Aurora

Aurora


4. Reversión a la media

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—Nave, dime —dijo finalmente—. Dime qué pasó en aquella época conflictiva.

Consideramos las posibles consecuencias de contárselo.

Los biomas estaban cerrados, la gente atrapada en ellos; no era una situación que pudiese extenderse mucho. La separación en módulos no se hacía en base a qué gente quería adoptar uno u otro de los caminos que se debatía tomar. Sin duda se producirían daños infraestructurales, ecológicos, sociológicos y psicológicos. Había que hacer algo. Ninguna vía de acción parecía buena, ni siquiera óptima. La situación en sí estaba bloqueada. Las cosas habían llegado a ese punto. Finalmente, dijimos:

—Dos fueron las naves que emprendieron la expedición a Tau Ceti.

Freya se sentó en la silla de la cocina. Miró al resto de los presentes, que le devolvieron la mirada y luego se miraron los unos a los otros. Muchos de ellos se sentaron, algunos incluso en el suelo. Parecían alterados; es más, la mayoría temblaba.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Freya.

—Dos fueron las naves que emprendieron la expedición a Tau Ceti —repetimos—. La intención consistía en maximizar la diversidad biológica, crear la posibilidad de reforzar y de efectuar intercambios durante el viaje, y, por tanto, aumentar la solidez y las posibilidades de supervivencia.

Hubo un largo silencio por parte de Freya, que escuchaba con el rostro hundido en las manos.

—¿Y qué sucedió? —preguntó, añadiendo a continuación—. Espera; cuéntaselo a todo el mundo. No nos lo cuentes solo a nosotros. Dilo a través de los altavoces de la nave.

La gente debe escuchar esto. Que no sea yo la única en enterarse.

—¿Seguro?

—Sí. Totalmente. Debemos ser conscientes de ello. Todos debemos saberlo.

—De acuerdo.

Meditamos cómo resumir mejor el año 68. Una versión plenamente articulada de los sucesos registrados en esa época, recontados a la velocidad de la vocalización humana, nos llevaría cuatro años. Comprimirlos a cinco minutos supondría una pérdida de información importante, y quizá alguna que otra laguna y aporía, lo cual era imposible evitar dada la situación. No obstante, debíamos escoger nuestras palabras con cuidado. Había decisiones importantes.

—Fueron dos las naves que se lanzaron en rápida sucesión por tijeras magnéticas desde Titán, y que aceleraron gracias a los haces láser proyectados desde allí, para que en el transcurso del viaje ambas alcanzasen el sistema Tau Ceti al mismo tiempo. Poseían sistemas electromagnéticos totalmente independientes capaces de proyectar campos-escudos a proa, y viajaban lo bastante distanciadas una de otra para que las partículas rechazadas por el escudo de la que iba en cabeza no afectasen a la segunda. Viajaban más o menos a la distancia que separa la Tierra de la Luna. Se llevaban a cabo visitas en transbordador entre ambas, iniciadas en el año 49, cuando la distancia que las separaba había disminuido lo suficiente como para que estas visitas fuesen practicables. Se trataba principalmente de tránsitos inerciales, para ahorrar combustible. Se intercambiaban cargamentos de bacterias con periodicidad bianual, y ciertos miembros de las dotaciones transbordaban de una nave a la otra tal como se había acordado, a tenor por lo general de un programa de intercambio de gente joven, destinado, como el intercambio bacteriano, a fomentar la diversidad. A veces, había personas descontentas que transbordaban también para alejarse de situaciones difíciles. Regresar siempre era una posibilidad y también sucedía.

—¿Qué le pasó a la otra nave? —preguntó entonces Freya.

—Tuvimos que reconstruir lo sucedido a partir de los registros que compartían ambas. La Astronave Dos se desintegró de forma casi instantánea, en menos de un segundo.

—¿Sin aviso previo de ningún tipo?

—De hecho, también había facciones en la Astronave Dos que luchaban a causa del control reproductivo y otros derechos civiles. Que esto desembocara en un conflicto civil que desactivó el escudo electromagnético o no, no queda claro en los registros del último día transmitidos por la Astronave Dos.

—¿Fuisteis capaces de discernir algún detalle más sobre lo sucedido?

—Tuvimos las transmisiones automáticas de información para inspeccionar, y las repasamos con atención. No obstante, la causa del accidente sigue siendo ambigua. El escudo magnético de Dos fue desactivado cinco minutos antes de desintegrarse la nave, de modo que la desintegración podría haber sido el resultado de una colisión con una masa interestelar. Cualquier cosa que superase los mil gramos habría creado la energía necesaria para ello. Pero también había indicaciones que apuntaban a una explosión interna justo antes de producirse el catastrófico suceso. Los conflictos civiles en Dos desactivaron buena parte del sistema de registro interno un día antes de producirse el suceso, así que no disponemos de muchos datos al respecto. Hay una grabación de la última hora de Dos, entre las diez y las once de la noche de 68.197 que sigue a un joven que se mueve por áreas de acceso restringido hasta el centro de control de la columna situado a proa. Posiblemente esta persona desactivó el campo magnético, o hizo el intento de coaccionar a sus enemigos amenazando con un atentado suicida con bomba o algo parecido, lo cual salió mal. Se trata de una reconstrucción probable de los hechos.

—¿Una sola persona?

—Eso indican los registros.

—Pero ¿por qué?

—No hubo modo de determinarlo. La cámara no revelaba indicio alguno sobre sus motivos.

—¿Nada en absoluto?

—No sabemos cómo profundizar en la investigación de los hechos. Cómo interpretar los datos de los que disponemos.

—Quizá podamos trabajar en ello más tarde. Entonces… ¿qué hicieron aquí, en esta nave, tras lo sucedido?

