Aurora

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3. En el viento

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Esto supuso otro problema de abastecimiento. Tenían transportes robot capaces de descender a la superficie de Aurora desde la nave, reabastecer combustible y efectuar un lanzamiento de vuelta a bordo, pero necesitaban combustible. Una de las fábricas del valle se dedicaba única y exclusivamente a descomponer agua en oxígeno e hidrógeno, principales componentes del combustible de los cohetes. También la fábrica necesitaba combustible para funcionar, y la descomposición del agua era una labor que requería de un dispendio de energía considerable. Contaban con dos potentes reactores nucleares en la superficie, capaces de aportar 400 megawatts en total; pero el uranio y el plutonio de los reactores no durarían eternamente, y el suministro de la nave solo era adecuado para esta. ¿Había uranio en Aurora? Según las teorías estándar de formación planetaria, debía haberlo; pero todo el sistema de Tau Ceti era menos metálico que el sistema solar, y los metales pesados solo se acumulaban adecuadamente en cuerpos planetarios con una constante acción tectónica o de flexión mareal.

No estaba claro que Aurora hubiese tenido en algún momento ninguna de ellas, y dada la incertidumbre que rodeaba la cuestión, el consenso era que iban a tener que dedicar buena parte de su esfuerzo de fabricación a la construcción de generadores de energía eólica en el burren. Porque lo que estaba claro era que iban a tener viento de sobra.

La gente del nuevo asentamiento lo llamó Hvalsey, en homenaje a una aldea situada en la costa occidental de la Groenlandia terrestre. Rápidamente la expandieron alrededor de los invernaderos. Las canteras y las fundiciones proporcionaron bloques de piedra y hojas de aluminio para la construcción, además de ventanas de cristal para el techo y las paredes de los invernaderos. La pared de la ciudad ayudó a solventar el problema del viento. Algunos decían que Hvalsey parecía una especie de pequeña ciudad medieval amurallada.

Comprobaron que los vientos cambiaban de un modo predecible a lo largo de los días-mes. Cuando el aire sobre una región se pasaba nueve días seguidos iluminado por Tau Ceti, se calentaba y ascendía, creando bajas presiones en la superficie que el aire frío nocturno se apresuraba a rellenar. Entonces, cuando llegaba el atardecer y una región pasaba nueve días de noche, se enfriaba de manera tan drástica que la nieve y el hielo hacían acto de presencia en todas las islas, y el hielo marino cubría las bahías y trechos del océano más calmados, aunque por lo general no el mar abierto, demasiado sacudido por el oleaje y el viento como para congelarse. El aire frío en descenso creaba presiones que se disparaban hacia los laterales, llenando el hueco relativo bajo el aire en ascenso en la cara iluminada por el sol. Por tanto, siempre soplaba el viento, sobre todo de la noche al día.

Las largas noches en el hemisferio interior nunca eran tan frías como las que caracterizaban al hemisferio exterior, a pesar de caer por debajo de la temperatura de congelación. Si planeaban dedicarse a la agricultura al aire libre, tendrían que adaptar las plantas terrestres para que pasaran del ciclo anual al mensual. Observando cómo crecía un metro diario el bambú, parecía posible que pudieran adaptar por ingeniería genética cultivos que cosechar al cabo de nueve días; pero nadie podía tener la seguridad de cómo resultaría, ni siquiera de si realmente era posible hacerlo. Si debían confinar por entero su agricultura a los invernaderos, se antojaba una seria limitación. Pero ya cruzarían ese puente cuando lo tendieran, tal como expresó Badim.

Mientras, en términos de viento, que por fuerza no dejaba de situarse en su centro de atención, las corrientes de aire mensuales mostraban cierta regularidad, aunque no fueran del todo consistentes. Tenían una dependencia considerable en condiciones que eran siempre cambiantes. Pero a medida que averiguaban más detalles relativos al tiempo atmosférico de Aurora, empezaron a identificar ciertas pautas. Había algo totalmente obvio: la mayoría de los días serían ventosos.

El año de E duraba 169 días terrestres. El mes auroriano constaba de 17,96 días terrestres, por tanto dividido en el año solar de 169 días daba un resultado de 9,2 meses por año, de ahí el problema habitual de intentar reconciliar los meses lunares con los años solares.

Pero de eso no se preocupaban en ese momento.

Mientras los robots se encargaban de levantar la muralla, concluido el proceso de trazar la ciudad y preparados los solares para iniciar la construcción, Euan solía sumarse a los equipos que salían a explorar el valle marino. Y quería quitarse el casco y respirar el aire del lugar.

Lo cual no constituyó precisamente una sorpresa para Freya. Los datos de las estaciones de control dejaban claro que la atmósfera de Aurora era respirable para el ser humano, que la atmósfera auroriana era la condición más parecida a la existente en la Tierra de su nuevo hogar, y la principal razón de que puntuase tan alto en las categorías de analogías terrestres. Así que a medida que Euan fue acompañando más asiduamente a las expediciones de exploración, insistió más y más en obtener permiso oficial para quitarse el casco.

—Sucederá tarde o temprano —dijo—. ¿Por qué no ahora? ¿Qué nos lo impide? ¿Qué es lo que tanto tememos?

A las toxinas no detectadas, por supuesto. Eso fue lo que le dijeron, y en opinión de Freya la precaución era evidente y justificada. Combinaciones químicas venenosas, formas de vida invisibles: debían guiarse por el principio de precaución. El consejo de Hvalsey insistió en ello, y también consultó la cuestión al consejo ejecutivo de a bordo, que coincidió con su dictamen.

