Aurora

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3. En el viento

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Euan volvió a ir a menudo al estuario, o al acantilado. Dormía en el exterior, y rara vez regresaba para comer. Todos en Hvalsey se comportaban de un modo algo distinto, y no estaba claro si hablaban mucho entre sí. Un día, unos pocos organizaron un baile al que debían acudir con una prenda de color rojo.

Jochi llamó a Aram una mañana.

—Creo que podría haber encontrado el patógeno —se limitó a decir—. Es pequeño. Me recuerda quizá un poco a un prión. Como una especie de proteína extrañamente doblada, tal vez, pero solo por su forma. Es mucho más pequeña que nuestras proteínas. Y se reproduce a mayor velocidad que un prión. En cierto modo, es como los virus que viven dentro de virus, o v’s, pero más pequeño. Algunas parecen anidar en otras. La más pequeña mide diez nanómetros, la mayor cincuenta. Me dispongo a enviar a bordo las imágenes del microscopio electrónico. Cuesta determinar si están vivas. Puede que sean un paso intermedio hacia la vida, con algunas de las funciones vitales pero no todas. En fin, en una buena matriz parecen reproducirse. Lo cual supongo que significa que son una forma de vida. Y nosotros parecemos ser una buena matriz.

—¿Por qué nosotros? —preguntó Aram. Dada su importancia, había incluido a Badim en la llamada—. Después de todo, en este lugar somos alienígenas.

—Estamos hechos de moléculas orgánicas. Puede que no sea más que eso. O el calor que albergamos. Un buen medio de crecimiento, eso es todo. Y nuestra circulación sanguínea se desplaza por todo nuestro organismo.

—Entonces, ¿están localizadas en ese fango del estuario?

—Sí. Ahí se encuentra la mayor concentración. Pero ahora que las he descubierto, he visto unas pocas por todas partes. En el agua del río. En el agua del mar. En el viento.

—Deben necesitar más que agua.

—Sí, claro. Puede que sales, tal vez materia orgánica. Pero nosotros somos salados, y orgánicos. Y también lo es el agua de aquí. Y el viento proyecta la sal en el aire.

Cuando tres personas más fallecieron en Hvalsey del mismo modo que Clarisse, de algo parecido a un shock anafiláctico, y posteriormente Euan contrajo también fiebre, salió a solas al exterior en dirección al borde del estuario, hasta la playa situada al pie del breve acantilado, en el extremo sur de la laguna.

Hacía tanto viento como siempre, el viento costero de media mañana del día-mes. Así que en cuanto salió a la playa y se refugió en el acantilado, se puso al abrigo del viento. Las rachas catabáticas se abatían sobre el estuario y alcanzaban el oleaje que cerraba sobre la costa, levantándolo unos instantes al alzarse en los bajíos, y esparciendo la espuma blanca que coronaba las olas. Estos arcos de espuma trazaban gruesos arco iris en miniatura, llamados ehukai en lengua hawaiana. Planeta E era un grueso gajo en cuarto creciente en su habitual rincón del firmamento, muy brillante y recortado contra un fondo azul marino, de modo que la luz en el aire salado sobre el mar parecía provenir de todas direcciones e impregnarlo todo. Las sombras dobles en el suelo eran tenues, y hasta la última roca, hasta la última ola, parecían impregnadas de esa luz.

—Habría sido un lugar estupendo para vivir —dijo Euan.

Ahora solo conversaba con Freya por el canal privado. Ella estaba sentada en la silla situada junto a su cama, encorvada sobre el estómago, contemplando la pantalla. Euan paseaba su mirada, y su pantalla enfocaba todo aquello que miraba.

—Un mundo hermoso, sin duda. Lástima lo de esos bichos. Aunque supongo que deberíamos haberlo sospechado. Todo ese asunto del oxígeno en la atmósfera abiológica, imagino que tendréis que meditar eso a fondo. Supongo que todavía puede ser cierto. Pero si esas cosas que Jochi descubrió exhalan oxígeno, entonces probablemente no lo sea.