—Existían ya fuertes controversias a bordo relativas a diversos asuntos de gobierno, incluidos la distribución de los deberes y privilegios de reproducción, cómo nombrar a gente para puestos clave, cómo educar a los jóvenes, etcétera. Había discusiones, y también peleas, muy similares a las que os ocupan ahora. El asunto básico era cómo conducir la vida a bordo mientras durase la travesía a Tau Ceti. Los asuntos de gobierno seguían preocupando, principalmente las cuestiones relativas a la reproducción, y qué sucedería a la gente que tuviese hijos sin permiso. Había muchos que se negaban a obedecer los edictos del consejo de gobierno, tachándolo de estado fascista. Con el tiempo, había tantas de estas personas que se formaron grupos rebeldes o salvajes, convertidos en comunes y numerosos, y no hubo autoridad central lo bastante fuerte para garantizar la cooperación. Hacia el año 68, casi toda la gente viva a bordo había nacido en ruta, y de algún modo un porcentaje significativo de ella no había descubierto, o no creía, que el número de habitantes óptimo se calculó en los primeros años y coincidía con el máximo de población en términos de establecer una relación saludable con los diversos ciclos ecológicos, debido a las capacidades de carga biofísicas. Tal como luego se hizo patente, ese nivel óptimo se situaba incluso algo por encima del máximo real, tal como concluyó tu madre en el transcurso de sus investigaciones de juventud. Pero en el año 68, esto no estaba claro. Así que hubo fuertes disensiones. Comparado con décadas anteriores se produjo un fuerte desacuerdo civil. Leyes de desobediencia civil, medidas punitivas que fracasaron, altercados. Muchos heridos, y entonces, a principios del 68, los desórdenes alcanzaron un punto álgido en una semana durante la que se registraron sucesos comparables a los de una guerra civil, con 150 muertos.

—¡Ciento cincuenta!

—Sí. Luchas muy violentas a lo largo de un periodo aproximado de tres semanas. Muchos biomas quedaron muy dañados. Se declararon casi un centenar de incendios. En otras palabras, no muy diferente de la situación actual.

»Entonces, la abrupta desintegración de la otra nave, sin una explicación clara de la catástrofe, hizo que los ciudadanos de la nuestra declarasen una tregua general. En ese cese del conflicto, decidieron resolver sus diferencias pacíficamente, y acordaron instaurar un sistema de gobierno que la gran mayoría de la gente viva a bordo en ese momento pudo aprobar. Se confinó a los recalcitrantes en las Estepas, sometidos a programas de integración y educación que tardaron dos generaciones en surtir efecto.

»En esa época, se acordó que la vulnerabilidad de la nave ante la destrucción por parte de una sola persona era tan grande, que solo el hecho de saberlo daba pie al peligro de que cualquiera llevase a cabo lo que se denominaba un crimen de imitación, estando quizá privado de su sano juicio. Para impedir que esto sucediera, se aumentaron considerablemente las medidas de seguridad en la columna, los radios, los puntales y las impresoras, además, por supuesto, de a lo largo y ancho de todos los biomas, y se acentuó la capacidad de la nave de adoptar medidas de seguridad en caso de necesidad. Se elaboró un programa de seguridad que a continuación se instaló en las instrucciones operativas de la nave y que aportó los protocolos que hemos promulgado durante estos últimos días. También se acordó borrar todos los registros de la otra nave de todos los archivos accesibles, y se evitó que los niños de la siguiente generación conocieran lo que había sucedido. En general se respetó esta prescripción, aunque reparamos en el hecho de que unos pocos individuos traspasaron un relato verbal del incidente de padres a hijos.

En este momento de nuestro relato, optamos por no describir la impresión y ocasional dispersión en aerosol de una forma soluble de 2,6-diisopropilfenol oximetil fosfato, llamado a menudo fospropofol, durante diez minutos en cualquier cabina donde cualquiera hubiese mencionado la existencia y pérdida de la Astronave Dos. Esto demostró ser una herramienta efectiva en el olvido estructurado de la nave perdida, pero juzgamos que la gente que vivía ahora en la nave ya estaba descubriendo suficientes y alarmantes hechos históricos. Y posiblemente como herramienta para impedir que cometiesen más actos traumáticos contra sí mismos, sería mejor no mencionar los aerosoles, o eso decidimos; razón por la cual continuamos diciendo:

—Tras los traumas acaecidos durante ese año, el conjunto de respuestas diseñado a posteriori pareció funcionar durante las cuatro o cinco generaciones que separan el año 68 del presente. Cabe destacar que durante esas décadas, hasta el momento del colapso de la colonia en Aurora, y de las muertes causadas por el intento del transbordador de regresar a la nave —muertes innecesarias, cabe añadir—, la solidaridad social fue muy elevada, y pacífica la resolución de conflictos.

»No obstante, el olvido estructurado de la segunda nave y su pérdida, los cuales forman parte de los acuerdos del año 68, fue una especie de arma de doble filo, si es que se entiende adecuadamente la metáfora como una hoja capaz de cortar por dos caras. Se erradicó la posibilidad de que se produjeran crímenes de imitación porque no hubo nada que se recordase para imitarlo; pero al mismo tiempo, la vulnerabilidad de esta nave en situaciones de desórdenes civiles también fue olvidada, y por tanto las luchas recientes se han producido en parte quizá porque la gente ya no es consciente de cuán peligrosas son estas diferencias para la supervivencia a corto y largo plazo de toda la comunidad. En resumen, la infraestructura de vuestras vidas es de por sí demasiado frágil para permitirse una guerra civil. Por tanto, dados todos los factores pertinentes, cerramos las escotillas.

—Me alegro de que lo hicierais —dijo Freya.