Euan y los demás que compartían su opinión señalaron que sus estudios de la atmósfera, de las rocas y del suelo habían alcanzado ya una escala nanométrica, y que no habían hallado nada aparte de los mismos volátiles detectados desde el espacio, además de polvo y de los finos, tal como cabía esperar. Los gases atmosféricos se parecían mucho a los existentes en la propia atmósfera de la nave, excepto en que eran ligeramente menos densos. Los estudios efectuados sobre el terreno habían confirmado la explicación abiológica del oxígeno en la atmósfera; podían incluso calcular su edad, fechada en torno a los 3,700 millones de años. Tau Ceti, brillante entonces, había descompuesto la ardiente agua del mar de Aurora en oxígeno e hidrógeno, y el hidrógeno había escapado al espacio, dejando al oxígeno atrás. Los indicios químicos de esta acción eran inequívocos, hallazgo que había asegurado al grupo de química que efectivamente disponían del lugar para ellos, tal como apuntaba todo lo que iban averiguando.

Euan quería iniciar esa parte de su nueva historia, la primera salida al exterior sin ayuda para respirar. Freya se lo comentó en una ocasión que hablaron, y él respondió:

—¡Pues claro! ¡Quiero sentir cómo ese ventarrón me llena los pulmones!

El consejo ejecutivo siguió ignorando al grupo de biología y denegó el permiso, a Euan y a cualquiera. Una vez se rompiese el sello entre ellos y Aurora, no habría vuelta atrás. Debían esperar; experimentar antes con plantas y animales; mostrarse pacientes. Asegurarse.

Freya se preguntaba qué habría dicho Devi al respecto, y preguntó a Badim cuál era su opinión, pero este se limitó a negar con un gesto.

—No estoy seguro —dijo—. Ella era a la vez atrevida y cauta. ¿Qué habría dicho al respecto? No tengo ni idea.

El consejo ejecutivo pidió al consejo de seguridad que considerase el asunto y emitiese una recomendación, y pidieron a Freya que asistiera a su reunión. Badim dijo que la invitación se debía a su amistad con Euan. A los miembros del comité les preocupaba él en particular.

El consejo de seguridad se reunió para abordar la cuestión. Freya les dijo:

—He intentado aventurar qué habría opinado Devi al respecto, y creo que ella hubiera señalado que la gente de Aurora ha tenido que refugiarse en edificios construidos con piedra que han tallado. Se han enfrentado a la piedra con aerosol de diamante y aluminio, pero ha habido periodos durante la construcción en que se han visto expuestos a la piedra cortada. Esto no es exactamente lo mismo que salir al aire libre, ni zambullirse en el mar, pero de algún modo ya constituye una exposición al entorno. Igual que salir con un traje, regresar dentro con él puesto, y quitárselo. Me refiero a que ya están en contacto con el planeta. En cuanto aterrizaron, la exposición era inevitable. Más aún cuando salieron a la superficie con el traje puesto. No podrían permanecer dentro de una cámara herméticamente sellada, así que están en contacto con el lugar. Y eso es bueno, ¿no? Eso es lo que todos esperamos que suceda. Y a ellos no les ha pasado nada, y llevan ahí cuarenta días. Así que mantenerlos encerrados dentro, o en los trajes, es una medida conservadora que no conserva nada. No asume la realidad de la situación. Y siempre es mejor asumir la realidad de la situación. Esto es lo que Devi habría dicho, creo.

Aram asintió tras escuchar estas palabras; Song también. Si su sistema de gobierno hubiese sido una democracia directa, es probable que la gente de la superficie hubiese obtenido permiso para salir y abrir el traje y dejar que el aire les llenara los pulmones. Pero su gobierno lo integraban consejos que durante muchos años habían escogido con frecuencia a sus propios miembros. El ordenador de a bordo tan solo ofrecía consejos, y la nave tendía a mostrarse conservadora en asuntos de cálculo y gestión de riesgos, quizá tal como todo el mundo esperaba que hiciera. Eso parecía indicar su programación.

El consejo de seguridad votó de nuevo mantener el asentamiento aislado del ambiente externo, e incluso Aram y Song votaron en este sentido. El consejo ejecutivo hizo lo propio. Pero daba la impresión de que se acercaba el momento de que eso pudiese cambiar.

En Hvalsey tenían más problemas con los vientos. Durante la larga mañana del día-mes soplaba un viento costero continuo de unos cincuenta kilómetros por hora, con rachas que alcanzaban los cien. Se registraba un leve efecto catabático procedente del acantilado, lo cual convertía al cañón fluvial en un lugar particularmente ventoso. A mediodía del mes, durante la peculiar oscuridad del eclipse solar, había un periodo de vientos menguantes, seguido por una calma relativa, y todos en la superficie (126 personas a esas alturas) querían salir en el periodo de calma, que podía extenderse más allá del final del eclipse hasta veinte o treinta horas, pero rara vez más. Había límites establecidos sobre cuánta gente podía abandonar al mismo tiempo los refugios, de modo que había carreras para obtener un puesto en el calendario durante estos periodos de calma, porque en cualquier momento de primera hora de la tarde del día-mes arrancaría el viento costero, un fuerte flujo de aire que alcanzaría el interior de Groenlandia desde la costa, cuando el terreno se volvía más cálido que el océano y su aire ascendía, dejando vacante un espacio que el aire frío del mar se apresuraba a llenar, un viento que soplaba en rachas vacilantes, para seguidamente presionar constante, que se reforzaba a lo largo de la tarde del día-mes hasta la puesta de sol. Esta era generalmente la hora de los vientos costeros más fuertes, aunque variables, por supuesto, ya que los sistemas tormentosos se arremolinaban en torno a Aurora con los habituales vaivenes fractales nautiloideos producidos cuando los gases se desplazan por el exterior de una esfera en rotación. Aunque el día auroriano también era su mes, seguía girando una vez en ese día-mes, y esa rotación lenta hacía que el aire de la atmósfera perdiese fuerza en relación tanto con la hidrosfera como la litosfera, creando así vientos que giraban y se mezclaban para crear los habituales alisios, los polares y demás.

