo del colegio, ¿no es así?

—Allí todavía somos como unos peces fuera del agua y los otros alumnos nunca van a aceptamos o permitirnos vivir en paz, Dawn. Prefiero ir a la escuela pública.

—Vamos, Jimmy, no lo puedes decir en serio —susurré. Toqué su mano que aún estaba muy fría—. Tienes que haberte congelado ahí fuera, James Gary. Tienes el pelo empapado y también la ropa. ¡Debes de haber cogido una pulmonía!

—¿A quién puede importarle?

—A mí me importa —le contesté—. Ahora, quítate todas esas ropas mojadas rápidamente —le ordené y fui a buscar una toalla. Cuando regresé, estaba envuelto en una manta, la ropa mojada en el suelo. Me senté a su lado y empecé a secarle el pelo. Cuando terminé, vi el esbozo de una sonrisa en la oscuridad.

—Nunca he conocido otra chica como tú, Dawn —dijo—. Y no lo digo porque seas mi hermana. Creo que regresé porque no quería dejarte metida en todo este desastre. Empecé a pensar que tendrías que volver al colegio sin nadie para protegerte.

—Oh, Jimmy, no necesito protección y aparte, si la necesitara, Padre me protegería, ¿no crees?

—Seguro —repuso retirando la mano—. Igual que nos protegió hoy. Traté de decirle que no era culpa mía, pero no quiso escuchar. Todo lo que le salió fue gritarme por no ser lo bastante bueno y por decepcionarle. Y entonces, va y me pega.

Se dejó caer sobre la almohada.

—No debió pegarte, Jimmy. Pero dijo que le recordaste a su hermano Reuben, que está en la cárcel.

—¿Reuben?

—Sí —contesté, reclinándome para acostarme a su lado—. Me explicó sobre él y por qué tuvo tanto miedo cuando te metiste en el lío. Dice que te pareces mucho a Reuben e incluso que actúas como él.

—No recordaba que Padre hubiera mencionado a nadie que se llamase Reuben —comentó.

—Yo tampoco. Padre volvió por su casa —susurré aún más bajito y le expliqué lo que me había contado Padre sobre su visita.

—Estaba pensando dirigirme hacia Georgia cuando me marché —dijo con la voz llena de asombro.

—¿Lo hubieras hecho? Oh, Jimmy —le pedí incorporándome y mirándole—. ¿Probarías otra vez, sólo una vez más, sólo por mí? Ignora a esos desagradables chicos y dedícate sólo a tu trabajo.

—Es difícil ignorarlos cuando se vuelven desagradables y repugnantes —desvió la mirada.

—¿Qué te dijeron, Jimmy? Philip no me lo quiso decir. —Jimmy permaneció en silencio—. Tenía algo que ver conmigo y con Philip, ¿verdad? —Se hizo un largo y doloroso silencio entre los dos.

—Ajá —repuso finalmente.

—Sabían que te harían enfadar con ello, Jimmy. —Y todo era culpa de Clara Sue Cutler, pensé, y su desagradable ramalazo de celos. Nunca me había disgustado nadie como me disgustaba ella—. Estaban deliberadamente poniéndote un cebo, Jimmy.

—Lo sé, pero… no puedo evitar enfadarme cuando alguien habla mal de ti, Dawn —confesó, mirándome con ojos tan heridos, que me dolió el corazón—. Siento que te hayas enfadado —terminó.

—No estoy disgustada contigo. Me gusta que me cuides, sólo que no te quiero meter en problemas.

—No lo hiciste —dijo—. Pero es muy de tu carácter pensar que fue tu culpa. Está bien —exclamó después de un momento y de haber suspirado profundamente—. Aguantaré mi suspensión y volveré y probaré de nuevo, pero no creo que vaya a resultar. Simplemente no pertenecemos ahí. Al menos, yo no —añadió.

—Por supuesto que sí perteneces, Jimmy. Eres tan listo y fuerte como cualquiera de ellos.

—No quiero decir que no sea tan bueno como ellos. Sólo que no soy de su especie. Quizá tú lo seas, Dawn. Tú te llevas bien con todos. Apuesto que podrías hacer que el demonio se arrepintiera.

Me reí.

—Estoy contenta de que hayas regresado, Jimmy. Le habría roto el corazón a Madre si no lo hubieras hecho y a Padre también. La pequeña Fern hubiera llorado por ti cada día.

—¿Y tú? —preguntó rápidamente.

—Yo ya estaba llorando —admití. El no contestó nada. Después de un momento, tomó mi mano y la apretó suavemente. Pareció que hacía mucho tiempo desde que él había querido tocarme. Retiré los mechones de pelo que habían caído sobre su frente. Tuve ganas de besarle en la mejilla con cariño, pero no sabía cómo iba a reaccionar. Estábamos tan juntos que mi pecho rozaba su brazo, pero a diferencia de otras veces, él no saltó como si le hubiera pinchado un alfiler. Repentinamente le sentí temblar.

—¿Tienes frío, Jimmy?

—Estaré bien —contestó, pero le rodeé con el brazo y lo sostuve frotando su hombro desnudo.

—Será mejor que tú también te metas bajo la manta y te duermas, Dawn —dijo con voz quebrada.

—De acuerdo. Buenas noches, Jimmy —murmuré y me arriesgué a besarle en la mejilla. No se retiró.

—Buenas noches —contestó y me recosté. Durante un rato largo, estuve contemplando la oscuridad, con mis emociones en un torbellino. Cuando cerré los ojos, aún vi los hombros desnudos de Jimmy brillando en la oscuridad, y el tacto de su suave mejilla permanecía en mis labios.

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