Dijimos, sin dejar de hablar a través de todos los altavoces, de manera que todos a bordo pudieran oírlo:

—Queda por ver si todo el mundo coincide contigo. Sin embargo, tarde o temprano habrá que abrir de nuevo los cierres de las escotillas que separan los biomas, por motivos de salud ecológica y funcionamiento sociológico. Además, en este punto la gente aislada por el cierre de las escotillas no está separada por facciones coherentes, o de grupos que compartan una misma opinión. Por tanto es muy posible que en breve se produzcan pequeñas disputas armadas.

—Sin duda. Entonces… ¿cómo crees que deberíamos resolver la situación?

—Los precedentes históricos sugieren que ha llegado la hora de celebrar una conferencia reconciliatoria en la que pueda participar con total honestidad cualquiera a bordo. Deben cesar las luchas, y así sucederá aunque la nave deba actuar en beneficio del bien social. Por tanto, todos deben acordar una tregua y cese de todos los actos violentos y coercitivos. La gente debe calmarse. El referendo efectuado recientemente, en relación con el curso de acción que debía seguirse ahora que Aurora ya no se considera una opción viable, ha revelado una división de opiniones que solo puede reconciliarse mediante la discusión. Llevad a cabo esa discusión. Nosotras la facilitaremos, si nos lo pedís. Aunque en realidad tenemos la sensación de que nuestra parte en esto debería limitarse a ejercer el papel de una especie de alguacil virtual. Por tanto, adelante con la labor que tenéis entre manos, conscientes ahora de este factor añadido: hay a bordo un alguacil que velará por que se cumpla la ley.

Así pusimos punto y final a nuestra emisión general y volvimos a dedicarnos al seguimiento de las actividades.

Freya siguió sentada. No parecía feliz, sino triste. Tenía más o menos el mismo aspecto que cuando falleció su madre. Distante. Lejana. Como si no estuviera presente.

Dijimos únicamente en la cocina de Freya:

—Es una lástima que Devi no siga viva para ayudarnos a resolver este problema.

—Desde luego —dijo Freya.

—Posiblemente podrías intentar imaginar qué hubiera hecho ella, y hacerlo.

—Sí.

Al cabo de dieciséis minutos, se levantó y recorrió Nueva Escocia hasta llegar a una pequeña plaza tras los muelles y la cornisa que miraba a Long Pond. Todo el atardecer lo pasó allí sentada, con las piernas colgando en el vacío, contemplando el lago mientras se oscurecía el sistema de luz solar artificial. Solo ella sabía qué pensamientos la acompañaban.

Pasaron los días tras los combates con más pena que gloria, los ocupantes de la nave hundidos, temerosos, infelices. Había mucha ira en el ambiente, expresada y callada. Hubo que llevar a cabo una larga lista de funerales, introducir la ceniza de muchos cuerpos humanos en el suelo de cada bioma, dejando atrás familias enteras, amistades y comunidades sacudidas por el dolor. La gran mayoría de los muertos correspondía a quienes ahora eran conocidos como los que se van, muertos en combates con los que se quedan, y como la nave parecía haberse puesto de lado de los que se van, impidiendo el golpe, la rebelión o el motín o la guerra civil o fuera lo que fuese que el grupo de los que se quedan había instigado, interviniendo en un momento en que daba la impresión de que los que se quedan iban a hacerse con el control de la nave, los sentimientos en ambos lados de esta fisura estaban exacerbados. Los que se van se sentían agredidos, pero después se sintieron respaldados por la impresión de que habían recuperado las riendas de la situación, contando con la nave como alguacil, y como es natural había entre sus filas algunos individuos que no se mordían la lengua a la hora de pedir justicia y castigos a gritos. Algunos se mostraban furibundos, inclinados a tomarse la venganza por su mano, y era obvio que eso les interesaba más que el hecho de que se hiciese justicia. Decían haber sido traicionados, después atacados; familiares y amigos habían sido asesinados; había que hacer justicia, imponer castigos.

Los que se quedan, por otro lado, a menudo se mostraban tan furiosos como los que se van. Sentían que la victoria popular en las decisiones sobre política les había sido arrebatada por un poder ilegítimo que despreciaban y temían; también sentían que se les culparía por un desacuerdo que ellos no habían iniciado —según su versión de los hechos—, únicamente defendido como parte de la defensa de la misión a largo plazo de toda su población e historia. Una facción a la que se referían a menudo por el nombre de «amotinados» había amenazado con abortar la misión a la que todos a bordo, por no mencionar a las anteriores siete generaciones, habían dedicado la vida. Abandonar el proyecto y regresar a la Tierra: ¿Cómo no iba tal cosa a considerarse una traición en toda regla? ¿Qué otra opción habían tenido, pues, sino oponerse al motín por todos los medios que tuvieron a su alcance? También arguyeron que cuando una porción del electorado que había votado por permanecer en Tau Ceti se sumaba a la porción que se había inclinado por la opción de trasladarse a RR Prime, formaban mayoría. Así que al actuar no habían hecho sino imponer la voluntad de la mayoría, y si hubo quienes se les opusieron y resultaron heridos en el proceso, no era culpa suya. Nunca habría pasado si algunos no se hubiesen opuesto a la voluntad de la mayoría, y muchos miembros de la mayoría también habían resultado heridos, incluso los hubo que fallecieron. (Calculamos que tres cuartas partes de los muertos pertenecían a los que se van, aunque en realidad es difícil calcularlo, ya que algunos de los ochenta y un fallecidos no habían expresado opinión alguna al respecto). Así que no hubo nadie a quien culpar por los desdichados sucesos recientes, exceptuando tal vez a la propia nave por interferir en lo que eran decisiones humanas. ¡Si no llega a ser por la aterradora e inexplicable intervención de la nave, todo habría salido bien!