Por tanto: casi siempre ventoso. Cuando no lo era, salían de los refugios y paseaban, disfrutando de la posibilidad de hacerlo sin tener que ir encorvados para protegerse del viento, para evitar que los tirase al suelo. Incluso en la oscuridad del eclipse disfrutaban del hecho de verse al aire libre, la atmósfera en calma, con las luces de linternas y frontales horadando y entrechocando para iluminar el valle marino y el acantilado al fondo.

El nombre de Jochi salió en el sorteo de lotería del desembarco, y descendió con el siguiente grupo; en cuanto pudo, se incluyó en la lista para salir de Hvalsey en traje, y Freya lo siguió en pantalla la primera vez que se expuso al exterior y una racha catabática lo tumbó en el suelo. Todos los miembros de su grupo fueron derribados, exceptuando uno, y todos lanzaron exclamaciones de sorpresa o temor, igual que hizo Freya en la nave. Jochi se arrastró un rato, riendo hasta ponerse al abrigo de la muralla de la ciudad, momento en que volvió a levantarse sin dejar de reír. Dio unos pasitos de un lado a otro a resguardo de la muralla, como si fuese un cordero de invierno salido por primera vez del establo en la primavera. Dio unos brincos.

El placer particular de Euan consistía ahora en recorrer a pie un sendero que había colaborado en abrir y que seguía la parte sur del río, explorando el estuario y después la playa que había entre la laguna y el mar. La arena de la ribera, y también la de la playa, era a menudo compacta, bajo una capa suelta que levantaba el viento para depositar después en dunas en miniatura que fileteaban la arena compacta que había debajo. Cerca del agua había también sombreados a rayas de arena muy finos, cortados a veces por cauces, de forma que se revelaban diversas capas de este tejido formado por ellas. Al principio dijeron que Aurora no tenía mareas, debido a que estaba en rotación sincrónica con Planeta E; que, por tanto, tiraba siempre de ella en la misma dirección, pero ahora habían surgido voces en el asentamiento que defendían que la combinación de Tau Ceti y de Planeta E podía tirar con mayor fuerza de Aurora en la dirección de Planeta E, mientras que cuando Tau Ceti se hallaba al otro lado de Aurora, los tirones contrarios de Planeta E y de la estrella cambiarían el agua que cubría la mayor parte de Aurora de modos que podían ser visibles. Y había también leves mareas de libración, creadas cuando Aurora se balanceaba un poco en su parte que daba a E. Así, había dos clases de mareas leves, ambas se desplazaban al compás del día-mes, pero con distintos ritmos. Por supuesto en las playas había a menudo un leve sombreado a rayas que tal vez fuese la demostración de la existencia de estas mareas. No habían sido capaces de medir los cambios de la altura del océano, por tanto había otras personas que aseguraban que el sombreado no era el resultado de ambas mareas pequeñas, sino de la constante afluencia de una ola imponente tras otra ola imponente, y que cada una de estas olas dejaba una huella a un ángulo levemente distinto que la anterior. La mayoría de los científicos que seguían a bordo dudaban que las olas fuesen capaces de dejar marcas tan regulares; algunos postularon que eran capas de arenisca expuestas al mar, y el residuo de niveles distintos de la altura del mar a lo largo de las distintas eras que había atravesado Aurora en su historia.

—Resumiendo —dijo Euan—, que o bien son las marcas de las olas individuales, mareas de día-mes, o eones geológicos. ¡Gracias por la aclaración!

Se rio de buena gana. Ver de cerca la playa y las olas que se le acercaban era uno de los grandes placeres de sus caminatas costeras, tal como confesó a Freya en una de sus charlas privadas; pasaba buena parte de sus excursiones caminando arriba y abajo del trecho que había al sur de la embocadura del río, deteniéndose a menudo para inspeccionar ciertas partes sentado de cuclillas, tumbado incluso.

La mayoría del tiempo fuera de la ciudad lo pasaba recogiendo arena y loess que aportar a sus invernaderos destinados a la elaboración de suelo. De mochila en mochila, regresaba con muestras que consideraba prometedoras. Los granjeros se mostraban complacidos de tener nuevas matrices de suelo para ampliar algunos de sus experimentos. Si les gustaban ciertas muestras que les llevaba Euan, salía al volante del todoterreno para recoger una cantidad mayor. Obtenían buenos resultados en ciertos campos, incluyendo algunas plantas modificadas recientemente que producían una cosecha de semillas comestibles en los nueve días de la parte de iluminación diurna del día-mes. Lo más probable era que estas plantas de crecimiento rápido siguiesen siendo inusuales, pero podían suplementar cultivos plantados en sus invernaderos para que adoptaran un ritmo más normal. Entre las plantas alteradas que crecían fuera y las que lo hacían en invernaderos, parecía que serían capaces de procurarse alimento suficiente, lo cual les pareció muy emocionante tanto a los colonos en Aurora como a quienes seguían a bordo a la espera de desembarcar.

Un día, el 170.139, Euan salió acompañado por tres amigos: Nanao, Kher y Clarisse. Como siempre que salía alguien a emprender caminatas de este tipo, muchos de quienes seguían a bordo de la nave se dispusieron a seguirlos por pantalla, a ver qué les mostraban las cámaras del casco de los caminantes.

Ese día, Euan y sus acompañantes anduvieron en primer lugar hacia el cañón del río. Los rápidos que había en lo alto del cañón empezaban con dos pequeñas cascadas frente al terreno estriado del burren, seguidas por otras dos cascadas más altas en el cañón, después de lo cual una cortina de agua blanca caía veloz sobre el terreno del valle. Allí el río se dividía en dos por una piedra gigante, y después de eso varios canales serpenteaban por un amplio trecho llano de grava, arena y fango: un arroyo trenzado. El delta creado por este arroyo tenía forma triangular visto desde lo alto, como muchos deltas terrestres (¿origen de la expresión «delta v»?).