Hubo un largo silencio. Seguidamente Freya le oyó exhalar un suspiro y llenar de nuevo de aire los pulmones.

—Probablemente sean como arqueobacterias. O una especie de prearqueobacterias. Debéis estar atentos a eso. Podría haber otros indicios químicos en el oxígeno que delaten sus orígenes. La proporción de isótopos podría variar dependiendo de cuánto se expresa en el aire. No me sorprendería. Sé que pensaron que tenían una rúbrica ahí, pero van a tener que recalibrar. La vida podría ser más variada de lo que pensaron. Tal como no deja de demostrarse.

»No es que vayáis a tener ocasión de hacer pruebas aquí —continuó al cabo de un rato. Ahora caminaba por la playa. El viento rascaba el micrófono exterior y también empujaba granos de arena por la playa hasta la espuma que lamía los pies de Euan.

»Supongo que ahora tendréis que probar a hacer algo con la luna de F. Probablemente esté muerta. O probar incluso con E. —Levantó la vista hacia él, enorme en el firmamento azul—. Bueno, no. Es demasiado grande. Demasiado pesado.

Al cabo de dos minutos, añadió:

—Tal vez podáis seguir viviendo a bordo y almacenar todo aquello que escasee ahí, tanto de aquí como de E. Terraformar la luna de F si podéis. O puede que podáis reabastecer y viajar a otro sistema totalmente distinto. Creo recordar que hay una estrella G a unos pocos años luz de distancia.

Un largo silencio.

Después:

—Pero ¿sabes? Apuesto a que todos son como este. Quiero decir que o bien están muertos o bien están vivos, ¿verdad? Si tienen agua y orbitan en la zona habitable, estarán vivos. Vivos y venenosos. No sé… Puede que estén vivos y nosotros podamos convivir con ellos y ambos sistemas se ignoren. Pero eso no suena a vida, ¿no crees? Las cosas vivas comen. Poseen sistemas inmunológicos. Así que eso será un problema, al menos durante la mayor parte del tiempo. Biología invasiva. Por otro lado, los mundos muertos, los que estén secos, los que sean demasiado fríos o demasiado calientes, serán inútiles a menos que posean agua, y si tienen agua probablemente estén vivos. Sé que algunas sondas han mostrado lo contrario, como sucedió aquí. Pero las sondas nunca se detienen y hacen pruebas de manera minuciosa. Podrían efectuar sus pruebas desde la Tierra, si lo piensas detenidamente. Los bichos como los que tenemos aquí, no vais a encontrarlos a menos que os lo toméis con calma y vayáis a la caza. Vivir cerca un tiempo, observar. Llegado ese momento ya será tarde si obtenéis un mal resultado. No os quedará más que lamentaros de vuestra suerte.

Hubo un largo silencio mientras caminaba por la playa.

Entonces:

—Qué lástima. Es un mundo muy, muy bonito.

Más tarde:

—Lo gracioso del caso es que alguien pensase que iba a funcionar. Me refiero a que es obvio que un lugar nuevo estará vivo o muerto. Si está vivo, será venenoso; si está muerto, habrá que trabajar desde cero. Supongo que eso podría funcionar, pero podría tardar el mismo tiempo que se tomó la Tierra. Incluso si cuentas con los bichos adecuados, aunque pongas a trabajar a las máquinas, tardarías miles de años. Entonces, ¿qué sentido tiene? ¿Por qué molestarse? ¿Por qué no contentarse con lo que tenemos? ¿Quiénes eran para estar tan descontentos? ¿Quién coño eran?

Esto le recordó al discurso de Devi. Freya hundió el rostro entre las manos.

Más tarde:

—Pero es un mundo muy, muy bonito. Hubiese sido un lugar hermoso.