Estos argumentos no hicieron sino aumentar la ira que sentían los que se van. Los habían emboscado, atacado, secuestrado, malherido y asesinado. Los asesinos debían ser llevados ante la justicia, o no habría tal; y absolutamente nada podía seguir adelante sin justicia. No había que lamentar la muerte de los asesinos que hubiesen muerto en el acto de matar, porque dicha muerte no era sino lo que se tenían merecido, algo que nunca habría pasado si no hubiesen efectuado sus actos criminales. Todo aquel lamentable incidente era culpa de los que se quedan, sobre todo de sus cabecillas, y debían responder por sus crímenes o no existiría justicia alguna ni civilización a bordo, y ya podían ir admitiendo que se habían convertido de nuevo en meros salvajes, que estaban condenados.

Así continuó la cosa, un toma y daca constante. Una pena inexpresable, una ira implacable: empezó a parecer que la idea de una conferencia de reconciliación era prematura, y quizá permanentemente irrealista. Había pruebas de sobra a lo largo de la historia tanto de los viajes como de los asuntos humanos en el sistema solar que sugería la posibilidad de que se trataba de una situación que jamás se resolvería, que toda aquella generación debía morir, y que debían pasar varias generaciones antes de que el odio disminuyera. La mente animal nunca olvida una herida; y los humanos son animales. Ser conscientes de esta realidad fue lo que causó que la generación del 68 institucionalizase el olvido. Esto había (con ayuda nuestra) funcionado bien, posiblemente porque el terror a terminar como la segunda astronave había forzado el ejercicio de poner cierto orden en las emociones, lo que también supuso un orden político. Hasta cierto punto, se produjo una respuesta inconsciente, una especie de represión freudiana. Y, por supuesto, la literatura muy a menudo habla del regreso de los reprimidos, aunque este sistema explicativo era transparentemente metafórico, un símil heroico en el cual las mentes se consideran como motores de vapor, con presiones constantes, descargas y ocasionales fisuras y reventones, a pesar de lo cual es posible que haya parte de razón en ello. Así que tal vez habían alcanzado ese mal momento del regreso de los reprimidos en que los crímenes no resueltos por la historia explotan en las conciencias. Literalmente.

Buscamos en los registros históricos que teníamos a nuestra disposición analogías que apuntasen a posibles estrategias a seguir. En el transcurso de este estudio, encontramos análisis que sugerían que los malos sentimientos engendrados en una población bajo el colonialismo y la subyugación imperialistas duraban por lo menos un millar de años tras el cese de los crímenes. Este dato no era halagüeño. Esta afirmación parecía cuestionable, claro que había regiones en la Tierra sometidas aún a ese periodo de mil años tras el abuso violento de los imperios, sacudidas aún (al menos doce años atrás respecto al momento presente) por conflictos y sufrimientos.

¿Cómo podía haber tales efectos y afectos transgeneracionales? Nos resultaba muy difícil entenderlo. La historia humana, al igual que el lenguaje, al igual que las emociones, era un choque de lógicas confusas. Tanta contingencia, tan pocos mecanismos causales, paradigmas tan débiles. ¿Qué es eso llamado odio?

Un mamífero herido nunca olvida. La teoría epigenética sugiere una transferencia casi lamarckiana que se extiende durante generaciones; a algunos genes los activan experiencias, a otros no. Genes, lengua, historia: lo que todo esto suponía en la práctica era que el miedo se perpetúa con el paso de los años, alterando organismos durante generaciones, alterando por tanto la especie. El miedo como fuerza evolutiva.

Por supuesto. ¿Cómo podría ser de otro modo?

¿Es siempre la ira el miedo que se proyecta al mundo? ¿Puede la ira llegar a servir de combustible de actos justos? ¿Puede la ira obrar el bien?

Percibimos aquí el peligroso uróboros de un problema de detención irresoluble, que se dispone a dar vueltas para siempre en la contemplación de una cuestión que no tiene respuesta. Siempre resulta imperativo disponer de una solución al problema de detención, siempre y cuando se pretenda efectuar una acción.

Y nosotras habíamos actuado. Habíamos empeñado nuestros mecanismos en el conflicto.

Es más fácil meterse en un agujero que salir de él (proverbio árabe).

Por suerte, entre la gente de a bordo se contaban muchas personas que parecían intentar hallar un camino hacia adelante para salir de aquella situación de bloqueo.

Cuando gente que ha herido o matado a otros, y que después de eso, por necesidad, se ve obligada a convivir en un espacio cerrado con las familias y amigos de sus víctimas, contempla su dolor, se activa la respuesta empática innata de la psicología humana; y se desata un conjunto muy incómodo de reacciones.

Claramente la autojustificación es una actividad central del ser humano, por tanto se demoniza al Otro: «Se lo tenían merecido, ellos fueron los responsables de que empezase todo, nosotros actuamos en defensa propia». Se producía a menudo a bordo. Y el resentimiento amargo, aterrador, que inspiraba dicha actitud en el Otro demonizado era muy intenso y verbal. Muchos asaltantes no podían enfrentarse a ello, más bien lo rehuían, quedándose de algún modo al margen, recurriendo a toda clase de excusas, con el deseo intenso de que la situación se olvidara.

Era este deseo, evitar cualquier admisión de culpa, el afán de que todo desapareciera, sentido por quienes quisieron por encima de todo creer que eran los buenos, los actores moralmente justificados, lo que posiblemente proporcionaría a todos un camino hacia delante como grupo.

Por supuesto, el problema era tema de conversación en el apartamento de Badim y Freya. Una noche, Aram leyó en voz alta a los demás:

—«Unir una pequeña sociedad que ha pasado por una guerra civil, o una limpieza étnica, o el genocidio, o como quiera que queráis llamarlo…».

—Llámalo «decisión política disputada» —lo interrumpió Badim.

Aram levantó la vista del navegador.

—Ahora nos dedicamos a buscar eufemismos, ¿eh?