Euan se situó al pie de la cascada más baja y observó el agua blanca que llovía y se estrellaba en un espumoso esplendor de burbujas. A la luz previa al atardecer, el agua parecía estar hecha de diamantes triturados, dotados de cremosidad. De cuando en cuando, una bruma lo envolvía, la cámara del casco se le empañaba, o la lente retransmitía surcos de agua. El ruido de la cascada era atronador, y si sus compañeros hablaban, y daba la impresión de que lo hacían, quienes seguían las imágenes desde la nave no entendían una palabra. Tampoco estaba claro que el propio Euan lo hiciera, o que lo intentara.

Al cabo de un rato, los cuatro caminantes descendieron por el estuario formando una línea desigual, con Euan en cabeza. A esas alturas, los colonos habían explorado a conciencia el arroyo trenzado del valle, y habían colocado una pasarela de aluminio sobre un canal, y apartado varias piedras grandes en los bajíos de otros para poder caminar sobre ellas y alcanzar las islas centrales del delta, siguiendo un camino más o menos recto hasta el extremo meridional de la laguna, donde cruzar uno o más puentes de aluminio para llegar a la playa.

Las islas que había entre los arroyos trenzados eran de arena, fango, grava o derrubios; era un camino difícil escogieras el terreno que escogieses, a menos que caminaran por rampas inclinadas naturales y montículos de barro compacto, parecidos a lo que las fuentes terrestres denominaban esker. Había huellas de bota que cruzaban muchas de estas rampas, y que unían muchas de las islas triangulares o con forma de lemniscata del delta.

Euan encabezó la marcha por uno de estos senderos, que al parecer llevaba al mar. Desde la playa en el extremo sur de la laguna habían establecido un camino en zigzag por una sección biselada del acantilado; ese día se habían propuesto ascender por estos caminos en zigzag, y luego regresar a Hvalsey por el terreno estriado. Era un camino muy popular.

Entonces se oyó el grito de ayuda de uno de los acompañantes de Euan, y este se volvió. La vista de la cámara de su casco acompañó al brusco movimiento de la cabeza. Solo se veía a dos de sus acompañantes, ambos corrían hacia la orilla de uno de los arroyos trenzados. Por lo visto, el cuarto había abandonado el sendero y se encontraba en ese momento hundido hasta la cintura en lo que parecía ser una especie de trecho de arenas movedizas. Por suerte, parecía haber topado con una capa densa, y no daba la impresión de hundirse más. Estaba a unos tres metros del terreno elevado, que parecía idéntico a la arena en la que se había hundido, pero como demostraban sus propias huellas, era firme.

Euan se acercó corriendo hacia ellos y dijo:

—Clarisse, ¿por qué te has metido ahí?

—Quería echar un vistazo a una roca. Me pareció que podía ser hematita.

—¿Dónde está?

—No era más que el reflejo del sol en un charco.

Euan no respondió de inmediato. Miraba a su alrededor, inspeccionando el terreno.

—Vale —dijo finalmente—. Inclínate hacia nosotros y yo me tumbaré hacia ti, nos cogemos de las muñecas y Nanao y Kher tirarán de nosotros para sacarte.

—Creo que me he atascado bien. ¿Y si no pueden?

—Entonces pediremos ayuda. Pero antes debemos asegurarnos de que no podamos valernos por nuestra cuenta.

—Vas a ponerte perdido de barro.

—No me importa. ¿Haces pie sobre algo duro, o simplemente has dejado de hundirte?

—No creo que tenga nada realmente duro bajo los pies.

—De acuerdo. Inclina la parte superior del tronco sobre la superficie. Allá vamos.

Clarisse inclinó el pecho sobre el fango, sin apartar la vista de los ojos de Euan. Este se arrodilló y se tumbó, extendiendo los brazos hacia ella. Se aferraron de las muñecas, y Nanao y Kher asieron a Euan por los tobillos y empezaron a remontar la ladera. Al principio no hubo cambios, y Euan rompió a reír.

—¡Acabaré siendo más alto cuando esto acabe!

—Lo siento —dijo Clarisse, que añadió—: quizá deberíamos atarnos de las muñecas.

—Te tengo bien cogida —señaló Euan.

—Lo sé. Duele.

—Si nos atamos te dolerá más. No apretaré más que esto.

—Vale.

—Probemos otra vez —propuso Nanao—. Listos.

De nuevo no dio la impresión de que pasara nada, pero entonces Clarisse exclamó:

—¡Siento que se me mueven los pies! En realidad, toda yo.

—Mejor será que seas toda tú —dijo Euan. Nanao y Kher rieron, antes de volver a tirar de ellos.

—No lo hagáis de un tirón —les propuso Euan—. Sino a tirones cortos. Empezad y parad, pero no os paréis del todo.

Pronto vieron que Clarisse asomaba del barro mientras arrastraban a Euan. A medida que fue saliendo, más rápido fue el proceso. No tardó en asomar a la altura de la rodilla, pero cuando parecían a punto de sacarla del todo, dijo:

—Ay, la espinilla.

Nanao y Kher dejaron de tirar.

—Me he trabado la pierna con algo duro.

—Vamos a tener que sacarte de todos modos —dijo Euan—. Retuerce el pie hacia arriba y hacia un lado mientras tiramos de ti.

—De acuerdo. Adelante.

Torció el gesto cuando continuaron. Después se deslizó por la superficie del fango, y los cuatro se apartaron a cuatro patas de aquel trecho, antes de sentarse en terreno elevado. Tenían los trajes enfangados, sobre todo en pies y manos, y en lo que respecta a Euan la pechera también; Clarisse estaba completamente cubierta de fango de cintura para abajo, así como el pecho.

Se señaló la espinilla izquierda, donde un surco de sangre se mezclaba con el barro marrón.

—Ya os dije que me había trabado con algo. Debía de haber una roca en el fango.

—Vamos a sellarlo —dijo Euan.

—Hemos roto el traje —dijo Nanao.

—No veo cómo íbamos a poder evitarlo —dijo Euan—. Todo irá bien.