Más tarde:

—Puede que se deba a eso que nunca hayamos tenido noticias de nadie más. No solo se trata de que el universo sea demasiado grande, que lo es. Ese es el motivo principal. Resulta también que la vida es algo planetario. Empieza en un planeta y forma parte de él. Es algo que hacen los planetas con agua, quizá. Pero también se desarrolla para vivir donde le toque. Así que, ya sabes, la paradoja de Fermi tiene una respuesta, que es la siguiente: para cuando la vida se vuelva lo bastante inteligente para abandonar el planeta, también lo será para querer marcharse. Porque sabe que no resultará. Así que se queda en casa. Disfruta estando en su casa. Ni siquiera vale la pena intentar ponerse en contacto con nadie. Y ¿por qué ibas a hacerlo? Nadie contestará. Esa es mi respuesta a la paradoja. Puedes llamarla la Respuesta de Euan.

Más tarde:

—Así que, por supuesto, cada tanto alguna forma de vida particularmente estúpida intentará romper el molde y abandonar su estrella natal. Estoy seguro de que eso sucede. Míranos a nosotros, por ejemplo. Nosotros lo hicimos. Pero no resulta, y la vida que permanece con vida aprende la lección, y deja de intentar hacer algo tan absurdo.

Más tarde:

—Quizá algunos de ellos logren incluso regresar a casa. Eh, yo en vuestro lugar, Freya, intentaría regresar a casa.

Más tarde:

—Quizá.

Más adelante, sin dejar de caminar en dirección sur, Euan pasó por un barranco que hendía el acantilado marino. El acantilado era un poco más bajo a ambos lados de esta hendidura, la cual discurría hasta el terreno estriado formando un ángulo pronunciado, y un arroyuelo corría hasta formar un estanque en la arena de la playa, bajo el acantilado. En el punto donde este estanque estaba más próximo al mar, una corriente poco profunda de agua horadaba la arena húmeda y se vertía en la espuma del oleaje.

El viento silbaba por la hendidura. En lo alto se estrechaba, y ambas paredes laterales formaban ángulos que daban la impresión de ser infranqueables. En lugar de trepar hasta allí e investigar, Euan anduvo a través del arroyo de la playa, chapoteando sin miedo, a pesar de que en el punto medio se hundió hasta las rodillas. En ese punto su fiebre había alcanzado una cota elevada. Las mediciones del traje figuraban en rojo parpadeante al pie de la pantalla.

Freya se encogió, abrazándose el estómago, en una posición que había adoptado a menudo cuando Devi estaba enferma. Se levantó y fue a la cocina para tomar unas galletas saladas que engulló y bajó con un vaso de agua. Inspeccionó el agua del vaso, dio unos sorbos más, y regresó a su silla y a la pantalla.

Euan continuó caminando en dirección sur y alcanzó una parte más ancha de la playa, donde unas dunas esculpidas por el viento se alzaban al abrigo del acantilado. Ascendió hasta coronar la más alta de ellas. Tau Ceti era un resplandor tan brillante que era imposible mirarlo, la estrella derramaba su luz sobre la cima del acantilado y sobre el mar. Euan se sentó.

—Precioso —dijo.

Seguía teniendo el viento a la espalda. Miró el oleaje, estaba claro que el viento suspendía unos instantes las olas antes de que rompieran; se extendían hacia la orilla, luego reculaban y colgaban allí en una pared vertical al caer sobre la orilla. Intentaban caer, pero el viento las sostenía. Por último, la parte más inclinada se precipitaba con estruendo de espuma blanca, parte de cuya blancura se alzaba proyectada hacia arriba y era atrapada por el viento, que la empujaba de vuelta sobre la pared de aguas blancas. Los veloces, gruesos ehukai cruzaban estas colas espumosas.

—Qué calor —dijo Euan. Anduvo al borde de la duna y se deslizó por la ladera frente al mar.

Freya se tensó, hundió los dientes en el dorso de una de sus manos crispadas.

Euan contempló las olas durante largo rato. El trecho gris oscuro que mediaba entre el estanque de la playa y el agua del mar estaba surcado de vetas de arena negra, lejos a ambos lados del arroyo pequeño que desembocaba en los rompientes.

Freya observó en silencio. Euan tenía una fiebre muy alta.