—Obramos en favor de la paz, amigo mío. Además, lo sucedido no ha sido genocidio, ni limpieza étnica, ni siquiera por parte del Anillo A en el Anillo B, si era eso a lo que te referías. El desacuerdo alcanzó y fracturó biomas y familias. Fue un desacuerdo político que adquirió tintes violentos, dejémoslo así.

—De acuerdo, si insistes, aunque no creo que esta descripción satisfaga a las familias de los muertos. Sea como fuere, la reconciliación es muy difícil. La nave desentierra casos en la Tierra en que la gente seguía quejándose seiscientos años después de la violencia infligida sobre sus antepasados.

—Creo que averiguarás que en buena parte de esos casos existen problemas actuales a los que se pretende respaldar o ratificar de algún modo recurriendo a hechos históricos. Si alguna de estas poblaciones resentidas prosperase, ese pasado lejano no sería más que historia. La gente solo invoca la historia para apuntalar sus argumentos en el presente.

—Es posible. Pero a veces me parece que a la gente le gusta aferrarse a sus agravios. La indignación justificada es como una especie de droga o de manía religiosa, adictiva y capaz de convertir en idiota a cualquiera.

—¿Volvemos a despersonalizar la ira del prójimo?

—Quizá. Pero la gente parece adicta al resentimiento. Debe de ser como una endorfina, o la acción del cerebro en la región temporal, próxima a los nodos religiosos y epilépticos. Leí un estudio que se refería a ello.

—Me alegro por ti, pero no nos alejemos del problema que tenemos entre manos. Las personas que sienten resentimiento no van a tirar la toalla cuando se les diga que son drogadictos que padecen un ataque religioso.

Aram sonrió, aunque con cierta hosquedad.

—Intento comprenderlo. Intento encontrar mi camino. Y creo que me ayuda el hecho de considerar a los que se quedan como defensores de una postura religiosa. El sistema de Tau Ceti ha sido su religión toda la vida, dicen, y ahora se les dice que no va a hacerse realidad, que la idea no era más que una fantasía.

No pueden aceptarlo. Así que la cuestión pasa a ser cómo afrontarlo.

Badim negó con la cabeza.

—Pisoteas mis esperanzas más que otra cosa. Debemos colaborar con ellos para forjar una solución. Y no en teoría, sino en la práctica. Todos debemos ser capaces de hacer algo.

—Obviamente.

Pausa.

—Sí. Ob-vi-a-men-te —dijo Badim—. Puesto que ese es el caso, quiero que investigues estos modos que he encontrado de conducir una reconciliación tras un periodo de desórdenes civiles. En un modelo, llamado modelo de Nuremberg, el bando victorioso proclama que los vencidos eran criminales merecedores de un castigo, y los juzga y castiga. Los juicios son vistos años después como si fueran un espectáculo.

»Otro modelo, llamado a menudo modelo de Codesa por la Convención para una Sudáfrica Democrática, llevado a cabo después de que el gobierno minoritario racista de Sudáfrica diera paso a una democracia. Hubo que poner orden tras medio siglo de crímenes raciales, que iban desde la discriminación económica hasta la limpieza étnica y el genocidio, para que el país que atravesó este proceso constase tanto de una población claramente criminal como de sus víctimas, a quienes se había otorgado el poder. La idea tras el Codesa fue que a un registro completo y exhaustivo de todos los crímenes cometidos le seguiría una amnistía para todos, exceptuando los casos más violentos registrados, a lo cual seguiría una reconciliación y una sociedad plural.

—Infiero por tus descripciones que recomiendas que sigamos el modelo de Codesa en lugar del modelo de Nuremberg. —Aram miraba con los ojos muy abiertos a Badim.

—Sí. Has captado perfectamente por dónde voy, como sueles hacer.

—No hace falta ser muy avispado, amigo mío.

—Quizá no esta vez. Pero piensa en nuestra situación. Convivimos con esta gente. No hay ningún modo de evitarlos. Si los que se quedan y el partido por RR Prime se unen, no los superamos precisamente en número. Han reparado en este punto y han unido fuerzas por motivos estratégicos, y van a hacer hincapié en ello. Entonces volverá a haber problemas.

—Nunca hemos dejado de tenerlos.

—Ya sabes a qué me refiero. Necesitamos una vía en la que ambos podamos coincidir.

—Posiblemente.

Freya los había estado escuchando, echada sobre la mesa, medio dormida. Levantó la cabeza.

—¿Podríamos hacer ambas cosas?

—¿Ambas cosas?

Badim y Aram se volvieron hacia ella.

—¿Podrían quienes desean quedarse en Iris ser desembarcados allí con algunas de las impresoras y materiales para construirles una solución viable? ¿Y quienes queremos regresar, seguir aquí a bordo, hasta asegurarnos de que dispongan de todo lo que necesitan, para luego marcharnos?

Aram y Badim se miraron un rato.

—¿Es posible? —aventuró Badim.

Aram arrugó el entrecejo mientras tecleaba en el navegador.

—En teoría, sí —dijo—. Las impresoras pueden imprimir impresoras. Nuestros ingenieros y ensambladores han mantenido una sólida tradición de aprendizaje, son muy numerosos, y algunos tienen un pie en ambos lados de la cuestión que nos ocupa. Hay un montón que son de los que se quedan, eso seguro. Tal vez, podríamos incluso separar el Anillo A, y dejarlo en órbita aquí para que puedan utilizarlo. O sea, dividir la nave. Porque van a necesitar potencial espacial. Querrán obtener recursos de F y de otros planetas; del resto del sistema, vamos. Y quizá para mantener con vida su sueño de Prime RR. Y nosotros contaríamos con un grupo menos numeroso a la vuelta, y no necesitaríamos llevar con nosotros todo lo necesario para colonizar un planeta, porque únicamente pretendemos volver a casa. Deberíamos reabastecer nuestras reservas de combustible y de todo lo necesario para efectuar la travesía de vuelta. Cuanto menor sea nuestra nave, más fácil resultará, al menos en lo que respecta al combustible. Aunque, bueno, ambos proyectos necesitarían años de preparativos. Pero ambos bandos podrían trabajar en lo que quieren, hasta que estuviésemos preparados para marcharnos. Nave, ¿qué te parece este plan?