Kher sacó un rollo de cinta para trajes del bolsillo del muslo, y mientras los demás limpiaban la espinilla de Clarisse con agua recogida del río, cortó un trozo con las tijeras de la navaja multiusos. Una vez limpió el roto y lo secaron con un trapo, Kher aplicó la cinta y la mantuvo apretada sobre la pierna de Clarisse hasta que lo hubo sellado.

—Vale, ahora tenemos que volver.

—¿Qué camino es el más rápido desde aquí?

—Creo que bajando a la playa para subir después por el sendero del acantilado hasta el mirador. ¿Qué te parece?

—No estoy seguro. Veamos qué dicen los mapas.

Consultaron los navegadores de muñeca y decidieron que sería mejor dar la vuelta y volver por donde habían llegado.

Caminaron en silencio. Era la primera vez que se había franqueado la barrera física entre Aurora y sus cuerpos. No parecía una manera muy auspiciosa de hacerlo, pero así fue cómo sucedió, y ahora ya no había más que pudieran hacer, excepto regresar deprisa y atender el corte de Clarisse. Dijo que no le dolía, que solo le escocía, de modo que anduvieron a buen paso. En menos de dos horas regresaron a Hvalsey.

La presión social o psicológica empezaba a aumentar en el interior de la nave, ya que había mucha gente que quería cada vez con mayor apremio descender a la superficie de Aurora. Las imágenes de la gente caminando en traje, viéndose arrojada al suelo por la fuerza del viento, no constituían para muchos una advertencia sino que servían de incentivo. También las vistas del océano desde lo alto de los acantilados, las texturas que la arena dibujaba en la playa, los cielos al amanecer, el rumor grave, el gemido quedo y los aullidos de otro mundo del viento sobre las rocas, las ocasionales tormentas con sus nubes, las lluvias intensas, la bruma marina; todas estas imágenes y sonidos llamaban la atención de la gente de a bordo, y no fueron pocos los que empezaron a exigir ser llevados a la superficie.

Había operativos diez invernaderos en Hvalsey, las plantas de bambú crecían un metro al día, la atmósfera se había confirmado como segura para la respiración directa, y era inminente el inicio de más labores de construcción. Realmente había llegado la hora de empezar a desocupar la nave, de ejecutar su plan y mantenerlo operacional desplegando una pequeña dotación de mantenimiento compuesta por 125 personas, con rotación anual, para que todo el mundo a bordo pudiese vivir en Aurora la mayor parte del tiempo. Este era su deseo; solo unos pocos (207, de hecho) expresaron su intención de permanecer en el entorno conocido de la nave, y quienes así lo hicieron fueron considerados a menudo como gente crispada, miedosa e incluso cobarde, a pesar de que hubo algunos de estos supuestos miedicas que se mostraron muy valientes en sus declaraciones, sin importarles el hecho de estar en minoría; lo cual les supuso granjearse cierta medida de apoyo para su punto de vista, así como acallar a los críticos.

—Este es mi hogar —dijo Maria, anfitriona de Freya en Plata—. Llevo toda la vida en esta ciudad, he trabajado esta tierra. Este bioma es el lugar que quiero. Esa Groenlandia de ahí abajo es una roca negra sometida a una tormenta perpetua. No seréis capaces de trabajar la tierra con esas noches tan largas, y no podréis hacer gran cosa en el exterior. Viviréis en interiores, igual que nosotros aquí, pero no tan bien. ¿Por qué no iba a quedarme, a seguir aquí con mi vida y a cuidar de este lugar? ¡Me presto voluntaria para quedarme! Y no me sorprendería que muchos de los que tan deseosos os mostráis de bajar a la superficie acabéis pidiendo con el tiempo volver a bordo. Me alegrará daros la bienvenida y cuidar entretanto de este lugar.

La edad media de quienes se declararon partidarios de permanecer en la nave era de 54,3 años. La edad media de quienes exigían desembarcar era de 32,1 años. Ahora, después de que la declaración de Maria había dado la vuelta a los anillos, hubo 469 personas que se decantaron por quedarse a bordo. A propósitos de mantenimiento de la nave, así como para evitar atestar la nueva colonia en Aurora, se consideró positivo dicho cambio. Perdió fuerza la sensación de inquietud creada por diversas presiones sociales de los deseos individuales. Descendió el promedio de la presión arterial.

A pesar de la variedad de opiniones y sentimientos, aumentó la sensación en quienes seguían a bordo de que había llegado la hora, para quienes deseaban hacerlo, de desembarcar. Ahora quienes más paciencia pedían, así como un ritmo calmado de inmigración, fueron quienes estaban en tierra, preocupados por el repentino flujo de recién llegados. Al expresarlo, debían mostrarse cautos para evitar ofender a quienes seguían a bordo, teniendo cuidado de no expresarse como si tuvieran derechos adquiridos, como si quisieran proteger lo que muchos consideraban sencillamente la suerte de haber sido escogidos por sorteo, un privilegio dictado por el azar, inmerecido. Debía justificarse como un mero asunto de logística, de no recargar los sistemas establecidos. Había que seguir un protocolo, uno diseñado por un buen motivo, porque aún no había suficientes plazas de alojamiento en Hvalsey para acomodar a todo el mundo deseoso de desembarcar. Llevaría su tiempo construir y establecer toda esa infraestructura. La comida también era un factor; si desembarcaba demasiada gente, no podrían cultivar el alimento suficiente en Aurora, ni seguir haciéndolo a bordo para transportarlo a la superficie, ya que hasta cierto punto las granjas quedarían abandonadas. Sin una transición cuidadosa podía darse una escasez de alimentos tanto en un sitio como en el otro. Y no disponían de los medios para devolver rápidamente a la gente a bordo. El retorno no era fácil; el pozo gravitatorio y la atmósfera de Aurora suponían que su tubo de lanzamiento espiral, construido y en buen funcionamiento, tan solo podía lanzar un número limitado de transbordadores, ya que había que separar agua y destilar combustibles, además de fundir e imprimir las placas de ablación para que pudieran efectuar el lanzamiento rápido a través de la atmósfera. Regresar a la nave constituía un embudo en el proceso de colonización, de eso no cabía ninguna duda. Era algo que no habían planeado.