Se tumbó en la arena. La cámara del casco mostraba principalmente la arena que tenía debajo, arrugada y granular, salpicada de manchas de espuma. Las olas rotas barrían la orilla, paraban y se retiraban con rapidez, imprimiendo a su paso una línea de espuma. El agua siseaba, rugía, y de vez en cuando las olas frente a la orilla rompían con torpeza. Tau Ceti se había distanciado ya del acantilado, y toda el agua entre la playa y el horizonte era una retumbante masa de azul y verde. Las olas rotas eran un intenso rumor blanco. Las olas se volvían translúcidas antes de romper. Euan parecía dormido. Freya, que cabeceaba, apoyó la frente en la mesa.

Mucho después algo le hizo levantarla. Observó cómo Euan se ponía en pie.

—Estoy ardiendo —dijo con la voz rota—. Pero ardiendo. Supongo que ya no hay remedio.

Rebuscó en la pequeña mochila.

—Bah, de todos modos me he quedado sin comida. Y sin agua.

Dio unos golpecitos con el dedo en el navegador. Se oyó un chirrido.

—Lo suponía —dijo—. Ahora puedo beber del arroyo. Y seguro que también del estanque. Debe de ser mayormente potable.

—Euan —gritó Freya—. Euan, por favor.

—Freya —respondió él—. No me vengas con por favores. Mira, quiero que apagues la pantalla.

—Euan…

—Apaga la pantalla. Espera, supongo que yo mismo puedo hacerlo desde aquí. —Tamborileó en el navegador. La pantalla de Freya se fundió a negro.

—Euan.

—No pasa nada —dijo él ya sin transmitir imágenes—. Yo ya estoy acabado. Pero hace tiempo que puede decirse eso de nosotros. Al menos yo estoy en un lugar hermoso. Me gusta esta playa. Voy a darme un baño.

—Euan.

—No pasa nada. Apaga el sonido también. Apágalo. Estas olas son muy ruidosas. Jo, qué fría está el agua. Eso es bueno, ¿eh? Cuanto más fría, mejor.

El ruido del agua le envolvió la voz. Decía «Ah, ahh» como quien pone un pie en agua muy caliente, o muy fría.

Freya se llevó las manos a la boca.

Los sonidos del agua se volvieron más y más estruendosos.

—Ahh. ¡Bueno, ahí viene una pedazo de ola! ¡Voy a montarla! ¡O mejor me quedaré debajo si puedo! ¡Freya! ¡Te quiero!

Después tan solo se oyó el rugido del oleaje.

Varios de los colonos de Hvalsey desaparecieron en el entorno. Algunos se fueron en silencio, con el localizador geoposicional del traje apagado; otros permanecieron en comunicación con sus amistades de la nave. Unos pocos retransmitieron su final a quienquiera que quisiera observar y escuchar. Jochi se quedó en su vehículo y se negó a hablar con nadie, ni siquiera con Aram, quien a su vez se volvió callado.

Entonces, todos los supervivientes de Hvalsey, exceptuando a Jochi, desoyeron las instrucciones procedentes de a bordo conforme debían permanecer en Aurora, y prepararon uno de los transbordadores para regresar a la órbita. Hacerlo sin la colaboración de los técnicos en transbordadores de la nave fue difícil, pero buscaron la información que necesitaban en el ordenador, llenaron de oxígeno líquido la modesta embarcación y se amontonaron en el vehículo auxiliar, sirviéndose del empuje del cohete y el tirón orbital para reunirse con la nave en su órbita.

Puesto que tenían prohibida la reentrada en la nave, y se les informó de que ningún periodo de cuarentena bastaría para que se juzgase segura su reentrada, surgió la pregunta incómoda de cómo obrar cuando llegó el transbordador dispuesto para abarloarse con la nave. Hubo a bordo quienes dijeron que si los del transbordador sobrevivían durante cierto periodo de tiempo, pongamos un año (hubo quien sugirió diez), sería obvio que no eran vectores del patógeno, y podía permitírseles la reentrada. Otros se mostraron contrarios a ello. Cuando el comité que el consejo ejecutivo reunió a toda prisa, al que se asignó la labor de tomar una decisión, anunció que no creían que hubiese un periodo de cuarentena lo bastante largo para demostrar que los colonos estaban a salvo, muchos se sintieron aliviados de oírlo; otros hicieron público su desacuerdo. Pero la cuestión de qué hacer con la partida de desembarco siguió estando ahí, mientras el transbordador se acercaba a la nave en su órbita.