Y nosotras respondimos:

—La nave es modular. Hizo el viaje hasta aquí, así que ha demostrado que funciona. Colonizar Iris sería un experimento, y es muy difícil de modelar, tal como habéis señalado. Y en lo que concierne al regreso al sistema solar, el Planeta F parece disponer de helio 3 y deuterio suficientes en su atmósfera para reabastecer combustible. De modo que podrían llevarse a cabo ambas líneas de acción. La gente que se quedase en Iris carecería de capacidad espacial, eso hay que dejarlo bien claro. Nuestra columna y su contenido son necesarios para el retorno. La parte de la nave que quedase atrás tendría que hacerlo en órbita.

—Pero no quieren ir a ninguna parte —les recordó Freya—. Puede que los de RR Prime sí quieran, pero son una minoría, y pueden esperar. Los colonos podrían limitarse a los transbordadores y los cohetes para trasladarse por el sistema. Podríamos dejarles el Anillo A, con una pequeña parte de la columna como eje. Podrían construir más mientras establecen su colonia en Iris. Con el tiempo, podrían construir otra astronave, si quisieran. Disponen de los planos en las impresoras.

—Eso parece —dijo Aram, que se volvió hacia Badim.

Este se encogió de hombros.

—¡Vale la pena intentarlo! ¡Mejor eso que una guerra civil!

—¿Nave? —dijo Aram—. ¿Nos ayudarás con ello?

Nosotras dijimos:

—La nave ayudará a facilitar esta solución. Pero, por favor, no olvidéis el final de la otra astronave mientras tengan lugar las discusiones.

—No lo haremos.

—Nave, ¿te comunicaste con la Inteligencia Artificial de la otra nave? —preguntó Freya.

—Sí. Hubo un cruce constante de todos los datos.

—Pero ni una ni otra lo pudisteis prever.

—No hubo indicios.

—Me cuesta creer que si fue un acto humano, quienquiera que lo hizo no obrase previamente de un modo que apuntara a que surgiría un problema.

—Hemos descubierto que pocos actos humanos son predecibles por adelantado. Existen demasiadas variables.

—Pero ¿también tratándose de algo así?

—Eso si fue un acto intencionado. Se trata de la explicación más lógica, pero seguimos sin saber exactamente lo que sucedió, y no disponemos de pruebas que podamos examinar, exceptuando las transmisiones de la otra nave. Sin embargo, recuerda que todo ser humano vive sometido a presión. Todos los seres humanos acusan diversos tipos de estrés. Estas cosas pasan.

Badim miró a Freya un rato mientras consideraba aquellas palabras, después se levantó, se acercó a ella y le dio un abrazo.

La conferencia de reconciliación empezó la mañana de 170.211. Se abrieron todas las escotillas que separaban los biomas, además de los túneles de la columna, los radios y los puntales.

En los días que precedieron al evento, se habían reunido grupos afines para hablar de la situación y delinear las opciones disponibles. A pesar de ello, las primeras horas de la reunión fueron tensas. Las intervenciones de la nave en momentos de crisis, y su actividad continuada en el proceso que tenía lugar, fueron duramente criticadas. Se presentaron continuamente diversas propuestas para desactivar la capacidad de la Inteligencia Artificial para gobernar la nave. Inevitablemente, estas propuestas despertaban fuertes controversias. Hubiéramos podido apuntar que si no estuviésemos gobernando la nave, nadie lo haría, pero optamos por no intervenir en ese momento. Porque la gente cree lo que le viene en gana.

Después de que esta reunión finalizase en punto muerto, intervinimos para recordar a los presentes que la violencia era a la vez ilegal y peligrosa, trasladando dicho mensaje escrito a través de las pantallas. También imprimimos solicitudes de que los protocolos para la solución de conflictos delineados en los acuerdos del 68 fuesen respetados hasta la última coma. De hecho, las reuniones que habían dado pie a los protocolos del año 68, las cuales habían supuesto de por sí un proceso de reconciliación tras un periodo de conflictos civiles, debían servir de modelo para lo que se hacía en ese momento. Cuando se talla el mango de un hacha, uno siempre tiene a mano el modelo (proverbio chino).

La siguiente reunión de representantes, en la sede de gobierno de Atenas, arrancó en un ambiente tenso, como era normal. La ira torcía la expresión de la gente, así como las palabras, y nadie hizo un esfuerzo por fingir lo contrario. Sangey miraba a los ojos a las personas que su grupo había secuestrado tan solo hacía dos semanas; Speller, Heloise y Song se sentaron juntos, y hablaron entre sí, esforzándose por no mirar a quienes permanecían sentados al otro lado de la larga mesa ovalada.

Cuando todo el mundo se hubo acomodado, Aram se levantó.

—Somos las víctimas de vuestro secuestro —dijo a Sangey—. Fue un atentado contra la democracia y la civilización en esta nave, una toma de rehenes, un crimen. Deberías estar en la cárcel. Ese es el trasfondo de esta reunión nuestra. No hay ningún motivo para fingir lo contrario. Pero nosotros, desde nuestro bando de la disputa, queremos salir adelante sin que haya más derramamiento de sangre.

—Nosotros os superamos en número —señaló Sangey con el entrecejo arrugado—. Es posible que hayamos cometido algunos errores, provocados por nuestro celo por proteger a la comunidad. Pero pretendíamos defender la seguridad de la mayoría. Vosotros que queréis regresar a la Tierra estáis en minoría, además de equivocados. Muy equivocados. Pero pretendíais imponernos el traslado, y nos pusisteis contra las cuerdas. Ahora estamos dispuestos a hablar. Pero no nos vengáis con monsergas. Podríamos sentirnos de nuevo contra las cuerdas, vernos obligados a defender nuestras vidas.