La única solución consistió en acelerar todos los proyectos en Hvalsey y mostrarse pacientes en la nave. Quienes eran más conscientes de estos problemas logísticos se encargaron de hablar con el resto, de tranquilizar los ánimos y de acelerar las labores.

Badim y Freya se contaban entre quienes aconsejaron paciencia a bordo, a pesar de que Freya no ocultaba su ferviente deseo de desembarcar. Seguía las aventuras de Euan en Aurora durante la mayor parte de su tiempo libre, cogida del brazo de Badim por las noches ante la pantalla, moviendo un poco la cabeza, como si todo aquello le provocase mareos. De hecho estaba algo febril en comparación con su temperatura normal. Quería bajar a la superficie. Pero se pasaba los días haciendo lo necesario para mantener Nueva Escocia en marcha, tal como hubiera hecho Devi, intentando encarar todos los problemas por un orden de prioridad que el ordenador de a bordo le ayudaba a establecer. Trabajó en los programas de Gantt que Devi le había legado, apilando prioridades como castillos de naipes. Riesgos evitados, problemas rehuidos, suficiente comida cultivada para mantenerlos a todos a flote. Nunca eran cálculos simples. Pero los programas de Gantt se mostraban en las pantallas en bloques de color, y descubrió que era capaz de manipular los problemas lo bastante bien para que las cosas siguieran adelante.

Trabajando con este sistema comprobó que, si bien perdían volátiles en cada lanzamiento de los transbordadores a la superficie de Aurora, este problema podía solventarse transportando gases comprimidos de vuelta desde la luna a la nave, e incluso agua. ¡Qué alivio tener la solución a mano, tras todos aquellos años de aislamiento interestelar! Era espléndido contemplar los recursos del sistema Tau Ceti. Cada metro de bambú que crecía en Hvalsey formaba parte de los cimientos que construían bajo sus pies.

Este era un consuelo que Devi jamás había tenido.

Una noche en que contemplaban las fotografías de Hvalsey en la pantalla de Badim, comentaron este aspecto de su nueva situación, y Aram se levantó para recitar uno de sus poemas de cocina:

Construimos, sobre la marcha,

nuestro paseo por el abismo.

Dadnos los cimientos y haremos que funcione

hasta un tiempo que no queremos conocer.

La mañana de 170.144, A0.104, Euan apareció en la pantalla de Freya y le pidió que llamase a Badim para sumarse a la conversación. Freya pidió a Badim que fuese a la cocina, y siete minutos después entró a trompicones, casi dormido, y se sentó a su lado y se apoyó en ella, mirando con curiosidad la pantalla.

—¿Qué?

Segundos después, quedó claro que había aparecido en la pantalla de Euan, y Euan inclinó levemente la cabeza y dijo:

—Esa mujer que sacamos de las arenas movedizas: Clarisse. Está enferma. Tiene fiebre.

Badim se envaró en el asiento.

—Aisladla —dijo.

—Ya lo hemos hecho.

—¿Está en una clínica de aislamiento?

—Sí.

—¿Cuánto tardasteis en llevarla?

—En cuanto mencionó que se sentía indispuesta.

Badim tenía los labios prietos. Cuán a menudo había visto Freya esa expresión. No era exactamente la misma expresión de Devi en circunstancias similares, sino más calma, más empática. Era como si estuviera imaginando cómo obraría en caso de verse en la piel de Euan.

—¿Coopera? ¿Estáis haciendo un seguimiento de su evolución?

—Sí.

—¿Puedes mostrarme los datos?

—Sí, los tengo aquí en mi monitor. Echa un vistazo.

Euan movió la cámara de la habitación hacia un lado, para que Freya y Badim pudiesen ver la pantalla de la clínica de aislamiento. Temblaban en ella los signos vitales de Clarisse, lo hacían de izquierda a derecha, con parpadeantes números de color rojo debajo. Badim se acercó a su pantalla y movió los labios en silencio mientras inspeccionaba los resultados.

Aspiró aire con fuerza.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó a Euan.

—¿Yo? Yo estoy perfectamente.

—Creo que tú y los demás que la acompañasteis deberíais aislaros también. Por no mencionar a todo aquel que atendió a esta mujer a su regreso al refugio.

—¿Por el corte de la rodilla?

—Por el corte en el traje. Sí. —Los labios de Badim dibujaban una delgada línea—. Lo siento. Pero tiene sentido tomar todas las precauciones posibles. Solo por si acaso.

No hubo respuesta por parte de Euan. Su cámara siguió pendiente del monitor.

—Padece una fiebre alta —dijo Badim en voz baja, como si hablase con Freya—. El pulso es rápido y bajo, algo de fibrilación atrial, presencia abundante de linfocitos T en el flujo sanguíneo. El cerebelo trabaja con esfuerzo. Parece como si estuviera combatiendo algo.

—Pero ¿qué? —preguntó Freya, como si hubiera asumido el papel de Euan.

—No lo sé. Puede que se trate de algo un poco tóxico presente en el fango. Acumulación de un metal o una sustancia química. Tendremos que analizar más al sujeto para encontrar lo que buscamos.

—O puede que haya un virus circulando por Hvalsey que ella ha cogido —aventuró Freya. Había, por supuesto, una gran diversidad de virus y bacterias a bordo, y por tanto también las había en Hvalsey.

—Sí, es posible.

—O puede que haya sufrido una conmoción —dijo la voz de Euan mientras la cámara seguía enfocando el monitor.