El comité de emergencia se dirigió a los groenlandeses por radio, para decirles que mantuvieran una distancia física con la nave, que permanecieran cerca de ella como una especie de pequeño satélite. Los groenlandeses acataron estas instrucciones, al menos al principio; pero cuando se quedaron sin alimentos, agua y oxígeno, y no recibieron suministros de la nave, tal como se les había prometido, debido a un problema técnico con el transbordador destinado a esta labor, tal como se les explicó, acercaron el vehículo auxiliar a la escotilla principal del muelle de los transbordadores, a popa de la columna. Desde allí, propusieron ocupar las dependencias del Anillo Interior A del Radio 1, sugiriendo aislarlas permanentemente de la columna y los biomas. Permanecerían confinados en estas habitaciones y serían tan autosuficientes como fuese posible, durante el periodo de tiempo que la gente a bordo juzgase conveniente. Después, podría considerarse la cuestión de la reintegración, y si la gente de a bordo se había acomodado a la idea, los colonos podrían reintegrarse a la vida cotidiana de la nave.

Después de una breve reunión, el comité denegó expresamente este plan, ya que entrañaba un peligro demasiado elevado de infección para todas las formas de vida presentes a bordo. Una pequeña muchedumbre, principalmente integrada por habitantes de Patagonia y de Labrador, los dos biomas situados en el extremo del Radio 1, se reunió ante la escotilla del embarcadero de transbordadores, exhortándose unos a otros para resistir cualquier incursión que intentasen los que ellos llamaban «los infectados». Otros se sintieron alarmados al ver en pantalla que este grupo se reunía, y algunos empezaron a subirse al tranvía y dirigirse a la columna, para intervenir de algún modo que no tenían muy claro. En Labrador y en Pradera, las paradas de tranvía empezaron a llenarse de gente, muchos de ellos discutían con otros grupos con los que se topaban. Hubo peleas, y algunos jóvenes sabotearon los raíles del tranvía en Pradera, parando el tráfico que se desplazaba en torno al Anillo B.

Suspendidos frente al embarcadero, los colonos del transbordador informaron de que la aglomeración de personas embarcadas en el vehículo auxiliar había causado una especie de avería, de modo que se estaban quedando rápidamente sin reserva de oxígeno, y que por tanto iban a acceder a la nave, tal como se habían propuesto. Advirtieron a la gente de la nave que se disponían a entrar, y la gente apostada ante la escotilla principal los advirtió de que no lo hicieran. Gente de ambos bandos se hablaban a gritos, furiosos. De pronto, las luces de la consola de operaciones de a bordo indicaron que los colonos se disponían a acceder al interior de la nave, momento en el que algunos de los jóvenes que había en la sala de operaciones arremetieron contra los miembros del consejo de seguridad encargados de operar la escotilla, derribándolos a golpes y haciéndose con los mandos. A esas alturas el griterío era tal que nadie entendía una palabra. El transbordador accedió al muelle de atraque, que automáticamente lo aseguró en posición. La escotilla exterior del muelle se cerró, el muelle se presurizó y el tubo de acceso al muelle se extendió para unir la escotilla del transbordador con la escotilla interior, todo ello de forma automática. Los colonos del transbordador abrieron la escotilla y se dispusieron a abandonar el vehículo exterior a través del tubo de acceso, pero al mismo tiempo, quienes estaban al mando de las operaciones de la consola de la escotilla cerraron el acceso a la escotilla interior y abrieron la escotilla exterior, que en tres segundos expulsó catastróficamente el aire del muelle, del tubo de acceso y del transbordador abierto. Las setenta y dos personas que había en el vehículo y en el tubo de acceso murieron de resultas de la descompresión.

De nuevo corrían malos tiempos.

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