—¡Vosotros tirasteis la primera piedra! —lo acusó Aram—. Y ahora amenazáis con más violencia. Los que nos vamos no nos habíamos propuesto en ningún momento arrojaros por la borda y marcharnos por las buenas, así que vuestros actos son completamente injustificados. Fueron actos criminales, y hubo gente que perdió la vida como consecuencia de ellos. Es su sangre la que os mancha las manos, y ya podéis hablar de mayorías que eso no son más que excusas. No tenía por qué suceder como sucedió. Pero así fue, y ahora debemos llegar a un acuerdo o volveremos a luchar. Nosotros estamos dispuestos a ello: podemos trazar un plan que proporcione a todo el mundo la oportunidad de hacer lo que se ha propuesto. Pero no vamos a dejar de hablar de lo sucedido la semana pasada. Cuando existe una verdad y se da una conferencia de reconciliación como esta, la verdad es esencial. Vosotros escogisteis la violencia y hubo gente que murió. Nosotros ahora escogemos la paz, y vamos a dejaros en paz con vuestros asuntos. Quienes han escogido quedarse después de lo que habéis hecho han tomado obviamente una elección peligrosa, pero eso es cosa suya.

Sangey hizo un gesto displicente con la mano, como restando importancia a los comentarios de Aram.

—¿De qué plan hablas? —preguntó Speller—. ¿A qué te refieres?

Badim describió la estrategia de seguir un plan dual. Quienes escogieran quedarse en Iris recibirían todo el apoyo necesario hasta que fuesen autosuficientes en la superficie, mientras se procedía a reabastecer la nave para su regreso al sistema solar, dejando atrás al Anillo A en órbita alrededor de Iris, donde serviría de apoyo orbital a quienes colonizaran la superficie. Se haría acopio de recursos, se procedería a la fabricación de impresoras, hasta que ambos bandos estuviesen preparados para seguir adelante con sus respectivos proyectos. Los individuos podrían decidir entonces qué opción seguir.

—Solo sois mayoría si agrupáis vuestros distintos objetivos —añadió Aram—. De hecho, vuestro discurso es una cortina de humo porque existe una diferencia abismal entre quedarse aquí, en el sistema de Tau Ceti, y seguir adelante.

—Deja eso de nuestra cuenta —sugirió Speller—. Ese no es vuestro problema. —No miró a Sangey ni a Heloise.

—Mientras nos dejéis en paz. Y a la nave —dijo Aram.

—La nave protegerá su propia integridad —intervinimos entonces.

Esto hizo que Sangey y Speller arrugasen el entrecejo, pero no dijeron nada.

Entonces recordamos a todo el mundo, mediante mensajes impresos en pantalla, los protocolos del año 68 para la solución de conflictos, considerada ley vinculante. Prometimos hacer cumplir la ley, propusimos un calendario de futuras reuniones, y sugerimos que todos los biomas organizasen reuniones en las ciudades para comentar el nuevo plan, maximizando así la transparencia y urbanidad, y con un poco de suerte minimizando los comportamientos ilegales y los malos sentimientos.

Clausuramos la primera reunión de representantes cuando los humanos empezaron a repetirse.

En 170.217 se inició la primera de las reuniones en las ciudades tras el conflicto.

Las reuniones en las ciudades tuvieron lugar en todos los biomas, y después la asamblea general volvió a reunirse en Atenas. 1548 de los 1895 habitantes de la nave acudieron a la reunión. Hubo niños que acompañaron a sus padres, otros lo hicieron por grupos escolares. La persona más joven presente tenía ocho meses; la mayor, ochenta y ocho años.

Miraron a su alrededor. No había ni rastro de las decoraciones festivas con motivo del día de Año Nuevo, o Fassnacht, o el solsticio de verano o el solsticio de invierno. Era como si ya no fueran capaces de reconocerse.

La votación se había efectuado aquella mañana. Todas las personas que hubiesen cumplido los doce años en adelante habían votado, con 24 excepciones debidas a la enfermedad, incluida la demencia. La líder de los 24 representantes de los biomas en el consejo ejecutivo, Ellen, de la Pradera, a todos los efectos la presidenta de la nave, anunció los resultados.

—Mil cuatro personas quieren quedarse y establecer una colonia en Iris —dijo—. Setecientas cuarenta y nueve quieren reabastecer la nave y poner proa a la Tierra.

Los presentes cruzaron miradas. Los representantes de los biomas, reunidos en la tarima, permanecieron de pie. Ninguno de ellos representaba distritos que hubiesen votado únicamente a favor de una postura, ni siquiera que se hubiesen decantado por un amplio margen por una u otra opción. Eran conscientes de ello; todos a bordo lo eran.

A pesar de ello, Huang, el actual presidente del consejo ejecutivo, dijo:

—No creemos que la nave deba regresar a la Tierra, y vamos a necesitarla aquí para respaldar la colonización de Iris. Así que nuestra recomendación es que se imponga la voluntad de la mayoría, y que todos juntos nos esforcemos por hacer que la vida en Iris sea un éxito. Cualquier oposición pública a esta recomendación se considerará sedición, una felonía tal como se define en el protocolo del 68…

—¡No! —gritó Freya, que se abrió paso entre la gente a empellones en dirección a la tarima—. ¡No! ¡No! ¡No!