—Demasiado lento para achacarlo a una conmoción de resultas del corte —dijo Badim—. Pero tienes razón, deberíamos comprobarlo. Debéis buscar indicios de todo esto, pero mantenerla aislada. No escatiméis precauciones. Insisto: todos los que estuvisteis en contacto con ella también deberíais aislaros. Solo por si acaso.

De nuevo no hubo respuesta por parte de Euan.

Nefastas noticias, sin duda. Cualquiera estaría preocupado. Pero para Euan, que tanto disfrutaba de las excursiones en la superficie, que abogaba con tanta vehemencia por abrir los cascos y respirar al aire libre de Aurora, supuso un duro golpe. Era palpable en su silencio.

Cuando finalizó la llamada, Badim se levantó, se estremeció, y permaneció de pie largo rato, la cabeza gacha.

—Será mejor avisar a Aram —dijo, al cabo—. Y a Jochi. También él debería estar en aislamiento. El problema es que todos ellos deberían estarlo unos de otros, y no pueden hacer tal cosa.

Resultó que Jochi había salido en uno de los vehículos de expedición cuando llegó la información sobre la fiebre de Clarisse, y cuando se enteró de las noticias, permaneció en el coche, encerrado dentro. Avisó a los demás en Hvalsey para informarlos de dónde se encontraba, pero se negó a seguir hablando de su situación. Había aire, agua, comida y la batería tenía potencia suficiente para mantenerlo con vida durante tres semanas. La gente en Hvalsey le hablaba enfadada, pero él no respondía. La gente de la nave no sabía qué decir. Badim se limitó a negar con la cabeza cuando Freya le pidió su opinión.

—Es posible que tenga razón —dijo Badim—. Me gustaría que todo el mundo tuviese un vehículo, pero no es así. Y nadie puede permanecer aislado mucho tiempo, ni allí ni en ninguna otra parte.

En plena noche de 170.153, A0.113, Freya tenía un sueño incómodo cuando la pantalla le habló, al principio en voz baja, de modo que Freya se limitó al principio a murmurar cosas, en lo que parecía una conversación mantenida en sueños con su madre, pero como la voz de la pantalla repetía «Freya… Freya… Freya» de un modo al que Devi nunca hubiera recurrido, finalmente despertó, aturdida:

Era Euan, desde Hvalsey.

—¿Euan? ¿Qué pasa?

—Clarisse ha muerto —dijo.

No había encendido la cámara, o quizá estaba sentado a oscuras; no era más que su voz, no se veía nada en la pantalla.

—¡No!

—Sí. Anoche.

—¿Qué ha pasado?

—No lo sabemos. Parece que sufrió una especie de shock anafiláctico. Como si se hubiera topado con algo a lo que tenía alergia.

—Pero ¿qué hay allí que pueda darte alergia?

—No lo sé. Nada. Tenía asma, pero estaba bajo control. Le administraron epinefrina cuatro veces, pero su presión sanguínea siguió descendiendo, la garganta parece habérsele cerrado, la parte ventral del corazón entró en arritmia. Las lecturas muestran cardiomiopatía…

Hubo una larga pausa.

—¿Seguía aislada?

—Sí. Pero por supuesto no lo estaba cuando la trajimos.

—Pero vosotros seguíais con el traje puesto.

—Lo sé. Pero dentro nos lo quitamos. Todos la ayudamos.

No dijo nada más, y Freya tampoco habló. Había problemas en la superficie, si lo sucedido a Clarisse había sido causado por su accidente. No podrían desembarcar hasta que averiguasen de qué se trataba. Y si concluían que una forma de vida local había infectado y acabado con la vida de Clarisse, no podrían salir de nuevo sin adoptar grandes precauciones. Tampoco serían capaces de asociarse libremente los unos con los otros, hasta que se demostrase que fuera lo que fuese que la había matado no era contagioso.

Tampoco podrían regresar a la nave y correr el riesgo de infectarla.

De modo que ahora estaban confinados a un bioma mucho más pequeño que cualquiera de los que había a bordo, un bioma que tal vez estaba infectado. Una especie de edificio envenenado, habitado por gente condenada.

Todas estas posibilidades cruzaron sin duda por la mente de Freya, igual que lo habían hecho por la de Euan. De ahí el largo silencio.

Finalmente, dijo:

—¿Hay algo que yo pueda hacer?

—No. Solo… Estar ahí.

—Estoy aquí. Lo siento.

—Yo también. Esto era… Esto era precioso. Nos lo… Me lo estaba pasando bien.

—Lo sé.

Despertó a Badim para contárselo, y después se tumbó en el sofá del salón mientras Badim se sentaba a la mesa de la cocina para hacer llamadas.

Entre sus llamadas, le dijo:

—Echo de menos a Devi. Si estuviera viva, nada de todo esto hubiera pasado. Ella habría insistido en hacer pruebas de la superficie del planeta antes de que nadie pusiese un pie en tierra.

—Cuesta hacer esas cosas con un robot —comentó Badim con aire ausente.

—Lo sé. Hubieran pasado años, todo el mundo se habría puesto furioso con ella. Ella se habría puesto furiosa con ellos. Pero no habría pasado nada de todo esto.

Badim se encogió de hombros.

Más tarde, Euan volvió a llamarlos.

—Voy a salir de nuevo —anunció.

—¡Qué! —gritó Freya—. ¡Euan! ¡No!

—Sí. Mira. Tarde o temprano, todos nos vamos a morir. Así que es posible que nos hayamos envenenado, y es posible que no. No tardaremos en averiguarlo. Entretanto, mientras mantengas la integridad del traje, no hay ninguna diferencia entre quedarse aquí o salir. Así que voy a jugármela y a salir. No veo por qué no iba a hacerlo. Sea como sea, estaré bien. Quiero decir que o ya estoy infectado, en cuyo caso mejor disfrutar de los últimos días que me quedan, o no lo estoy, y no lo estaré mientras no sufra un corte en el traje. Menuda tonta. Ojalá no se hubiese apartado del camino; ese trecho que pisó era evidente que correspondía a arenas movedizas, no sé qué le pasó por la cabeza, qué era lo que perseguía. Un resplandor en el agua, dijo, o algo así. Pero ¿de verdad? En fin, nunca lo sabremos. Y no importa. No me apartaré de tierra firme. Puede que me mantenga al margen del estuario y suba al acantilado, que es desde donde se disfruta de las mejores vistas. Saldré a contemplar el amanecer. Nadie aquí va a detenerme. Igualmente todos nosotros somos presos. Todo el mundo permanece encerrado en una sala situada en algún lado. Nadie puede detenerme sin ponerse en peligro, ¿no? Y nadie quiere hacerlo de todos modos. Así que voy a salir a ver el amanecer. Te llamaré dentro de poco.

Se impuso el silencio a bordo, y la vida adoptó la naturaleza de una vigilia, incluso de un velatorio. La gente comentaba la situación que se vivía en la superficie mediante murmullos, hablando esperanzada, en teoría, pero asustada, dando por sentado lo peor. Por supuesto, la mujer podría haber muerto de resultas de la conmoción, de un ataque asmático, del crecimiento oportunista de las bacterias de las que ya era portadora, parte de la reserva bacteriana de la propia nave, que de ningún modo era totalmente benigna, como habían tenido ocasión de comprobar. Como Aurora era o parecía ser inerte, esto último se perfilaba como la explicación más plausible.

Pero ¿era Aurora inerte? ¿Era una luna muerta, tal como parecía ser? ¿Era el oxígeno de la superficie resultado de procesos abiológicos, tal como se había asumido a partir de las firmas químicas, y la ausencia de vida evidente en la luna? ¿O había una especie de vida que no veían, presente quizá en el fango del estuario de Medialuna?

Pero si se encontraba en un lugar, también lo haría en otros. Así que los biólogos de a bordo negaron con la cabeza, frustrados por la ignorancia. Euan salió de nuevo al exterior, y ya que estaba dispuesto a hacerlo, había gente que quería que trajese muestras de fango de la región donde Clarisse había sufrido la caída, que se acercase todo lo posible, tanto como se atreviera, a las arenas movedizas, que escarbara y tomara muestras de fango en un frasco sellado, para llevarlo de vuelta a Hvalsey para su estudio. Contaban con los restos de fango del traje de Clarisse, por supuesto, y también tenían su cadáver, así que no era necesario recoger más muestras, pero algunos de los microbiólogos las querían de todos modos, para comprobar la matriz local no contaminada por todo lo sucedido desde la caída de Clarisse.

Euan se mostró más que dispuesto. También hubo otros en Hvalsey, así que salieron en grupos pequeños, sin abandonar los senderos, descendiendo al estuario en breves expediciones, todo lo contrario a sus anteriores salidas. Caminaban en silencio, como si anduvieran por un campo de minas o se dispusieran a descender al infierno. Incursiones en lo indescriptible. Euan era el único de ellos que entonaba cancioncillas, incluida una con el estribillo Sadrac, Mesac y Abednego, una antigua canción espiritual o seudoespiritual, tal como determinó la nave, que hacía una referencia bíblica a los prisioneros de Babilonia que sobrevivieron a un ardiente horno gracias a la protección de la intervención de Jehová.

Euan cantaba estas canciones fuera de los canales públicos, hablando únicamente a Freya en el canal privado. Algunos de los otros exploradores se comportaban de manera similar, conversando únicamente con gente a quien conocían bien. A bordo corrió la noticia de sus diversas expediciones. Quienes estaban en la superficie parecían sentir una nueva distancia respecto a quienes vivían a bordo. Todo era distinto de cómo había sido con anterioridad.

Jochi siguió metido en el coche, al margen del resto de los colonos, comiendo comida deshidratada y congelada. Una noche, se puso el traje y salió hacia otro de los vehículos de expedición, del que tomó todos los alimentos y las bombonas portátiles de oxígeno que llevó de vuelta a su coche.

Había pedido permiso para regresar a bordo; sus comunicaciones diarias con la nave empezaban con la misma petición. Hasta el momento, el consejo que gobernaba la nave únicamente había rechazado su petición una vez, y después de eso, no prestó oídos a su insistencia. Por el momento, nadie regresaría a bordo. Los colonos estaban sometidos a cuarentena.

Así que Jochi pasó el tiempo en el coche, contemplando la pantalla. Desde allí pudo operar a distancia algunos de los ingenios médicos del laboratorio clínico donde Clarisse había fallecido, y pasaba parte de su tiempo investigando el fango que Euan y los demás habían llevado de vuelta, aprovechando el microscopio electrónico de la clínica. Su aprendizaje con Aram y el grupo de matemáticas había versado en esa materia, pero como parte de ese equipo a veces había colaborado con biofísicos, y de todos modos investigaba tanto como podía, Aram expresó la esperanza de que el muchacho fuera capaz de hallar algo que pudiera resultar útil. Aram estaba muerto de preocupación por el hecho de que Jochi estuviese allí; pasaba muchas horas en la cocina de Badim y Freya, encorvado, demacrado, atento como los demás a las pantallas.

Jochi no dijo nada durante mucho tiempo acerca de sus hallazgos. Cuando Freya le preguntó al respecto, él se limitó a encogerse de hombros y mirarla a los ojos desde su pantalla.

En una ocasión, dijo: «Nada».

En otra ocasión, dijo: «Las matemáticas no son biología. Al menos normalmente. Así que no sé ni lo que hago».

—¿Quieres que te envíe más archivos médicos de los que nos llegan procedentes de la Tierra? —preguntó Freya.

—He consultado el índice. No encuentro nada ahí que pueda sernos de ayuda.

Una semana más tarde, más de la mitad de los colonos de Hvalsey habían contraído fiebre. Jochi siguió metido en el coche. No volvió a solicitar regresar a bordo.

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