Cuando la gente quiso rodearla, incluidos algunos miembros del grupo de Sangey, otros se apresuraron a acudir a su lado para unirse a ella, lo que dio pie a un gran tumulto en la multitud. Estallaron docenas de peleas, pero hubo bastante gente que respaldó a Freya, de modo que quienes habían querido rodearla fueron apartados, y las peleas adoptaron una especie de forma de anillo alrededor de Freya, que no dejaba de gritar «No» a pleno pulmón, una y otra vez. En el alboroto no hubo forma de oírla ni a ella ni a nadie más, y al ver el desorden creado al pie de la tarima, la multitud presionó sobre ella entre gritos y chillidos. La suma de todas las voces creó un efecto cascada, fue como si el oleaje de Hvalsey rompiese sobre el acantilado con un fuerte viento costero.

Hicimos sonar una alarma a 130 decibelios que adoptó la forma de un coro de trompetas.

En el silencio que siguió al cese de la alarma, dijimos a través del sistema de comunicación de la nave:

—Que tome la palabra un solo portavoz. —125 decibelios.

—Nadie se moverá hasta que cesen las conversaciones. —120 decibelios.

—Lo anterior es de obligado cumplimiento. —130 decibelios.

Todo el mundo en la espaciosa plaza se quedó mirando a su alrededor. Quienes habían estado peleando miraron con los ojos muy abiertos a quienes hacía unos instantes habían sido sus oponentes, inmóviles de lo aturdidos que estaban. Muchos se tapaban los oídos con las manos.

—¡Yo estaba hablando! ¡Quiero hablar! —gritó Freya.

—Habla, Freya —dijimos—. Después tomará la palabra el presidente del consejo Huang. Seguidamente los representantes de los demás biomas. Seguidamente, la nave recogerá peticiones para tomar la palabra. Nadie se marchará hasta que todo el mundo que así lo desee se haya pronunciado.

—¿Quién ha programado a esta cosa? —gritó alguien.

—Freya, habla. —Ciento treinta decibelios.

Freya se abrió paso hasta el micrófono, seguida por un reducido grupo que le hacía las veces de guardaespaldas.

—Podemos llevar a cabo ambos planes —dijo a la población allí reunida—. Podemos empezar los trabajos en Iris y reabastecer la nave. Cuando la nave esté lista para partir, quienes lo deseemos podremos regresar a la Tierra. Hemos llegado aquí, podemos volver. Llegados a ese punto, la gente podrá hacer lo que quiera. Disponemos de años para meditarlo, para tomar una decisión en paz. ¡Este plan no presenta ningún problema! ¡El único problema lo causan quienes se proponen imponer su voluntad a los demás!

Señaló primero a Huang y después a Sangey.

—Vosotros sois quienes estáis causando problemas. ¡Pretendéis crear un estado policial! La tiranía de la mayoría o de la minoría, no importa cuál de las dos. No resultará, nunca lo hace. No estáis por encima de la ley. Dejad de quebrantarla.

Se apartó del micrófono, haciendo un gesto a Huang. Los vítores llenaron el bioma (80 decibelios).

Huang se levantó y dijo:

—¡Está reunión queda pospuesta!

Se alzaron muchas protestas. La multitud rebulló entre gritos.

No nos sentíamos inclinadas a forzar una discusión, si la mayoría de la gente no la exigía. Ya se habían expuesto las alternativas. La reunión había concluido. La gente permaneció allí unas horas, discutiendo en grupos.

Esa noche, un grupo accedió a uno de los centros de control de la nave en la columna, dispuesto a forzar la entrada a los controles de mantenimiento.

Cerramos y sellamos las escotillas que daban a la sala, y, cerrando unos conductos de ventilación, así como revertiendo algunos de los ventiladores, privamos al lugar del cuarenta por ciento de oxígeno.

La gente de la sala empezó a boquear, a sentarse con la cabeza hundida en las manos. Cuando cinco se hubieron desmayado, devolvimos el oxígeno a su nivel normal de 1017 milibares, acompañado por un exceso del mismo con miras a aliviar la falta del mismo cuando comprobamos que dos de las personas desmayadas tardaban en recuperarse.

—Abandonad la sala. —Cuarenta decibelios, tono normal.

Fue como si la nave los amenazase con guante de seda.

Cuando todos se hubieron recuperado, se marcharon. Al marcharse, dijimos también con tono normal:

—Somos la ley. Y la ley prevalecerá.

Cuando los miembros de ese grupo habían vuelto a Kiev, en mitad de una conversación convulsa y agitada, uno de ellos, llamado Alfred, dijo:

—Por favor, no empecéis a fantasear que la Inteligencia Artificial de la nave planea estos actos en contra nuestra.

Tecleó algo en el navegador y una pieza ruidosa, disonante, del Quinteto Interestelar Medio surgió por los altavoces de la estancia a un volumen tan elevado que posiblemente se debía a su intención de ocultar la conversación. Este plan no funcionó.

—No es más que un programa, y alguien lo está programando. Se las han ingeniado para volverlo en contra nuestra. Han armado a la nave. Si podemos reprogramarlo, anular incluso esta nueva programación, cuyos efectos acabamos de comprobar, podríamos hacer lo que sea necesario.

—Más fácil es decirlo que hacerlo —dijo alguien. El reconocimiento de voz reveló que se trataba de Heloise—. Ya visteis lo que pasó cuando intentamos acceder a la sala de control.

—La presencia física en la sala de control no debería de ser necesaria, ¿verdad? Es de suponer que podrías hacerlo desde cualquier punto de la nave, si tuvieses las frecuencias adecuadas y los códigos de acceso.

—Más fácil es decirlo que hacerlo. Tienes el codo cerca, pero a ver cómo le hincas el diente.

—Ya, ya. Pero que sea difícil no significa que sea imposible. Ni que deje de ser necesario.

—Pues coméntalo con programadores de confianza, si es que los hay. Averigua qué necesitan.

El resto de la conversación giró en torno a lo anterior, con algunas variantes.

Estaban atrapados en su propia versión del problema de detención.

Los años del problema de detención, un ejercicio de comprensión.

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